Hace mas de cinco meses que tengo abandonado este relato. No porque no haya pasado nada, sino mas bien porque han pasado demasiadas cosas.
Es posible que todo cuanto nos ocurre tenga un antecedente concreto, un detonante especifico y a veces imperceptible, pues estoy mas o menos convencido de que el verdadero motor de la vida es el efecto domino, segun me permito ejemplificar a la manera del primo Walter: nunca lees la prensa, jamas te ha interesado la cronica de sucesos, pero un dia compras el periodico para enterarte de los detalles del asesinato cometido por un vecino tuyo. En el kiosco, de forma fortuita (una moneda que cae al suelo, un movimiento sincronizado de ambos para coger una misma revista ilustrada…) conoces al amor de tu vida. Y bien: amor, vida. Dos palabras importantes por si mismas y maravillosas si deciden aliarse para formar un solo concepto Y ya estas instalado dentro de una alucinacion. Pero resulta que el amor de tu vida es ludopata, como consecuencia de lo cual te roba, te obliga a endeudarte y te sugiere incluso que robes en el trabajo. Y acabas robando en el trabajo, claro esta, porque se trata a fin de cuentas de una peticion del amor de tu vida, de modo que te quedas sin trabajo, sin casa y sin amor de tu vida, que se ha buscado ya otro amor de su vida que tiene trabajo y casa, hasta que llega el dia en que apunalas al amor de tu vida en plena calle. Hay muchas cosas por medio, si, pero el origen y el fin de la secuencia estan muy claros: saliste un dia a comprar el periodico para enterarte de los detalles de un asesinato y acabaste convertido en un asesino. (Dicho sea a modo de ejemplo, claro esta.)
Pues bien, una tarde en que me notaba muy bajo el nivel de glucemia, me acerque a La Rosa de California para comprar trufas de mandarina y vi que estaba sentada ante un velador la viuda de Esteban Coe. Ya saben ustedes que no soy persona desenvuelta en las estrategias galantes, que tan alejadas quedan de mi modo de ser, pero les confieso que senti el deseo de saludarla, pues el pretexto estaba libre de sospecha: hablarle de mi amistad con el difunto. Como es logico, reprimi ese deseo y no la salude. Sali de alli con mi bandeja de trufas de mandarina y con el peso de una inquietud en el animo, pues de verdad me apetecia entrometerme en la soledad de aquella mujer hermosa y ensimismada, con su luto discreto, muy cargada de oro, meditabunda ante una taza vacia, fumando con el aire de quien esta resolviendo un jeroglifico.
A los pocos dias de aquello, pase de nuevo por La Rosa de California (que, segun tia Corina, es mi farmacia) para comprar unas bizcotelas de cacao y alli estaba otra vez la viuda de Coe. Esa vez el arrojo me respondio. «Perdone. Fui amigo de su marido.» Me miro como si volviese de un largo viaje por dentro de si misma. «Jugabamos al billar.»
Y, a partir de ese instante, la viuda de Coe se convirtio en Marta.
Quede con ella al dia siguiente y le lleve la traduccion del articulo sobre los planetas de diamante que lei en
Quedamos en vernos al dia siguiente. Y al otro tambien quedamos. Y nos vemos desde entonces, en fin, casi todas las tardes.
El primer extranado ante esta circunstancia soy yo, que me daba por jubilado de este tipo de fascinaciones, pero se ve que no nos morimos del todo hasta que no nos morimos del todo.
Por si les interesa, les confesare que aun no hemos tenido relaciones sexuales ni nada que se les aproxime. Aparte de su luto, ambos estamos en una edad en que averguenza un poco desnudarse por primera vez delante de otra persona, ya que los ojos tienen que acostumbrarse a un nivel considerable de decrepitud, al contrario de lo que ocurre entre los jovenes, que solo tienen que deslumbrarse ante el esplendor. En las parejas que envejecen juntas no se da ese problema, segun me dicen: el cuerpo de hoy lo ven a traves del recuerdo del cuerpo de ayer, porque la persona amada es intemporal, asi se caiga a pedazos, y ahi reside la magia del amor duradero, que es una hermosa prestidigitacion de los sentidos.
Marta y yo aun estamos en una especie de periodo neutral, en esa fase de toda relacion amorosa en que nadie es exactamente quien es, sino un amable impostor, una version dulcificada y atenuada de si mismo, con el caracter a ralenti, exhibiendo el plumaje. Luego, como es logico, llegara el momento inaplazable de ser quien sin remedio somos, con todo nuestro fardo de contradicciones disfrazadas de convicciones, con nuestro desordenado equipaje de tiempo, y ese es siempre el periodo delicado. A partir de ahi, el modo en que la otra persona se lleve a la boca una simple aceituna puede ser decisivo para disipar el hechizo.
«Huye saberlo que sera manana», recomendaba un clasico. De momento al menos -porque lo que vaya a ocurrir dentro de un rato quien lo sabe-, no he caido en el error de casi todos los amantes inexpertos: pretender vislumbrar el futuro, malabarismo psicologico que solo aporta desazon a quien lo practica, sobre todo si se tiene en cuenta que el unico futuro cierto es la muerte del cuerpo -eso por descontado- y tambien la muerte metaforica y progresiva de todas las ilusiones que vamos almacenando en el cuerpo hasta un segundo antes de morirnos. (Y es que incluso el hecho de desear la muerte puede considerarse una ilusion.) Pero esa muerte metaforica anda aun olvidada de nosotros, y que en su palacio gelido se quede.
Hablamos de esto y de aquello, sin mucho rumbo, de aquello y de esto, de cualquier cosa que no seamos estrictamente nosotros, de cualquier cosa que no nos obligue a tirar del hilo de nuestra vida. En las parejas de jovenes, ambos procuran saber todo lo posible del otro en el menor tiempo posible, porque necesitan conocerse, aunque apenas custodian secretos todavia y haya poco que conocer; en cambio, se ve que los adultos, cuando se emparejan, procuran saber lo indispensable del otro y saberlo lo mas tarde posible, tal vez porque nos asalta la sospecha de que cuanto mas sepamos, peor. De modo que ahi estamos: en el pais encantado de las palabras que van y vienen sin dejar huella alguna, de las frases que se olvidan antes de terminar de ser formuladas. (El espectro del pobre Coe, por ejemplo, no aparece jamas en nuestra conversacion, aunque Marta sigue llevando siempre alguna prenda negra.) Estamos en la fase musical, por decirlo de algun modo. En una fase en que las palabras suenan, pero no significan gran cosa. Ambos sin pasado aparente y sin futuro que nos urja. En el presente puro, hijo prodigo de la nada. Precavidos. Y es posible que un poco aterrados. Pero bien.
Le prometi a tia Corina que no volveria a hablar del asunto de Colonia, pero resulta dificil mantener una promesa, ya que el hecho de mantenerla exige a veces una negacion artificiosa del fluir de los acontecimientos. Y se han producido acontecimientos.
Segun me conto Gerald Hall cuando me llamo para acusarme recibo del lote de curiosidades de Marcos Travieso, el Penumbra sigue vivo. «Ayer mismo estuvo aqui para intentar venderme unos manuscritos falsos de Thackeray.» No hace falta que les diga que, nada mas colgar el telefono, llame a Sam Benitez, aunque en vano, y al dia de hoy no he podido hacerme con el, aunque mi interes por localizarlo no consiste en obtener ningun tipo de explicacion, privilegio al que no aspiro, sino en insultarlo un poco, porque estoy hecho a la idea de que los entresijos de esta historia van a quedarse sin desvelar, lo que sin duda le resta prestigio como tal historia. Si los cadaveres comienzan a resucitar antes del dia del Juicio, me confieso impotente para encajar ese fenomeno en mis parametros de realidad, y mas aun si nadie esta dispuesto a rebajar un poco ese tipo de prodigios con explicaciones razonables, que para casi todo las hay, por mas que digan los defensores del caos y de la inconsecuencia.
Telefonee luego al Penumbra, pero me salio una voz femenina que me aseguro que ese numero de telefono se lo habian dado hacia menos de un mes.
?El Penumbra vivo? Y empezo a dolerme la cabeza.
Se me olvidaba referirles que, mucho antes de todo eso, llame tambien al profesor Macario cuando regreso de sus vacaciones marroquies. «La historia del Hermano Llagado es tal y como te la conte, Jacob, aunque seguro que tu padre, para llevarme la contraria, defenderia otra version indefendible. Precisamente, el otro dia oi por una cadena internacional de radio que Lorre habia muerto, pero no de vejez ni a consecuencia de sus llagas, sino de un reventon organico. Se metio un surtido de estupefacientes, asi que puedes imaginarte como se le pondria por dentro la cabeza, que de por si ya era de catalogo. El cuerpo del cura era el supermercado de la droga, segun el forense.»
(«La vida solo se parece a la vida», me susurra una voz interna. Pero sigo con lo mio, sin levantar siquiera la cabeza del papel. «Cuentale a Lolo Letaud tus aventuras y que ya luego el las adorne con extraterrestres, con aleaciones de metales desconocidos y con cardenales homicidas», me dice otra voz burlona. «Sal a pasear. No pisas por buen mundo», me recomienda una voz severa. Hasta que el propio sonido de mi pensamiento acalla ese coro de voces intrusas, y prosigo.)
Una noche en que tia Corina salio con las viudas, llamo Leonardo Fioravanti, que de manera educada me exigio el pago de la deuda. Yo daba por hecho que Sam Benitez la habia saldado hacia meses, porque meses hacia que me habia enviado la cantidad equivalente que me prometio en concepto de indemnizacion por los