«Si, Eloy, de acuerdo», habia respondido ella iniciando sin percatarse un dialogo con el texto, con toda la respiracion concentrada inutilmente en contener las lagrimas arrancadas por las palabras manuscritas, por la idea de pronto insoportable de que esas letras irregulares las habia trazado, aunque fuera en las inmediaciones de la propia muerte, la mano todavia viva de Eloy. Y aunque se sentia arrastrada por la impaciencia por saber mas, interrumpio en ese punto la lectura y decidio trasladarse hasta el lugar donde el habia escrito la carta para concluirla alli, y llorar a gusto sobre sus palabras ultimas.
Por eso es aqui, por fin aqui, donde carraspea para aclararse la garganta, consciente de que le asalta cierto pudor cuando recita en voz muy baja, conmovida, solo para ellos dos, para ella y para lo que reste de el, la frase que una vez, mucho tiempo atras, escribio Simone Weil sin imaginar que en la lejania de un futuro difuso una mujer quebrada la recitaria para un muerto ante el mar solitario bajo la lluvia, aun a sabiendas de que quienes perdieron la vida no pueden retornar por la magia de palabra alguna que pueda ser pronunciada sobre la tierra.
– El unico pecado consiste en la incapacidad de absorber la luz -dice Clara, y aunque no cree en oraciones de ningun tipo se regala el instante de una duda, una pausa de silencio a la que finalmente, antes de que la disuelvan el crepitar de la lluvia o el rumor breve del oleaje, prefiere poner ella misma conclusion regresando a la carta.
El horizonte era azul mientras Eloy escribia, asi lo dejo escrito, y es gris ahora, cuando, desnuda sobre la playa, relee ella hasta donde interrumpio la lectura. Antes de continuar, mira a su alrededor: todo es aire gris, todo es arena silenciosamente empapada por la llovizna que presagia tormenta. ?Se sentaria aqui mismo Eloy para escribir, o seria unos metros mas alla? ?Junto a la escalera de la roca o con las piernas colgando desde lo alto de la pared de piedra? No, en la carta se describe instalado sobre la arena, como ella ahora… El paralelismo le estremece la piel.
… El mar de este acantilado vive un maldicion de amor, no puede haber otra explicacion. Me obligue a comenzar a creerlo… y acabe por lograrlo. Ahora lo creo, ahora se que es verdad. Pero ?es que acaso no tuve las pruebas delante de mis propios ojos?
Clara desea fervientemente que resulte mas facil dejarse influir aqui, en el corazon palpitante del supuesto prodigio, que en la seguridad rutinaria de la casa en Madrid. Desea que le resulte posible llegar a creer. Lo necesita. Si logra creer, se repite, tal vez encuentre el mensaje que Eloy podria haberle mandado desde el otro lado de la muerte. Y si no logra creer…
3
El bar Pedrin ha sido desde siempre uno de esos lugares que parecen a salvo del tiempo que todo lo pudre, y el propio Pedrin, al que Bastian observa faenar tras la barra limpiando vasos bajo el chorro del grifo, resulta identico al Pedrin que hace cuatro anos otro Bastian, un Bastian que entonces aun no se llamaba Bastian ni era Bastian, un Bastian que todavia se llamaba y era Sebastian Diaz, observaba faenar tras la barra limpiando vasos bajo el chorro del grifo.
Ha llegado hasta aqui sin darse cuenta de que tambien era el destino del renqueante Julian, quien despues de que Pedrin le sirviera un caldo caliente y un vino tinto ha ido a instalarse en una de las mesas del fondo del local, casi a oscuras, como si la luz del dia tuviera ojos para verle y pudiera mofarse de su vejez o descubrir los desgarros secretos que tallaron su rostro de piedra entristecida. Bastian, con el codo derecho apoyado sobre el angulo recto de madera de la barra en forma de ele, lo observa sin haber pedido aun su consumicion. Sus ojos husmean por cada rincon, en cada detalle, avidos de reconocer y recordar ese espacio geografico que fue habitual en su pasado, y trascendental porque en el conocio a Vera. Grande y desangelado, el local languidece mortecino por la luz sin vida de la manana lluviosa, que lo invade con desgana a traves de los ventanales de la fachada, en la calle principal de Padros. No hay clientes en la sala colmada de mesas con tableros cuarteados que imitan al marmol, solo algunos parroquianos junto al palo largo de la ele de la barra, todos con un vaso de vino en la mano y una conversacion vacua en los labios. Junto a la cafetera, un transistor viejo, que se diria robado de algun museo, emite noticias sobre las fiestas patronales y publicidad de algun restaurante cercano;
luego suena una cancion de Jennifer Lopez que un tal Mario dedica a Jennifer Cifuentes, «su tocaya», en el dia de su decimosexto cumpleanos. Jennifer Cifuentes, calcula Bastian, debia de tener doce anos el dia que Vera murio. ?Se enteraria del tiroteo? ?Que le explicarian sus padres sobre el estallido de sangre y muerte que vino a desgarrar su paz de adolescente? ?Y que recordara o querra recordar Julian de todo ello?
– ?Me pone un cafe solo, por favor? -Bastian habla por fin en direccion a Pedrin. Procura aparentar indiferencia, pero en realidad es un momento importante. Bastian no ha camuflado su voz, ni piensa tampoco bajar los ojos cuando Pedrin le traiga el cafe. Si el camarero lo reconoce, actuara de una manera; si no lo reconoce, de otra.
Pedrin, sin mirarlo siquiera, asiente y se gira hacia la cafetera.
Acodado sobre la barra como otro parroquiano mas o un inocente viajero de paso, Bastian desplaza la mirada por las mesas vacias hacia la situada junto al ventanal. Para el tiene protagonismo sobre las demas, casi vida propia. En esa mesa circular y mas pequena que las demas vio a Vera por primera vez cuando, apoyado sobre la barra tras pedir a Pedrin un cafe solo como acaba de hacer ahora, desplazo distraidamente la mirada sobre las mesas vacias, sin imaginar que en la de la ventana aguardaba, bajo forma humana de mujer, el punto de inflexion que acechaba a su vida. El minuto uno de la hora uno de las ciento ochenta y siete horas. En esa mesa circular y mas pequena que las demas, junto a la cual Vera ocupaba la silla ahora desocupada, hablaron por primera vez; en esa mesa circular y mas pequena que las demas la deseo por primera vez y en esa mesa circular y mas pequena que las demas fue incapaz de sospechar que nunca llegaria a librarse de ese deseo ponzonoso, que esa obsesion o el odio hacia esa obsesion acabarian por traerlo de vuelta a Padros, oculto bajo su identidad forzosamente inventada de Juan Bastian, con el objeto de revivirlo todo desde el primer minuto de la primera hora, literalmente desde el principio, entrando al bar Pedrin y pidiendo un cafe antes de desplazar la mirada sobre las mesas vacias hasta enfocar la silla desocupada que entonces ocupaba ella, junto a esa mesa circular y mas pequena que las demas. El gran ventanal se le antoja una pantalla sobre la que diabolicos dioses del tiempo proyectan caprichosos efectos especiales que los humanos, en su ingenuidad, llaman clima: hoy toca lluvia gris, furiosa por rachas, que golpea el cristal entre remanso apaciguado y remanso apaciguado e intensifica la melancolia espectral de la silla vacia sobre la que se asientan el recuerdo de Vera o la consternacion por el hecho, hasta hace muy poco cierto y desde hace muy poco estremecedoramente cuestionable, de que lleva cuatro anos muerta; en cambio, toco sol pletorico y luz de alegria amarilla y caliente el dia que la vio, con la cabeza de pelo muy rubio y muy corto inclinada sobre un periodico, los dedos de la diestra llevando desde la mesa a los labios una cana de cerveza y los de la zurda sosteniendo en alto un cigarrillo que le tapaba parcialmente la cara, que tal vez por ello el sintio la curiosidad impaciente de ver. «Su cafe, Sebastian», dijo aquel dia Pedrin depositando la taza sobre el angulo en ele de la barra. Sebastian Diaz era un habitante mas del pueblo, una de esas personas que no son ni conocidas ni desconocidas, un rostro casi anonimo y a la vez cotidiano, mas identificable por el hecho de que vivia en el caseron del acantilado que por sus fracasos o exitos personales en cualquier campo, suponiendo que hubieran existido. Y tras dejar la taza anadio, en un susurro que parecia indicar algun afan de complicidad: «Aquella muchacha junto a la ventana ha preguntado por usted». «?Por mi?», se atraganto el, el cafe a punto de derramarse por la grata sorpresa. «Quiere visitar el caseron. Busca al dueno. Parece que quieren rodar alli una pelicula». Al girarse animado por una esperanza todavia sin causa real, contento con alegria que comprendia infantil, vio como la desconocida alzaba los ojos y sin mas protocolo, como si hubiera oido las palabras de Pedrin, se ponia en pie y venia hacia el, resuelta y sonriente. No era guapa; ya entonces, aunque rendido de antemano a ella en ese momento inmediatamente anterior al instante cero de su relacion, no la habria definido como una mujer guapa. Pero la belleza es una convencion necia de la inteligencia humana, un termino insuficiente para contener y definir lo incontenible y lo indefinible: ?la quimica, el embrujo? ?Lo incontenible, lo indefinible? La mirada de Vera, su expresion, su olor o su voz contribuyeron a que ansiara seguir teniendola frente