Como prueba de buena voluntad, os mando estas menudencias.

Os quiere,

Walter.

En el paquete venian dos aguafuertes de Ricardo Baroja, bien bonitos y sombrios, aunque me temo que de tirada pirata, una caja de bombones belgas con una tarjeta en la que se habia tomado la molestia de especificar PARA CORINA y una botella de ron jamaicano con otra tarjeta en la que especificaba PARA JACOB. Unos bombones para una diabetica, en fin, y una botella de ron para un abstemio. Aquello tenia una solucion facil, aunque les confieso que me molesto el trasfondo del error: no haberse percatado siquiera de nuestros problemas y costumbres mas evidentes, atareado como andaba en fingir su moribundez, que solo con su aspecto ya fingia de sobra. Pero tampoco pretendo hacer de eso un drama familiar. Todos miramos a casi todos los demas de refilon, como sombras con las que compartimos la caverna, sin mas complicidades ni ahondamientos que los que impongan las circunstancias. Y, al fin y al cabo, esos despistes ontologicos -digamoslo asi- pueden producirse incluso entre personas que llevan la vida juntas. (Sin ir mas lejos, tia Corina esta convencida de que me entusiasma el budin de chocolate y castanas, que me gusta mas bien poco y que me resulta ademas indigesto, y no me atrevo a decirselo para no quitarle la pequena ilusion de ir a comprarmelo cuando quiere tener un detalle conmigo.)

«Mira lo que nos ha mandado el primo Walter», le dije a tia Corina cuando volvio de hacer unas compras. «Estupendo. No se conformo con robarnos y ahora quiere envenenarnos. Que despilfarro de criatura», y cambiamos las tarjetas de los regalos, y los bombones resultaron ser excelentes, y a otra cosa.

«La mujer partio, con el corazon ilusionado, hacia tierras muy lejanas, donde su vida no tuviese pasado ni el futuro fuese mas que el instante venidero, para dejar que su corazon se meciera al ritmo de la brisa bajo la sombra de las parras griegas», declamo tia Corina con voz teatralizada. «?De quien es?» Y le dije que ni idea. «Seria un milagro que lo supieses. Es de Sally Osmond, una novelista irlandesa a la que nadie lee hoy, salvo yo, que practico la filantropia literaria. Es tan cursi, que hasta llega a parecer una bruta.» Pero esa vez la adivinanza bibliografica no se quedo ahi. «El caso es que Louis me ha invitado por milesima vez a pasar una temporada en Kalamata, para dejar que mi corazon se meza bajo la sombra de una parra griega, y le he prometido que me voy para alla la semana que viene.» Me quede confuso. «?Una temporada larga?» Se encogio de hombros. «Dejemoslo en una temporada, que es un concepto extensible a voluntad.»

Y, a la semana siguiente, tia Corina se fue.

Su partida me descoloco, me dolio y me dejo desconsolado, por ese orden, y vagaba yo por la casa como un preso en su celda, hablando solo, dandome argumentos para el victimismo, porque los sentimientos afectivos contrariados se aferran siempre a una misma paradoja: «Eres un egoista porque te preocupas mas de ti mismo que de mi», y yo alimentaba ese extravio como se alimenta a un monstruo, y el monstruo rugia dentro de mi razon. Ni siquiera me apetecia demasiado ver a Marta, y mis encuentros con ella eran frios y mas bien de tramite, y notaba que le dolia aquel despego.

A miles de kilometros de donde estaba su vida, tia Corina vivia el ensueno de otra vida, pero daba yo por hecho que ya se le pasaria la ventolera, porque, a determinadas alturas, resulta muy dificil prescindir de la memoria atavica de nuestro ser, por mucho que organicemos carnavales metafisicos para sacar a ese ser de su rutina y nos escapemos durante un rato de quienes en verdad somos, porque lo somos y lo seremos sin redencion posible, por muy lejos que nos lleve nuestra ilusion de una fuga. Al fin y al cabo, los humanos pueden clasificarse en infinitud de categorias, pero yo al menos me inclino a dividirlos entre los que asumen las cosas como son y como vienen y los que se empenan en que las cosas sean como ellos quieren y que lo sean en el momento en que lo quieran ellos. Los primeros son melancolicos y apacibles, a fuerza de fatalistas; los segundos, diligentes y levantiscos, a fuerza de utopicos. No obstante, unos y otros tienen algo en comun: suelen ser igualmente desdichados.

«?Te pasa algo?», me preguntaba Marta a cada instante, y a cada instante le decia que no. «A ti te pasa algo.»

Casi todas las noches, hablaba por telefono con tia Corina. Me contaba anecdotas y yo no le contaba nada, porque le aseguraba que no tenia nada que contar.

Y un dia, de repente, comprendi. Y me avergonce mucho de mi mismo.

?Que comprendi? Pues comprendi que tia Corina no se habia ido a Kalamata por un arrebato pasional -ya que a Louis Campbell lo tenia aparcado desde hacia un par de decadas, y por miles se cuentan las invitaciones que le ha hecho para que lo visite-, sino para favorecer mi relacion con Marta. Comprendi, en definitiva, que se habia ido alli porque sabe de sobra lo mismo que de sobra se yo: que estamos abocados a compartir nuestra vida mientras uno de los dos siga en pie, al haber forjado el tiempo un pacto inviolable entre ambos, un pacto jamas formulado pero siempre sobreentendido, y respetado siempre. Por decirlo a la manera -imagino- de Sally Osmond, somos dos destinos entrelazados e imposibles de desmadejar sin que el destino de cada cual se anule de inmediato, y eso es hermoso y terrible, hermoso y terrible en una proporcion identica, que es precisamente lo que le otorga grandeza y a la vez desolacion.

Con su huida a Kalamata, tia Corina renunciaba a los derechos emocionales que se derivaban de ese pacto nuestro, y me liberaba de el. Al tomar la decision de irse, habia anticipado su generosidad a mi mezquindad ante su partida, y fue una leccion que aprendi con los ojos llenos de lagrimas, ya ven ustedes, como un nino.

Para colmo, se me colo en casa un grillo que se pasaba la noche cantando, y cada noche me irritaba mas su concierto. Supongo que resultaria favorable para mi reputacion decir ahora que el canto del grillo me daba compania en momentos dificiles, pero seria falso: logre localizarlo y lo mate. De un pisoton, como se matan tantas otras cosas invisibles. Tras aquel crimen, volvio a espesarse el silencio de mi noche, aunque no conseguia dormir bien y seguido.

Como me aburria mucho, y dado que mis comezones se habian apaciguado, si, aunque aun latian, llame una tarde al profesor Negarjuna Ibrahima a Paris. Tuve suerte y lo pille entre gira y gira. Antes de nada, intento resolver el asunto del pago de la consulta, que me exigio mediante cibertarjeta, pues se ve que no descuida las finanzas aquel domine de supranaturalismos, aunque no pude satisfacerlo por desconocer yo esa modalidad de dinero. «Es igual. Hoy va a salirle gratis. Mire: en el sarcofago de Colonia hay lo que cada cual quiera que haya. Cualquier fe se cimienta sobre vapores. En cuanto al interes de alguien por querer robar aquello, no olvide que todos somos mercaderes de espejismos. No puedo decirle mas sin enganarle. Veo muchas cosas. Muchas. Pero nada de lo que veo tiene sentido global, porque no pasa de ser una marana de gente que entra y sale de un escenario para entonar su monologo absurdo. Me da la impresion de que usted esta buscando la punta de su propia nariz. Usted es el naufrago que suena que intenta alcanzar en vano la isla en la que esta teniendo esa pesadilla. Y eso es todo. Sea como sea, olvidese del asunto cuanto antes y piense en otra cosa, porque la vida consiste en eso: en ir renovando el repertorio de alucinaciones.» Y ahi quedo la revelacion: niebla sobre niebla, humo contra humo y vacio envasado al vacio, como si dijeramos.

Estoy recogiendo velas, y esta narracion se acerca a su fin.

Creo que tia Corina tiene razon, segun suele. He procurado exponer una serie de hechos reales mediante un esquema novelistico, pero se da el caso de que las novelas no pueden respetar la realidad, aunque se valgan de ella para elaborar artificios caprichosos y perfectos, y en ese matiz se diferencian de la realidad, que elabora artificios igualmente caprichosos, aunque imperfectos. En las grandes novelas, la realidad no es un punto de partida, sino una meta. Las ficciones excelsas edifican un simulacro de realidad que resulta mas solido, comprensible y consecuente que la realidad misma, que muchas veces no hay por donde cogerla. Y, bueno, aqui falta algo, no se: un broche, un circulo que se cierre, un festival de simetrias.

Lamento en el alma haberles decepcionado. (A menos que consideremos, no se, que la simetria no representa un merito, sino un defecto.)

Si algun dia encuentro ese broche, si algun dia consigo cerrar el circulo y establecer simetrias, tengan por seguro que ustedes seran los primeros en enterarse.

Me doy cuenta ahora de que procurar convertir las experiencias propias en relato es un error si uno no se llama Casanova o Marco Polo. Es decir, si uno no tiene una vida que es un puro fantaseo por si misma, aparte de las fantasias que cada cual se sienta con derecho a anadirle, ya que, en materia de autobiografia, todo el mundo tiende a darle mucho barniz al cuadro, para que brille. La narracion de una vida exige amplificaciones vanidosas. Una vida humilde y rutinaria da para poco, pero nadie se da cuenta de que su vida es humilde y rutinaria hasta que se decide a contarla.

Si alguien lee algun dia estos papeles, le rogaria que entendiese todo esto, en suma, como un memorial

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