agua iba aterrizando sobre los tejados. El cielo podia ser brillante y espeso. Habria podido verlo mejor en la amplitud de la bahia. Pero no camino hacia la bahia. Llego de nuevo a Marques de la Hermida, y luego a la Plaza de las Estaciones, y luego al Pasaje de Pena. No pensaba en el Instituto. Tampoco iba hacia el Instituto.

Se detuvo en un escaparate. Estaba en el rincon que hacia la entrada del Pasaje de Pena con la manzana de casas. Detras del cristal habia maletas, bolsas de viaje, baules, mochilas, apilados como si los estuvieran trasportando en una carreta de la Estacion, o ya en el vagon de un tren o en la panza de un barco. Entonces, si es que no habian estado antes alli, cruzaron por su cabeza varias ideas. Cruzaron cada una con su direccion, como vehiculos a una velocidad que hacia dificil distinguirlos. Ideas que eran una mezcla de preguntas, de imagenes, con palabras y sin ellas. ?Que maleta se habia llevado su padre? No recordaba ninguna maleta en la buhardilla. Puede que se hubiera llevado el saco del barco. Vio a su padre cargando con el saco por un anden largo. Pero Jacobo penso que deberia haberse llevado una maleta, porque son mas duras y menos sucias que el saco verde de los barcos. Tambien vio a Nano y a Fidel yendose, y hablando entre ellos con bolsas en las manos. Pero no los vio en un anden, sino en Marques de la Hermida, llegando al fondo de la calle y cogiendo la carretera de Parayas, donde estaba el toro que habia tirado a Fidel. Llevaban bolsas, porque era imposible que aquellos dos, que nunca habian salido de Santander, tuviesen maletas, porque las maletas son caras y se tienen cuando se usan.

Entro en la tienda. Habia dos mujeres hablando fuera del mostrador y mirando a una tercera que estaba dentro subida en un escalera muy alta. La puerta estaba abierta y no escucharon por tanto su ruido al abrirse, ni tampoco los pasos del que entraba. Se quedo en el extremo mas cercano del mostrador. Creyo que habia entrado a preguntar los precios o a preguntar clases de maleta. La mujer de lo alto de la escalera decia cosas y senalaba con una mano. Las otras la miraban, contestaban y hablaban entre ellas. Seguian sin darse cuenta de que habia una persona mas. Fuera del mostrador, apoyado contra la pared, habia un juego de maletas de cuadros marrones y esquinas reforzadas con metal negro. A Jacobo le parecieron las maletas mas duras que habia visto. Se acerco a la pila que formaban, con la mas grande en el suelo, y toco la de arriba. El carton le parecio muy duro, y ademas le parecio que el carton guardaba la forma mejor que ningun otro material. Tenia el asa negra, de metal como las esquinas. La agarro, tiro de la maleta y la vio caer a su costado. Entonces salio de la tienda, viendose a si mismo con la maleta atravesando la oscuridad del Pasaje de Pena.

Cuando salio por el otro lado del tunel, una lluvia delgada habia empezado a mojar las calles del centro de la ciudad vieja.

Solo entonces, con el Ayuntamiento a la vista, con los edificios con miradores a la vista, pudo pensar en que habia cogido el camino del Instituto, el Instituto en el que estaba Christine. Y solo entonces se dio cuenta de que hacia bastante tiempo que no llevaba encima la caja de las zapatillas doradas, la caja que tenia que darle a Christine por no haberle contado todas las cosas que tenia que haberle contado, por no haberselas contado el dia anterior, por no haberselas contado a tiempo.

De todos modos, siguio caminando con la maleta vacia por la misma acera, sin cruzar todavia al otro lado, por donde se iba al Instituto. No podia ir al Instituto sin saber, por lo menos, donde habia olvidado la caja. Aunque no era dificil, le costo mucho averiguar que el ultimo recuerdo estaba a los pies de la cama de Fidel y Nano. La habia dejado alli para no hablarles de ella. Luego, habia tenido que marcharse. No, en ningun otro momento volvio a tenerla en las manos. A pesar de que aun no se habia librado de aquella sensacion que tuvo con la servilleta de su padre en las manos, aquella sensacion de que ya no habia nada que pudiera proteger su cuerpo del frio o del calor, fue capaz de pensar durante una rafaga de instante, durante el tiempo de una chispa saltando de su inteligencia embotada, que gracias a robar las zapatillas doradas no tuvo que contarle a Christine lo que queria contarle y que gracias a olvidarlas en casa de Eulalia ahora ya no tenia motivos para buscar a Christine.

Solo estaba la maleta vacia, agarrada del asa metalica y negra, viajando por el centro de una ciudad vieja en la que no habia ningun sitio adonde ir.

En esa acera de la Plaza habia mas escaparates. Se pregunto para que servia un escaparate. Para que la gente entrara en esos sitios. Si, pero para que la gente entrase en esos sitios, los que vivian dentro sacaban sus cosas afuera, ensenandolas. Despues, las vendian y se quedaban sin ellas. Hacian entrar a la gente ensenandole lo que tenian en su casa y luego hacian todo lo posible para que se llevaran el motivo por el que habian entrado. Asi que eso es lo que hacian, quedarse sin casa. Y eso era robar: dejar sin casa.

En el escaparate de una ferreteria, quiza no fuese una ferreteria, le llamo la atencion un ventilador blanco diminuto. Tenia un cartel que decia: «ventilador para coches». Nunca habia visto un ventilador en un coche y nunca habia visto un ventilador tan pequeno. Los ventiladores se caerian con el movimiento. Todos los coches tenian su sistema de ventilacion. Aquel pequeno artefacto no servia para nada. Los duenos de la casa ensenaban en el escaparate una cosa inutil para que la gente entrara. Miro adentro y vio que la tienda estaba llena, con hileras de gente y varios dependientes con chaquetas azules que se trasladaban aceleradamente al otro lado del mostrador. Jacobo entro, retiro unas pequenas cortinas que ocultaban el escaparate desde dentro, cogio el ventilador inutil y, alli mismo, lo guardo en la maleta.

Cuando salio a la calle penso que la maleta ya no estaba vacia. Que quiza ahora pudiese dar la maleta a alguien, a su padre, a Christine. Ahora podian irse de verdad con una maleta que el les habia dado. Ya podian irse con algo suyo y no irse sin que el supiera nada.

No. Todavia no podian irse. Ahora estaba seguro de que la maleta debia estar llena para que el pudiera dejarles ir del todo. El unico problema estribaba en la clase de cosas que tendria que meter en ella. No sabia que clase de cosas, pero las descubriria en cuanto las viese.

Miro el reloj del Ayuntamiento. Las diez y cuarto. Luego, empezo a caminar hacia el Paseo Pereda. La lluvia se habia convertido en una cortina colgada del cielo, quieta y constante. Al pasar por delante de las tiendas de ropa, penso en que todas aquellas prendas tambien eran inutiles, porque no podian hacer nada para quitarle a su cuerpo aquella sensacion de impotencia para defenderse del frio o del calor.

Al llegar a Correos cruzo hacia la Plaza Porticada y siguio el Paseo en direccion inversa al recorrido que habia hecho con Christine aquella primera vez. Pero enseguida volvio a cruzar hacia los jardines y el muelle. Vio a los cisnes gravitando sobre el agua, majestuosos y encerrados. En el muelle habia dos o tres pescadores con las piernas colgando y con el sedal tirado cerca del atraque de las lanchas. Siguio caminando hasta el Club Maritimo, y en Puerto Chico se quedo observando la Gran Cagada. Alli estaba el delfin plateado, clavado en el hocico de aquel barco inmovil.

Jacobo, mientras miraba el delfin, empezo a sentirse muy cansado. Si no hubiera estado lloviendo, se habria acostado encima del muro del espigon, con los barcos a un lado y la mar de la bahia al otro. Se le ocurrio bajar la escalerilla del fondeadero y quedarse debajo, protegido del agua por la plataforma y los escalones. En el hueco que encontro, la humedad que subia con el verdin por la pared era casi peor que mojarse con la lluvia. Se sento en la maleta, apoyo la espalda y tuvo la impresion de que se quedaba dormido.

Seguia alli, bajo la escalerilla del fondeadero, pero tambien iba en un barco desde el que se veia un mar blanco, sin olas, y delfines revestidos de una piel endurecida de plata que saltaban y se zambullian por el costado. El le preguntaba a su padre, como cuando era pequeno: «?Has visto los delfines?». Y su padre, a pesar de que los estaba viendo igual que el, saltando en el mar blanco, le respondia: «No hemos visto ningun delfin». Despues, el mar dejaba de moverse y quiza se convertia en una pasta blanca de arena. Los delfines se quedaban en el aire, completamente de metal, como figuras, y el barco estaba detenido. Jacobo miraba por la borda y veia a Christine agachada en aquel mar de pasta blanca, muy lejos, y la llamaba. Christine le veia cuando el ya habia perdido la voz de tanto llamarla, le hacia una sena con la mano y le decia: «Estoy buscando morgueras para besarte». Entonces, Jacobo le contestaba: «No te muevas. Ahora te recogemos». Pero el barco seguia sin moverse. Entonces buscaba a su padre, y su padre ya no estaba alli. Pero desde la otra borda volvia a verle, muy lejos, tan lejos como Christine, escribiendo en el mar de pasta blanca palabras enormes, pero que Jacobo no podia leer a aquella distancia.

Cuando Jacobo salio de ese sueno y quiza de otros que vinieron a continuacion, se levanto como si tuviera mucha prisa o como si hubiera perdido mucho tiempo. Fue por la pasarela hasta la Gran Cagada, se colgo de la borda y se encaramo al hocico. El delfin de plata estaba clavado con una base de metal. Jacobo tuvo que darle patadas hasta que la base salto arrancada, dejando el agujero del destrozo. Bajo con la figura y la guardo en la maleta. Luego, regreso por el muelle en la direccion del centro.

Al principio, no iba a ninguna parte en especial. Pero a medida que caminaba, empezo a pensar que la maleta estaba bastante llena y que, si le anadia la caja de las zapatillas doradas, estaria llena del todo. Solo tenia que recogerla en casa de dona Eulalia.

A la altura de la Estacion del Ferry cruzo y se metio en la calle Castilla. Al pasar por delante del bar Domino,

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