4

– ?Cuantas botellas llevas esta vez?

Jacobo y su padre estaban atravesando la via y caminaban hacia la Raya. El cielo se habia ido limpiando a lo largo del dia y la luz de las estrellas parecia nueva. El terral traia el salitre en el aire y esa noche hasta en los barrios altos de la ciudad dormirian envueltos en mar. El Gran Sol partia a las doce. Hasta el amanecer trazaria una curva sobre el Golfo de Vizcaya y a ultima hora de la tarde siguiente daria el traves a los acantilados blancos de Dover. De madrugada estaria sobre la primera ruta preparado para la primera virada.

– Asi que no vas a volver al Instituto -fue la contestacion del padre.

Jacobo iba cargado con el petate, y su padre, encorvado y mirando al suelo, con las solapas del chaqueton levantadas aunque no hacia frio, le seguia un paso por detras.

– Quiero saber cuantas botellas llevas -dijo, con la mirada puesta en el primer frente de casas blancas, al que se llegaba despues del descampado entre la via y el campo de desguace.

– Me extrana que no quieras volver. Siempre pense que ibas por un camino. A mi no me parecia mal. ?Te he dicho yo que me parecia mal?

– No todo es cosa tuya en este mundo. ?Sales a mas de botella por dia?

– Todo el mundo tiene cosas que le disgustan. Eso es asi y no hay forma de cambiarlo. Pero me gustaria saber si es por algo que yo he hecho.

Dejaron a la izquierda dos naves de almacen con los remolques en la puerta y continuaron el camino junto a la valla del solar con la chatarra. Los coches descuartizados y oxidados, las cuadernas de acero de algun buque colocadas en una gran pila, las montanas de alambre y los mastiles ennegrecidos, parecian mas sombrios debajo de aquel cielo ordenado y fulgurante.

– Algun dia no volveras o algun dia, en cuanto haya un poco de galerna, tendran que atarte. Sera gracioso.

– Yo no puedo decirte nada. Creo que yo no puedo decirte nada. Al final, haras lo que quieras y yo no podre decirte nada -dijo el padre como si le hubieran convencido con algun argumento definitivo.

Roncal les estaba esperando en la puerta. Miro al cielo, se cargo la saca y dijo:

– Por lo menos, esta noche vamos a dormir en condiciones.

Empezaron a caminar por las callejuelas empedradas, con el horizonte de faroles al fondo, por encima de los tejados.

– ?Que tal en el monumento ese donde te dan clase? -pregunto a Jacobo.

– No quiere volver -dijo el padre, que tambien con ellos caminaba un paso por detras.

– Ah. No te he visto en estos dias. ?Has estado enfermo? -Roncal iba mirando adelante, pero, como siempre que tenia que zarpar, parecia estar atento a todo: al movimiento del aire, a los olores, a la humedad, hasta al ruido de sus pasos sobre el empedrado.

– He estado en el Instituto -contesto Jacobo de mala gana.

– Entonces no lo has dejado todavia. Quiza lo dejes manana. Manana es siempre un buen dia para dejar algo -daba la impresion de que Roncal pensaba en otra cosa-. La luna tiene cerco, maestro. ?Que significa eso?

– Significa que hay otras lunas y que esta es solo la de aqui -contesto el maestro con una risita ronca.

– Bien dicho. La que vale es la de dentro de veinticuatro horas, porque aquella puede durar quince dias -el cocinero, despues de decir lo ultimo, se volvio hacia Jacobo-. Entonces, ?no te gusta el monumento?

– No.

– Es logico. A mi tampoco me gusto.

Doblaron por una casa que tenia la puerta abierta. Vieron cuatro camas en hilera despues de la puerta y dos crios jugando encima mientras el padre veia la television.

– Lo que no te gusta es el estilo de esa gente. ?Verdad que es eso?

– Si. Eso es -contesto Jacobo.

– Ni tener que estudiar cosas que no te sirven para nada.

– Exacto.

– Ni aguantar, ahora que ya tienes diecisiete anos, que te digan todos los santos dias lo que tienes que hacer.

– Eso es.

Llegaron al muelle. Fidel y Nano estaban junto al barco, que ya tenia las maquinas runfando. Roncal empezo a caminar mas deprisa.

– El muchacho tiene razon, maestro.

– Si tu lo dices… -murmuro el otro, confundido.

Entonces, Roncal se paro de golpe y miro con sus ojos oscuros y brillantes a los de Jacobo. El muchacho penso que habia algun parecido entre esos ojos y el cielo que no podian dejar de mirar. El cocinero se quedo tan cerca que pudo olerle, un olor humedo, como el del horizonte que tenian delante y que entro al mismo tiempo que las palabras que escuchaba.

– Ahora el muchacho ya sabe todo lo que no le gusta. Pero el muchacho no puede confundir todo lo que no le gusta con saberlo todo. Ahora ya tiene todo de algo, pero eso no es todo. Cualquiera podria ver la diferencia. ?Verdad que cualquiera podria verla?

Jacobo no dijo nada. Roncal se le quedo mirando tres segundos mas en silencio. Luego, dio media vuelta, salto a la cubierta del Gran Sol y casi a gritos dijo:

– Asi que el muchacho no se ira, maestro, el muchacho volvera, porque el muchacho sabe que no lo sabe todo.

– Adios, hijo -se despidio el maestro, yendose a continuacion del cocinero.

Fidel y Nano se le acercaron.

– ?Ha habido movida?

– No.

– Si no quieres volver al Instituto, no vuelvas.

– Ya he dicho que es una promesa.

Los marineros desaparecieron de cubierta al cabo de un rato. En el muelle habia unas cuantas mujeres con madrenas y un par de crios chillando y corriendo. La luna tenia cerco. La luna de aqui. Vieron al patron en el puente y poco despues el Gran Sol empezo a moverse por popa. Enseguida cambio el sentido de las maquinas y enfilo de proa a la bocana. Lo siguieron mientras dejaba atras los barcos de bajura atracados en formacion, como una escuadra, y mientras pasaba al lado de un buque de carga anclado en la darsena con los masteleros llenos de luces.

– ?Que hacemos? -dijo Nano.

– Yo tengo hambre -contesto Fidel.

– Vamos donde dona Eulalia, que estara haciendo sopa.

– Y vemos a las chicas un rato. ?Que te parece, Jaco?

– Me da igual. Donde digais.

– Un dia tenemos que preguntarles por que se han hecho putas -dijo Nano.

– Como si ellas lo supieran -contesto Fidel-. Y si les preguntas cosas que ellas no saben, a lo mejor te ponen el plato de sombrero.

Se fueron por la callejuela del almacen, buscando el chamizo de dona Eulalia.

– Si piensas en lo que no sabes, te vuelves loco -dijo Jacobo mucho mas tarde.

5

Sentia el cuerpo dolorido y un sueno de mil demonios cuando don Maximo, un sacerdote que iba a darles filosofia, una replica bien conseguida de Yul Brynner, pero en gordo, le hizo levantarse del asiento. En ese

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