Jacobo levanto la vista y observo como la luz escasa redondeaba el craneo pelado de Roncal y como, en algun sitio de alli dentro, los ojos oscuros y redondos le miraban sin pestanear.

En ese momento, Jacobo penso que se levantaria y se iria con Roncal. Pero las palabras que salieron de su boca fueron muy diferentes de eso.

– Entonces yo no puedo cogerlo -dijo.

– Tu puedes cogerlo, porque tu no eres el.

Jacobo seguia pensando en irse con Roncal. Se imaginaba llegando a la casa del Barrio Pesquero y viendo como Roncal se encendia el puro de donde aqui empieza y acaba todo. Se imaginaba mas cosas y todas esas cosas le decian que se fuera con el.

– No puedo cogerlo -dijo.

– No estas cogiendo dinero, muchacho. Ni siquiera estas cogiendo dinero de mi. Esto no es dinero. No lo mires, porque no es dinero. Lo que coges es tu vida…, o no la coges.

– No puedo, Roncal.

Roncal seguia con el brazo extendido. Un brazo corto, fuerte, que asomaba la muneca llena de nervios y sangre bajo la manga del chaqueton.

– No voy a cogerlo.

Jacobo sintio como esas palabras eran como hachas que caian sobre las imagenes de vidrio de su imaginacion, de la imaginacion que acompanaba a su casa a Roncal, que vivia con el y que decia todo lo que le estaba pasando, porque Jacobo habia estado esperando a Roncal desde hacia dias, sin saber por que, pero esperandole y guardando esa espera en el desvan de un deseo que no se atrevia a pronunciarse a si mismo. No es que fuese a contarle algo en concreto, es que quiza podia estar con Roncal como si se lo contara.

– Entonces ya sabes lo que no coges.

Roncal, entonces, replego su brazo y guardo la mano con el dinero en el bolsillo del chaqueton. Se dio media vuelta deprisa y empezo a bajar los peldanos de la escalera.

Jacobo sintio esa ausencia mucho antes de que Roncal desapareciese de su vista.

– ?Es mi padre! -grito al fondo oscuro.

– Pero tu no eres el suyo -le contesto la voz que se iba.

Jacobo, sin moverse del peldano, fue escuchando cada pisada que iba descendiendo como un latido del corazon que se apagaba por segunda vez en ese dia.

– ?Cuando has desembarcado? -pregunto, tratando solo de que la voz no desapareciese del todo.

– Ahora.

Cuando, al cabo de un tiempo, Jacobo entro en la buhardilla, su padre estaba ya metido en la cueva y durmiendo. Olia a alcohol de quemar.

15

Christine entro al mismo tiempo que el Alcatraz. El rostro de la muchacha traia una palidez mate y dos ojeras violaceas que producian un contraste exagerado con lo demas. Jacobo se asusto. Distinguio, por lo menos lo distinguio en su corazon, lo que seria la cara de Christine enferma y la cara de Christine cuando sufria. Aquella cara era de sufrimiento. De haber sufrido, de estar sufriendo por algo que aun continuaba y que continuaria. Incluso en ese momento tan breve que fue su aparicion por la puerta acristalada, fue capaz de distinguir en su cara las marcas de un dano profundo de las de un simple disgusto. Le asusto ver con tanta claridad y con tanta rapidez lo que estaba viendo.

Jacobo se dio cuenta de que Christine acelero el paso cuando se separo del Alcatraz. Casi corrio hacia el pupitre. Al llegar, se sento con los libros sin haberse quitado todavia la trenka granate y una de sus manos busco atropelladamente la de Jacobo, la encontro y la apreto con toda su fuerza. Jacobo sintio como se clavaban las unas de Christine, pero no tuvo tiempo de decir nada.

– Christine Charouzel, cambia tu sitio con el de Javier Iglesias.

En la clase se hizo un silencio de caras sin gesto que se volvian hacia Christine y Jacobo. No hubo ruidos, ni siquiera el rumor de los cuerpos al removerse en los asientos.

El Alcatraz estaba de pie, con los brazos cruzados y los afilados rasgos de pajaro endurecidos bajo la pintura de los labios y el maquillaje de la piel. Miraba a Christine igual que habia pronunciado la sentencia, con un aire ausente que demostraba su poder y su dominio. Los rasgos se habian endurecido, pero no se habian crispado. Era como si esos rasgos tuvieran que posar expresivamente para un retrato. Jacobo supo que jamas olvidaria aquel gesto en aquella cara, ni la sensacion, en ese momento, de que efectivamente aquella mujer tenia un poder enorme sobre su vida, aunque no la conociera de nada.

Christine se sento en la primera fila y el tal Javier Iglesias vino a sentarse junto a Jacobo. Cuando la operacion habia terminado, el Alcatraz dijo:

– Ya os dije el primer dia que podian pasaros cosas con el sitio -hablaba mirando a Christine-, A vosotros dos tanta cercania no os beneficia en nada.

Jacobo escucho esas palabras no como una aclaracion de la sentencia, sino como una amenaza aun mayor. Porque a la sentencia se unia ahora la falta de razones, o el ocultamiento de las razones. Una especie de juez supremo habia dictado el perjuicio de la cercania entre Jacobo y Christine, y se habia callado, gracias a su poder, gracias a que nadie podia obligarle a decirlo, por que era malo que estuvieran juntos, donde estaban las pruebas que lo demostraban. El mal se extendia por el mundo, parecia decir aquel juez con aspecto de pajarraco, y Jacobo lo llevaba con el. Jacobo lo llevaba con el y era tan suyo que ni siquiera podia darse cuenta.

Cuando acabo la clase, en la que Jacobo hizo desfilar por la cabeza todas las cosas que estaban mal en su vida, todas las cosas que habia hecho mal, Christine vino deprisa a su pupitre. El no habia estado pensando en Christine, ella habia estado todo el tiempo en su pensamiento como un cristal a traves del que veia todo lo demas, pero no habia pensado en ella, en ellos, de una forma concentrada ni estricta.

– Mi tia descubrio la escapada del viernes. Y tambien sabia la del dia de Somo. Fue a casa el sabado y se lo conto a mi madre. No se que le conto, pero mi madre se volvio loca. Nunca la he visto tan loca. Me tiraba del pelo y me gritaba. Dijo que yo era una arrastrada, que me gustaba la basura, cosas increibles. Cuando parecia que ya se habia calmado, volvia a tirarme del pelo y a gritarme. No se que le conto esa cerda.

Christine le estaba hablando en susurros, apoyada sobre el pupitre, muy cerca de su cara y quiza presintiendo que ellos dos eran el centro de las miradas en el aula. Jacobo, a pesar de que los ojos aguamarina estaban casi encima de los suyos, empezo a ver como se alejaban. Fue una sensacion real: escuchaba a Christine aqui al lado y, sin embargo, la veia al otro extremo de un calle larga.

– No podemos vernos -dijo Christine aqui al lado y estando a cientos de metros.

– ?No podemos vernos? -contesto Jacobo como si no creyera que pudiera hablarse de algo tan evidente, tan evidente como que Christine, a cada palabra, retrocedia un poco mas en la calle larga.

– En los recreos tengo que ir a casa. Y me ha dicho que cuando le apetezca, ella vendra a buscarme a la salida. Esta loca, de verdad.

– ?Tienes miedo? -pregunto Jacobo un poco atontado, tratando de concentrarse en algo real.

– Tengo miedo de que nos vea juntos.

Ella le estaba mirando muy adentro de aquellos ojos un poco achinados, oscuros, con una mirada de agua que Jacobo no podia distinguir a tanta distancia como a la que ella se estaba yendo.

– Te acompanare cuando te vayas en el recreo, ire contigo a la salida -dijo Jacobo como si estuviera recitando cosas leidas.

– No puedes… Por favor, Jacobo, escuchame.

– Te llamare por telefono. Hay una cabina justo enfrente de tu casa. Si tu te asomas a la ventana, podremos vernos mientras hablamos.

– Jacobo, escuchame. No puedes llamarme a casa, ?no te das cuenta? ?Que te pasa, Jacobo?

Christine estaba llorando y ese llanto sonaba como los susurros con los que le hablaba. Incluso a la distancia a la que Jacobo la veia yendose, esas lagrimas podian distinguirse.

– Yo te quiero. Te quiero con toda mi alma, aunque ahora no sepa que hacer -murmuro ella.

– Llama a tu padre. Puedes llamar a tu padre. Puedes hacer algo -hasta esas palabras sonaban a

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