Jacobo estaba ya de pie y se dijo que tambien el tendria que marcharse pronto. Su mirada, que se habia quedado en el banco un poco ensimismada por la fatiga, descubrio una caja de carton, seguramente olvidada por la mujer que se habia marchado tan deprisa. Miro hacia el lugar por el que se habia ido y la descubrio en la esquina opuesta del edificio, doblando por el Paseo. Jacobo fue a por la caja y trato de correr en busca de la duena. A la segunda zancada, noto un dolor agudo en la boca del estomago y dejo de correr.
Cuando llego a la esquina por la que habia doblado la mujer, procuro avistarla, pero habia demasiada gente circulando por aquella acera. Empezo a caminar hacia el Ayuntamiento, fijandose en el paso de los semaforos. No la vio en el primero ni en el segundo. Cuando llego al cruce de Isabel II, tuvo que detenerse para cruzar la plaza. Entonces la diviso a unos cien metros, caminando deprisa en la direccion del Pasaje.
Entonces se fijo con mas detalle en el peinado alto de la mujer, de un color rojizo y construido como una torre, en el abrigo de pieles ancho y corto, y en las piernas gruesas con tacones muy largos. Penso en que clase de mujer seria aquella en la que luchaban lo alto y lo ancho. Llevaba cosas para alargar su figura, pero tambien llevaba cosas para matar esa impresion. Con el peinado crecia, con el abrigo menguaba, las piernas gruesas se agrandaban con la presion de los tacones altos.
Estuvo pensando en la mujer el tiempo suficiente como para sentir curiosidad por lo que habia en la caja. Para entonces ya habian cruzado por delante del Pasaje de Pena y enfilaban a la Plaza de Numancia. Y para entonces, Jacobo, que seguia con un recuerdo sensible del dolor en la boca del estomago, ya habia llegado a la conclusion de que no conseguiria alcanzarla facilmente. Quiza pudiera llamarla cuando llegaran a un sitio con menos gente y con menos ruido, aunque no se le ocurria de que forma podria llamarla si no se acercaba mucho mas.
Abrio la caja, que era una caja blanca con bordes azules y letras de molde que decian «Fantasy», y encontro unas zapatillas de bailarina doradas con dos cordones tambien dorados. Jacobo continuo andando sin dejar de mirar las zapatillas y sin estar seguro de para que servian, ni quien podria llevarlas puestas.
La mujer estaba llegando a la Plaza de Numancia y el se acercaba a la salida de la calle. Le quedarian unos treinta metros para alcanzarla. Entonces, mirando todavia las zapatillas doradas y haciendose preguntas, se acordo de los pies de Christine y del dia en que se juntaron con los suyos en los bajios de Somo. Penso en aquellas zapatillas metidas en los pies de Christine, reuniendo simplemente en su cabeza dos cosas que se parecian, pero poco despues ya no pudo dejar de pensar en esas zapatillas como en las zapatillas de Christine, ni en los pies de Christine con esas zapatillas. Quiza eran muy pequenas, quiza eran unas zapatillas de nina, pero eso no le impedia seguir pensandolo.
La mujer torcio hacia la derecha en la Plaza de Numancia y se quedo esperando en el semaforo que cruzaba al otro lado. Jacobo ya la tenia a la distancia de una simple voz, «oiga», o algo por el estilo. Entonces la mujer empezo a cruzar por el paso y Jacobo solo tenia que dar unas cuantas zancadas mas largas para ponerse a su lado. Pero no lo hizo, ni tampoco la llamo.
En la otra acera, la mujer se detuvo en un portal y busco en su bolso. Jacobo habia llegado tambien al otro lado. Se quedo quieto, viendo como la mujer sacaba las llaves, las metia en la cerradura y desaparecia. Quieto, con los ojos en la puerta y, mas tarde, dandose cuenta de que habia apretado mucho la caja contra su costado y que le estaba haciendo dano. Solo entonces empezo a desandar el camino, completamente absorto en lo que habia hecho.
No tenia la sensacion de haberse quedado con nada. Por lo menos, con nada que perteneciese a otra persona. Habia visto las zapatillas y habia visto los pies de Christine. Luego, tal vez, le habia parecido que aquella mujer que no se habia decidido en la lucha entre lo alto y lo ancho, tampoco podria decidir que lo que habia dentro de la caja era suyo. Tampoco habia conseguido alcanzarla, aunque no era del todo cierto. La habia alcanzado, pero quiza demasiado tarde. ?Que significaba «quiza demasiado tarde»?
Mientras bajaba otra vez hacia el Pasaje de Pena, Jacobo trato de recordar algo. ?Demasiado tarde? Acelero el paso. Ahora, empezo a correr. Le dio igual que el dolor del estomago fuese entonces como el de una aguja caliente que atravesaba y llegaba hasta la espalda. Tambien le dio igual que al abrir la boca el aire no entrase por ella y que, cuando lo hacia, siempre como un soplo delgado, menos que una brizna, no llegase hasta el fondo de los pulmones y se quedara estancado en alguna parte entre la garganta y el pecho.
Salio de la calle peatonal, corriendo con la caja apretada contra el estomago que le dolia, notando que chocaba contra cuerpos ocultos en abrigos y gabardinas que no habia visto o que habia calculado que no estarian en su camino. Cruzo por delante del Pasaje de Pena y, antes de entrar en la Plaza del Ayuntamiento, con el dolor convertido ya en un acido extenso y las piernas botando sin control en el suelo, miro lejanamente el reloj grande de piedra, con las manecillas afiladas de hierro, que observaba como un ojo, que le observaba a el como otro ojo suyo, desde el fronton blanco del edificio del Ayuntamiento. Las dos menos veinte. Demasiado tarde.
No, no era demasiado tarde. Ya no podria ver a Christine y contarle todo lo que tenia que contarle, sobre todo para que Christine no pudiera irse nunca, aunque quisiera. Pero tenia dos zapatillas doradas de bailarina que serian para ella. Y, si no podia contarle la verdad, si el nunca iba a llegar a tiempo para decirle lo que nunca le dijo, siempre tendria dos zapatillas para ella. Dos zapatillas que el habia ganado y que serian de Christine, aunque fueran pequenas, de nina, aunque por su culpa el no hubiera llegado a tiempo a la salida del Instituto.
16
Estaba seguro de no haber dormido en toda la noche. Por eso le sorprendio que en el tragaluz apareciesen nubes con los ribetes blancos que casi siempre se convertian en largos flecos de lluvia. El cristal habia estado oscuro todo el tiempo, pero ahora empezaban a distinguirse, todavia dentro de la oscuridad, las maniobras del cielo. Ese cielo arrojaba en el cuarto retales de luz que iluminaban unas partes y dejaban otras a oscuras.
Se habia acostado vestido, chaqueton incluido, con la caja de las zapatillas doradas al lado. El tragaluz estaba casi encima de su cabeza. Se acordo de la noche anterior y de la claraboya del rellano. Y, naturalmente, de Christine. Tenia las zapatillas y esas zapatillas tambien podian hacerle navegar hasta ella, mejor que con el cielo que unia las casas.
No recordaba mucho de la vispera. Despues del episodio de la mujer con el peinado en forma de torre y abrigo de tortuga, habia intentado ir a muchas partes y al final no habia ido a ninguna. Por ejemplo, habia intentado ir a casa de Christine y quedarse cerca con la caja de las zapatillas. Tambien se le ocurrio quedarse paseando por donde lo hicieron el primer dia, buscando a cada vuelta que ella saliera de casa y encontrarla. Tambien penso en acercarse hasta donde Fidel. Y en llamar a Roncal. Pero solo recordaba haber estado, otra vez, como cuando salio disparado en busca de Christine, mirando el
Habia decidido, sin saber cuando, sin saber en que parte de la noche en vela o del dia anterior que no recordaba, ir al Instituto y darle a Christine las zapatillas doradas. A Jacobo le parecia que eso ya diria mucho de lo que el no se habia atrevido a decir. ?Lo solucionaba todo?
Debia de ser muy temprano. Cogio la caja, se levanto y fue hasta la cocina. Encendio el fuego y puso leche a calentar. Despues, apago el fuego, pero no hizo nada con la leche. Se quedo sentado en una banqueta con la extrana sensacion de que lo que habia sucedido era una puerta que se abria a lo que verdaderamente tenia que pasar. Seguia oliendo a alcohol de quemar y se acordo del tufo a gasoil como de un recuerdo sepulto.
No estaba buscando el dinero, quiza solo habia mirado hacia la caja que habia dejado encima de la mesa, pero, a pesar de todo, abrio el cajon del dinero. Alli solo encontro la servilleta de papel como la de los bares, transparente y rota por el boligrafo, donde ponia:
«Ahora he tenido que irme. Como cuando siempre te he querido. Y no puedes buscarme. Tu padre.»
Jacobo la leyo muchas veces. Como si la entendiera y no la entendiera al mismo tiempo, pero siempre con una sensacion extrana en el cuerpo, parecida a como si no llevara nada puesto, a como si no pudiera hacer nada con el frio o el calor. Entonces dijo en voz alta:
– Como no lo entiendo, tengo que buscar a alguien que me lo lea.
Tampoco entendio muy bien sus propias palabras. Ni por que las habia dicho en voz alta. Fue a la cueva