A la izquierda subiendo dos peldanos, otro patio mas pequeno aun, estaba alfombrado como es costumbre en el pais, con tapices de distintos tamanos que se superponen hasta cubrir la totalidad de la superficie, y sentado en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared un arabe leia un gran libro con tal atencion que ante nuestra aparicion no levanto la vista un solo instante. En la parte opuesta se abria el mausoleo y en el centro del patio, frente al lector, el chorro de un surtidor se levantaba apenas unos palmos del estanque y cantaba el agua bajo el limonero florido que daba sombra y fragancia al ambiente. Todo parecia en miniatura.

Todo controlado, el silencio, el ruido, el chorro de agua, las zonas de sol y sombra, las medidas proporcionadas de los patios, los arcos y los muros, los pasos del iman gordito con un bonete blanco que aparecio por una puerta del fondo, en el segundo patio, y se acerco a darnos la bienvenida.

Despues de hablar con el guia y saludarnos con una inclinacion al tiempo que se tocaba el pecho, la boca y la frente, se fue en busca del manto negro que yo habria de ponerme. Era de material acrilico y me daba calor. Como una exhalacion cruzaron por mi mente esas mujeres del Iran o de Arabia Saudi que no se lo quitan mas que en casa y di gracias a Ala por haberme hecho nacer en un pais donde no privan esas costumbres.

El iman comenzo a hablar y el guia iba traduciendo. La fecha de fundacion de esta ‘medersa’ es el 589 de la Hegira, que corresponde al ano 1193 de nuestra era, segun reza en la placa empotrada en el vano del portal, bajo los alveolos de la semicupula que, segun leyo y tradujo Yemael, decia asi:

“En el nombre de Ala se creo esta escuela para los discipulos del iman supremo, la antorcha de la nacion, Abu Hanifa, ?que Ala este satisfecho de Si mismo!, en la epoca del rey Al Zahir Gazi, hijo de Yusuf, cuya victoria sea glorificada, el esclavo que anhela la misericordia de su Maestro, Chahadbaj, el emancipado del rey Al Adil Mahmud, hijo de Zengi, en el ano 589”.

Despues nos acercamos al medallon sobre el arco de la puerta donde figuraba el nombre del arquitecto:

“Obra de Qasim, hijo de Said, el que esta avido de la misericordia de Ala”.

El guia repetia obediente: “El fundador de esta ‘medersa’ fue tambien el constructor de una cisterna. Por el apellido que significa “afortunado” se supone que fue un liberto que tomo el nombre de quien le libero, y en unos escritos sobre la muerte de Nureddin, figura como un eunuco hindu que fue lugarteniente de la ciudadela. Fue tambien tutor de los hijos de Nureddin. Y a la muerte de este aseguro la descendencia…”.

La historia era larga y confusa y llegaba a nuestros dias con un repertorio de nombres, asesinatos, sucesiones, guerras y traiciones que no logre retener, mas o menos como las que jalonan nuestra propia historia.

Entramos en el ‘haram’. Era un pequeno santuario alargado con una cupula entre dos bovedas. El nacimiento de la cupula formaba un octogono cuyos cuatro angulos alternos miraban a los cuatro puntos cardinales. Un rayo de sol casi solido de puro delimitado y preciso caia sobre el muro. Es la ‘meznara’, me explico el guia, el boquete abierto en la cupula por donde entra un rayo de sol que marca en las inscripciones de la pared la hora de la oracion del almuedano. Pero esto era cuando no habia relojes, aclara. Entonces la hora de la plegaria dependia del sol.

– Y ?cuando no habia sol?

– ?Como cuando no habia sol?

Siempre hay sol, el sol sale todos los dias -respondio mirandome extranado.

Es cierto, cada pais configura la medicion del tiempo de acuerdo con los elementos de que dispone.

Quiza en los paises nordicos midieran los periodos y los intervalos por las gotas de lluvia o el paso del agua de los rios. Y tal vez esa sea la razon por la que la religion musulmana nunca haya logrado afianzarse en aquellas tierras humedas y verdes sin sol.

Al salir del santuario despues de haber admirado el ‘mirnab’ en marqueteria de marmol que los siglos han mantenido intacto, nos invitaron a sentarnos sobre la alfombra junto al hombre que seguia leyendo apoyado en la pared, y que no levanto la vista del libro en el rato que permanecimos alli.

Todo sucedia con lentitud, con pausa, en voz baja. Ningun sonido, ninguna voz ahogaba la de los demas. Les oia hablar y me dejaba llevar de la melodia de esa lengua de consonantes duras, que alternadas con las profundas aspiraciones y las largas vocales abiertas dan lugar a un canto de cadencia singular, y oia al mismo tiempo el rumor del agua y el tenue viento que movia las hojas del limonero, y me quede traspuesta mirando el chorro del surtidor, un movimiento tan absorbente y fascinante como contemplar la danza de las llamas en el fuego del invierno. Me sentia en paz y solo me ofendia el calor que se acumulaba bajo el manto con el que trataba en vano de cubrirme las piernas y los pies al mismo tiempo que la cabeza y los cabellos. Lo deje resbalar con disimulo sobre los hombros para que desapareciera ese ahogo en la cara que sentia congestionada, pero el guia, al darse cuenta de que se me habia caido, me hizo un gesto para que me cubriera, y el iman, como si adivinara mis ocultas intenciones, anadio que sabia cuan caluroso podia ser ese atuendo pero me rogaba que comprendiera que no me lo habia hecho poner por someterme a una inutil penitencia sino por respeto al lugar santo donde nos encontrabamos. Lo comprendi, subi el manto hasta la frente y procure olvidar ese miniclima canicular que envolvia mi cuerpo.

Entonces aparecio un alumno con una bandeja de metal labrado y tres vasos de manzanilla ardiendo. Para refrescar, supuse, como el te que me ofrecio Mrs. Davies, mi patrona de Oxford, un dia, hace ya muchos anos, durante una excursion.

Y mientras el iman iba en busca de grabados y planos de la mezquita y fotocopias de libros antiguos en los que se narraba su historia, e incluso cuando volvio con ellos bajo el brazo y nos los mostro, por mucha atencion que les prestara, por muchas exclamaciones que dijera, yo estaba a miles de kilometros de distancia y habia retrocedido veinticinco anos en el tiempo. Estaba yo entonces pasando un mes en Oxford y habia alquilado una habitacion en la casa de Mrs. Davies y de su hermana Mrs. Parsons. Un dia, quiza el mas caluroso que recuerdan los ingleses, me invitaron a dar un paseo por el campo en el coche de una amiga. El calor era insoportable y, como ninguna de las tres damas tenia menos de ochenta anos, las ventanillas del coche permanecian hermeticamente cerradas para evitar las corrientes. Yo, como ellas, estaba sofocada pero no me atrevia a protestar; ellas, en lugar de bajar los cristales, no hacian mas que quejarse de la crueldad de ese verano inmisericorde. De pronto dijo la amiga que conducia:

– ’Five o.clock, it.s tea time.’ [7]

Nos detuvimos en la carretera bajo un arbol de hojas raquiticas que apenas daba mas sombra que un almendro.

Tranquilizada porque creia que ibamos a dejar ese infierno, ya me disponia a abrir la puerta cuando me percate de que nadie tenia la menor intencion de salir. Delante, las dos damas permanecieron inmoviles mientras Mrs. Parsons, que compartia el asiento de atras conmigo, levanto del suelo una cesta de la que extrajo varias tazas de picnic y un termo que resoplo al abrirlo como una locomotora y solto un vaho tan ardiente y espeso que dejo el interior del coche borroso como un bano turco. Casi a ciegas Mrs. Parsons nos sirvio el te en ebullicion en las tazas de plastico que yo iba cambiando de mano para no abrasarme los dedos.

Entre las brumas del vapor vi de pronto que en el asiento delantero Mrs. Davies se llevaba el te a la boca y lo bebia sin abrasarse la lengua. Deposito la taza en el reverso de la tapa de la guantera que habia abierto y que tenia una hendidura especial al efecto, y ante mi asombro y el asentimiento de las otras dos damas, lanzo un suspiro de satisfaccion y exclamo solazada:

– ’How refreshing!’ [8]

Lo mismo que yo repeti riendo aun para mis adentros aquella manana en el patio de la ‘medersa’, veinticinco anos despues: los designios del Senor, me dije una vez mas, son inescrutables e impredecibles las relaciones que establecemos con el pasado.

Cuando nos despedimos, el iman me dio a besar el Coran e inclinando la cabeza me deseo varias veces que Ala me protegiera todos los dias de mi vida. Fui a ofrecerle una limosna por el tiempo perdido pero no la acepto. Nuestro deber y nuestro gozo, dijo, es atender a los hermanos, sean o no sean musulmanes. No insisti, y en senal de agradecimiento y respeto por el y por la religion que le inspira, bese de nuevo el Coran que mantenia aun abierto, le devolvi el manto, eche una ultima mirada al remanso de paz que me habia acogido con tal complacencia y descubri en un rincon del patio cuatro grandes tiestos poblados de aspidistras verdes y relucientes que, contra todo lo que he aprendido sobre plantas en mi vida, parecian encontrarse en la gloria al brutal sol del mediodia.

El Bimaristan Argun.

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