El medico de la barba habia repetido lo mismo todos los dias en la visita. Hasta los analisis, nada que decir. Y Jacobo nunca habia dejado de sentir el reproche en cada una de las palabras clinicas que pronunciaba aquel tipo.

Jacobo no fue al Santa Clara durante tres dias. En el ultimo, tuvieron la entrevista con el medico, el alta, y Roncal ya se habia marchado.

El cocinero metio veinticinco mil pesetas en el bolsillo de Jacobo. Esta vez no habia parte para el maestro. Se habia puesto enfermo en la primera maniobra y ya no se levanto de la litera. Se lo devolverian cuando les pagaran la baja.

– Cuida de tu padre, pero acuerdate de lo que te dije. Nadie es padre de su padre. Ocupate de recuperar el tiempo en el Instituto.

Jacobo se limito a pensar en Christine. Le parecio que ya habia perdido para siempre aquellos ojos, que cuando volviese a verla ya no seria la misma. Esa clase de cosas. Tal vez, habian permitido a otro sentarse en su sitio, de la misma manera en que a el se le permitio sentarse a su lado. Las palabras de Roncal tuvieron la virtud de ponerle nervioso, porque de pronto se le ocurrio que tendria que conseguir ocupar su sitio antes que nadie cuando fuera al Instituto al dia siguiente. ?Y si era ella la que habia cambiado de posicion? ?Y si le habia pasado algo con su sitio, como dijo el Alcatraz?

Cuando ayudo a vestirse a su padre, la tarde en que le daban el alta y en que tenian la entrevista con el medico, Jacobo tuvo entre las manos los pies del enfermo. Se dio cuenta de que nunca habia visto los pies de su padre. Quiza los habia visto, pero nunca los habia mirado. Y tambien se dio cuenta de que eran dos pies de anciano, mucho mas ancianos que su cara. Dos pies con una blancura mate, atados con venas muy azules, de huesos esquinados y dedos prensiles. Los sintio extranos y monstruosos entre sus propias manos.

Su padre, cuando supo que iba a salir del hospital, cambio radicalmente de humor. El medico todavia no les habia dado el diagnostico, pero al maestro eso no parecia importarle demasiado.

– A casa, a casa. Y quince dias de vacaciones hasta que vuelva el Gran Sol.

– Esperate a ver que nos dicen.

– A casa, a casa -y daba botecitos sobre la cama mientras Jacobo le ponia los zapatos.

El medico dijo, sentado en su despacho y sin mirarles apenas:

– Segun la biopsia y el contraste radiologico, es una cirrosis con tejido fibrilar al cuarenta y cinco por ciento. Con toda seguridad es de origen toxico, no virico.

A Jacobo le parecio que aquella forma de hablar era una forma de decirles que a ellos que les importaba, que de que les valia saber lo que estaba pasando. ?Es que harian algo? ?Es que aquella calcomania humana seria capaz de hacer algo aunque lo entendiera?

– No le comprendemos -dijo Jacobo tratando de controlarse.

– ?Usted tampoco lo entiende? ?No sabe que es una cirrosis? -pregunto el medico al hombre mayor.

– Bueno, si. Si, claro.

– A mi no me importa saber que es una cirrosis -dijo Jacobo con los dientes apretados-. No quiero hacer el selectivo de medicina. Yo solo quiero saber cual es su cirrosis, que le pasara a el con ella, que hay que hacer. Y todo eso dicho de forma que hasta nosotros lo entendamos.

El medico le miro unos segundos y despues al padre. Durante esos instantes parecio que trataba de comprender algo.

– El alcohol ha ido matando las celulas del higado y estas celulas han sido sustituidas por un tejido muerto. Practicamente, el higado de tu padre solo funciona al cincuenta por ciento.

Esta enfermedad se llama cirrosis toxica y se lucha contra ella eliminando la causa. Nada de alcohol. Nunca mas. O se acabo el asunto en un par de anos.

– Lo he entendido.

– Aun hay mas -el semblante del medico habia cambiado, a Jacobo le parecio que pensaba que quiza no estaba perdiendo el tiempo del todo-. La sangre ya no circula por el higado como antes. Al pasar por ahi se queda como estrangulada y busca vias alternativas. Hay que tener cuidado con eso. Tu padre no puede forzar el corazon, porque aunque al corazon no le pasa nada, muchas otras cosas pueden estallar.

– El es marinero… -dijo Jacobo, volviendo la vista a su padre, que seguia la conversacion con una sonrisa absurda en la cara y un poco inquieto, como si quisiera acabar pronto.

– No puede hacer trabajos duros. Si sigue en el barco, tendra que dedicarse a tareas tranquilas.

– ?Tareas tranquilas en un barco?

– Eso yo no lo se. Quiero que venga a revision dentro de un mes y que se tome tres veces por dia estos antinflamatorios -el hombre de la barba se puso a escribir y ya no dijo mas.

Nada mas sobre la enfermedad. Pero cuando ya se iban, pregunto:

– ?Vivis solos?

– Si -contesto Jacobo con una cierta verguenza, que ya no supo de donde venia.

Cuando salieron de la Residencia Cantabria para coger el autobus, su padre estaba mas contento que nunca.

– Quince dias de vacaciones. Esto hay que celebrarlo.

– ?No has escuchado al medico?

– Claro que le he escuchado. No te preocupes. Nada de alcohol. Pero hay muchas maneras de celebrar las cosas.

– ?Le has escuchado de verdad?

– Ya te he dicho que si.

– ?Y que es lo que te pone contento? ?Estar enfermo?

Su padre le devolvio una mirada ofendida que se fue trasformando en una mueca de amargura, como si Jacobo le hubiese quitado algo que era suyo.

Esperaron el autobus que venia de La Albericia en silencio. El maestro escondia la cara y miraba al horizonte de edificios nuevos de la avenida.

– Ya se que estoy enfermo -dijo al cabo de un rato, con un rencor casi infantil, mas que con verdadera afliccion.

8

Paso el primero por la gran puerta claveteada, subio a pares los escalones iluminados por la vidriera y al final solo le falto tirarse en plancha sobre el pupitre. El asiento ya era suyo y alli se quedo, un poco jadeante, y viendo pasar las primeras cabezas por la puerta de cristales del aula. Espio cuidadosamente los movimientos personales de colocacion y le parecio que en el Santa Clara se observaba una estricta fidelidad al sitio que se adjudicaba el primer dia. Christine no seria distinta. Aunque no las tenia todas consigo, trato de alabar interiormente esa fundamental cualidad humana que es la insistencia. Desgraciadamente, cuando entro Christine rodeada de su grupo, tuvo la impresion de que se encontraba ante un alma mucho mas dubitativa.

La muchacha de ojos aguamarina, con una coleta de su pelo rubio y una trenka granate, se demoro en los primeros pupitres charlando con este y con aquel, y mas adelante, lo mismo. Luego, giro sobre si misma y parecio que iba a sentarse en la segunda fila. Demasiados ojos la miraban, segun Jacobo, y esos ojos eran como cebos prendidos de una red en la que acabaria mucho antes de llegar a su sitio del fondo, al sitio obligatorio y que exigia la costumbre del lugar. ?Con que derecho se saltaba las leyes? A Jacobo se le paro el corazon cuando la vio apoyar los libros en uno de los pupitres, mientras escuchaba algo que le decia un tipo sonriente que habia pasado la noche peinandose con betun. Pero aquello no fue una autentica parada cardiaca, porque Jacobo tuvo ocasion de comprobar lo que era una sacudida en el pecho, una falta real de aire y una perdida de conciencia, cuando la vio quitarse la trenka con toda tranquilidad y echarla sobre los libros.

Adios, Christine. Despues de todo, la habia tenido a su alcance durante tres semanas y se habia conformado con seguirla hasta la Plaza de Pombo. La vida era absurda. No, la vida era miserable y asquerosa. No, la vida era como la Gran Cagada, un barco que cuesta mucho, pero que no flota. ?A el que le hubiera costado mas: decir buenos dias, me prestas un lapicero, o estar callado como un muerto durante tres semanas y convertirse en el perseguidor loco? Aunque, pensandolo bien, gracias a tener el pico cerrado, ahora no tenia que arrepentirse de

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