Atravese caminando la ciudad en busca del parque publico en los lindes del barrio frances con sus construcciones de los anos treinta, de angulos romos y terrazas de barco siguiendo el perfil del edificio.
El parque es inmenso y cruzado por amplias avenidas en forma de estrella que desembocan en magnificas plazas ajardinadas, con fuentes y surtidores, una mezcla de jardin arabe, geometrico, en el que los franceses dejaron esas masas de boj o de arrayan recortadas en forma de bolas o de conos bajo cuya sombra duermen hoy los hombres o juegan las mujeres en grupos con sus hijos sin pensar en el pasado.
Varios mendigos envueltos en los pliegues biblicos de sus harapos dormian placidamente bajo un tamarindo en flor, con un gigantesco turbante por almohadon.
Me dirigi al recinto florido del restaurante y pedi un bocadillo y una cerveza, y senti de nuevo esa sensacion de lujo y hasta de lujuria que transmiten los surtidores y las parras, la mezcla de palmeras, pinos, lonas y toldos blancos, los estanques con peces de colores, las grandes adelfas en flor, todo hermoso, ordenado, bien organizado, descascarillado siempre.
Me sirvio displicente uno de los mil camareros que charlaban, tomaban te y fumaban en un rincon del restaurante. No era un experto ni impecable estaba su americana blanca, pero se mostro amable y sonriente.
Cuando este pais sea un poco mas rico, si antes no llega un nuevo y mas sangriento golpe de estado que le suma en las tinieblas, no habra lugar en el mundo que reuna mas elementos de sensualidad y lujo capaces de desterrar los Mickey Mouse, la musica atronadora y las chillonas hamburgueserias americanas de nuestras latitudes pense, aunque duro poco la esperanza y presenti que, como nosotros antano, tambien ellos estan inevitablemente abocados a la modernidad occidental impuesta por las multinacionales, porque la musica arabe que lanzaban al aire los altavoces ya tenia un pase por el rock o por la salsa, perdidas para siempre la sinuosidad, la gracia y la garra.
La francesa en el museo.
El Museo Arqueologico de Alepo, un museo pequeno y estructurado con intencion pedagogica, contiene objetos preciosos, vasos y jarros decorados, bajorrelieves, tablillas cuneiformes, piedras labradas, joyas y aderezos en vitrinas buena parte de ellos, que abarcan un periodo comprendido entre el quinto milenio a.C. y el siglo V d.C., en su mayoria procedentes de las antiguas ciudades sirias, Mari, Ugarit, Ebla, tesoros de los sumerios y de los hititas y restos del mundo griego y romano y de los distintos periodos islamicos. El edificio construido para museo consta de dos plantas cuyas salas envuelven un gran patio central.
En la entrada despues de las escalinatas de acceso nos acogen impresionantes estatuas de basalto del siglo IX a.C. descubiertas en Tel Halaf de estilo neohitita: una diosa y dos dioses de pie a lomos de su animal atributo, dicen todas las guias, que sostenian el portico de entrada de un palacio, y dos esfinges que fueron ornamentos en la base de la jamba de la misma puerta.
El Museo esta organizado de acuerdo con los lugares arqueologicos mas importantes donde se encontraron los objetos, lo que no significa que los de una ciudad o un ‘tel’ determinado pertenezcan necesariamente a un unico periodo historico, sino que a veces muestran una variedad de civilizaciones e influencias del mismo periodo.
Estaba pensando como organizar la visita cuando descubri la mirada fija en mi de un muchacho que se acercaba. Le volvi la espalda de malos modos tal vez porque recorde al chico del zoco (el unico impertinente que encontre en dos meses de viaje), aunque enseguida me di cuenta de que no tenia intencion de guasa ni habia en sus ojos picardia alguna, asi que me volvi para rectificar pero ya no fue posible porque debio de interpretarme mal y huyo escaleras abajo aterrorizado por aquella mirada airada con que yo habia respondido a la suya. Me costaba recordar y reconocer que en Siria todo el mundo es amable, y que hay que perder ese miedo a lo desconocido que nos acompana en Occidente porque, hoy por hoy, todo parece indicar que la gente esta en la calle para acompanarnos, protegernos y ayudarnos, y si en algun momento descubren que nos son incomodos o queremos estar solos, se retiran sin ofenderse y siguen su camino. Y la excepcion no es nunca un pretexto para tomar represalias o desconfiar.
Me uni a un grupo de franceses y me detuve tras varias mujeres un tanto rezagadas y desinteresadas.
Excepto una de ellas.
– ?Ah no! -decia detras de mi en frances-, son tres millones de anos, el hombre ya es bipedo pero en absoluto un ser humano. -Era evidente que hablaba sola pero ofrecia su discurso de entendida a las otras dos, convencida de que la seguian. Ellas, sin embargo, se habian detenido en una vitrina de amuletos del tercer milenio y no le prestaban la menor atencion. La mujer continuaba su discurso para mostrar, con esa pedanteria tan francesa, que la vision de esa hacha primitiva con la que nuestros antepasados se defendian o atacaban a sus coetaneos, la habia dejado hasta tal punto atonita que sin poderlo evitar, sin ser siquiera consciente de ello, la ciencia que contenia su intelecto brotaba espontaneamente de su boca. Se agachaba con agilidad y contemplaba otra pieza con mirada de experta.
– ’Probablement… oui, oui’ [2] -la oia murmurar mirando ahora los relieves de basalto del templo de Ain Dara. Y me dedique a seguirla porque me tentaba recorrer las salas con ese ser singular.
– ?Dieciocho siglos antes de Cristo! -continuaba admirada ante una estatuilla de bronce del dios Baal-, esto quiere decir que estamos en la epoca de Abraham.
Pero habia mirado mal, la figurilla no era del siglo XVIII sino del XIV. Di una vuelta con disimulo y la mire de frente: llevaba unas gafas con un cristal tan gordo que sus ojos miopes hacian aguas tras ellos. Era imposible que pudiera leer esas letras minusculas de las cartelas.
– ’Cet bassin rituel, pour porter de l.eau, c.etaient des gens comme &a…’ [3]
– ’Ah, &a c.est apres l.incendie’ -decia-, ‘la salle du marche [4] -se acerco mucho mas, se levanto las gafas y leyo y tradujo del ingles siguiendo el texto con el dedo y aplastando casi el ojo contra la cartela. De todos modos a mi me dio la sensacion de que inventaba lo que decia porque no tenia el menor sentido, pero no pude comprobarlo porque si me acercaba me descubriria y la perderia.
Me detuve a contemplar la estatuilla de Lamji Mari, gobernador de la ciudad de Mari decia la placa, de la primera mitad del tercer milenio, un gobernador con barbas y faldas de grandes plumas de ave, y tuve que correr para recuperar a mi francesa que ya estaba en otra sala haciendo gestos de asentimiento frente a unas vasijas de hace tres mil anos. Claro, claro, parecia decir para si misma, anonadada, creyendo aun que la seguian sus amigas, pero sin atreverse a comprobarlo.
Paso por la sala helenica de Palmira sin darle demasiada importancia. No se si queriendo significar que esto no era ni mucho menos lo mejor del Museo o que su especialidad se remontaba a milenios, no a siglos.
De pronto, al volverse, se dio cuenta de que se habia quedado sola conmigo. Me miro sin reconocerme y me pregunto:
– ’Etes-vous archeologue?’ [5]
– No -respondi.
Respiro a todas luces aliviada.
– ’Etes-vous du group?’ [6]
– No -repeti.
Fruncio el ceno como queriendo saber que demonios hacia yo alli entonces. Y consciente de que por mi no hacia falta tomarse tanto trabajo, recorrio los metros que la separaban de los demas y se unio a su grupo en la sala siguiente.
– Oh, si hubiera un banco -decia en un susurro otra francesa a su marido con cara de dolerle los pies-, tanta piedra y ninguna para sentarse. -El marido un tanto azorado le dio un codazo.
– Son las cinco y media y a las ocho tenemos la cena -levanto la voz otra turista agotada por ver si de una vez el guia se los llevaba y podian sentarse en alguna parte.
Viajar en grupo y estar obligada a recorrer los museos al ritmo de los demas debe ser una verdadera tortura, me dije al abandonar el Museo saltandome las salas de pintura contemporanea que, despues de esos tesoros milenarios, no habria sabido como mirar.