– Enhorabuena. Ahora te dejo. Ya hablaremos esta noche en casa de Samper.

– ?Samper? -balbuceo Victor.

– ?No iras esta noche a casa de Samper?

– Si.

– Yo tambien. Hasta luego.

Blasi colgo. Lo primero que hizo Victor fue arrepentirse de haber aceptado la invitacion de Samper, el propietario de la galeria donde habia hecho su ultima exposicion. No tenia ninguna predileccion por las fiestas de Nochevieja ni encontraba obligatorio festejar los cambios del calendario. La unanimidad de la alegria que se exigia en estas fiestas le ponia, anticipadamente, de mal humor. Ademas uno tenia que reir al lado de otros que tambien reian, ocultando juntos, la indiferencia, cuando no la animadversion, que se profesaban. Cogio de nuevo el auricular y marco el numero de Samper. Le dijeron que no estaba en casa y que lo encontraria en la galeria.

Victor desistio de la idea de localizarlo. Otra idea, el que le hubieran dado un premio por aquellas malditas fotos, provocaba su desconcierto. Sabia que lo aceptaria, sucumbiendo al halago. Por un instante penso que David, en sus mismas circunstancias, no lo aceptaria. Tal vez si. Era inutil una comparacion de este tipo. No tenia sentido. De todos modos era un sarcasmo que tambien algo asi obtuviera su premio. Se dijo que, en adelante, no publicaria nada relacionado con aquellos sucesos. Estaba dispuesto a fotografiarlo todo. Queria que su camara registrara minuciosamente, a partir de entonces, las imagenes de aquella ciudad, la suya, que parecia sumergirse en el hechizo. Haria, otra vez, de fotografo callejero. Le gustaba esa decision. Pero no publicaria nada hasta que el hechizo estuviera disuelto. Su pensamiento se detuvo bajo el peso de la posibilidad alternativa. Quiza el hechizo no tenia fin. Con un rotulador escribio en una etiqueta algo que, de inmediato, le sugirio el titulo de una cronica: El tiempo de los exanimes. Tambien el se habia acostumbrado a la horrible palabra. Daba lo mismo esta que cualquier otra.

Tomada la decision, Victor quiso llevarla a la practica aquella misma tarde. Paso varias horas captando instantaneas de las calles. Eran las ultimas horas del ano, aparentemente iguales en todo a las ultimas horas de cualquier otro ano. Hacia frio, el trafico era muy denso y los viandantes tenian prisa por llegar a sus metas. Ningun signo de inquietud. El engranaje de la ciudad funcionaba apaciblemente. Sin embargo, cada vez que disparaba el boton de su camara, Victor tenia la sensacion de que era precisamente aquella paz lo que era inquietante, como si se reflejase la excesiva bonanza que antecede a la tempestad.

Cuando regreso a casa eran casi las nueve. Guardo los carretes en una caja metalica sobre la que pego la etiqueta con el titulo de su particular cronica. El tiempo de los exanimes era todavia un tiempo apacible. ?Hasta cuando continuaria asi? Victor se cambio rapidamente de ropa. Llamo a Angela. La iria a recoger enseguida para asistir a la fiesta de Samper.

Era una reunion muy concurrida. De Jesus Samper se decia que era tan buen empresario como anfitrion. Un organizador nato que declaraba su gusto por la improvisacion, no sin antes haber cuidado los mas minimos detalles. Era rico, y nadie se acordaba de su origen oscuro porque el, unas veces convenciendo con halagos y otras comprando con brusquedad, habia conseguido erradicar tal origen. Sin descartar nunca otros comercios el del arte le habia proporcionado simultaneamente dinero y posicion. Con el dinero acumulado habia invertido, con exito, en el mercado del prestigio, apoderandose asi del aura de la respetabilidad. El arte, segun aseguraba, era todo para el. Y, en cierto modo, podia darsele la razon pues, con el paso de los anos, el traficante habia logrado imponerse como un espiritu cultivado que, bien mirado, no podia ser sino el fruto de una esmerada educacion. Llegado a este punto, y sin encontrar obstaculo para reconstruir su entera biografia, Samper recordo que ya su rancia familia, durante varias generaciones, era amante del arte. El que los otros lo creyeran no le preocupaba en absoluto. Le bastaba que lo aceptaran. Y eran tiempos en que esas cosas se aceptaban con facilidad.

Angela y Victor fueron a saludarle. Jesus Samper les recibio efusivamente:

– Me alegro de que hayais venido. Espero que sea una Nochevieja divertida.

Elogio el aspecto de Angela, a la que beso en las mejillas. Luego se dirigio a Victor:

– Te felicito por el premio. Quiero que me ensenes las fotos que hiciste. Segun como vaya todo podriamos hacer una nueva exposicion la proxima primavera. ?Que te parece?

Victor lo miro asombrado. Samper, como siempre, era de una sinceridad brutal: intuia una macabra rentabilidad y no tenia inconveniente en expresarlo.

– De momento no tengo intencion de hacer una nueva exposicion -respondio Victor-. Hemos hecho ya una y bien reciente.

Samper le dio a entender que esperaba esta respuesta. Insistio:

– Lo se. Yo tampoco soy partidario de abusar con demasiadas exposiciones. Eso destruye a los artistas. Hay que dosificar. Pero tambien podemos hacer excepciones. Es un tema de rabiosa actualidad. No sabemos cuanto va a durar lo de esos pobres desgraciados.

Por su ultima frase era imposible averiguar si Samper deseaba o no que durase. Victor penso en rebatirle. No le gustaba ser considerado un artista ni le gustaba la rabiosa actualidad a la que aludia Samper. Este se le adelanto:

– Bueno, bueno. Ya hablaremos. Hoy no es un dia para estos asuntos. Bienvenido, de nuevo. Pasad. Encontrareis muchas caras conocidas.

Victor noto con alivio que Angela lo arrastraba para ponerlo fuera del alcance de su interlocutor. Entraron en el amplio salon, atiborrado de gente. Las caras conocidas, si las habia, estaban extraviadas en la marea de cabezas y bocas anonimas. A Victor le llamo la atencion el extrano predominio de las bocas: comian, bebian o reian. Aunque la primera impresion era que se desarrollaban las tres operaciones al mismo tiempo en un incesante desfile de gargantas abiertas, dentaduras brillantes y labios de colores. Una tenue niebla envolvia los gestos y movimientos de las figuras, acentuando su deformidad. Solo cuando la retina de Victor se hubo habituado al escenario se disipo el velo, dando paso a la presencia de rasgos mas definidos. Entonces, como habia anunciado Samper, en medio del conjunto anonimo se dibujaron caras conocidas y Victor pudo comprender que en la velada estaban reunidas las complementarias aficiones del anfitrion por el comercio, el arte y la politica.

Al filo de la medianoche, al sonar las campanadas del reloj de pared que dieron por inaugurado el nuevo ano, los invitados festejaron bulliciosamente el acontecimiento. Se intercambiaron abrazos y deseos con la misma conviccion con que se los habian intercambiado al iniciarse el ano precedente. La alegria general confirmaba que esta conviccion no debia ser alterada pues, aunque cambiaran las hojas del calendario, la rueda del tiempo continuaria girando a igual velocidad. Y asi, cuando la orquestina que Samper habia contratado para amenizar la velada empezo a tocar sus primeras melodias, el grueso de los asistentes se lanzo al baile con el disciplinado entusiasmo de quienes creian celebrar la danza de la vida. Hubo, como era propio de estas ocasiones, ciertos reticentes pero pronto unos y otros, bailarines y contempladores, aparecieron unidos por un magnetismo especial: aquella danza los unia y nadie queria quedar despegado de ella.

Como todos, tambien Victor participo de esta unanimidad y, junto a Angela, permanecio inmerso en la gran confusion durante bastante tiempo. Solo cuando el cansancio permitio la fragmentacion el grupo compacto fue deshaciendose en pequenos grupos que se refugiaron en sus propias conversaciones. Algunos invitados se buscaban, otros se encontraban. La mujer de Samper se llevo a Angela, cogiendola del brazo. Era la primera vez que esta estaba en su casa y le habia prometido ensenarle la coleccion de pinturas antiguas que eran el orgullo de la familia. Victor ya la conocia y se excuso. Durante algunos minutos deambulo por el salon ocupado en fugaces saludos y dialogos entrecortados. Luego se dirigio a una habitacion adjunta presidida por el fuego de una suntuosa chimenea. Cuando ya habia elegido el sillon donde sentarse le salio al paso Salvador Blasi, quien le presento a los dos hombres que le flanqueaban. Al primero Victor lo reconocio enseguida porque habia visto su cara en los periodicos y en la television. Era el senador Felix Penalba, miembro del partido gobernante. Del segundo, Ramon Mora, habia oido hablar como uno de esos sociologos eminentes que sabian detectar las intenciones de la comunidad.

Por iniciativa de Blasi se sentaron junto a la chimenea. El director de El Progreso llevaba consigo una botella de whisky y una pequena columna de vasos de plastico transparente. Adujo que esto era una causa suficiente para mantenerse alejados por un rato del tumulto:

– Hemos cumplido ya como jovenes alocados. Ahora nos toca beber como viejos respetables.

Le gustaban las frases que consideraba ingeniosas y, ademas, estaba convencido de su ingenio. Quiza esto le proporcionaba el animo suficiente para encabezar cualquier conversacion, lanzandose a monologos que, al parecer, solo interrumpia cuando necesitaba que las otras palabras fueran una ratificacion de las suyas. En

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