donde dormia su padre, retiro las cortinas y se quedo mirando la cama deshecha.

– No ha hecho la cama. A lo mejor, vuelve para hacerla -dijo tambien en voz alta y sin entender mucho lo que decia.

Luego, miro en el armario y en la mesilla. El armario estaba vacio, pero en el cajon de la mesilla habia quedado un lapiz rojo y plano, como el de los carpinteros. Estuvo observando ese lapiz en el cajon vacio y pensando que sin ese lapiz el cajon estaria menos vacio. Lo cogio y se lo guardo. Despues, cerro las cortinas de golpe, agarro la caja y salio de la buhardilla con la servilleta escrita en el bolsillo. En su cabeza solo se habia quedado una idea: que alguien le leyese la carta y la entendiera.

Cuando salio a Marques de la Hermida, aun no habia clareado. Las luces de los semaforos estaban en ambar intermitente y Jacobo penso que avisaban de que todavia era de noche. Vio luz en el bar de Fitu y se acerco. Por el cristal observo las paredes amarillas y a media docena de hombres tomando cafe en la barra. Fitu estaba detras, con el trapo al hombro y la boca escondida en los grandes bigotes. Jacobo se imagino aquellos bigotes moviendose como labios y leyendole la carta que no entendia. Fitu era inteligente y siempre le habia protegido en silencio, sin decirle nada, solo mirandole o mirandole a el y a su padre. Quiza ahora hablase. Jacobo entro y se quedo en la barra, cerca de la puerta.

Fitu le echo una ojeada de arriba abajo. Esa ojeada duro segundos y parecio que Fitu se iba a quedar en ella, sin hacer nada mas.

– ?Te pongo un cafe? -pregunto, cogiendo una taza del fregadero-. ?Que llevas en esa caja?

Jacobo no contesto. El hombre voluminoso puso la taza en la cafetera y empujo la palanca.

– ?No es un poco temprano? ?O sera que no te has acostado? -pregunto Fitu al volver a su sitio del fregadero.

– No -contesto Jacobo.

– ?No? ?No, que?

– No -repitio Jacobo.

Fitu habia empezado a secar vasos. Los secaba a la altura de la panza, pero no dejaba de mirar a Jacobo.

– ?Donde esta tu padre? -dijo Fitu, de pronto, como si comenzase a saber algo, como si la presencia de Jacobo a aquella hora, con aquella caja, con aquel «no», estuviera ya diciendole algo al hombre de los bigotes.

El muchacho del pelo cortado a tazon y los ojos un poco achinados estuvo a punto de sacar la servilleta y decirle, senalandola: «Aqui». Pero no fue capaz de hacerlo.

Fitu le llevo la taza de cafe, se la puso delante y repitio la pregunta:

– ?Donde esta tu padre?

Entonces Jacobo ya no penso en la servilleta, se quedo pensando en la pregunta, y en si eso podia saberse.

Miro en la taza de cafe. Luego, al levantar la vista, se encontro a Fitu con las dos manos apoyadas en la barra, esperando la contestacion. Jacobo no dijo nada. El hombre de los bigotes tampoco volvio a hablar. Quiza habia hablado ya demasiado para lo que correspondia a su caracter. Aunque no se movio y siguio esperando hasta que Jacobo se dio la vuelta y salio otra vez a Marques de la Hermida sin haber probado el cafe.

Atraveso la calle, la via, y paso por delante de la oficina de estibadores. Habia un grupo en la puerta, bajo la luz de un farol. Despues, cruzo la Raya, con el campo de desguace a la derecha, y se metio en la Ensenada con el dia clareando. Penso en Roncal. Habia estado pensando en Roncal desde que encontro la servilleta de su padre. Pero Roncal se habia marchado sin que el le cogiese el dinero.

Continuo hasta la Plaza del Muergo, empujo los panos de la puerta y vio a Nano y a Fidel durmiendo en la misma cama. La vieja estaba en la cocina, iluminada por una bombilla desnuda, con un puchero del que salia humo y olor a cafe. Habia una mujer durmiendo en una silla, con la pintura de la cara corrida y un vestido rojo, enroscada como una serpiente.

– ?Quieres cafe? -le pregunto la vieja, volviendo un poco la cabeza.

– No.

Fidel y Nano se removieron en la cama. El de la cara quemada abrio los ojos y pregunto:

– ?Que haces tu aqui?

Jacobo se sento en el borde de la cama y se quedo mirando el cuerpo pequeno de Nano.

– ?Que llevas en esa caja?

Jacobo dejo la caja en el suelo y el otro parecio olvidar la pregunta mientras se frotaba los ojos.

– A este le sacudieron ayer en los bajios por trescientas pesetas de berberechos -dijo Fidel siguiendo la mirada de Jacobo.

Nano abrio tambien los ojos.

– ?Te pegaron ayer? -le pregunto Jacobo.

– Solo me estuvieron empujando tres gordas. Pero las manos como hachas. No se, nunca les habia importado. Me jode porque el saquito de berberechos me costo medio dia.

– No queda nada. No queda nada en ninguna parte. Hay que irse -dijo Fidel, incorporandose en la cama y retorciendo como un sarmiento la carne quemada del rostro.

Jacobo estaba siguiendo los retorcimientos del cuello y de la cara, que eran como sogas, como sogas que ataban a Fidel a la cama.

– ?Irse? ?Irse adonde? -a Nano, en cambio, el asunto le habia despertado del todo.

– A otro mar. A otro sitio. A Alaska, a Noruega.

– Una vez lei en un libro un sitio que se llamaba Nantucket, o algo parecido, que seguramente es igual que esos -dijo Nano, entre la confusion y un principio de entusiasmo.

Jacobo desvio la vista hacia la mujer del vestido rojo que dormia enroscada en la silla, que ni se movia ni respiraba. Si estuviera muerta, ya se habria caido.

– ?Que dices, Jaco? Podriamos irnos. Venga, di por lo menos que te gustaria -dijo Fidel.

– Yo no me he ido -contesto Jacobo sin dejar de mirar a la mujer enroscada.

Los otros se quedaron mirandole, el los sintio, pero sintio mas el papel de la servilleta que habia agarrado mientras miraba a la mujer y mientras respondia.

– Ya sabemos que no te has ido -dijo Nano, sin entender y volviendose a Fidel despues de hablar.

– Claro que no te has ido -intervino el de la cara quemada, escudrinando con sus ojos saltones-. ?Es por la promesa? ?Es eso lo que has querido decir?

– ?La promesa? -ahora Jacobo si miro al que le habia hablado, como si hubiera sentido algo tan real como un pellizco o un pisoton.

– Un dia dijiste que estabas en el Instituto por una promesa. ?No te acuerdas?

– No. Una promesa es a alguien… -murmuro tratando de ser logico.

– Claro. Una promesa es a alguien. Pero eso no lo dijiste -contesto Fidel, que seguia escudrinando.

– No recuerdo a alguien -dijo Jacobo, volviendo la vista a la mujer enroscada, dormida y muerta.

Nano y Fidel se quedaron en silencio y movieron los ojos en la direccion de los de Jacobo.

– Aqui pasa algo -dijo Fidel a Nano-. A este me parece que tendremos que llevarnoslo. No esta rigiendo muy bien. ?Que hay en Nantucket?

– No lo se -dijo el pequenito-. Suena a ballenas. Me suena a que hay ballenas.

– Eso que has leido es de otro siglo, por lo menos.

Jacobo se levanto y dijo:

– Tengo que irme.

Los otros hablaron a la vez, pero el ya estaba en la puerta y no les escuchaba.

Volvio a la Ensenada y se acerco al Ciaboga. Estaba cerrado. Se le habia ocurrido de repente que Fermin podia leer la servilleta y entenderla. Habia unos cuantos chavales jugando en el contenedor de basura. Un redero habia extendido una red en el campo de cemento. Penso en Roncal. Pero no habia cogido el dinero de Roncal. Roncal era el unico que podia leer y entender. Aunque quiza ahora no pudiera, porque el no habia cogido su dinero. Fermin, quiza, solo se hubiera echado a reir imitando a un vikingo o le habria puesto un plato de sardinas. Aunque era de los pocos, con Roncal, con los del Gran Sol, que conocia su secreto. ?Era ya un secreto?

Empezo a caminar hacia la Raya. Por esa parte, el cielo estaba ya brillante, y el borde blanco de las nubes de

Вы читаете Nunca Sere Como Te Quiero
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату