De repente, tuvo unas ganas poderosas de decirle algo importante, pero no supo que. Por lo tanto, se quedo mirando al mar, con el papel azul de los billetes en la mano y tratando, como todos los marineros, de adivinar en el horizonte algo que, en realidad, siempre estaba detras.
Cuando subieron a la lancha, Jacobo pregunto: -?Proa o popa?
– Menuda pregunta.
– Entonces, proa.
– Ya me parecia a mi.
La lancha hizo runfar los motores y solto cabos. Trazo una curva lenta por la popa y luego enfilo a la barra del Este, en direccion a la orilla opuesta de Somo y Pedrena, para dejar el Puntal de traves.
Soplaba el Sur, el viento caliente de los locos, y el cielo tenia una limpieza azul y palida sobre la mar picada y sembrada de estelas. Tambien la cordillera se veia limpiamente, tan esquematica como el dibujo de un nino y pintada de la misma forma homogenea en que lo haria un nino. Por la amura de babor, los miradores, las fachadas ennegrecidas por la humedad, las casonas y los palacetes del alto de Santander, se fueron escondiendo, empujados por la mar abierta y tambien como si el ojo de pico de la lancha hubiera decidido, con orzas y virajes, no volver a mirarlos.
La espuma salpicaba las cubiertas y el viento del mar, un poco escarchado, barrio rapidamente las bocanadas tibias del Sur que llegaban de tierra. Iban sentados en el mismo hocico de la lancha, con la cara azotada, y apoyados en la borda. Jacobo saco un gorro de lana del bolsillo del chaqueton y se lo ofrecio a Christine. Ese dia llevaba el pelo suelto y era la primera vez que Jacobo la veia de esa manera. Las salpicaduras de las olas empezaban a quedarse en su cabellera rubia, a dejar una patina brillante sobre la piel blanca y una humedad deseable en los labios fresa. Christine se puso el gorro con el gesto feliz de haber recibido un regalo y no una simple ayuda.
– ?Has pasado alguna vez la barra? -pregunto el marinero.
– Nunca he salido a mar abierto por aqui. Pero he subido muchas veces al trasbordador que va de Valencia a Mallorca. Mi padre vive alli.
– ?Siempre vive alli?
– Desde que yo era pequena. A mi tambien me gustaria vivir en Mallorca.
Se cruzaron las miradas. Por la de Jacobo paso una sombra.
– ?No te gusta Santander? -la pregunta sono como un reproche hasta en sus propios oidos.
– He querido decir -contesto Christine con prontitud- que prefiero cualquier cosa a vivir con mi madre.
– Pero ahora estamos aqui. Estamos aqui… -dijo Jacobo volviendo la vista al agua.
– Estamos aqui -repitio ella dejandose resbalar un poco por el banco hacia Jacobo.
Empezaban a dejar atras el Puntal. Al fondo de la bahia se veian los astilleros y por el lado opuesto, por el faro de Cabo Menor, se introducia la perspectiva de bosques y playa que hacia de limite con los farallones de la costa de mar abierto.
– ?Tu la has pasado? -pregunto Christine mientras Jacobo permanecia completamente apoyado en la regala, con la barbilla hincada entre los brazos.
– Si. Unas cuantas veces -contesto sin volverse a mirarla-. Una vez la pase con marejada.
– ?Adonde ibas?
– Al Gran Sol.
– Entonces, ?eres marinero de verdad?
– Solo fui una vez. Pero soy marinero de verdad.
– ?Por que fuiste solo una vez?
Jacobo se volvio bruscamente.
– ?Quieres que te cuente lo de esa vez o no?
Christine se quedo callada. Tenia el gorro de lana calado hasta los ojos aguamarina, que se iban haciendo trasparentes y estirados en el contacto con la luz y con la espuma.
– Claro que quiero que me lo cuentes.
Jacobo tardo en hablar todavia un rato. Sentia que Christine estaba muy cerca y que el, mas que hablar, deseaba inclinarse, meterse en el anorak blanco y quedarse callado mucho tiempo.
– Me habia subido a un arrastrero, a uno que conozco, para pescar en el Gran Sol. Era verano y me dejaron solo por ese viaje, porque yo no tengo todavia cartilla de navegacion. Hasta los dieciocho no puedo tenerla. Es solo por eso. Y por eso estoy estudiando. Salimos cuando amanecia y la bahia estaba un poco cabrilla, no mucho. Al llegar a la barra de este lado -Jacobo senalo con la mano a la abertura que quedaba a un par de millas, mientras la lancha habia empezado a costear Pedrena-, el patron dijo que la mar estaba cavada. Al llegar, el oleaje empezo a echar al barco para atras. Era un barco de hierro, de mas de cuatrocientas toneladas. Y no pasaba la barra. A mi me subieron al puente. El patron tenia el timon en una mano y un microfono en la otra. Por el microfono estaba diciendo: «Poca maquina hasta que yo te diga, Lipe». Dijo eso y entonces se puso a contar en voz alta: «Una, y dos, y tres». Y nada mas decir tres, pego un grito: «A toda, Lipe, a toda». Todo el barco retumbo y temblo. Se movio muy rapidamente sin encontrar una ola. Pero cuando se estaba viendo venir la siguiente, el patron volvio a decir: «A poca ya, Lipe, a poca». Asi seguimos por lo menos media hora, con ese vaiven. Hasta que se paso la barra.
– ?Que es «lipe»? -pregunto Christine con una cara desconcertada.
– ?Lipe? -dijo Jacobo como si no entendiera-. ?Lipe? Ah, Lipe. Lipe era el de maquinas, mujer. Oye, ?has entendido algo?
– Supongo. Pero, ?por que el patron contaba hasta tres?
Jacobo se quedo observando unos segundos la boca por la que habia salido la pregunta con el gesto concentrado de un dentista o de cualquier otro especialista. Poco a poco, en la suya se fue dibujando una mueca que termino en una risa franca, clara y suave, que solo queria llegar hasta Christine y no ser escuchada por nadie mas. Christine empezo a reirse tambien con la misma clase de risa, solo para Jacobo.
– Nunca te habia visto reirte -dijo la muchacha-. No es que estes mas guapo, es como si tuvieras dos caras. Creo que me gusta verte las dos.
Despues de un silencio que dejo cargado el espacio entre los dos, Jacobo dijo:
– Hay tres mares. Las olas siempre van de tres en tres. Y despues, siempre hay un vado. Se trata de aprovechar el vado, porque si se va contra la ola el barco se estrella igual que si se diera contra un muro de hormigon. Hay que tragar tres olas sin hacer fuerza y luego andar deprisa.
– Nunca me habia fijado. ?De verdad hay siempre tres olas?
– Siempre. Bueno, no siempre -Jacobo desvio la mirada hacia el agua y cambio el tono de las palabras-. Esta la cuarta ola.
– ?Puede haber cuatro?
– La llaman la mar falsa. Siempre vienen tres olas seguidas y el vado. Pero algunas veces, no se sabe como, ni se puede saber, aparece una ola detras de las tres. Y, entonces, el barco que ha metido toda la maquina se estampa contra esa ola falsa.
– Eso quiere decir que los marineros llaman falso a lo que no se entiende -dijo Christine reflexivamente.
– Tambien quiere decir que lo que no se entiende, no cuenta -apostillo el marinero.
Christine se quedo a punto de responder algo, pero en esos momentos la lancha maniobraba para acostarse sobre el dique de Pedrena y sus ojos se distrajeron con el vuelo de los cabos hacia los norays y el movimiento del apeadero. Bajo media docena de personas y no subio nadie. En la lancha quedaron dos ancianas vestidas de negro con cestones de mimbre, metidas en la tolda de cubierta, y ellos, en la intemperie de proa.
Cuando la lancha cogio su rumbo otra vez, vieron a la gente que se movia en los bajios. La mayoria eran mujeres y hombres de edad, remangados y caminando entre las lenguas de arena negra y mojada que habia dejado la bajamar. La lancha navegaba entre balizas, buscando canales de profundidad y evitando los bancos de arena, pasando en ocasiones a pocos metros de los que estaban en los bajios.
– Podriamos pescar -dijo Christine.
– No dejan. Desde que no hay pescado, se han repartido los bajios entre unas cuantas cofradias para sacar morgueras y berberechos. Te pueden matar, si entras ahi.
– Puede que tu conozcas a alguien -dijo Christine persuasivamente.
– Hay que descalzarse -dijo el, de pronto.
– Ya supongo -contesto Christine asombrada-. ?Piensas que estoy en contra de los que se descalzan para