despedida.

Ahora Christine si se retiro fisicamente del cuerpo de Jacobo.

– Mi padre es un pobre hombre -dijo la muchacha haciendo un esfuerzo para que no se escaparan todas las emociones al tiempo-. No puede enfrentarse a nada, y menos, a mi madre. No ha pintado un solo cuadro en todos estos anos en Mallorca. Es solo un tipo que se ha ido cayendo. Muchas veces me pregunto si sabe que soy hija suya. Ya se que no te lo he contado antes, pero eso ahora no tiene importancia.

– Tu no me quieres -lo solto sin pensarlo, sin saber por que aquel padre falso de Christine le habia obligado a decirlo-. Si no puedes hacer algo, no puedes quererme. Y si no puedes quererme, no me quieres.

Christine se retiro un poco mas. Estaba ya de pie, aunque seguia pegada al pupitre. La luz de sus ojos lanzaba solamente rayos lejanos y debiles. Jacobo penso que la pequena mentira de Christine no era nada en comparacion con las suyas y que, por alguna razon, ahora eso le resultaba insoportable. Ahora que se estaban separando, venian a su imaginacion todas las cosas no dichas. Demasiadas cosas. Quiso sacudirselas de encima con aquel «no me quieres» y seguramente, al mismo tiempo, quiso pedirle ayuda diciendole que hiciese algo.

– No hables de amor unicamente porque no eres capaz de hacer el esfuerzo de entenderme.

– Tu no me quieres.

Don Maximo acababa de entrar por la puerta. Christine se fue a su sitio retrocediendo, sin perder los ojos de Jacobo, que se habian estirado y empequenecido. Jacobo se quedo con sus propias palabras resonando en el interior, resonando como latidos. El le habia dicho a Christine que su padre era marinero, que su madre habia muerto. No eran mentiras, eran algo peor. Diciendo eso evitaba tener que contar lo unico que valia la pena contar. Era un gran engano, porque encerraba para siempre la verdad en el cuarto mas escondido de la conciencia. Gracias a esa historia, la tragedia de su padre, toda su infancia, el abandono de su madre, por el que nunca pregunto, del que nunca le hablaron, ya no podian convertirse en preguntas de nadie, en preguntas de Christine. Pero ahora le gustaria correr y decirselo todo, precisamente ahora que se iba.

De pronto, vio la mirada de don Maximo moviendose alternativamente de su sitio al de Christine.

– Y a vosotros, ?que os ha pasado? -pregunto.

Ninguno de los interrogados llego a contestar. Alguien de las primeras filas lo hizo por ellos.

– La tutora les ha cambiado.

Don Maximo movio sus papeles y sus libros sobre la mesa como si el asunto ya hubiera quedado resuelto. Pero, de pronto, levanto la cabeza y dijo:

– Hay gente que toma decisiones para no tener que pensar. La filosofia de nuestro tiempo deberia empezar con ese tema.

Jacobo ya no estaba alli. Seguia sentado en el pupitre, pero lo que sucedia alrededor, sucedia en otro pais. En cuanto a su propio pais, era un mapa circular, con caminos circulares, y un solo viajero recorriendolo continuamente y terminando su viaje en el mismo punto en que lo habia comenzado: tenia que contarle a Christine la verdad, tenia que decirle todo lo que pasaba, antes de que se fuera.

A las once, cuando sono el recreo, Jacobo se levanto junto a los demas, pero no se movio del pupitre. Cuando salieron todos, vio a Christine sola cerca de la puerta, esperando. Estuvieron de pie, mirandose, durante un minuto. De repente, a Jacobo le resultaba muy dificil acercarse a ella y contarle todo lo que habia pensado. Le habia parecido que la verdad saldria como de una catapulta, pero, de pronto, y llegado el momento, la verdad se quedaba agarrada alli dentro, con unas que se le clavaban, como un animal interior que no puede respirar el aire de afuera.

– Tengo que irme. Te quiero.

Y Christine desaparecio por la puerta acristalada.

Jacobo se quedo detenido, sintiendo que todo el cuerpo se escurria hacia el sitio de los pies y dejaba una mancha liquida en el suelo. Tuvo que recuperar la solidez que mantenia el cuerpo en sus limites, para poder cruzar el tambien la puerta, bajar las escaleras de marmol y aparecer en la calle.

Fue caminando hasta las taquillas del muelle, sin esperanza de encontrar a Christine, pero con la seguridad de que alli quedaria algo de su presencia. Mientras hacia ese recorrido, podia pensar que iba a alguna parte, que iba todavia a alguna parte con ella. Luego, se sento en el noray de los bocadillos, mirando el agua brillante de la bahia en un dia de sol frio y despejado como una hoja de metal.

Una lancha sin pasajeros atraco junto a la rampa. Con los motores ya parados, el barco se quedo oscilando en el agua y sujeto por el cabo de la proa. Habia una pareja de viejos que lo observaba desde la barandilla de la antigua casa del practico, con una mirada quieta. Las gaviotas chillaban cerca del puntal y el chillido sonaba como en un lugar desierto. La mar estaba callada y Jacobo penso en un lecho de agua que se habia ido tragando cosas. Nunca hasta ese momento habia pensando en el mar como una tumba de restos descansando en el fondo. Tambien el noray era como un resto de otra cosa que descansaba, naufragada y astillada, en su conciencia.

Necesito moverse. Sintio que si se quedaba alli, todas las cosas quietas se lo tragarian. Los ojos de los viejos, la lancha, el chillido desertico de las gaviotas, el noray, el fondo de restos inmoviles de la mar.

Echo a andar hacia el Barrio, sin pensar en que haria el en el Barrio. No queria ver a nadie, pero tampoco tenia otro sitio al que ir. Estaba la buhardilla, pero nunca iba a la buhardilla. Nunca habia sentido ni habia podido imaginarse la buhardilla como una casa, como su casa. Desde nino habia escuchado a otros decir que se iban a su casa cuando se aburrian en la calle. El siempre se pregunto que encontrarian en su casa, cual era el secreto que les hacia volver todos los dias cuando fallaban las cosas de afuera.

Llego al Barrio y se metio en la darsena de Maliano, donde estaba atracado el Gran Sol Estuvo mirando un buen rato su costado azul y blanco, el hocico levantado, las bordas redondeadas para proteger a los hombres de los golpes de mar. Cuando su cabeza ya parecia metida del todo en los suenos del barco, justo enmedio de las olas y de la quilla orzando, del sueno de verse a si mismo en la cubierta con el copo cargado y oscilando por encima de su cabeza, se presento la imagen de Christine, alla lejos, en el Instituto lejano de una ciudad lejana, como si ya hubieran pasado anos desde la ultima vez que la vio, y tambien se presento aquella angustia por contarle la verdad, por contarselo todo. En su cabeza quiza habia tambien otro sueno: si le decia a Christine que le habia pasado, entonces Christine no podria irse, aunque su madre se volviera loca, aunque la mataran. Porque Christine ya no podria separarse de el cuando el le ensenara todas las habitaciones, todas, de su corazon escondido. Se quedaria a vivir alli, igual que el vivia.

No llevaba reloj. De pronto, se pregunto si habrian salido de clase. Quiza ya era mas de la una y media o quiza todavia faltaba mucho.

Jacobo corrio, paso la Raya, cruzo la Plaza de las Estaciones, llego a Correos. Alli se detuvo, resoplando y notando las primeras senales de un vomito encerrado en el estomago. Intento tranquilizarse y, sobre todo, tranquilizar su cuerpo. Habia corrido por lo menos durante tres kilometros. Empezo a toser precisamente cuando pensaba que su cuerpo sacudido estaba consiguiendo la normalidad. Tras los golpes de tos llego el vomito. No pudo contenerlo. En ese momento estaba en mitad de la explanada, con gente pasando a su lado. Antes de echarlo todo afuera, vio como el instinto de los que estaban proximos les hacia apartarse y, sin llegar a detenerse, trazar una curva amplia alrededor.

Despues de la expulsion, fue caminando con un cierto tambaleo hasta uno de los bancos de piedra. Se sento, levanto la cabeza para tomar aire y vio que el reloj del edificio de Correos marcaba la una menos diez. Tenia tiempo de sobra.

Cuando se recobro un poco, quiso apartarse de la vista de su vomito en mitad del paseo principal. Busco el banco mas alejado, en la esquina de la catedral, y se dedico a esperar que diera la una y media, y que las visceras volviesen a su sitio.

Jacobo permanecio un rato encogido y con la cabeza entre las piernas. Cuando se enderezo vio a una mujer de unos cuarenta anos sentada en el banco de enfrente que tiraba o rebuscaba en algo atado a su cuello. Miraba al cielo y hacia aspavientos como si se estuviera asfixiando. Las dos manos estaban metidas dentro de algo brillante y se movian bruscamente hacia los lados. Jacobo se levanto y se quedo mirando a la mujer, sin estar del todo seguro de lo que pasaba. Entonces, en uno de los movimientos, los ojos de la mujer se cruzaron con los suyos y ella se quedo quieta.

Jacobo vio entonces que las manos se quitaban del cuello y aparecia una cadena pequena. Ella esbozo una sonrisa poco convencida, que no consiguio quitarle el gesto de alarma que le habia dejado la presencia de Jacobo observandola fijamente. Se le ha atascado el cierre, penso el muchacho sin volver a sentarse y parado enfrente de la mujer con un cierto aire de confusion todavia. De la cara de la mujer desaparecio la mueca casi al mismo tiempo en que se levanto para marcharse.

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