verduras y ensaladas, adobadas con especias y aceite de oliva. La comida es casi siempre sabrosa pero las posibilidades no son muy extensas.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para imponer mi voluntad a la hora de salir. Pero logre hacer comprender a Setrak que no queria ir a Saladino sino mas al norte, a un lugar que se llama Salma y de alli a Suitlef, en lo alto de esa cordillera bajo la cual se extendian las tierras que antano habian sido pantanosas. Puso cara de pavor mientras ascendiamos otra vez entre nogales y granados, sobre tierra mas caliza, y con pueblos de veraneo de las gentes de Lataquia y Alepo esparcidos por los montes cercanos.
Cuando encontramos un cruce, y yo por decir algo y suavizar un poco la afrenta a que lo habia sometido, le pregunte si sabia en que direccion ibamos, me dijo con suficiencia:
– Claro que lo se, si no digo nada es por dejarte a ti, que no paras de mirar los mapas, para que tu aprendas.
Y por la forma en que lo dijo me di cuenta por fin de que no era cierto que no creyera en los mapas, lo que ocurria es que apenas sabia leer y leerlos. Aunque lo que menos me perdono es que no hubiera querido ver el castillo de Saladino, un castillo anterior a los cruzados construido en la pura roca entre dos corrientes de agua, el mas inexpugnable de todos los castillos de Siria.
A partir de Ain Slamo, un paisaje de piedra caliza y encinas se vuelca sobre el abismo, y al mirar hacia el llano me entro vertigo y senti un temblor incontrolable en las piernas. La carretera desciende por un muro casi en picado, en curvas que dejan apenas entre ellas unas breves terrazas, como pequenas ciudadelas. Setrak murmuraba acongojado como si el mismo fuera el coche y sintiera en su propia carne la presion del freno y la forzada primera que no movio en todo el descenso. Yo tenia miedo de que el coche comenzara a echar humo, pero me mantuve al margen esperando que los dioses nos fueran propicios.
El paisaje era impresionante y la vista alcanzaba hasta un horizonte tan lejano que se fundia en las brumas de la distancia. Mas emocionante que Ugarit, reconoci.
A medida que descendiamos, disminuia el vertigo y volvia la fertilidad a los montes. Y Setrak se atrevio a meter la segunda aunque sin dejar de murmurar. La vista del valle del Orontes desde esta otra ladera era aun mas impresionante que desde la fortaleza de Afamia. Debia de tener unos cincuenta kilometros de longitud por diez o doce de anchura, era plano como la palma de la mano y estaba cruzado por carreteras y canales que dibujaban en rectangulos los campos de cultivo, como un mosaico verde, violeta y pardo. Y entre las dos vertientes se creaba un inmenso conducto que atraia el viento cada vez mas enfurecido a cuyas rafagas se oponian, como en mi pais, las barreras de cipreses tanto mas espesas cuanto mas nos acercabamos al llano. Las pastoras seguian su camino rodeadas de ovejas y ocas sin que las arredrara el viento enloquecido que recorria el valle porque llevaban cubiertos los rostros con un panuelo que les daba varias vueltas a la cabeza y las protegia del sol y de las rafagas que despeinaban los altos chopos y los abedules y los sauces y aplastaban contra el suelo las matas espesas de las adelfas en flor.
Mas al sur, en la vertiente opuesta, en algun lugar que no distinguia aun, Afamia debia dibujar el perfil de sus arcos romanos en la cresta de los montes.
En los caminos al borde de la carretera las mujeres volvian a casa con fardos de hierba a la espalda, como las de Africa o como la viejecita cargada de lena de los cuentos de mi infancia. Otras avanzaban con el cantaro en la cabeza que sostenia como un milagro el contoneo de su cuerpo. “A la fuente voy por agua de san Antonio, seguro que de la fuente me traigo un novio”, asi cantaba una lavandera de mi pais. Recuerdo que la primera vez que fui a Cadaques, en la primavera de 1959, las mujeres iban aun por agua a la fuente porque la del grifo, cuando la habia, era pura agua de mar, y volvian con ‘es doll’, el cantaro de ceramica verde, en la cabeza con igual gracia que esas muchachas sirias y con la misma que emplearian ellas poco despues cuando sustituyeron ‘es doll’ por la bombona de butano.
El llano estaba tapizado de campos de trigo, huertas e hileras de naranjos y crecian lirios en los bordes de los riachuelos y de los canales. Los tractores y los camiones volvian cargados de hortalizas y en las acequias chillaban y se chapuzaban los chicos. El sol habia comenzado a descender. Las sombras de los cipreses dibujaban lineas ondulantes de sombra en la carretera donde nos cruzabamos con camionetas repletas de mujeres cantando que volvian a sus casas tras una jornada en los campos que se habia iniciado con el amanecer.
Al salir del valle ya casi en la penumbra para ir a buscar la carretera de Alepo el paisaje cambio otra vez y la tierra se volvio roja. Atravesamos una zona de lomas plantadas de cerezos, y como habia vendedores en los bordes de la carretera le pedi a Setrak que se detuviera porque me apetecia comprar unas pocas. Se ofendio.
Se ofendia siempre. Se ofendia por todo y esta vez lo pago el nino al que compre una bolsa de grandes cerezas casi negras. El pretexto para la brutal reprimenda que le dejo con lagrimas en los ojos fue que el chico, al ver que yo era extranjera, me habia pedido treinta liras en lugar de las veinte que valian (unas noventa pesetas en lugar de sesenta)
. Y cuando le pedi que no le rinera mas, que no era para tanto, se volvio contra mi acusandome de ser una extranjera sin escrupulos y de no dar valor al dinero, y de que por mi culpa estos chicos y las generaciones venideras perderian el sentido de la moral y no se podria vivir en un mundo plagado de usureros, tramposos y delincuentes. Se puso hecho una furia, del mismo modo que reaccionaba en la carretera cuando nos cruzabamos con alguien que no le dejaba sitio, como cuando alguien tocaba la bocina con insistencia, como cuando yo le decia que queria detenerme o seguir o cambiar de direccion.
Pero de nada me serviria discutir, asi que para vengarme, le di bajo mano una propina al chico que aumento aun mas su desconcierto y que a buen seguro habria de acelerar el descalabro moral de las futuras generaciones. Luego me meti en el coche y me puse a comer cerezas como si me corroyera el hambre.
El sol estaba muy bajo y las torres de agua se levantaban contra el ocaso sobre los campos arados y tras las casas con patios, mas ordenado ahora el paisaje, mas limpio. Faltaban sesenta kilometros para Alepo, y se sucedian los hermosos pueblos de piedra blanca en un llano de extrema fertilidad: habian desaparecido los montes como por arte de magia o quiza los ocultaba la neblina que dejaba tras de si el sol poniente, hasta donde la vista alcanzaba no se veian mas que sembrados y labrantios y casas de campo rodeadas de huertas, ni ostentosas ni miserables, casas que ya no pretendian remedar el chaletito occidental, casas de piedra como dados de arena sobre la tierra oscura, y hornos de pan como piramides redondeadas y encaladas. Los campesinos sentados a la puerta disfrutaban del fresco del atardecer mientras grandes arcos moviles de riego automatico fustigaban el aire con destellos y murmullos.
La entrada a Alepo a esa hora del crepusculo fue espectacular.
Hermosas construcciones de piedra marmorea, blanca a la luz violeta que precede a la noche, se extendian a ambos lados de las grandes avenidas coronadas de farolas que oponian su luz al firmamento donde se inmovilizaban los vestigios de la ultima claridad.
Setrak se detuvo a poner gasolina a cien metros del hotel.
– Podrias llenar el deposito manana -le dije-, manana no hay nada que hacer.
– No, ahora.
– Esta bien -y pacientemente espere a que nos tocara el turno.
Cuando me dejo en la puerta del Hotel Amir, un rascacielos en el mismo centro de la ciudad, le dije que hasta dentro de dos dias por la noche no le iba a necesitar porque queria visitar la ciudad con calma.
– Entonces ?para que has alquilado el coche?
– Para volver a Damasco -replique.
– Y mientras tanto, ?que hago yo? Yo podria haber trabajado esos dos dias.
– El trato que hicimos era para cuatro dias. ?Que mas te da -anadi utilizando ya con normalidad el tu que el me habia impuesto desde el principio- si voy en coche o no voy? Tu cobras lo pactado y ya esta.
– ?Oh!, ya esta, ya esta. Esto no es justo. En una hora tu puedes haber visto la ciudad y yo puedo llevarte por la tarde a ver la Basilica de San Simeon. Esta a sesenta kilometros y la carretera es muy buena, de las que te gustan a ti.
No tenia la menor intencion de visitar la Basilica de San Simeon, construida en el siglo V en la ciudad de Qala Samaan, para conocer el mayor monumento a la estulticia que existe en el universo, el monumento al hombre que renego de las mujeres, incluida su propia madre, a la que se nego a mirar durante los cuarenta anos que vivio sobre una columna amenazando a los mortales con los castigos que Dios les impondria por vivir en el vicio y la iniquidad. No pensaba en absoluto visitar esta basilica.
Pero no se lo dije.