guey?» Se froto las manos y las mejillas. «Mira, compadre. A Panchito pongo por testigo. Voy a contarte la verdad.»
Y la verdad se supone que era lo que me apresuro a narrarles…
Segun Sam, el causante de todo el embrollo en que nos habiamos visto envueltos habia sido mi padre, y me quede como acaban de quedarse ustedes, pues si bien es verdad que los difuntos -como suponia el santo de Hipona- no se van nunca del todo, tambien lo es que su reino no es en rigor el presente, porque era ya lo que faltaba. Ante mi gesto, que no se con exactitud que logro expresar, Sam insistio: «Te hablo en serio. Tu viejo era un chingon unico, guey». Se supone que, poco antes de caer postrado, mi padre procuro dar varios golpes estelares, aunque ni a tia Corina ni a mi nos consta que hiciera nada especial en aquella epoca, ya que andaba abatido por tener que despedirse de un mundo que era para el una especie de parque de atracciones, con sus castillos de polvora y sus tombolas imprevisibles. Viajaba, si, y andaba de humor crispado, y apenas comia, y hablaba mucho por telefono cuando paraba en casa, pero lo atribuiamos al desasosiego propio de quien sabe que va a irse muy lejos sin maleta alguna, a no ser la del alma inmortal, en el caso de que se verifique la conveniencia del adjetivo.
«Lo que tu quieras, compadre. Pero estoy contandote las cosas como fueron.» El tal Panchito, que no habia abierto la boca, ratifico aquello con un movimiento de cabeza. «Vayamos por partes, ?te parece?»
De entrada, me revelo que, a principios de 1997, mi padre, por encargo de Montorfano y a espaldas de tia Corina y de mi, habia organizado el robo de las reliquias de la catedral coloniense y lo habia resuelto con exito, para indignacion de la Fraternidad de Heliopolis, ya que, segun Sam, no hay duda posible de que alli se veneraron durante casi medio siglo los restos mortales de Champagne, de Dujols y de Faugeron. Pero, una vez que recibio el botin de manos de sus operarios, se llevo una sorpresa, pues en el lote iban tambien varias losas de piedra verde. «?Vas a decirme que…?» Y Sam se abrio de brazos. «Exacto, guey. La Tabla de Esmeralda en persona.» De modo que, con aquella operacion, mi padre no solo se gano la aversion de los alquimistas de Heliopolis, sino tambien la de la congregacion que encabeza y sigue encabezando el envenenador Abdel Bari. «Pero la bronca no acabo ahi…»
Segun Sam, hubo una segunda sorpresa, ya que en cada uno de los tres cofres que contenian los restos de los santones laicos de la Fraternidad de Heliopolis habia un objeto inesperado: una replica del anillo del rey Salomon -concebido para mantener a raya a los demonios-, una llave en forma de ojo y un reloj de arena, que eran los objetos que en realidad ansiaban poseer los veromesianicos y, a su vez, la razon ultima del encargo que Montorfano le hizo a mi padre, pues lo que menos interesaba a los de Catania eran las reliquias en si. «Pero tampoco quedaron contentos, guey, porque tu viejo se la jugo al siciliano.» Por lo visto, mi padre, al saberse ya muy tocado del ala y con nada que arriesgar, y puesto que, segun el, los veromesianicos solo le habian encargado en rigor el robo de las reliquias, le exigio a Montorfano una cantidad que ascendia al doble de la acordada por la entrega de aquellos tres objetos, quise pensar en aquel instante que para dejarnos a tia Corina y a mi en una situacion desahogada tras su fallecimiento, pues ningun aliciente tenia ya para el la codicia, que es vicio propio de gente con salud. Con arreglo a lo convenido, mi padre le hizo llegar a Montorfano las reliquias, pero se reservo los objetos, a la espera de una nueva negociacion.
Montorfano, como era logico, le anuncio que iba a matarlo, que, se mire como se mire, es una amenaza de efectos muy relativos para un moribundo, porque el raro sistema de armonias que rige nuestro universo consiente que incluso el hecho de ser un moribundo tenga sus ventajas. A falta de entendimiento, en suma, la entrega no se llevo a cabo, por mucho que Montorfano busco a mi padre para hacerle entrar en razon, aunque sin exito, ya que, cuando logro enterarse de donde vivia, mi pobre padre ya no vivia en ninguna parte. «El peligro lo corriais en realidad vosotros, guey, porque el siciliano pensaba venir aqui, poneros la casa patas arriba y mandaros a la gloria.» Pero se ve que mi padre, en un rapto de sensatez -esa sensatez que desde que le vio la cara a la muerte tenia arrinconada-, previo aquello y, pocos dias antes de morir, le hizo llegar a Montorfano, a traves de Gerald Hall, una replica de la replica del anillo del rey Salomon, una replica de la llave en forma de ojo y una replica del reloj de arena, manufacturadas las tres por antiguos artesanos de la casa Putman, cuyas habilidades pasmosas ya he referido, de modo que nadie podia dudar a simple vista de su autenticidad, y con esa modalidad de vista se dieron por satisfechos los de Catania. El dinero que consiguio sacarle Gerald Hall a Montorfano por la gestion de la entrega -que no fue mucho- se lo quedo, aunque no por rapina, claro esta, sino porque mi padre tenia una deuda contraida con el, que de ese modo se saldaba. «Tu viejo estaba arruinado, guey, y al final hizo cosas rarisimas», y aquello me ofendio, quiza porque sospechaba que era cierto. «No se como no lo chingaron antes de que lo chingara la pelona.»
Por otra parte, se supone que mi padre procuro venderle la Tabla de Esmeralda a Abdel Bari, aunque le pidio por ella tantisimo dinero que el egipcio no pudo hacerse ni ilusiones. «Y por eso el gordo anda detras de ti, compadre. Sabe que la Tabla la tienes tu», y me revolvi en el sillon, porque aquello era ya un desatino. «No tengo la Tabla», pero Sam nego con la cabeza: «La tienes».
Entretanto, el llamado Panchito habia abierto su maletin y trajinaba con herramientas. «Hay que reventar la caja fuerte, compadre. Walter no pudo, pero Panchito es capaz de abrir el cielo en dos mitades», y el aludido sonrio.
Como ustedes pueden imaginar, la pregunta era breve pero obligada: «?Walter?».
Walter y Sam se conocieron, segun parece, en Ibiza y se declararon almas gemelas, aunque no se de donde se sacaron esa simetria, ya que ambos son irrepetibles, no se si para bien. (No hay que desestimar, en cualquier caso, los efectos filantropicos de los psicotropicos.) Y asi, entre tu eres la hostia sagrada y yo soy la rehostia consagrada, y viceversa, Sam contrato a mi primo para que nos abriese la caja fuerte mientras estabamos en Colonia, aunque, al no poder con ella, se conformo con llevarse casi todo lo demas, con la ayuda inestimable de su socio.
Les confieso que aquello me saco de quicio. «?Que quieres, guey? Tenia que ser asi. Corina y tu debian estar lejos de aqui y el puto Walter me aseguro que el podria con la caja, ?va? ?Tengo yo culpa de eso?» Como era logico, le pregunte que por que tia Corina y yo debiamos estar lejos de nuestra casa. «Porque si se quedaban aqui los iban a liquidar», y en ese preciso instante tuve la certeza de que estaba mintiendome. «Montorfano es un burro a dos patas, guey, pero su hijo es mas listo que los sabios de Grecia.» Segun Sam, el hijo del siciliano, escamado ante la inoperancia de aquellos objetos, pues ninguno de los experimentos ocultistas en que los implicaban los veromesianicos tenia buen fin, recurrio hace unos meses a unos expertos que certificaron la falsedad tanto del anillo de Salomon como de la llave y del reloj de arena que en su dia entrego Gerald Hall, de parte de mi padre, a Montorfano. Por si fuese poco, y ya puesto, mando que hicieran la prueba del carbono 14 a las reliquias, a pesar de que los veromesianicos jamas les dieron importancia como vestigios santos, pues les constaba su falsedad como tales. «El resultado te lo puedes imaginar, guey. Huesos de los anos setenta. Y ademas de mono.»
El hecho de que algo -al margen de su grado de verosimilitud- resulte perfectamente comprensible no quiere decir que lo comprendamos, y yo comprendia poco. «Los mande a ustedes a Colonia para salvarles la vida, ?comprendes ahora? Tenia que robarles a ustedes para salvarles el pellejito, guey. ?Tan dificil es eso de entender?» Y siguio contandome: Tarmo Dakauskas -el verdadero, el que vive en Luxemburgo- era el encargado de coordinar los intereses de Albert Savage, de Abdel Bari y de Giuseppe Montorfano, quienes, por causas distintas, seguian sintiendose perjudicados por las maniobras de mi padre y empenados en aduenarse de lo que suponian que habiamos heredado tia Corina y yo. Por su parte, el propio Dakauskas, al estar al servicio del Vaticano, tenia tambien intereses particulares en el asunto: recuperar las reliquias robadas, fuesen de quienes fuesen, pues eso a el le daba igual. Por lo visto, Sam hizo un pacto con Dakauskas: si el estonio le aseguraba que ni tia Corina ni yo sufririamos dano alguno, Sam se encargaria de hacerle llegar el lote completo, a saber: las reliquias de los alquimistas, los fragmentos de la Tabla de Esmeralda y los tres objetos autenticos que reclamaban Montorfano y los suyos.
Comoquiera que el primo Walter se habia incorporado a la profesion (o dicho tal vez con mas exactitud: se habia expuesto en la lonja), Sam considero que seria el operario idoneo, por tener acceso a nuestra casa en virtud del parentesco. Pero se equivoco, claro esta, ya que Walter solo parece servir para ser Walter, y el hecho de serlo no reporta demasiados beneficios a nadie, empezando quiza por el mismo, pues me temo que vive muy esclavo de si. «Tu primo me parecio un buen elemento, guey. El cabron me mareo con Aristoteles y con su putisima madre.» Pero, claro, con Aristoteles no se abre una caja fuerte. «Ese mamahostias va a pedirte perdon ahora mismo.» No se que se habria metido Sam en el cuerpo, pero el caso es que se saco del bolsillo el telefono y marco un numero. «Oye, tu, perro mal parido, ponte ahorita mismo de rodillas y pidele perdon a mi compadre», y