entrar en contacto con gente del pais, pero ahora que comenzaba a conocer Damasco, que ya tenia amigos y un futuro de planes en que pensar y que realizar, verlo de nuevo se me hacia tan extrano como volver al colegio despues de las vacaciones. Ademas, no podia recordar que nos habiamos dicho durante el viaje, ni era capaz de reconstruir las lineas de su rostro o la cadencia de sus gestos, ni reproducir esa sonrisa en la frontera entre la ternura y la suficiencia con que se me habia dirigido en el aeropuerto. Su imagen se habia vuelto borrosa y se escapaba de la memoria en cuanto lograba atraparla.
La monotonia de la autovia, el calor, la oscuridad o el cansancio me sumieron en una duermevela de la que no habria de salir hasta ver la entrada de mi propia casa en Damasco. ?Vendria Ismail de Jordania en coche o en avion? Quiza en tren. Quiza todavia llegaban trenes a la estacion de Hiyaz, la que me habia mostrado Carmen Lucini desde donde salian antano los larguisimos convoyes repletos de peregrinos procedentes de Turquia, el Caucaso, Iran y el sur de Rusia con destino a La Meca. Yo le esperaria en aquel vestibulo intacto que conserva aun las taquillas de madera labrada como las paredes y los artesonados del techo o frente a los porticos de la fachada, y entretanto visitaria ese edificio mas europeo que arabe del ano 1917. Pero los andenes estaban desiertos y los hierbajos cubrian las entrevias y se abrian paso entre las piedras y junto a los parachoques, y comprendi entre brumas que nadie sabia aun que uso dar a ese espacio abandonado en medio de una ciudad vociferante, heterogenea y viva, como no fuera el de soporte del gran retrato del presidente que colgaba desde la azotea hasta las jambas de las puertas de entrada.
Ismail no puede llegar a Damasco por esta estacion, me dije cuando salia del coche sin haberme percatado aun de que nunca habia estado en ella, y de que habian sido las fotografias y los planos que me habia mostrado Carmen Lucini hacia unos dias los que se habian deslizado en mi sueno.
Setrak quedo atras con el sobre de sus denarios, el apreton de manos y las buenas noches que nos habiamos dado al despedirnos. Pero ni el pregunto ni yo me referi a nuevos viajes. Ni en sus ojos fijos en mi pude descubrir que explicaciones, perspectivas o pretextos estaba forjando su mente.
XI. De nuevo en Damasco.
Conducir por la ciudad.
Al dia siguiente fui con Adnan a una agencia de alquiler de coches que el conocia, pero el jefe no estaba y los encargados, sentados en corro tomando te, nos hicieron esperar. Siempre hay tiendas en que parece que no vendan nada y que esten abiertas solo para acoger a esos afortunados que no hacen sino debatir los problemas que les afectan o contarse unos a otros los ultimos chismes del barrio o del gobierno, porque cuando el propietario ha salido nadie puede atendernos hasta que llegue. Los empleados no parecen tener mas obligacion que la de obedecer las ordenes del jefe, pero jamas pueden permitirse iniciativa alguna. El principio de autoridad esta tan imbuido en el alma de los arabes que hasta el dia en que reaccionan y se sublevan, a veces con crueldad y siempre sin medida, obedecen sumisamente a quien consideran su amo y senor natural.
Alquile un flamante coche azul fabricado en la Union Sovietica que les acababa de llegar, dijo cuando vino el jefe, un sirio que habia conseguido la nacionalidad americana y que nos dio la tarjeta de la empresa que tenia en Illinois con un leve gesto de satisfaccion e incluso de superioridad.
– Pero si la Union Sovietica ya no existe -le dijimos.
– Bueno -respondio sin inmutarse-, el hecho es que desde que llego hace unos dos anos este coche no se ha usado. Mire, mire el cuentakilometros, esta casi a cero…
Por supuesto hubo que pagar en dolares aunque el precio que consegui, gracias a Adnan, fue la mitad de lo que marcaban las tarifas.
Me puse al volante con la sensacion de que iba a la conquista de la ciudad. Adnan, a mi lado, me iba indicando el camino para ir al Banco Central a cambiar moneda y mientras tanto, consciente como siempre de que yo habia venido al pais a aprender y debia luego informar a mis lectores, me iba aleccionando:
– En Siria, la banca no es privada, se nacionalizo en 1958 cuando se formalizo la union con Egipto. Hay un solo banco hipotecario, el Banco Popular de Credito, que concede creditos en las siguientes condiciones: el cliente deja dinero en su cuenta durante tres meses, despues de los cuales el Banco le ingresa el doble de lo que figura en su haber que tendra que devolver al interes del cinco por ciento. Ademas hay otros bancos segun sean sus actividades: Banco de Industria, Banco Agrario…
Me perdi los demas bancos y las respectivas explicaciones atenta a los coches que pasaban por mi lado y me increpaban, porque los sirios, como a todos los demas habitantes de este planeta, se les encrespa el humor cuando entran en un coche y se les incrementa el desprecio contra su vecino.
Deje a Adnan en su casa, y durante buena parte del dia me dedique a recorrer la ciudad con el plano desplegado sobre el asiento lateral. Las calles ya no estaban vacias y en el centro el caos se fue haciendo cada vez mayor. Hacia mucho calor, las bocinas de los coches formaban un barullo ensordecedor y todas parecian ir dirigidas contra mi. Pero yo no me inmute, y al cabo de un par de horas habia dominado mi propio temor y habia encontrado el ritmo de la circulacion de Damasco. Tal vez esto fue lo que de pronto me hizo sentir el entorno tan familiar: habian pasado unas semanas e, igual que con el tiempo se borra la mala impresion que el primer dia nos produjo un detalle singular en una persona, suplantado despues por su caracter carinoso o su forma jocosa de hablar o quiza porque nos hemos enamorado de ella, vi Damasco desde otro angulo, un angulo desde el que ya no importaban los plasticos del suelo, ni las basuras en los rincones, ni las aceras deshechas, ni esa red inextricable de antenas e hilos que tanto me impresionaron el primer dia. Comenzaba a sentirme como en mi propia ciudad.
La cita con Ismail.
El restaurante Sahara estaba en la gran avenida Faez Mansur, en el barrio de Al Mezze, que partiendo de la plaza Al Umawiyin se extiende hacia el este. Es la arteria principal de los barrios nuevos, donde vive la clase dirigente, los embajadores, la oligarquia y los burocratas, como habia dicho Ismail aquel primer dia.
Llegue a las nueve en punto, la hora de la cita, y en los cinco minutos que estuve esperando pasaron por mi mente toda clase de incertidumbres: ?Era hoy el dia de la cita? Y en cuanto al restaurante, ?no me habria confundido de nombre?
?No seria una ingenuidad por mi parte haber venido y tomarme en serio una frivola invitacion de un companero de viaje que ya la habria olvidado?
En cualquier caso, ?que importaba? Ayer sin ir mas lejos me daba cierta pereza volver a verle.
Si no venia, tanto mejor pues.
Pero este pensamiento no lograba tranquilizarme y no hacia mas que mirar el reloj que avanzaba a un ritmo demasiado lento. Me habia sentado en una pequena barra un poco apartada del comedor casi lleno de ruidosos hombres y mujeres vestidos con ostentacion, y habia pedido una ginebra seca para quitarme ese desasosiego que tanto me inquietaba, mas debido a que no lograba descubrir su origen que al temor de que Ismail no apareciera.
Y para darme animos, pense. ?Animos? ?Para que necesitaba animos?
?Que me ocurria? ?Tenia miedo, como me habian dicho antes de venir a Siria, a que Ismail fuera un espia? ?Que hacia yo alli dispuesta a cenar con un tipo del que apenas recordaba la cara?
Pero ni tiempo tuve de acabar la copa y responder a tanta pregunta cuando Ismail Kerak aparecio ante mi. Tenia los ojos mas grises aun que en mi recuerdo y vestia un impecable traje oscuro.
– ?Hola! -dijo, y anadio con sorna-: ?te acuerdas de mi?
Al principio estuvimos los dos silenciosos y sonrientes e igualmente indecisos, y esto me tranquilizo. Los hombres demasiado seguros de si mismos en estos primeros encuentros me aburren, me parecen de otro mundo y, en consecuencia, me retraigo porque dejan de interesarme. Pero a los cinco minutos una botella de vino nos habia desatado la lengua y acabamos interrumpiendonos para saber mas y anadir a la otra nuestra propia experiencia o nuestra voz. La verdad es que Ismail Kerak era, y estoy segura de que sigue siendo, una de las personas mas encantadoras que he conocido.
– Tu vives siempre en Jordania me dijiste, ?no?