Blasi y Max Bertran, que le telefonearon para animarle a asistir a la fiesta.

– Te echaremos a faltar. De todos modos si cambias de opinion ya sabes que mi casa es la tuya -le dijo solemnemente Samper.

Preferia cenar a solas con Angela, y ella tambien lo preferia. Tenia sus motivos: debian celebrar que la restauracion del cuadro de Orfeo habia llegado a su fin. De hecho, Angela la dio por definitivamente terminada el ultimo dia del ano, cerrando asi una labor que a ella la habia absorbido casi por entero y en la que tambien Victor se habia inmiscuido con intensidad creciente. Orfeo asimismo habia participado en un ciclo que ahora parecia concluir. Habia entrado en sus vidas cuando las sombras empezaban a proyectarse sobre la ciudad y ahora su escenario estaba recompuesto como, segun todas las voluntades, lo estaba tambien el de esta. Victor penso que no era una simple coincidencia. Un hilo secreto ataba el destino de la ciudad a la incertidumbre de Orfeo: al fondo permanecia, amenazante, el infierno de la memoria guardando una verdad demasiado intolerable.

En el restaurante Angela le hablo, una vez mas, de aquel lugar paradisiaco en el que los visitantes cedian a la tentacion de quedarse definitivamente. Poseia nuevas informaciones que acrecentaban su fascinacion. Para demostrarlo pidio una hoja de papel a un camarero y se puso a dibujar el mapa del pais. En el apunto los nombres de algunas poblaciones y, luego, de montanas y rios. Victor quedo sorprendido del conocimiento minucioso de que Angela hacia gala.

– Creo que tu ya has estado -bromeo. -No, no he ido. Pero quiero ir. Quiero que vayamos.

– ?Orfeo y Euridice viajando al paraiso de los vivos?

– ?Por que no? -dijo Angela, aceptando el reto.

– Imaginate que pasa como dices y una vez hemos ido a la tierra prometida no queremos volver…

– Es muy sencillo: no volvemos -concluyo Angela.

Victor sintio, como tantas veces, que la fuerza de Angela residia en su capacidad de conviccion. Le prometio que muy pronto harian el viaje y, al prometerlo, se dio cuenta de que el tambien deseaba realizarlo. Deseaba salir, alejarse de la escena en la que estaba atrapado desde hacia demasiado. Nada le impedia viajar, era libre de hacer el equipaje y partir el dia que quisiera. Penso en David cuando, en las aguas del puerto, le aconsejo que se fuera. Que Angela y el se fueran de la ciudad apestada. Pero entonces un cerco invisible lo prohibia, el mismo cerco que se habia ido estrechando alrededor de David hasta acabar por asfixiarlo.

Ahora decian que el cerco se habia roto y que la ciudad estaba de nuevo abierta, dispuesta, como siempre lo habia estado, a comunicarse con el resto del mundo. Las carreteras, los muelles, el aeropuerto se llenarian de individuos que saldrian para apoderarse de las geografias exteriores. De pronto le retorno una duda infantil y se vio montado en el compartimento de un tren, mirando fijamente a traves de la ventanilla mientras pedazos de paisaje circulaban a gran velocidad ante el. Pedazos de mar, de bosques, de campos y, entre ellos, casas y hombres apareciendo y desapareciendo vertiginosamente. O quiza no eran los pedazos de paisaje los que circulaban sino que era el mismo, gracias a ir subido al tren, quien lo hacia. Eso era lo que le decian sus padres, lo que los adultos, burlandose, le aseguraban. Pero durante anos el siempre creyo lo contrario.

Al sonar las campanadas de medianoche se origino un cierto revuelo en el restaurante. Hubo abrazos y cantos al tiempo que se levantaban las copas para brindar. Algunos comensales fueron de mesa en mesa saludando efusivamente a sus desconocidos companeros de celebracion. Angela y Victor se recordaron mutuamente la promesa del viaje mientras oian que otros, a su alrededor, se comunicaban otras promesas: el nuevo ano irrumpia, generoso, como un mensajero cargado de buenas noticias. Nada se decia del ano recien gastado, un cadaver ya descompuesto un segundo despues de haber expirado. O, tal vez, el proceso de putrefaccion se habia iniciado mucho antes, al nacer bajo el signo del desastre. Nadie de los alli reunidos parecia dispuesto a dedicar un minuto de su nuevo ano para aclarar una duda que, posiblemente, ni tan siquiera les afectaba.

Victor miro a Angela. Estaba seguro de que ella no habia olvidado. Unicamente habia preservado hasta el final su estrategia logrando, en cierto modo, mantenerse al margen. Habia hecho bien o, mas exactamente, a el le hacia bien al conservar esta actitud: lo alentaba a escapar del tunel oscuro en el que el observador, por persistir temerariamente en su mision, habia terminado por caer. Instintivamente Victor volvio a la imagen infantil del tren. Ahora era el el adulto pero la imagen se reproducia. Quiza nada en el exterior se habia movido, y el, al igual que le sucedia cuando era nino, habia confundido el movimiento del tren atribuyendolo al paisaje. Quiza la ciudad habia sido la misma de siempre y aquel ano, ahora caido del calendario, habia sido igual a los transcurridos anteriormente y a los que, en adelante, transcurririan. De ser asi unicamente el se habia desplazado, pasando ciegamente de un estado a otro y otorgando al mundo exterior lo que solo en su interior habia en realidad sucedido.

A la salida del restaurante, Victor se obstino en ir al estudio de Angela para celebrar, junto al cuadro el final del trabajo. Antes detuvo su coche en una tienda abierta para comprar una botella de champan. Se alegraba de haber renunciado a la fiesta de Samper y recordo en voz alta algunos de los episodios de la anterior Nochevieja. Ambos rieron, en particular comentando el baile colectivo con que concluyo, el cual, visto a la distancia de una ano, aumentaba su dimension grotesca. Las imagenes retornaban tenidas de colores brumosos y, con ellas, la serpiente humana compuesta por la mayoria de invitados, enroscandose caoticamente en aquella habitacion repleta de espejos.

– No siento haberme perdido las nuevas sorpresas que Samper les habra preparado- dijo Victor.

– Yo tampoco -confirmo Angela-. Pero hubo momentos divertidos.

– Aun estamos a tiempo de ir -le sugirio Victor.

– Me parece mejor idea que continuemos por nuestra cuenta -zanjo Angela, dandole un beso.

El cuadro de Orfeo resplandecia como si acabara de salir de las manos de su autor. A pesar de haberlo examinado tantas veces a Victor le admiro mas que nunca el sutil equilibrio conseguido por el pintor y, tal como le ocurrio el primer dia, tuvo la impresion de que nada estaba decidido. Era imposible averiguar si Orfeo lograria rescatar a Euridice. El pintor habia dejado la resolucion del dilema en manos de los espectadores. Pero el, como ya le sucedio entonces, no se atrevia a decidir. En ningun momento a lo largo de estos meses se habia decidido y, sin embargo, siempre tuvo la intuicion de que al final, sin saber en razon de que, se le exigiria decidir.

Miro los ojos de Orfeo que, a su vez, no se apartaban de los de el. Los miro fijamente, persiguiendo indicios a traves de los que orientarse. Y, por un instante, le parecio que Orfeo sonreia dando muestras de una lejanisima complicidad. Tal vez era solo una sugestion e, incluso asi, aquella leve percepcion le animo a pensar que el infierno perdia posibilidades y que la balanza podia decantarse hacia la salvacion. Orfeo, astuto, habia ocultado sus recursos secretos y, tras aparentar ser dominado por la oscuridad, estaba en condiciones de acceder a la luz.

La musica que habia puesto Angela favorecia el triunfo de Orfeo. Estuvieron largo tiempo tumbados en un sofa, ante el cuadro, mientras apuraban la botella de champan. Los ruidos de la Nochevieja procedentes de la calle disminuian en intensidad y, cuando hicieron el amor, habian cesado casi por completo. Victor sintio simultaneamente el cuerpo de Angela y la mirada de Orfeo, y ambas sensaciones eran calidas, acogedoras en extremo, complementarias hasta confundirse en un horizonte indefinido. Alguien, Angela u Orfeo, ambos quiza, la una con su piel, el otro con su mirada, le arrastraron hacia arriba, hacia el mundo de los vivos. El iba dejando atras las avenidas vacias de una poblacion deshabitada. Caminaba lentamente, luego mas deprisa, corriendo en el ultimo tramo hasta llegar a las murallas de la ciudad. Sabia que al otro lado se extendia el mundo de los vivos. Por fin, a punto de perder el aliento, las puertas de la muralla se abrian de par en par.

Angela se durmio entre sus brazos. Victor, por el contrario, permanecio despierto hasta que las primeras luces asomaron por las rendijas de la persiana. De repente tuvo un sobresalto y se levanto precipitadamente. Anduvo tanteando por la habitacion a oscuras en busca del interruptor. Despues rectifico y se acerco a la ventana. Muy despacio, tratando de no hacer ruido, levanto la persiana para que algunos surcos de luz inundaran la estancia. Impulsivamente se dirigio, de nuevo, hacia el cuadro de Orfeo, banado por una tenue luminosidad. Tenia la sospecha de que habia aparecido en el una grieta finisima, igual a la que Angela habia visto en su sueno. Para cerciorarse recorrio minuciosamente la superficie de la pintura. Repitio varias veces la operacion hasta comprobar, con alivio, que su sospecha era infundada. Orfeo le seguia mirando con la sombra de una sonrisa en sus ojos.

Volvio al sofa, cubriendose con la manta hasta el menton. A aquellas horas de la manana el frio se dejaba sentir y experimento con gozo el retorno a la piel de Angela. El silencio era absoluto. Un silencio poderoso, tranquilizador, que cubria con su coraza la entera ciudad. Entonces se escucho el sonido de una sirena que interrumpia el amanecer. Un sonido que se aproximaba, cortante como el filo de una navaja.

Barcelona – Peratallada, verano de 1992

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