me paso el telefono. «?Walter?» Pero no tuve respuesta. «Creo que se ha cortado.» Sam cogio el telefono, se lo llevo a la oreja y volvio a marcar. «Se ha esfumado el cabron», y ahi quedo la cosa.

Le pregunte a Sam que sentido tenia, oido lo oido, el paripe de la operacion de Colonia, ya que ninguno le encontraba yo. «Eso fue cosa de Dakauskas.» Al parecer, Tarmo Dakauskas proyecto un robo masivo de reliquias para demostrar a sus clientes eclesiasticos que era necesario reforzar la seguridad, y de ese modo aumentar el sus ganancias, asi tuviese que sacrificar para ello la libertad de todos los implicados en aquel corpus vile. De todos salvo de nosotros, por supuesto, en virtud de lo apalabrado con Sam, a quien la memoria de mi padre mantenia incondicionalmente de nuestra parte, segun me juro por la memoria del suyo. «Aparte de eso, la cosa era cargarse al Penumbra, guey.» Con una sonrisa que pretendi que fuese ironica, le comente que el Penumbra estaba vivo. «?Quien chingados te ha dicho eso?», y su sorpresa parecio sincera. «Ese puto esta mas muerto que la Muerte, cuate.» Le dije que Gerald Hall lo habia visto en Londres mas vivo que la Vida. «?Gerald Hall? Pero si Gerald fue quien lo mando a la guillotina, guey. ?En que sistema planetario vives tu?» Y ahi me quede descolocado. «Gerald fue quien le dio el chivatazo a Dakauskas de que el Penumbra iba a poner un petardo en la catedral de Colonia, guey. ?Como carajo va a verlo vivo Gerald Hall?»

Miren ustedes, les digo la verdad: a esas alturas, yo no sabia que creer ni que no, en el caso de que hubiese algo digno de ser creido.

«?Y Cristi?» Pero salio por la tangente: «Esa se ha quedado ya huerfana, guey… ?Listo, Panchito?».Y se levantaron al unisono. «?Le echamos un tiento a la caja, compadre?» Los acompane a la biblioteca y les pedi que me ayudasen a apartar el mueble que disimulaba la puerta de la vieja Rosengren. «Nadie ha podido con ella», les adverti. «Pero Panchito es un fenomeno», y a la labor se puso Panchito.

Mientras aquel fenomeno faenaba, Sam siguio mareandome: «Hoy en dia las cosas son mas complicadas que en tus tiempos, compadre. Esto es ya la nave borracha de los loquitos». Yo tenia muchas preguntas que hacerle, pero de momento desisti, porque se me vinieron encima al menos un par de sentimientos complicados: una especie de tristeza abstracta y una sensacion inconcreta de humillacion. Sabia que Sam estaba tratandome como a un viejo idiota, jugando con mi miedo y con mis indecisiones, con mi falta de desenvoltura en los negocios y, sobre todo, con mi pasado. «Todo esto lo hago para honrar la memoria de tu jefe, guey. Aqui esta tu cuate para protegerte de todo mal», y ya me abati.

Por muy fenomeno que fuese Panchito, el caso era que no conseguia abrir la caja fuerte. La auscultaba con un fonendoscopio, giraba la rueda a derecha y a izquierda, pero aquello seguia blindado. «?Algun problema, Panchito?» Y Panchito se limitaba a bufar un poco, hasta que una de las veces se decidio a la manifestacion verbal: «Creo que esto va a abrirse segun el codigo criptologico de Hauser».

Panchito nos explico en que consistia tal codigo, aunque me declaro incapaz de transcribir su explicacion, porque entendi poco de ella. Me pidio, eso si, que escribiera en un papel el nombre completo de mi padre. Le di el papel y se puso de nuevo a la tarea. «Vamos a ver, la ele equivale a la raiz cuadrada de 38, menos 0,007, con dos giros a la derecha, tres a la izquierda y…», musitaba Panchito.

Sam cogio de la mesa el baculo del nigromante africano que yo pensaba regalarle a Lolo y se puso a jugar con el. Aunque no me importaba demasiado la respuesta a esas alturas, le pregunte a Sam que quien me lo habia mandado. «?Esto? Esto es un puto palo de mierda, ?no? Vamos a ver… ?Espiritus de la noche, vengan a mi, por la virtud y el poder de su rey y por las siete coronas y cadenas de sus reyes, para ponerse a mis ordenes!», y golpeo el respaldar de una silla con la contera en forma de aspid. «?Que se separen los mares!» Y un golpe. «?Que el cielo se ponga verde!» Y otro golpe. «?Que antes de morirme me la chupe Lupita Ponderoso!» Y asi.

«Lo que te dije, compadre. Un puto palo», y preferi abandonar la cuestion en ese punto.

Mientras tanto, Panchito hacia operaciones matematicas. «Esto no va.» Me pidio entonces que le escribiese en otro papel la fecha de nacimiento de mi padre y volvio a sus especulaciones.

«Mira, compadre, voy a decirte algo que no le he dicho a nadie», y expectante me quede. «Cuando termine de construir mi Prisma Teologico, seras el segundo en verle el careto a Dios. Y gratis.»

Panchito se incorporo. «Algo no va bien, Sam.» Y Sam se puso de mal humor, hasta el punto de patear la puerta de la caja. «Pues sigue, carajo. De aqui no salimos sin abrirla», y di por hecho que alli nos moririamos de viejos los tres.

A eso de las once, llego tia Corina.

Sam y yo estabamos sentados en el salon, hablando de mil cosas que opto por no referir, al ser consciente de que ya he abusado bastante de la paciencia de todos ustedes. Panchito, mientras tanto, seguia partiendose los dedos y el entendimiento ante la caja inquebrantable.

«?Que haces tu por aqui?» Sam abrazo a tia Corina, que venia con un par de ginebras encima y con aspecto alegre aunque alarmante, porque el dia menos pensado vamos a ver… Sam le conto lo mismo que me habia contado a mi, aunque en version muy abreviada y con pequenas variantes que no vienen al caso. «?Y pretendes abrir la caja fuerte?» Sam le dijo que no habia mas remedio si queriamos vivir seguros. «Pues como ese Panchito no compre una bomba nuclear en la tienda de los chinos de la esquina, no se yo.» Sam jugueteaba con el baculo, hasta que, una de las veces en que lo giraba, se quedo mirando con fijeza la empunadura de laton. «Eh, eh, aqui hay algo.» Se levanto y fue a la biblioteca. «Prueba con esto, Panchito.» Panchito miro aquello y se puso a trajinar con la rueda. A los pocos segundos, la puerta se abrio, para asombro de todos. «?Aqui estaba la clave, carajo!», y vimos que, en efecto, en la empunadura del baculo habia la siguiente inscripcion, grabada en miniatura entre arabescos: 3d477i0i0d.

Sam se apresuro a apartar a Panchito y saco de la caja un cofre, una sombrerera, algunos fajos de papeles, un par de cajas de carton, una de laton y cuatro trozos de piedra verde. «?Por tu chingada madre, esto es la Tabla de Esmeralda!», y nos quedamos observando aquella hermosura rota en pedazos. «Parece peridoto», sugirio tia Corina. «La antigua piedra del sol de los egipcios», preciso. Como se ve que los demas no teniamos tantos conocimientos de gemologia, nos parecio bien, asi que peridoto. El cofre resulto contener tres bolsas de terciopelo granate que a su vez contenian varios huesos de textura terrosa. En la sombrerera, envueltos en pano identico, encontramos tres craneos. En la caja de laton aparecieron el anillo, la llave en forma de ojo y el reloj de arena que tanto ansiaban poseer los veromesianicos de Catania. En las cajas de carton habia papeles, cartas y fotografias sin otro valor aparente que el sentimental, y tia Corina no se resistio a curiosear en ellos.

Sam puso encima de una mesa el anillo salomonico, metio la llave en forma de ojo en un orificio que tenia en una de sus bases el reloj de arena y lo puso encima del anillo. Curiosamente, la arena del reloj comenzo a ascender, y les confieso que me sorprendio aquel truco. «?Lo ven? Es la inversion del tiempo, guey. El milagro del tiempo que vuelve sobre sus pasos. Esto va a cambiar el rumbo de la humanidad.» Y recogio todo aquello. A continuacion, monto sobre la misma mesa las cuatro losas verdes y puso gesto de satisfaccion. «?Crees que esa es la verdadera Tabla de Esmeralda?», le pregunte. «No creo, compadre. Pero eso da un poco igual, ?no? Casi todas las cosas verdaderas son falsas en el fondo.» Y ahi lo dejamos.

«Asunto resuelto, guey. Ya pueden vivir tranquilos. Aqui tienen esto», y me tendio un sobre. «Nueve mil euros. Por las molestias generales.»

Reconozco que la capacidad de reaccion no es mi mayor virtud, pero tia Corina esta muy dotada de ella. «Un momento, Sam. ?Quieres llevarte todo esto? Pues pon ahora mismo encima de la mesa los sesenta mil euros que llevas en los bolsillos. Si no, ahi esta la puerta para que te vayas con lo que llegaste.» Y Sam, sin rechistar -con lo que el es-, empezo a sacarse sobres de todos los bolsillos. «Esto habria que celebrarlo, ?verdad, guey?»

Tras contar los billetes, tia Corina preparo algo de picar y a eso de la una, despues de hablar de demasiadas cosas que no me siento con ganas de referir, por ser de esencia ociosa se fueron los visitantes.

Tia Corina se quedo un rato removiendo los papeles de mi padre que habian aparecido en la caja fuerte. De repente solto una carcajada. «?De que te ries?», le pregunte a la segunda carcajada. «Manana te cuento. Ahora mismo tengo la cabeza un poco a lo Maria Antonieta, ya sabes.»

Dormi mal. Tia Corina se levanto tarde, lo que aumento mi zozobra. «Cuenta», le dije en cuanto aparecio por el salon con cara sonriente. Y mientras desayunaba me conto lo que les cuento.

En 1891, en el curso de unas excavaciones arqueologicas, se exhumo en Cadiz un sarcofago fenicio perteneciente a un hombre que debio de ser principal, ya fuese por su cargo o por su hacienda, o tal vez por ambas cosas, a juzgar por el esmero que presentaba la labor del artista funerario.

Un profesor conquense llamado Pelayo Quintero y Atauri, que acabo siendo director del Museo de Bellas Artes de Cadiz, dio por hecho -el sabria por que- que el huesped de aquel sarcofago estuvo casado y que dispenso a su esposa un enterramiento tan digno como el suyo, de manera que podia tenerse por segura la existencia de un sarcofago femenino de caracteristicas similares, y solo era cuestion de implorar al albur ese regalo.

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