Despreciaba a la gente que se dejaba dominar por los problemas y los llevaba a todas partes. El mismo le habia aconsejado a Julia que procurasen no hablar demasiado del trabajo porque entonces acabarian dandole importancia a contratiempos y banalidades que no la tenian. Lo mejor era, le habia dicho, que nada mas salir del hotel, empezase a pensar en lo siguiente que tuviera que hacer. Asi que ahora no le iba a ir el con el cuento del incendio de los almacenes. Pero tenia que reconocer que habia venido a la playa sin entusiasmo, empujado por la idea de que les vendria bien. A Tito porque el sol y los banos en el mar le reforzarian las defensas y porque a Julia, que desde el parto estaba mas decaida y silenciosa de lo normal, la animaria y le daria fuerza. Y porque a algun sitio tendrian que ir para salir del agobio de Madrid.

El movil le vibro en la mano. Habia quitado el volumen para que no sobresaltara al nino. Le desconcerto que no fuera el numero de Julia el de la pantalla.

Le hablo un hombre desconocido, cuya voz sonaba remota como si llegara de alguna lejana galaxia.

Se identifico como policia local. Le dijo que la ultima llamada que habia recibido Julia Palacios Estrada correspondia a este numero.

Felix le aclaro que era su marido mientras le flojeaban las piernas, como si las piernas pensaran mas rapido que la cabeza.

Julia habia ingresado en el hospital con una conmocion cerebral. Habia sufrido un accidente en la carretera de Las Marinas. Choco con unas palmeras y dio una vuelta de campana. No habia bebido. Podria ser un fallo del coche.

– Iba buscando una farmacia -dijo Felix en un murmullo, sabiendo que era un dato irrelevante.

– Ya -dijo el policia, acostumbrado a cientos de reacciones distintas en estos casos-. No hay otros heridos, no hay testigos, poco podemos hacer. Ahora es cosa de los medicos.

– Bien. Ire enseguida -dijo tratando de dominar la angustia y preguntandose al mismo tiempo donde encontraria un taxi a esas horas.

La flojedad de piernas habia remitido. Ahora estaba tenso como un poste. Si alguien le hubiese dado con una barra de hierro, la barra se habria partido. Empezo a actuar en dos niveles, el de la preocupacion por Julia y el de tratar de localizar un taxi, lo que le llevo siete minutos dando paseos por los cincuenta metros que lo rodeaban. Mientras, iba calculando las cosas que faltaban en la bolsa de osos. Considero que donde mas comodo estaria Tito seria en el capazo y que tambien le daria a el mayor libertad para maniobrar, asi que fue hacia este chisme y tanteo en el fondo para comprobar si el colchoncillo estaba seco. Cuantas mas molestias se le quitaran del camino para que no llorase, mejor. Ya seria bastante con el hambre que sentiria al despertar. Asi que supuso un gran alivio cuando, de forma casi magica, elevo a Tito por el aire y lo deposito en el capazo sin que abriese los ojos.

El taxi ya habria llegado y cerro la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido y con la sensacion de que se dejaba algo. Eran las tres de la madrugada y habia refrescado. Ya sabia lo que se le habia olvidado, la toquilla o una sabana para tapar a su hijo. En uno de los pasadizos camino de la salida se tropezo con una pareja, que se reia tapandose las bocas, pero dejando escapar chillidos que despertaron a Tito. Estaba boca arriba y al abrir los ojos veria las estrellas. Milagrosamente no lloro. Luego movio la cabeza como para salir de esta vision. Pero a la altura del taxi parecia absorto en la luna. El taxista esperaba apoyado en la carroceria y al ver salir a Felix se precipito hacia el maletero.

– No hace falta -dijo Felix-. Es un nino.

– ?Ah!, vaya, un chavalin. Yo acabo de tener un nieto.

Felix se sento detras con Tito.

– Vamos al hospital. Mi mujer acaba de tener un accidente.

Sabia que este ultimo dato no era relevante para el taxista, sino tal vez molesto. ?Que necesidad tenia este buen hombre de saber algo que excedia completamente su funcion, que consistia en conducirle al hospital? Y ademas, ?en que le beneficiaba a el mismo dar esta informacion? Gastar saliva. Pero, sin saber por que, dijo lo que habria dicho Julia. Julia estaba acostumbrada a que en el bar del hotel la gente hablase por hablar, que contase asuntos de su vida que a los demas por un oido les entraban y por otro les salian, y Felix suponia que a la fuerza se le habia pegado el vicio de alargar la informacion mas de lo debido. Todo lo suponia porque solo hacia dos anos que la conocia y no podia saber como era antes. El pasado de Julia, y de cualquier persona, era un rompecabezas con sentido solo para el interesado y a veces ni siquiera para el.

El cuello del taxista se tenso, se alargo por lo menos unos dos centimetros mas. Carraspeo y arranco el coche con la gravedad que la situacion requeria.

– En un cuarto de hora estamos alli -dijo.

Tito empezo a llorar. Ahora ante los ojos nada mas tenia el techo oscuro del taxi. Le debia de sorprender que ya no hubiese eso que llamamos estrellas y luna. Le puso el chupete, pero el lo solto con rabia. Busco en la bolsa el biberon con agua. Maldita leche y malditas vacaciones.

– Mi mujer ha salido con el coche a comprar leche para el nino y ya no ha vuelto. La policia me ha dicho que ha sufrido un accidente.

Era la segunda vez que decia lo del accidente puede que para habituarse el mismo a esta palabra.

– ?Grave? -pregunto el taxista.

– No lo se. No se nada. Esta inconsciente.

Como Felix se habia estado temiendo, Tito entro en un llanto frenetico. Lo cogio en brazos sabiendo que ya era imposible calmarle. El taxista acelero. Era lo mas logico, cuanto menos estuviese junto a este problema menos implicado se sentiria, aunque ya era tarde para no saber lo que sabia sobre aquella mujer desconocida y para no oir el desgarrador berrido del nino.

– Mi mujer esta en el hospital esperando que llegue, y mi hijo necesita un biberon urgentemente.

El taxista aminoro.

– Puedo llevarle a una farmacia de guardia. Al fin y al cabo no puede hacer por su mujer mas que los medicos.

Felix entro en la farmacia con la bolsa de osos y Tito en brazos. Dejo el capazo en el taxi. Del fondo, entre cajas de medicamentos, surgio un empleado con bata blanca y gafas redondas. Su aspecto de estudiante lo desfondo. En realidad habia esperado encontrar a una mujer.

Antes de poder abrir la boca, Felix trato de calmar a su hijo, un empeno ya de todo punto imposible. El empleado los miraba.

– ?Son gases? -pregunto.

– Es hambre. No recuerdo exactamente que leche toma. Mi mujer se ocupa de eso.

De nuevo, esta informacion sobrante.

– ?Que edad tiene?

– Seis meses.

– ?Tomara tambien papilla?

– Si, de cereales.

– ?Y no le han iniciado en la fruta? -dijo cogiendo de las estanterias unas cajas con cierta parsimonia sin que el berrinche de Tito lo alterara lo mas minimo.

Ahora si que Felix considero que habia llegado el momento de decirle, dando pequenos saltos para acallar a su hijo, que la madre del nino habia tenido un accidente e iban camino del hospital.

El farmaceutico le escuchaba con las manos sobre el mostrador y las cajas entre ellas. Era un calvo joven, de facciones finas y piel blanca que uno mas o menos ya podia saber como iba a ser de viejo.

– Y necesitaria -continuo Felix- agua embotellada y hacerle el biberon aqui mismo. Tal vez tenga algun sitio para calentarlo.

– Bueno -dijo el licenciado Munoz, segun indicaba en el bolsillo de la bata-, en la esquina hay un bar. Claro que ahora estara cerrado.

Felix miro el reloj. El tiempo corria. Eran casi las tres y media. Este chico aun estaba en esa edad en que el sufrimiento de los demas es lejano.

– No me diga que no tiene microondas. ?No ve como esta el nino? ?No ve como esta este hombre? -dijo el taxista con voz autoritaria detras de Felix.

Debia de tener muchas ganas de terminar el servicio e irse a dormir. Y seguramente tambien sentiria algo de pena por este pobre hombre acosado por las obligaciones y los pequenos detalles.

– Tratare de calentar agua en una cafetera que tenemos dentro.

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