como dardos liquidos desprendidos acusadoramente desde las nubes. Sigue deseando a la mujer que murio cuatro anos atras, no tiene otro remedio que admitirlo.

Si no, ?por que estoy aqui?

Todo es nada, todo es a lo sumo tiempo que fluye. Y en trazos rojos al pie de las once palabras, como un relampago de sangre congelado en el cielo del espacio geografico que llamamos pasado, la firma de quien escribio la sentencia.

Vera.

2

El mar de este acantilado vive una maldicion de amor… Clara rememora estas palabras desde el corazon de su alma derramada. Su cuerpo, exhausto por el insomnio del dolor, se asoma resuelto al borde de la pared de roca. La caida traeria sin duda la liberacion, el alivio de la muerte.

Bajo ella yace la cala estrecha y alargada entre paredes de piedra, como el fondo de un desfiladero que estuviera vivo y dotado de astucia, porque queda oculto bajo las aguas en cada subida de la marea. El paisaje es como lo describio Eloy por telefono. Fue la ultima vez que hablaron, aunque por supuesto no pudieran sospecharlo en ese dialogo cotidiano de apenas cinco minutos. ?Que le dirias a la persona mas importante de tu vida si tuvieras cinco minutos de reloj antes de que desapareciera para siempre?

La cala de arena amarillenta salpicada de piedras negras esta desierta, sin otros intrusos que ella misma. El mar, ese mar supuestamente maldito de amor, es del color de la lluvia que le empapa la cara y la ropa. Se estremece, puede ser de frio o por las sacudidas de la emocion, pero tambien por los nervios. Se estremece porque esta viva. Ella, lamentablemente, si.

El mar de este acantilado vive una maldicion de amor…, repite aun mas despacio dentro de su cabeza. Y, porque tiene una trascendental tarea que cumplir, renuncia a la insistente tentacion del abismo. Da un paso atras, y luego otro y otro. Retrocede hasta hallarse ante los peldanos tallados en piedra que descienden hacia la playa. Descalza, pisa el primero de ellos. Son dieciseis en total, burdos y desiguales como mordiscos de gigante en la roca. Los cuenta mientras desciende. Han debido de servir para bajar hasta la arena durante anos, puede que siglos. Todas las victimas de esa supuesta maldicion de amor del acantilado, quiere suponer, debieron de recurrir a ellos para descender hacia su destino. Tambien Eloy.

Posa el pie sobre la playa y se detiene intentando percibir en la planta desnuda el vestigio de las huellas que apenas unos dias atras imprimio Eloy muy cerca, tal vez a centimetros, tal vez milimetros, de donde ahora pisa ella. Pero solo siente un frescor suave e inhospito. Avanza hacia el mar sorteando las piedras enterradas en la playa. ?Que profundidad tendra el agua? Si el titan que construyo la escalera a dentelladas soplara con todas sus fuerzas y arrojara hacia el interior la arena de la playa entera, desbaratada en incontables millones de granos, tal vez ella se hallara posada de repente, como un pajaro sin alas, sobre una cima de piedra a cuyos pies, muy abajo, se viera penar a las victimas de la maldicion. Pero nada se mueve. Las piedras yacen inofensivas, calladas ante el paso de los siglos. No son negras como le parecio desde la altura, sino pardas, o verdosas, o grisaceas, y sus irregulares superficies cubiertas de musgo se ven salpicadas por conchitas de distintas formas y matices de color, todas igualmente mudas y pacientes. Al mirar la linea del horizonte, es consciente de que ansia un imposible: desea, mas aun que seguir viviendo, que sea cierta la maldicion de amor de este acantilado. Ese es su objetivo, y ciertamente le va la vida en el.

Otro estremecimiento. Este no de frio o emocion, sino de inquietud. Adelante, ha llegado el momento.

Inspira, espira. Inspira, espira. Inspira y tras espirar otra vez se atreve a decir, por fin, en voz alta:

– El mar de este acantilado vive una maldicion de amor.

Su voz, un temblor acobardado ante la muerte, es capaz, sin embargo, de transformar el silencio en un vertigo que le acaricia el vientre con delicadeza de amante intuitivo. Una presencia viva, al acecho, parece revolverse y rodearla, lista para atacar. Y las palabras lanzadas al aire logran, por su simple sonido real, hacer todavia mas inverosimil lo inverosimil: que el mar, este mar, el mar de este acantilado salvaje, puede estar verdaderamente maldito.

No se deja vencer, y saca del bolsillo del pantalon un sobre abierto doblado en dos con la carta de Eloy dentro: su posesion mas preciada, el objeto mas importante de su vida.

El tacto del papel arrugado le da fuerza para desnudarse y lanzar la ropa lo mas lejos que puede. Luego se despoja de los pendientes, del collar de bisuteria y de los anillos, del reloj. Los arroja lejos, muy lejos, cuanto mas lejos, mejor. Lejos todo cuanto no sea su desnudez purificadora y todo cuanto no sea la carta de el: ese era el trato consigo misma, el motivo de venir a Padros.

Cuando va a mojar los pies un impulso repentino la hace retroceder, asustarse de repente por el brio espumeante de las olas. ?Y si la maldicion fuese cierta, aunque sea imposible? ?Y si es cierta y arrastro a Eloy? Al saltar hacia atras ha debido de parecer una nina asustada, piensa. Pero solo soy una mujer asustada. Se fuerza a perderle el respeto a su propio miedo. En realidad es facil de vencer, basta cumplir la promesa que se hizo antes de venir: leer por primera vez la carta de Eloy en el mismo lugar donde el la escribio. Otro paso hacia delante, este resuelto y animoso, sin posible vuelta atras.

Entra en contacto con el agua, aguarda con el corazon latiendo en el pecho. No esta tan fria como cabria imaginar en este desapacible dia, incluso la siente tibia. ?Sera el primer sintoma del maleficio?

Intenta creer en su existencia real desde que recibio la carta. Y por supuesto, no lo ha conseguido a pesar de sus esfuerzos, a pesar de que este trozo de papel traia consigo el regalo extraordinario de devolverle con vida a Eloy, el lapso de una ilusion imposible que durara lo que tarde ella en leerlo. Por los laberintos del azar o del servicio de correos el sobre llego dias despues de que el se hubiese matado con el coche, justamente cuando regresaba de este acantilado que solo por ello no precisaria de sortilegio alguno para que ella lo considerara por siempre maldito. El cartero se lo entrego jovial, medio ausente, apartando de su oreja el auricular en miniatura del iPod que le asomaba del bolsillo mientras bromeaba sobre las vueltas que habia dado la dichosa carta.

Clara se aferro al sobre, portandolo encima dia y noche sin decidirse a abrirlo. Hacia ya dias que, voluntariamente a solas, habia desperdigado las cenizas por la colina cercana a la casa de la sierra de Madrid. Para ella, la carta contenia la ultima esencia de Eloy vivo, y temia que apenas la abriese el vestigio se evaporase al contacto con el aire, como un instante de felicidad que al consumirse transita del presente al pasado y del pasado al olvido. Por eso, el sobre cerrado fue templo, camara acorazada y temblor de posible milagro durante unos dias que alargo cuanto pudo. Tambien contenia un enigma que no habria ido mas alla de lo casi infantil si no llega a concederle trascendencia la mismisima muerte: ?por que Eloy, tan aficionado al movil y a las tecnologias modernas, tan habilidoso redactando sms y manejando su BlackBerry, quiso usar lapiz y papel para escribirle, y se tomo la molestia luego de comprar un sobre, sellarlo y echarlo al correo? Ella conocia el motivo de su viaje, y quiso suponer que tal vez no habia pretendido otra cosa que dar relieve y solemnidad a ese instante especialisimo de su vida haciendo algo que nunca antes habia hecho: relajarse frente al mar como seguramente solia hacer a menudo Gabriel Ortueno Gil, el poeta asesino al que Eloy seguia la pista cuando la muerte lo sorprendio, y redactar en esa paz la carta para ella, que la muerte convertiria en unica y ultima.

Una noche la abrio por fin, incapaz de resistir por mas tiempo la tentacion de devorar el aliento de el que pudiera contener, y leyo las primeras lineas, escritas tambien insolitamente a mano.

Salgo en coche manana por la manana, muy pronto. Tengo que estar en Madrid por la tarde. Por eso me apetece escribirte con calma, sobre la arena de la playa, frente al mar maldito, eso dicen, de este acantilado donde ha pasado todo. Quiero que luego releamos juntos la carta en el jardin, que me escuches con toda tu atencion cuando me detenga en cada palabra y te cuente los detalles de como ha sido cada paso. ?Que excitacion! ?Por fin voy a tener el libro en las manos! Para seguir escribiendo, hago como el personaje de aquel poema de Ortueno Gil… Busco las palabras en este horizonte azul que tengo delante. O mejor aun, pienso en las palabras de aquella escritora que te gustaba tanto, la que contaba lo de absorber la luz. La frase me emociono cuando la dijiste, pero ahora soy incapaz de recordarla. Te propongo un trato, o un juego, como quieras llamarlo. Cuando vayamos a leer juntos esta carta, me repites la frase antes. ?De acuerdo?

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