meter los pies en el agua?

Jacobo no dijo nada. Tambien el se habia quedado confundido con sus propias palabras. Vagamente, casi sin atreverse, se fue diciendo a si mismo que no queria que Christine le viera los pies. No lo habia dicho por ella, lo habia dicho por el, aunque lo habia dicho como si ella fuera a ponerse de acuerdo inmediatamente. Sentia una verguenza que era nueva para el. Penso en los pies de su padre, cuando se fijo en ellos y le parecieron tan extranos, tan retorcidos. Jacobo nunca habia pensado en sus pies, pero quiza se pareciesen a los de su padre y estaba completamente seguro de que los de Christine serian completamente diferentes. ?Y si Christine sentia lo mismo que el sintio? Los pies de Christine serian blancos y tendrian la forma de una almohadilla suave que los impulsaba del suelo. En cambio, los suyos…, los suyos no podia saber como eran o, por lo menos, no podia imaginar como los veria Christine. Era demasiado pronto para que Christine le viese los pies, para que Christine supiera tantas cosas. Sin darse cuenta, contrajo los dedos dentro de las zapatillas y sintio el roce de las unas.

– Pense que a lo mejor no te apetecia. El agua estara fria… -acabo diciendo.

– No te preocupes. Me encanta el agua fria.

– Bueno, pero quiza no conozca a nadie que nos deje.

La lancha entro en el embarcadero de Somo por un canal estrecho, despues de haber perdido de vista el brazo de mar que pasaba bajo el puente, hecho arena.

Cuando desembarcaron, se pusieron a caminar por el paseo de tamarindos, siguiendo la linea de la playa. Los mariscadores se movian como trazos oscuros a doscientos y trescientos metros de distancia, hormigueando en el mar de arena negra. Al llegar a la curva de la playa grande, Jacobo y Christine entraron en la arena. Siguieron un trayecto fronterizo entre la playa y los bajios, aparentando no ser mas que dos paseantes que miraban sentimentalmente la mar. Poco despues, empezaron a hundirse en la arena y a mojarse. Jacobo tardo unos cuantos pasos en darse cuenta de que Christine habia quedado atras, descalzandose. Sus zapatillas azules estaban ya empapadas y, aun asi, le costo pensar en quitarselas.

Christine le alcanzo mientras el se miraba las unas largas de los pies y trataba de adivinar, muy reflexivamente, como veria otro aquellas prolongaciones. La muchacha se habia metido sus mocasines marrones en los bolsillos del anorak. Jacobo ato las zapatillas por los cordones y se las colgo del hombro. Luego, los dos se recogieron los pantalones y continuaron su camino hacia la orilla. Jacobo iba pensando tanto en sus pies desnudos y visibles que ni se le ocurrio mirar a los de Christine.

Cuando por la divisoria entre el bajio y la playa empezaron a alcanzar la altura del puente, una figura con impermeable largo y con la capucha puesta les hizo senales con los brazos levantados.

– Ya te dije que habria problemas -comento Jacobo.

Se quedaron quietos y entonces la figura echo a correr hacia ellos. Jacobo se tenso, pero no como un arco antes de lanzar la flecha, sino mas bien como una goma de la que tiran dos fuerzas en los extremos. Sabia defenderse y estaba preparado para ello. Quiza tuviese que hacerlo. Pero le avergonzaba que eso pasara delante de Christine, en el primer dia en que salian juntos. Se parecia a la sensacion de los pies desnudos y se parecia tambien a cuando ella le dijo que algun dia le seguiria hasta su casa. Una de las fuerzas que tiraba de el le permitia luchar, y la otra se lo impedia.

A medida que la figura se fue acercando, el ruido del impermeable sonaba como un chapoteo de ondas negras y brillantes. Jacobo sintio que estaba pesando sus musculos y tambien las cuerdas que los ataban. No veia la cara dentro de la capucha y tenia la impresion de que alguien sin cara, de que alguien del que nadie puede defenderse, corria demoledoramente a su encuentro.

– ?Jaco, eh, Jaco! -escucho de pronto, viniendo del agujero de la capucha.

Christine se habia puesto a su espalda y estaban muy juntos. Jacobo no distinguio bien la voz, aunque le resulto familiar.

Ya no estaba tenso, ahora solamente estaba rigido y clavandose en la arena con toda esa rigidez cuando vio que el fantasma se plantaba delante. Jacobo se atrevio a dar un un paso de amenaza disuasoria.

– No esperaba encontrarte aqui -dijo el fantasma mientras tiraba para atras la capucha.

La cara redonda de Nano se quedo alli, llena de gotas, sonriente y sorprendida.

– No esperaba encontrarte aqui -repitio.

– ?Y Fidel? -pregunto Jacobo.

– ?No sabes nada de Fidel?

Las dos caras se quedaron congeladas un segundo, hasta que la de Nano se desvio a Christine.

– Christine, este es mi amigo Nano -dijo Jacobo.

– A Fidel le tiraron de un toro mecanico -dijo Nano sin mover la mirada de Christine.

– ?De un toro mecanico? -pregunto Christine, al parecer sin mas intencion que averiguar el significado de lo que le decian.

– ?Es tu novia? -le pregunto el bajito.

Jacobo miro a Christine como si tuviera que descifrar algo y Christine le miro a el como preguntandole que habia que descifrar.

– ?De un toro mecanico? -fue todo lo que supo decir Jacobo.

Nano se quedo pensando en algo que seguramente no tenia nada que ver con lo que se decia alli.

– Le dieron un trabajo para que se subiera a un bicho de esos que ponen en los bares de America, en plan Rodeo. En la discoteca de Parayas, por donde el aeropuerto. Tenia que animar a la gente a echar doscientas pesetas al agujero -fue diciendo Nano con excesiva lentitud y observandoles como si se estuviera explicando que pasaba con ellos y no lo que le habia sucedido a Fidel-. Un toro, ya lo he dicho. El dueno se paso con la palanca y Fidel se partio una pierna contra el suelo. Un cabron. Me gustaria que fueramos a partirle la cara.

– ?Donde esta? -pregunto Jacobo.

– Despues de Valdecilla, se fue al chamizo de Eulalia. No quiere que le vean en su casa.

– ?Y en que le va a ayudar dona Eulalia?

– En nada. Por eso dice que es mejor. ?Vas a ir a verle?

– ?A ti que te parece?

– No se. Pero de todas formas es mejor que le veas. Asi nos vemos todos de vez en cuando.

Jacobo y Nano se comprendieron en un instante. Fidel estaba con una pierna rota en el chamizo de dona Eulalia, Nano andaba en los bajios cuando nunca habia andado y Jacobo paseaba por la playa con Christine. Todas las cosas pasan rapidamente, por lo menos, todas las cosas que pasan. Jacobo tuvo el sentimiento de que el mundo puede ponerse cabeza abajo o girar muchas veces mientras uno vive como si estuviese parado. En ese momento tuvo la impresion de que la mar es un sitio para irse, viendola alli de horizonte en horizonte, para los que quieren irse, para los que quieren irse todo el tiempo.

– Voy esta tarde. ?Tienes sal?

– Tengo sal, pero no te muevas mucho de este lado. Las cofradias estan un poco a partir madre.

Jacobo y Christine, mientras Nano les miraba como si no se hubiesen despedido, se metieron de lleno en el bajio y bordearon una linea de agua sucia, lejos de donde rompian las olas.

– ?Para que quieres la sal? -pregunto Christine.

– Para que salgan las morgueras -contesto Jacobo.

Jacobo empezo a caminar agachado, con los pies metidos en autentico lodo.

– Ese es un agujero de almeja, ese es uno de berberecho y este es uno de morguera.

– ?Te importa que te pregunte que es una morguera?

– ?Y a ti te importa que te pregunte de donde eres? -dijo Jacobo, concentrado desde hacia un rato en un agujero especial.

– Naci en Arles, en Francia, pero vivi en Mallorca hasta hace dos anos. ?Que es una morguera?

– En los restaurantes de turistas las llaman navajas.

– Me alegra saber que me las he comido sin saber lo que eran -contesto Christine mirando el cogote indiferente.

Jacobo echo sal del saquito de Nano en uno de los agujeros. Una especie de gusano asomo por la desembocadura y el muchacho lo agarro con la yema de los dedos, tiro de el y lo saco con la vaina.

– Ahora te la tienes que comer viva -dijo Jacobo.

Christine pego un chillido y retrocedio con un gesto de repugnancia.

– ?No querias pescar?

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