estaban.

El maestro habia apoyado completamente la cabeza en el recodo del cuello de su hijo. Parecia estar dormido, sin ningun ruido de vida, y no contestaba a los murmullos de Jacobo. Tenia la sensacion de que su padre no pesaba, pero que la escasa gravedad que todavia le quedaba a aquel cuerpo se habia concentrado en el punto de apoyo del cuello. En esa posicion, no podia verle, solo podia sentir su carga inmovil y silenciosa. Jacobo trato de no pensar en nada y sobre todo de no pensar en que ese podia ser el abrazo de un moribundo, de su propio padre muriendose sobre su cuello.

Cuando llegaron a la Residencia, en el alto de Cazona, ya estaban seguros de que su padre no dormia, sino que habia perdido el conocimiento. Fue ingresado por urgencia.

Jacobo y Roncal se quedaron esperando en la sala, junto a una mujer gitana con un nino de dos anos desnudo sobre el regazo y una anciana muy palida con una respiracion jadeante. Fuera de la sala, habia un vestibulo en penumbra y un mostrador largo y vacio. Las batas blancas y verdes, flotaban fugazmente por la penumbra con un ruido de zuecos que sonaban como las palmadas distantes de una llamada. Desde el ventanal se veian las orillas luminosas de la bahia extendiendose en una oscuridad espesa, cercando algo que no era mar, sino un desierto opaco, mucho mas profundo que cualquier oceano.

Jacobo se habia levantado y estaba tan pegado al cristal que su respiracion rellenaba continuamente la mancha de vaho que tenia delante de la cara. Roncal acabo por hacerle compania.

– No tengo miedo, no siento nada -murmuro Jacobo.

– No sentir nada en este momento, es ya sentir algo.

– He dicho que nada, Roncal.

El cocinero espero un rato. Jacobo estaba muy quieto delante del cristal, mirando al mismo punto fijo y los grandes ojos marrones empequeneciendose. Era como si ese punto fijo se fuera encogiendo tambien y los ojos del muchacho lo siguieran hasta que no quedara mas que una mota invisible, que unos ojos cerrados.

– Si el muere esta noche, me acordare siempre de que yo no le he matado -dijo Jacobo, de pronto.

– Para no sentir nada, dices muchas tonterias.

– Tu no puedes entender eso.

– Ahora si que no hay nada que entender.

El cocinero observo durante un instante el perfil blanco recortado por la oscuridad.

– El era mi padre. El se estaba matando. Todo lo que hacia era decirle a todo el mundo que se estaba matando. Un hijo tiene la obligacion de no permitir que otros maten a su padre por el.

– No esta muerto y nadie le ha matado.

– Le ha matado el conac. Yo mismo llevaba el saco de botellas al barco. Para no tener que hacerlo con mis propias manos.

Entonces Jacobo se dio la vuelta y agarro a Roncal por la manga del chaqueton.

– ?Para no tener que hacerlo con mis propias manos!

– Calmate.

Pero Jacobo seguia tirando de la prenda como si quisiera arrancar un pedazo y repitiendo la frase. Roncal aguantaba sin ser arrastrado gracias a su fortaleza.

– Calmate. Te digo que te calmes.

– ?Para no tener que hacerlo con mis propias manos!

Era una desesperacion seca, expresada en un murmullo cada vez mas ronco, una desesperacion vieja e imparable, retorcida como un sarmiento alrededor de un corazon cansado. Roncal se asusto al no encontrar a su lado al muchacho de diecisiete anos, al nino que habia ido creciendo sin que el le perdiera de vista y que tenia que estar en alguna parte de aquel cuerpo grande que ahora le arrastraba. Casi como defensa de su propio miedo, como si quisiera apartar la vision monstruosa que tenia delante, solto un manotazo que se estrello en la cara de Jacobo y que le hizo girar. El muchacho se quedo dandole la espalda un buen rato, en silencio y guardando el golpe en una carne completamente quieta.

– Ven a sentarte -ordeno Roncal.

Le agarro del brazo y le llevo sin ningun esfuerzo hacia el asiento.

– Ni tu, ni nadie, puede ser el padre de su propio padre.

Jacobo fue encogiendose y abrazandose a si mismo hasta que Roncal le atrajo y coloco la cabeza entre la almohada de sus piernas. Luego, el muchacho levanto las suyas y se acurruco entre dos asientos, y de golpe volvio a ser el nino que recordaba el marinero. Sus ojos se cruzaron con los de la gitana que mecia al nino desnudo y luego vieron pasar la oscuridad lentamente, como otras muchas veces habia visto cambiar las aguas despues de una noche en cubierta, hasta que la primera mancha clara se deposito en la pared de la sala de espera y se extendio deprisa a caras y a ruidos distintos.

Ya era casi media manana cuando les subieron a ver al maestro. Tenia un gota a gota pinchado en el brazo y no abrio los ojos. Su cara parecia tranquila, con un relumbre gris debajo de la piel. La respiracion seguia tan silenciosa como cuando le trajeron. A su padre le habian puesto un ancho camison azul que hacia desaparecer el cuerpo que envolvia. Jacobo se dio cuenta de que le costaba mirarle. En la habitacion habia dos camas mas con enfermos y dos mujeres silenciosas a su lado. Una de ellas hacia punto. Les dijeron que esperasen la visita del medico y el medico no llego hasta despues de comer. El padre de Jacobo seguia igual.

El medico llego con el uniforme verde de las operaciones manchado de sudor. Era un hombre alto, con barba cerrada, que les hablo muy deprisa.

– De momento, no va a pasarle nada -dijo, mirando los papeles que llevaba en la mano-. Los analisis importantes no estaran listos hasta manana o pasado manana. Pero, como ya supondran, el problema es que el higado no esta en buenas condiciones, con lo que eso significa, aparte, para el resto del organismo. Parece un hombre de setenta anos, no de cincuenta.

Jacobo no pudo evitar oir todo aquello como un reproche cargado de desprecio. «Como ya supondran», «parece un hombre de setenta anos»… Solo le hubiera faltado decir: «Mirenlo, ?es que no se han dado cuenta? ?Se puede saber que han hecho ustedes hasta ahora?»

Pero el medico se dio la vuelta antes de que Jacobo pudiera decirle lo que estaba pensando. El hospital no era distinto del Instituto. Tambien alli era mirado como si viniese de un lugar sucio y remoto, de un lugar donde los crios van con zapatillas de lona y cogen los libros con las manos oliendo a pescado, y donde los hombres se hacen viejos antes de tiempo porque nadie se ha dado cuenta.

Una enfermera, tambien muy deprisa, les informo de que el maestro estaria en observacion durante setenta y dos horas, a la espera de lo que sucediera con los analisis, que alli no se podian quedar por las noches y que el paciente no abriria los ojos en un dia por lo menos. Despues les hablo de papeles y de cosas a las que Roncal respondio que las haria enseguida.

– Tu no te preocupes por nada -le dijo el cocinero-. Voy a tramitar la baja. Ahora hay que buscar la cartilla, llevarse el petate y traer ropa.

Jacobo miro la cabeza rapada, los ojos redondos y el gesto fuerte de Roncal y, por primera vez, pudo decirse a si mismo que aquel hombre siempre habia estado alli. Estuvo en el Instituto y ahora estaba en el hospital. Roncal no era un vecino, ni un companero, ni un buen amigo. Roncal no llegaba de fuera. Roncal siempre estaba dentro.

7

El padre de Jacobo se fue recuperando sin perder nunca aquella segunda piel grisacea debajo de la piel oscura. Veinticuatro horas despues del internamiento, abrio los ojos y empezo a hablar y a comer con normalidad. Excepto que tenia miedo de estar alli y solo hablaba del miedo.

– ?Crees que estoy muy grave? -le preguntaba a su hijo o a Roncal, segun se terciaba, pero, cosa curiosa, nunca cuando estaban los dos juntos.

Le quitaron el gota a gota y comenzo a moverse por los pasillos con una bata de lana, comprada por Roncal, encima del camison en el que desaparecia su esqueleto.

– Nunca voy a salir de aqui -decia, mirando por los cristales al fondo de la bahia.

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