duro hasta el recreo de la manana siguiente. Entonces volvio a sentir las ganas de escapar con Christine con la misma intensidad con que antes se habia quedado paralizado.
Estaban sentados muy cerca de las taquillas, viendo atracar y desatracar a las lanchas. El dia estaba gris y lloviznaba. Las montanas de la otra orilla tenian nubes blancas colgando igual que sabanas sobre las cumbres. El agua de la bahia tenia rizos tambien muy blancos, que contrastaban con un fondo plomizo, de una oscuridad poco natural.
– Vamos a la Boca del Diablo -dijo Jacobo, terminando de masticar el ultimo trozo.
– ?Ahora? -contesto la muchacha, que ese dia llevaba de nuevo el anorak blanco y se habia recogido el pelo en un mono en el que Jacobo habia estado pensando porque le recordaba la espina de un gran reptil.
– Si. Ahora. Lo que hicimos el otro dia, podemos hacerlo mas veces. Me gusta que nos escapemos.
– Es peligroso, Jacobo -contesto ella-. Mi tia tiene la mision de vigilarme. Acabara por darse cuenta. Ademas, manana es sabado. Podemos tener mucho tiempo en el fin de semana.
– Si no te castigan, si no te hacen estudiar, si a tu madre no le da el siroco. Yo prefiero aprovechar el tiempo que tenemos en las manos. Es el unico tiempo nuestro, porque el otro siempre es prestado.
– Tu quieres escapar. Lo has dicho tu mismo. Y escapar de esta forma es peligroso para mi. No me importa que pienses tambien en mi, si te apetece alguna vez.
Se quedaron mirando hacia la bahia, sentados en el mismo noray, pero en direcciones que divergian.
– Yo no quiero escapar de nada -dijo Jacobo despues de un rato.
– Lo has dicho tu. ?Por que no te has comprado todavia los libros? Ya estamos en noviembre.
Jacobo se quedo callado.
– Ah, se me olvidaba. Quieres ser marinero -dijo Christine ironizando con tristeza.
El otro siguio sin decir nada.
– Todo el mundo dice que eres inteligente. Y yo digo que eres mas inteligente que ninguno de la clase. Y no es esa especie de inteligencia que uno espera, es una inteligencia distinta. Has sacado las mejores notas en los primeros ejercicios sin abrir un libro. Yo lo se y tu lo sabes. Pero no se trata de eso. Es tu forma de ver las cosas, de ver todas las cosas. Te he visto con una sarten en el mercado, formulando en la pizarra y contestando a don Maximo. Te he oido hablar del mar y destapar bichos en el arenal. Siempre tienes algo que hacer, siempre buscas algo.
– Yo quiero ser marinero -dijo Jacobo en un tono modorro, con los ojos de almendra acechando torvamente a un punto de la profundidad del agua que daba contra los arcos del dique.
Christine salto del noray como si la hubiera lanzado un resorte. Se quedo de pie y empezo a pasear por detras de Jacobo, que no se habia movido. De pronto, se detuvo, se inclino sobre la nuca del muchacho y le susurro al oido:
– Tu te mareas.
Jacobo siguio inmovil. Demasiado inmovil y durante mucho tiempo. Tampoco Christine fue capaz de moverse. Con toda seguridad, noto que aquella inmovilidad habia ido progresando hacia la rigidez.
– Me voy contigo a la Boca del Diablo si dices en voz alta que tu te mareas en los barcos.
Ahora fue Jacobo el que salto impulsado por el resorte. Pero a diferencia de Christine, echo a andar deprisa por el limite del muelle sin mirar atras.
Christine, al principio, no se movio. Pero despues corrio. Cuando estuvo a su altura, volvio a la carga:
– Si lo dices, me voy contigo a la Boca del Diablo, y me importa un pimiento lo que diga mi tia.
– Dejame en paz -fue la respuesta brutal de Jacobo, dicha ademas en un tono ronco que ni el mismo se habia escuchado antes.
Sintio que los pasos de Christine se detenian y se quedaban detenidos. Era como caminar contra un vendaval. Todo le empujaba a volverse y a encontrarla de nuevo. Pero la misma fuerza que podia arrastrarle, estimulaba su decision de avanzar contra ella. Jacobo achico el cuerpo, hundio la cabeza entre los hombros, junto en el estomago las manos de los bolsillos y, como si de verdad estuviera luchando contra un vendaval, llego hasta el Maritimo, doblo por la darsena de Puerto Chico y enfilo hacia San Martin sin mirar atras.
La lluvia arrecio en Piquio. No pensaba en nada. Su cabeza era algo pesado en comparacion con una sensacion de entranas vaciadas, de cuerpo al que solo han dejado la cascara de la piel. Iba pisando las baldosas del paseo con la sensacion de que cada baldosa dejaba una marca en su pie, y de que esas marcas no se le borrarian jamas porque Christine se habia quedado muy lejos, el habia hecho que se quedara muy lejos.
En la Magdalena y en la avenida del Sardinero, la lluvia era trasportada por el mar en cortinas que se abrian, se cerraban, se sucedian unas a otras. El horizonte de mar abierto era una mancha negra y opaca, sobre la superficie brillante y tan negra del agua. Las playas estaban desiertas y la arena mojada levantaba una densidad ocre en la orilla de las aguas rizadas. Jacobo miraba cada una de estas cosas y las dejaba entrar en su cabeza, sin apreciarlas, sin darles significado.
AI tomar el camino de los acantilados, pasada la ultima playa, noto que el chaqueton se habia empapado. La humedad que iba llegando a la carne, que se metia en ella como una mano fria y grande, fue lo unico que desperto su conciencia de aquella sensacion de golpe que le hacia moverse y sentir como desde el interior de un sueno en el que no se respira. Y tambien fue el unico momento en que se hablo a si mismo, durante aquella caminata larga hasta llegar al faro de Matalenas, para decirse: «Me gustaria ser de agua y que el agua me matara».
Desde el faro, vio aguas mas feroces que rompian contra los acantilados que desfilaban hacia el oeste, coronados por manchas de hierba y desencajados en aluviones de piedra. Habia islotes y farallones alejados de la costa que parecian recortados; contra el cielo negro y el mar negro.
Rodeo la valla y bajo por un sendero tan inclinado como un precipicio hacia el entrante mas cercano. Alli habia una cruz de piedra que recordaba a las victimas de un naufragio. Los golpes de mar sumergian la comba del sendero que subia despues hasta el acantilado de la Boca del Diablo. Jacobo fue saltando entre rocas. Una ola le dio en las piernas y le dejo a punto de escurrirse. Con los pantalones pegados y chapoteando dentro de las zapatillas azules, subio una cuesta tan empinada como la otra por la que habia bajado, siguiendo el sendero que desaparecio en el agua. En su cabeza se iban metiendo preguntas vagas, que ni siquiera comprometian el pensamiento y que no necesitaban ni obtenian respuesta. En realidad, no eran preguntas, sino palabras que dejaban la misma impresion tenue que lo que le habia rodeado desde que se alejo de Christine en el puerto. ?Por que no volvia? ?Como sabia que podria regresar y atravesar de nuevo el sendero? ?No tenia miedo de helarse en las ropas mojadas? ?Que pasaria al cabo de un rato, cuando la humedad hubiera empapado el cuerpo hasta la medula? ?Que pensaba hacer alli arriba, en la Boca del Diablo?
Al final de la cuesta, venia una primera cima y, tras una rampa, la segunda. Luego, la hondonada y el gran agujero por el que la mar se metia, hablaba y bramaba, y al que llamaban la Boca del Diablo. Alli dentro, el oleaje retumbaba como si conmoviera los cimientos de la Tierra. Por encima del agujero, solo quedaba un delgado pasaje de piedra, con hendiduras y grietas por donde los ojos humanos veian una mezcla enfurecida de espuma y de oscuridad, mientras el suelo temblaba bajo los pies.
Cuando Jacobo llego a la hondonada, se encontro con Christine, sentada en el pasaje y mirando como la mar entraba por debajo de ella, hacia el fondo de la gruta. El autobus era mas rapido que un caminante marchando contra el vendaval. La muchacha se volvio ligeramente, como si le hubiera presentido, y Jacobo noto que todo el agua que llevaba encima cambiaba de temperatura y se volvia un bano calido de vapor.
– No vuelvas a decirme que te deje en paz, porque sera para siempre.
Entonces Jacobo fue caminando hasta los ojos aguamarina y, nada mas llegar, se acurruco y empezo a llorar. Christine ignoraba que Jacobo no podia recordar cuando lloro por ultima vez, pero, de todas maneras, cogio su cabeza y la apreto contra el pecho, quiza pensando que asi el dejaria de temblar y que todas sus lagrimas se quedarian entre ellos, y que la Boca del Diablo no se tragaria ninguna.
14
Cuando Jacobo llegaba a casa por el dia, su padre no estaba. Y cuando llegaba por la noche, el maestro ya se habia dormido en la cueva apestada por el tufo ardiente del alcohol. El muchacho, despues del suceso con los caralavadas en el restaurante de Fermin, habia dejado de buscarle cuando no le veia. Tambien habia desistido de