Felipe Benitez Reyes

Mercado de espejismos

© Felipe Benitez Reyes, 2007

?Jugamos?

(UN CRUPIER A UN TAHUR, o viceversa)

1

Coordenadas preliminares.

Retratos de familia.

Y alguna digresion.

Me llaman Jacob, pero ese no es mi nombre, como es logico. Para ustedes, de todas formas, sere Jacob: la mascara de un nombre.

(Ponganse tambien su antifaz, si les parece, y asi vamos empezando a conocernos.)

Por raro que parezca, el hecho de que me llamen Jacob tiene que ver con la psicodelia y con el libro del Genesis, segun me permito explicarles.

Jacob tuvo un sueno absurdo, como todos: vio una escalinata que se apoyaba en la Tierra y que ascendia hasta el Cielo. Por ella subian y bajaban los angeles. (Luego Jacob disfruto del privilegio de que le hablara Dios, y tuvo un numero sin duda excesivo de hijos, etcetera.) En 1970 estaba yo en Londres, en casa de unos amigos circunstanciales, bebiendo whisky, fumando marihuana y escuchando un nuevo disco de Deep Purple, porque la juventud consiste en un trabajo bastante duro: hacer todo lo que no te apetece hacer con la conviccion de que quieres hacerlo a toda costa. (Lo digo porque nunca me ha gustado el whisky, porque nunca me ha gustado fumar, porque nunca me ha gustado la marihuana y porque jamas me ha gustado Deep Purple.) A mitad de aquello, aparecio uno por alli con unos secantes de acido y con un disco de Iron Butterfly, muy en el papel de maestro de ceremonias de los trasmundos. «Es la combinacion perfecta», nos aseguro. Con un poco de recelo, porque siempre he sido temeroso de las irrealidades, me meti en la boca aquella basurilla milagrosa, de cuya capacidad de encantacion todo el mundo se hacia lenguas por entonces, y, al cabo de una hora larga, vi ante mi la escala sonada por Jacob. Los angeles bajaban y subian por ella con alas rigidas y fabulosas, aureolados, con pasos etereos. Mayestaticos. Androginos.

«Veo la escala de Jacob. Podemos subir al Cielo», pero mis amigos, que andaban ocupados en embridar sus alucinaciones respectivas, no me hicieron caso, de manera que decidi subir solo, cruzandome con angeles que olian a pajaro disecado, hasta que me halle ante el rostro mismo de Dios: una espiral pop art.

(Iron Butterfly: la mariposa de hierro. Y yo era Jacob. Y tenia delante de mi a Dios, liquido, mutante y mudo.)

Al dia siguiente, les conte a aquellos amigos mi viaje. «Muy bien, Jacob», dijo un ironico. Y los demas dijeron: «Jacob». A partir de entonces, a todo el mundo le decia yo que mi nombre era Jacob, por gustarme mas que el mio. Y se me quedo lo de Jacob, pronunciado a la inglesa. Y me nacio en el centro mismo del pensamiento este Jacob que les habla.

De modo que pueden llamarme Jacob, el que subio la escalera.

Pero vayamos hacia atras…

Segun tengo entendido, la gente acostumbra dormir a sus hijos pequenos con la narracion de las proezas prodigiosas de las hadas, con el relato de las gestas desmesuradas de los gigantes, con fabulas protagonizadas por animales moralistas o bien con leyendas de dragones que acaban siendo asesinados por alguien que empuna una espada de aleacion secreta y que cabalga a lomos de un caballo blanco por los bosques refulgentes del pais de lo imposible. Una invitacion -supongo- a la pesadilla, ese sucedaneo democratico de la fantasia.

A mi, sin embargo, procuraban dormirme con alguna explicacion relativa a los origenes del mito de Hermes Trimegisto (guia de las almas de los difuntos y donante a la humanidad de la Tabla de Esmeralda, como mas adelante se vera), con el cuento del lobo que es hijo de Saturno y que devora a un rey para purificarle el alma, con la leyenda segun la cual los antiguos habitantes de la isla Caffolos colgaban a los enfermos de los arboles para que se los comiesen los pajaros, a los que tenian por angeles, en vez de los gusanos impuros de la tierra, o bien con alguna anecdota referida a las quimeras de los alquimistas alejandrinos, asuntos que tampoco consiguen ahuyentar los galimatias liquidos de los malos suenos, segun puedo asegurarles por experiencia propia, ya que manejas mitos deformes en un espacio deforme de conciencia. Ocurrian cosas aterradoras en mis suenos infantiles, en fin, y todavia ocurren, por supuesto, porque los suenos implican casi siempre una rara retrospeccion: un regreso alucinado al lugar en el que nunca estuvimos. Cada noche, al cerrar los ojos, al golpear esa aldaba de niebla que abre los portales de niebla de la niebla de los suenos, mi tiempo resbala por un tobogan, y alla vamos: en el caldero de un mago que ha perdido la razon hierve la esencia onirica de mi infancia, entre alas de murcielago y utopias decapitadas por la realidad, entre hojas de mandragora y horas brunidas por la melancolia, que suele ser un sentimiento sin retorno.

En cualquier caso, me temo que todas las infancias son la misma infancia: un aprendizaje del terror, un adiestramiento para poder pasarnos el resto de nuestra vida temblando de confusion y de miedo sin que se nos note demasiado, con una mano vanidosa puesta en la cintura, distrayendo la llegada del momento de nuestra muerte con la filatelia o con la numismatica, con expediciones cientificas por regiones hostiles o con la ayuda de espejismos intelectuales como el amor o la teologia, esas dos supersticiones que, generacion tras generacion, nos consuelan de nuestra intrascendencia en el universo, porque, se mire como se mire, un universo es siempre una cosa demasiado grande para cualquier conciencia individual.

De una manera o de otra, mucho me temo que todos caminamos hacia la Nada (aunque no faltan quienes ponen en duda esa obviedad ontologica, ellos sabran por que), pero nadie surge de la Nada, de modo que les hablare, asi por encima, de mis origenes… De los origenes de mi nada que camina hacia la Nada, si he de expresarme con propiedad, con pesimismo y con un toque de retorica trascendentalista, que siempre otorga un poco de hondura a los topicos. (Y espero explicarme bien: cualquier vida es una nada, pero una nada repleta de cosas, como no haria falta decir. De cosas que tienen la misma dimension metafisica que las muelas picadas de la gente que ojea una revista en la sala de espera de una clinica dental, poco mas o menos.)

Mi padre se llamaba Luis Vinuesa Martel, un erudito erratico: no estaba especializado en ninguna materia concreta, aunque no me atreveria a calificarlo de especialista en generalidades, porque no se trata de una calificacion honrosa: algo asi como ser muchas personas a la vez para acabar siendo un don nadie, y mi padre fue al menos una sombra prestigiosa en el terreno de la arqueologia y de la egiptologia y una celebridad en el ambito de la compraventa de objetos artisticos. En su juventud escribio, ademas, un ensayo divagatorio y algo confuso sobre los principios teosoficos de mi pseudotocayo Jakob Boehme, aquel zapatero que derivo en mistico, y una breve biografia novelada del rey Raneferef, que se publico en una editorial chilena especializada en la divulgacion de la vida sin igual de los prohombres, y ahi se le paralizo la musa para siempre. Murio hace ahora siete anos de una enfermedad intestinal que los medicos atribuyeron a un coctel de bacterias ingerido gota a gota a lo largo de su existencia movediza, siempre de aqui para alla, a la busqueda de aventuras intelectuales y sentimentales y de

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