Jacobo se metio el animal en la boca y tiro la vaina con un orgullo directamente proporcional al gesto de Christine.

– Esta bien -dijo ella, haciendo un esfuerzo extrano por recomponerse y ensenar lo que podria ser una sonrisa-. Pero antes de que te la tragues yo te voy a besar en la boca.

Jacobo dejo de mover el paladar. Se quedo esperando como si le hubiesen dado la noticia de su muerte y mereciese explicaciones anadidas. Christine se acerco y apreto sus labios donde habia dicho. Jacobo se habia tragado el animal mucho antes.

Al acercarse, piso sus pies dentro del barro y el muchacho sintio, ademas del beso, un baile que juntaba los dedos, que los movia, que los rozaba, que los engarzaba como piezas dependientes, en medio de la suciedad y en medio de una descomposicion libre, tan libre como los animales que sobrevivian en el lodo de los bajios.

– Te amo -dijo ella-. Pero no se por que dejaste el barco.

– Porque me mareaba -contesto el.

Pero, en realidad, no tenia idea de lo que habia contestado. Su unica idea, si es que eso era una idea, consistia en seguir bailando con sus pies desnudos entre los de Christine y enterrados en la arena negra del bajio.

11

En la tarde del dia en que se fueron de clase para ir a Somo, Jacobo fue a ver a Fidel al chamizo de la Plaza del Muergo. Se habia despedido de Christine a la hora de comer. Ella le habia contado entonces que su madre tenia la costumbre de encerrarla en casa en cuanto se saltaba la minima de sus reglas, reglas que para Christine tenian un proposito: el de que su madre pudiera demostrar su odio a traves de ellas. No odio hacia ella, en especial, odio tambien a su padre y al mundo, por lo que todos ellos le habian hecho, aunque nadie supiese muy bien que era. Por lo menos, Christine no lo sabia. Lo unico que sabia es que sus padres se conocieron en Paris, mientras su madre pasaba un pequeno exilio familiar a cuenta de unos amores de juventud con un oficial de marina (esto se lo habia contado su padre), y el padre en cuestion trabajaba como director de cuentas en una agencia de publicidad. Siendo ella todavia muy pequena, las cosas empezaron a invertirse. El padre decidio cambiar de vida y dedicarse a pintar cuadros, y para ello le parecio que seria conveniente cambiar tambien de habitos, de residencia y de pais. Se fueron a vivir a Mallorca, cuna, se supone, de cierta inspiracion tradicionalmente excentrica. Alli, su madre comenzo a echar de menos, presumiblemente, al director de cuentas que habia sido su marido, la vida social anterior y los origenes santanderinos convencionales. Christine no sabia que era lo primero que su madre habia dejado de querer, si a su marido o al tipo de vida que llevaban. El caso es que la senorita romantica y sentimentalmente aventurera acabo convirtiendose en un ama de llaves britanica, y el ejecutivo parisino en un senor que iba por la vida con espardenas y las manos manchadas de colores acrilicos. Hacia dos anos y pico que su madre decidio regresar sola a Santander, vivir de algunas rentas familiares y defender a su hija de los percances congenitos. «Tu no seras nunca como tu padre», solia decirle cuando le imponia un castigo. Y «tu eres igual que tu padre», solia decirle en los momentos en que no habia ni culpa ni castigo, solo conversacion.

La hora de comer formaba parte de aquellas reglas y Jacobo tuvo que hacerse a la idea de perder a Christine en mitad el dia.

Por otro lado, Jacobo se habia sentido inquieto mientras Christine le contaba esa historia. Quiza olfateo una especie de peligro, una amenaza desconocida y proveniente del mundo tambien desconocido de Christine. O quiza era todo mas confuso, quiza le habia obligado a el a pensar, tenebrosamente, sin intencion, en sus propios padres, en aquella madre desconocida que huyo y en aquel padre, igual de desconocido, que se quedo para huir. ?Los padres pertenecen a esa clase de gente que siempre acaba huyendo y que tiene hijos para que les vean irse?

Eulalia le abrio la puerta del chamizo. Era una mujer oscura, pequena y arrugada, algo asi como un guisante pasado con toquilla. Solo abria la boca para hablar de Cobreces, el pueblo en que nacio, y para decir que la comida estaba hecha. La comida era su unica y total ocupacion. Cualquiera que quisiese comer a muy modico precio podia pasarse por la olla de dona Eulalia a cualquier hora del dia. Las prostitutas, los marineros en paro y transeuntes, los muchachos de la calle, siempre encontraban un sitio en el chamizo. Eulalia decia que Fidel era su nieto y seguramente eso tenia que ver con que el accidente que le quemo la cara paso en casa de la vieja, cuando Fidel era un crio de nueve anos. Un cazo de agua hirviendo, no se supo como, ni el muchacho se acordaba, ni la vieja hablaba de ello. Era su nieto y de ahi no pasaba.

La casa de la Plaza del Muergo, en la darsena de Maliano, al final del barrio, no era en realidad una casa. Eran cuatro paredes de yeso y un tejado de zinc, igual que cualquiera de los cobertizos donde los rederos guardaban los materiales. Tenia una puerta con dos panos, un ventanuco y un tubo de vinilo que hacia de chimenea. Dentro, en un solo espacio, habia una cocina de butano, un par de camastros y una mesa larga, para ocho o diez personas, con hule de cuadros.

Fidel estaba en uno de los camastros, cerca de la puerta. La Eulalia se fue como siempre a su fogon y se quedo de espaldas, junto al ventanuco.

– Hola, Jaco -dijo el de la cara quemada, echado sobre el camastro que estaba mas cerca de la puerta, mientras intentaba meterse una aguja de hacer punto por la escayola que llegaba hasta el muslo-. Esto pica. Pero me da igual, porque yo se donde va a acabar metida esta aguja. Lo hizo adrede, tiro a tope de la palanca adrede, para hacer gracia. Pronto nos veremos y el se llevara esta aguja metida en un sitio que tambien pica. Te lo juro.

– ?Todavia no puedes apoyarla? -pregunto Jacobo sentandose en el borde.

– Hasta la semana que viene no me ponen el tacon. ?Como te has enterado?

– Por Nano. Pero todo el mundo lo sabe -contesto Jacobo procurando evitar que saliera a relucir su encuentro con Nano y, en consecuencia, Christine.

Fidel habia conseguido meter la mitad de la aguja dentro de la escayola.

– Hostia -dijo, de pronto-. Me la he clavado.

Pero no la saco. Tiro un poco de la aguja y Jacobo se fijo en como, con el gesto de dolor, en la parte quemada de la cara aparecian arrugas en forma de tela de arana. Luego, Fidel empezo a rascarse y la satisfaccion hizo que la piel se estirase hasta deshacer la tela de arana y dejar solo el grumo oscuro de la carne achicharrada.

– ?Quereis sopa? -dijo Eulalia por detras de Jacobo.

Contestaron que no.

– ?Por que no te has quedado en tu casa? -dijo Jacobo, mirando la aguja que subia y bajaba.

– Bastante tiene la vieja con los tres crios. Ayer me hizo una visita y con eso esta bien. Que mas da.

La aguja se paro.

– ?Sabes una cosa? -dijo Fidel clavando la vista en Jacobo-. Me da verguenza. Es raro, ?verdad? Tengo verguenza de ir a mi casa. Tengo verguenza de que me vean por la calle.

– Verguenza… -dijo Jacobo como si repitiera una palabra absurda o como si la palabra fuera absurda por salir de la boca de Fidel.

– No es por la escayola. No es por tener rota la pierna. Tampoco es por lo del toro, que es bastante ridiculo. No es nada de eso.

– Entonces, ?por que es?

– No lo se -contesto Fidel sacando la aguja y dejandola quieta encima de la escayola, quieta como un pensamiento-. Se que nunca lo habia sentido.

La cara quemada tambien se quedo quieta. Los ojos fueron siguiendo la aguja hasta la punta del extremo.

– Creo que es porque no tenemos nada. Porque no podemos tenerlo.

– Tenemos cosas -dijo Jacobo en voz baja como si se lo estuviera diciendo a si mismo.

– Y una mierda, Jaco. ?Que? ?Que tenemos?

– Somos marineros.

Fidel se le quedo mirando con una mueca torcida, que era como una sonrisa al reves.

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