Y me subo a la maquina del tiempo: «Escucha, nino: manana tienes que aprenderte la tabla de multiplicar del siete al diez. Ya lo dijo aquel ilustre cotilla que fue Platon: aprender es recordar, porque las almas, ?sabes?, provienen de algun sitio misterioso en el que todo esta ya sabido, de modo que, cuando un alma se encarna en un humano, se degrada y pierde su sabiduria, y hay que avivarle entonces la memoria para que vuelva en si. Una vez avivado ese engranaje, podemos sentir en nuestro interior el ruido sangriento de las batallas entre los griegos y los persas, el choque del metal soberbio contra el metal tembloroso, la hoja ruda y afilada que traspasa la carne y astilla el hueso; podemos oir dentro de nosotros el bullicio de un mercado de Antioquia en la primera manana del primer ano del siglo I antes de Cristo, podemos incluso sentir lo que sintio la voluble Helena de Troya cuando rompio el cascaron del huevo, porque ella nacio de un huevo que puso la hermosa Leda, esposa del rey Tindaro de Esparta, y ese huevo estaba inseminado por el mismisimo Zeus, que se habia disfrazado de cisne para darle muchos besos cuando paseaba ella por la ribera de un rio». Y con este tipo de discursos me hipnotizaba tia Corina cuando era yo nino, segun apunte al principio de esta historia que no ha hecho mas que tomar arranque y que habra de ser prodiga en sucesos que no creo que merezcan el recuerdo perpetuo de la humanidad, por ser intrascendentes tales sucesos en el conjunto de las derivas del mundo, pero que tal vez alcancen a aportar algunos datos curiosos y tal vez amenos a quien algun dia la lea, si llegara ese dia.

No se si porque el espanol es, al fin y al cabo, su segunda lengua o bien por su comercio continuo con los libros y con las gramaticas de aqui y de alla, tia Corina es duena de un conversar dulcemente artificioso, antipoda del coloquialismo, y, cuando la escuchas, tienes la impresion de que no estas ante una persona que habla, sino ante alguien que lee en voz alta el fragmento de una obra escrita, con sus giros severos y sus tropos postizos, como si esculpiese en el aire la columna salomonica de la sintaxis. Por eso me gusta mucho escucharla hablar de lo que sea, en buena parte porque su modulacion libresca viene a ser la musica de fondo de mi infancia. («?Sabes que es un unicornio? ?Sabes en que bosque alquimico trota ese mito que es un caballo docil y es un cuerno arrogante y es a la vez el simbolo del espiritu y el del azufre? Pues si no lo sabes, mejor que cierres los ojos y te duermas, porque el sueno te revelara su figura y su alma.»)

Mi padre, que tenia ocurrencias discutibles, me matriculo en un colegio de curas, en regimen de medio pensionista, no porque le interesara mi espiritualidad, por ser el poco amigo de la trascendencia, sino porque le venia bien que me tuvieran alli de nueve de la manana a cinco de la tarde, al estar yo en esa edad en que una persona es un trasto -si me permiten ustedes la expresion-, a pesar de que el apenas paraba en casa por aquel entonces.

Tia Corina, a la que enfadaba aquello, ponia mucho teson en depurarme las supersticiones morales que me inculcaban alli, al ser partidaria de escindir la vida humana de la vida de los dioses, por considerarlas incompatibles. «Quiero que te quede clara una cosa: el infierno consiste en creer en el infierno», y me esforzaba en interpretar aquellas sutilezas, aunque sin exito alguno, claro esta, porque mis anos daban para poco, y entonces ella rebajaba el discurso: «El infierno es un invento de la gente que vive en el infierno, ?comprendes?», y le confesaba con pena que no, hasta que reducia todo a su expresion minima: «El infierno no existe», y ya me quedaba mas tranquilo.

Aparte de esas desintoxicaciones teologicas, la joven Corina se afano en que redactase yo de forma esmerada, y me hacia hincapie en su creencia de que las palabras escritas deben ser precisas y magicas al mismo tiempo, para que de ese modo signifiquen lo que tienen que significar y, a la vez, para que reverberen como un eco enigmatico en el pensamiento de quien las lea. «Las palabras deben volar un poco por encima de si mismas. No mucho. Solo un poco, porque si vuelan mucho, se alejan de su significado y se convierten en imprecisas», aunque tarde anos en empezar a comprender aquel concepto, que aun hoy no comprendo del todo. «Cada vez que te pongas a escribir una redaccion sobre el sol, sobre tu juguete preferido o sobre lo que sea, ten muy claro que el merito estara en que el sol que describes parezca mas amarillo que el propio sol y en que los demas ninos te envidien tu juguete preferido, asi se trate de una espada de palo rota por la mitad. Las palabras no nacieron por una necesidad de comunicarnos, sino por nuestra necesidad de seducirnos.» Y cada tarde hacia yo una redaccion sobre cualquier brizna del universo, y Corina me animaba: «Esto va cada vez mejor», y de ese modo me aficione a la tarea de echar a volar -un poco, solo un poco- las palabras, aunque con menos gracia que fatiga, porque tengo para mi que ese vuelo es un don fortuito. «Con esmero, con mucho esmero. Significacion precisa y vuelo leve, muy leve», me parece oir a traves de los anos. Asi que, a falta de otras facultades, procurare esmerarme en la redaccion de este informe de infortunios y fortunas, de estupores y curiosidades, aunque les anuncio que no se trata de un proyecto artistico, sino meramente documental, en el que tendra mas peso la realidad que la fantasia, de la que lamento carecer en la misma medida en que mis palabras lamentan no volar como debieran.

Creo que es el momento de dejar clara una cuestion que no tardara en manifestarse y que pudiera dar pie a equivocos, que es casi lo unico a que dan pie las peculiaridades ajenas: al margen de perjudicarle la salud, tia Corina no tiene problemas graves con el alcohol, sino mas bien una relacion armoniosa con el: la pone en si. (O eso me asegura.) La conduce a su ser inmanente, como suele decirse. «A veces el mundo no basta, porque es una construccion incompleta, y hay que anadirle definicion y condimentos.» Entre esos condimentos se cuentan unas capsulas azules -que contienen un derivado anfetaminico que actua como potenciador de las alegrias sin porque- que le elabora un quimico andorrano y cimarron, enemistado con la policia de media Europa, y les confieso que ese condimento me preocupa mucho mas que el otro, ya que la aleja demasiado de su realidad y la hace sentirse, no se, como una nina volatinera. Por suerte, tia Corina solo recurre de vez en cuando a esas capsulas ilegales y exclusivas que, en combinacion con el alcohol, la mandan de turismo por universos carmesies y oscilantes, aunque es raro que pierda la clarividencia. Una variante lucida de la ebriedad es, en definitiva, el estado natural de tia Corina, que presume de no haber dado nunca un traspies -en el sentido literal de la palabra- y de no haber dejado jamas una frase a medias.

Aparte de eso, lleva desde hace decadas un diario criptico, segun la formula poliglota del disoluto caballero Samuel Pepys, y en el va anotando las incidencias del fluir de nuestra cotidianidad y de su pensamiento. «Sera mi herencia. Asi te distraes conmigo cuando yo falte», aunque no me veo con paciencia, con facultades ni con tiempo para descifrar esa gran mascarada verbal, escrita de forma aleatoria en once idiomas. «Cualquier vida debe constar de un factor secreto y de un factor delirante. Contada con un poco de astucia, la mayor vulgaridad cotidiana puede transformarse en hito o en leyenda», y le digo que si.

Tia Corina suele alcanzar el cenit de su locuacidad a media tarde, y da gusto escuchar entonces sus divagaciones fantasiosas y bromistas sobre los cuadruples globos de fuego, sobre las propiedades secretas del mercurio o sobre las interpretaciones que hizo Jung de la doctrina de su paisano Paracelso, que escribio una escueta plegaria al Espiritu Santo en la que le rogaba aprender lo que desconocia y poseer lo que le faltaba, que es una suplica que suscribiria cualquiera, al fin y al cabo.

La conversacion de tia Corina representa, ya digo, mi regreso diario a la infancia: «?Que dirias tu de un individuo que comparase la anatomia humana con una casa de cuatro pisos en la que la nariz fuesen dos ventanas, los ojos las claraboyas del atico y asi sucesivamente? Pues eso fue lo que hizo el judio Tobias Cohn a principios del siglo XVIII, que fue un siglo inmejorable para los majaretas ocurrentes», y se echa a reir, y me rio, y pasamos la tarde, hasta la hora de cenar, en esos coloquios.

Tia Corina y yo vivimos en un piso amplio, aunque lo tenemos atestado de trastos y de libros, de gavetas y cajas, de cuadros y pedruscos: todo el batiburrillo heredado de mi padre. Lo que quedo por vender antes de su muerte, lo que vamos vendiendo poco a poco para ir tirando. Pero esa escenografia provisional y confusa, por raro que parezca, resulta acogedora: es como vivir en un bazar abandonado en el que los objetos van cubriendose de polvo, que es la huella del tiempo al pasar. Es, no se, como vivir dentro de un reloj de polvo. Mas o menos. (O dentro del fosil de un leviatan, si lo prefieren.) Y se esta bien. Y de pronto algo desaparece. No porque se trate de una casa encantada, claro esta, sino a cambio de la mayor cantidad posible de dinero, que casi nunca es mucho, pero…

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Sam Benitez y el Prisma Teologico.

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