Caminamos por las callejuelas hasta encontrar un edificio construido en el 755 de la Hegira, el 1354 de nuestra era, que segun explico Yemael era el Bimaristan Argun. Es uno de los mas bellos edificios de la ciudad antigua de Alepo, que pude admirar a voluntad porque el guia se excuso diciendo que era la hora de la plegaria y tenia que retirarse a orar. Insistio en que, si al acabar la visita el no habia llegado aun, me sentara en el ‘liwan’ con los guardianes que habian instalado una tienda en el patio y pasaban alli el dia de fiesta con sus seis ninos. Siempre me sorprende esta capacidad que tienen los arabes para montar un hogar con alfombras, toldos, despensas y lechos en los lugares mas insolitos sin que ofenda su intimidad ni moleste su constante trajinar.

Estaba en realidad en un antiguo hospital para locos, es decir, un manicomio. Dos ‘liwanes’, uno frente a otro, se abren al patio donde hay un gran estanque. Yendo al interior del edificio por estrechos y oscuros pasadizos sin mas luz que los rayos que se filtran por las exiguas claraboyas del techo se encuentran tres patios mas, cada uno con su surtidor central.

Los tres estan rodeados de minusculas celdas desde cuyas ventanas enrejadas los locos veian pasar el tiempo al ritmo o al sedante rumor del surtidor. Es admirable que en el siglo XIV se construyera un manicomio donde en lugar de inmovilizar a los locos con cadenas y correas hasta convertirlos en bestias se intentara dulcificar sus terrores con el monotono rumor del chorro de agua que habia de ejercer, y quiza fuera cierto, una influencia benefica sobre sus mentes torturadas.

Volvi al patio central por esos pasillos oscuros casi laberinticos, donde me esperaba el surtidor con los cisnes y los ninos de los guardas. El guia no habia vuelto aun, asi que acepte el ofrecimiento del padre y me sente en el suelo sobre un colchon de flores que servia de sofa y me entretuve con los ninos que se acercaban a mostrarme sus tesoros, unos lapices de colores y un coche de madera con ruedas claveteadas. Nos entendimos por senas y despues de repetirles mi nombre y senalarme, logre saber los de padres e hijos, Ime, Abdul, Menel, Ali, Ahmad, Fatmi, Hammed y Aicha. El hombre me acerco una taza de te y me ofrecio tabaco. La mujer de piel muy clara y ojos grises y con un velo blanco sobre el cabello suelto, trajinaba preparando la comida en un fogon afianzado sobre un escabel. Hacia calor, pero ella no parecia agobiada ni sofocada. Se volvio hacia mi con un pincho de carne en la mano. Yo no sabia que hacer, los ninos gritaban y la mujer seguia esperando con el brazo tendido y con la sonrisa inmovilizada en su rostro dulce y expresivo. Tome lo que me ofrecia y lo comi mientras los ninos reian y aplaudian. Era un pedazo de higado de cordero envuelto en un tenue velo de su propia grasa, adobado con menta, una verdadera delicia. La mujer iba repartiendo pinchos como el mio a toda la familia y pronto volvio a tocarme el turno. Esta vez se trataba del lomo, de cordero tambien, con una tira de pimiento rojo.

Por el apetito que se me iba desencadenando comprobe que era muy tarde ya, y por el tiempo que hacia que habia desaparecido llegue a la conclusion de que el guia en lugar de ir a rezar se habia ido a su casa a comer y a echarse una siesta. Cuando volvio al cabo de mas de una hora ya habiamos terminado el cordero a la menta, la ensalada de apio y puerros aderezada con aceite de romero y varias hilachas de queso de Alepo con miel. Yo habia sacado decenas de fotos a los ninos, que excitados por la novedad reian y se ponian en las posturas mas estrafalarias. Uno de ellos, en un alarde de precario equilibrio, habia caido al estanque ante los gritos de los demas. La madre lo habia mirado sonriendo pero no dijo nada, el padre fumaba su cigarrillo sentado a la sombra. Yo comparti otro te con ellos mientras mirabamos a los ninos que, uno tras otro, se dejaron caer al agua asustando a los cisnes blancos.

Nos despedimos con besos y abrazos y les prometi, traducido ahora por el guia, volver para darles las fotos. Todos me acompanaron a la salida y agitaron los brazos apinados en la puerta. Al torcer por una calle lateral me volvi y aun seguian alli despidiendome con la mano.

Cuando en otro viaje a Alepo volvi al Bimaristan Argun, el patio estaba desierto y nadie respondia a mis llamadas. Al cabo de un momento salio un hombre medio dormido, un poco asustado, y al preguntarle yo donde se encontraba la familia, salio corriendo a la calle y volvio con el padre, que no podia creer que yo hubiera vuelto con las fotos, como si lo natural fuera su generosidad pero no estuviera prevista la de los demas. Me dijo que ese dia, martes, creo que era o miercoles, el Bimaristan estaba cerrado al publico y los ninos habian ido con la mujer a casa de los padres de ella que vivian en el campo. Dijo mil veces que les diria que yo habia vuelto, les mostraria las fotos y, estaba seguro, todos ellos estarian muy tristes por no haberme visto. Despues me pidio que esperara un instante, se retiro y volvio con un bolso de punto de color celeste con mariposas amarillas, rojas y marrones, que su hermana habia bordado a mano, rogandome que lo aceptara en senal de amistad.

No hay un arabe de Siria que no se desviva por hacer la vida agradable a sus huespedes, los conozca o no. Es impresionante lo dotados que estan para la hospitalidad, la generosidad, el desprendimiento, la capacidad de compartir lo propio. No lo hacen ni por obligacion ni por merecer elogios, ni siquiera por ser mejores, sino porque para ellos supone el mayor de los honores.

Mezquitas y ciegos.

Caminamos de nuevo al sol de la tarde y yo apenas me enteraba de lo que veia. La mezquita otomana Adliye, la mas antigua de las mezquitas turcas de Alepo construida en 1517 con cupulas turcas, es del siglo IX, me dijo Yemael aunque luego rectifico y la situo en el siglo IX de la Hegira. Salieron los estudiantes y, para mi tranquilidad, nos dijeron que no podiamos entrar. Lo mismo ocurrio en la gran mezquita de los Omeyas donde a mi solo se me permitio entrar en el gran patio lleno de ciegos que por unas monedas -o unos billetes porque casi no hay monedas- cantan versos del Coran. El guia se fue de nuevo a rezar, dijo, y me dejo sola en medio del patio rodeada de esos ciegos que, aunque sabia que no me veian, me hacian sentir incomoda, porque no tenian aspecto de ciegos bondadosos sino hirientes y mordaces. El guia volvio purificado por su oracion y me tranquilizo.

Los ciegos, sentencio, nunca son tan bondadosos como los sordos; los ciegos, insistio, son malos o por lo menos resentidos, pero solo de palabra y de gesto, por lo demas tienen buen corazon.

Cuando llegue al hotel estaba agotada de calor y de cansancio.

Me despedi del guia que se inclino ceremoniosamente e hizo ademan de besarme la mano. Pero aun asi, cuando le vi meterse por una calleja ya casi oscura, sali en otra direccion para ir al bar del mitico Hotel Baron donde tantos y tantos aventureros y personajes celebres habian tomado su ginebra o su martini, dispuesta a hacer yo tambien lo mismo a la salud de esos seres que me acompanan aun.

Fiesta en la calle.

Todavia me entretuve y di un rodeo para acercarme a una de las puertas de la ciudad que data del siglo XV, cerca de la estacion de taxis, llamada Puerta de Antioquia y cuando iba a sacar una fotografia a una nina vestida con un traje de fiesta donde habia mas estrellas que en el cielo de agosto, se escapo y se escondio tras un portalon.

Paso un arabe en una moto sin silenciador ondeando su panuelo al viento. La ciudad estaba llena de campesinos vestidos de las formas mas variadas, familias enteras como salidas de viejas fotografias, chicas cogidas del brazo que recorrian las aceras saltando al compas de sus canciones, soldados en grupos contemplandolas, camionetas con la plataforma atiborrada de gente que cantaba y reia.

De pronto, en una bocacalle vi a una multitud de hombres, mujeres y ninos vestidos de fiesta que sostenian guirnaldas o agitaban en el aire ramos de flores. La calle estaba llena de inscripciones de colores y de las fachadas de las casas colgaban adornos y pancartas con caracteres arabes bajo arcos de triunfo de boj y arrayan. Intente adentrarme y al poco tiempo me vi envuelta en un jolgorio espectacular de gritos, cantos y tambores: era el recibimiento a unos vecinos que regresaban de su peregrinacion a La Meca. Sin saber hacia donde, avance arrastrada por la multitud, que ni siquiera me veia, y a punto estuve de caer sobre dos corderos atados a una reja casi a ras de suelo que en vano balaban y se lamentaban de tanto apretujon. Los balcones estaban llenos de mujeres hablando a gritos con los de la calle. De pronto, un rebato de tambores me atrono los oidos y en el mismo instante la gente abrio paso con dificultad a cuatro hombres vestidos de blanco, altos y elegantes, de largas barbas y velos recogidos en la frente con el ‘selok’, que se detuvieron forzados por el gentio, se abrazaron y se besaron una y otra vez ante los aplausos enloquecidos de todos.

Alguien, entre las piernas de la gente, habia agarrado uno de los corderos y lo estaba matando sin que nadie oyera ni reparara en el ultimo chillido estridente del animal al sentir en la carne el filo del cuchillo. Un chico mojo la mano en su sangre y la estampo en la pared blanca. La calle entera retumbaba con el fragor del griterio y el baile improvisado al compas de los tambores, algunos se arrancaron a dar palmas y todos querian tocar la mano

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