contara a sus amigos. No entendia a Christine. La veia delante de el, cuando era mas inesperada, y penso si su propia locura no habia escondido a una mujer danina, estupida y peligrosa. A alguien como cualquier otro ser temible.

– Tranquilo. No iba a aranarte. Ya no intentare tocarte mas, te lo prometo.

Cuando llegaron a Puerto Chico, ella dijo:

– A veces se huelen los tamarindos del Sardinero desde esta esquina. Me gusta todo lo que esta cerca del mar. Es distinto. Es distinto de lo que esta tierra adentro y es igual.

Torcieron por el cafe austriaco, la expedicion ya estaba en manos de Christine, y caminaron despacio por el Paseo Pereda. Jacobo habia visto muy pocas veces el mar a esa distancia, a la distancia de las cafeterias caras y clubes de esa acera ancha, con miradores y terrazas cubiertas. El sol aparecia de vez en cuando entre nubes algodonosas, ribeteadas de fucsia, lanzando rayos oblicuos a las aguas planas de la bahia, mucho mas oscuras que el cielo.

– Tu debes ser una especie de marinero. Siempre vas vestido de azul, con ese chaqueton. Del corte de pelo, no se que decir.

Lo unico que Jacobo tenia claro en su cabeza es que no estaba en condiciones de determinar si se estaban riendo de el o estaban sencillamente paseando con el. De todas maneras, las palabras de Christine le fueron tranquilizando y se metieron dentro de el como una inyeccion de gas narcotico, atontandole y obturando los sentidos basicos: no veia nada, no olia nada, no tocaba el suelo, ni sentia las manos escondidas en el chaqueton. Solo era consciente de la presencia de Christine, de que estaba cerca, de que se alejaba un paso, de que le miraba, de que se distraia, atado como un preso a aquella figura un poco mas baja que la suya y que tenia el poder de hacer que los mundos desaparecieran.

– Tu no me lo vas a decir. Menos mal que se que no eres mudo ni tonto. Pero un dia de estos voy a ser yo la que te siga a tu casa. ?Que te parece?

Jacobo miro de una manera que hizo que ella perdiese completamente la media sonrisa con la que venia hablando desde hacia un rato. Christine se habia quedado muy seria.

– No se lo que te pasa. Pero me gustaria llevarmelo con esos ojos adonde yo quisiera.

Habia abrazado los libros sobre el pecho y los ojos se habian abierto por toda la cara, dejando una mancha fresa en algun sitio. Jacobo abrio los labios para hablar, pero no pudo. Por un instante, temio haber perdido la voz de verdad. Ahora estaba mas asustado que nunca y no podia pensar en por que.

Llegaron a la Plaza Porticada por el lado del Paseo. Doblaron la esquina y empezaron por General Mola, otra vez. Jacobo calculaba lo que tardaria en acabarse la sensacion de estar preso, mudo y narcotizado. Lo que tardaria en sentirse libre, hablante y fuerte, y sin ella. Lo que tardaria en ser como siempre y en si podria serlo cuando ella hubiera cruzado el portal.

Entonces intento ralentizar el paso. Era lo unico que habia intentado. No tenia fuerzas para llegar al portal y para irse, despues, sin haber dicho una sola palabra. Pero ella no hizo caso de su intencion y siguio caminando al mismo ritmo, lento y firme.

Llegaron al portal y Jacobo se detuvo, con la seguridad de que muchas mas cosas acababan de pararse en el. Pero fue Jacobo el unico que se detuvo. Christine continuo hacia Puerto Chico, esperandole un poco hasta que el supo que le estaba esperando.

Repitieron el mismo recorrido en silencio. Esta vez, Christine no dijo nada. Y Jacobo tuvo todo el tiempo del mundo para seguir la direccion de su mirada, para ver su nuca cuando no le miraba a el, para aprender a marchar a su lado y para agarrarse a todo aquello que nunca habia tenido ni tocado.

Christine se paro despues en el portal. Le miro como si se estuviera llevando trozos de imagen a un lugar solamente suyo, mientras Jacobo leia en sus ojos que le gustaria llevarse los suyos adonde ella quisiera.

Christine metio las llaves en la cerradura y empujo la puerta suavemente. Se quedo al otro lado, sin cerrarla, con el gesto serio y tranquilo.

Cuando Jacobo estaba esperando otras palabras, la oyo decir:

– Hola, tia.

La de Quimica, el Alcatraz, estaba detras de Jacobo.

– ?Que haceis aqui? He venido a tomar cafe con tu madre.

La mirada de Jacobo se cruzo con la del Alcatraz y el muchacho sintio un picotazo extrano, como si esos ojos no quisieran verle.

La puerta se cerro antes de que le diera tiempo a encontrar una vez mas su cara.

9

Su padre no estaba en casa, pero no se dio cuenta enseguida. En el regreso, subiendo hacia la calle Alta despues de rodear la catedral, en un trayecto mas largo del necesario, en un trayecto en el que no penso, aunque le parecia bien que se hubiera hecho largo, el aire llevo hasta su nariz un olor que desconocia. Era un olor limpio, fresco, de hojas, de hojas o de alguna planta que no habia olido nunca. Solo llegaba de vez en cuando, como si estuviera en algun sitio de afuera. Pero no era de afuera, porque lo habia sentido en la revuelta de la catedral, en el callejon de la escalinata hacia el alto y en la Rampa de Sotileza bajando a la Plaza de las Estaciones. Acerco la nariz al chaqueton y tuvo la impresion de que estaba alli. ?Christine? ?Christine se habia quedado en su chaqueton sin rozarle siquiera? Tal vez, se rozaron. Al dar vuelta a una esquina demasiado juntos, en un movimiento de dos mal sincronizado, en cualquier paso en que las distancias se agitaran, porque, despues de todo, nunca habian caminado juntos y era posible el desajuste, el tropiezo, el roce. Olio varias veces seguidas el chaqueton, pero al final se dio cuenta de que el olor continuaba aunque la nariz no se acercara al pano. ?Se habia quedado en su nariz y la nariz estaba recordando? No podia imaginar que el olfato tuviera memoria. Cabia tambien dentro de lo posible que la colonia o el perfume de Christine hubiera ido esparciendo sus moleculas, igual que los surtidores desalojan en sus bordes diminutas gotas de agua, y que algunas de esas moleculas se le quedaran en las fosas. Olor a hoja, a muchas hojas brillantes y verdes cubriendo el suelo, un suelo grande, justamente debajo, acostado debajo, de un cielo de un solo color.

Cuando llego a la buhardilla penso que, con un poco de suerte, el olor se quedaria alli encerrado hasta la manana siguiente, por lo menos. No tenia hambre. En realidad, tenia hambre, lo que pasaba es que no queria meter nada en el cuerpo, no queria masticar, no queria hacer la digestion, no queria tener que sentir, solo porque tuviera hambre, cosas distintas de las que sentia. El cuerpo estaba bien asi, despejado para el olor de Christine.

El guiso de patatas y almejas que habia cocinado la noche anterior seguia en la olla roja, y las rabas de calamar cortadas y lavadas, en el escurridor. Su padre no habia comido todavia. Su padre no estaba en la buhardilla. Su padre no habia comido, ni estaba presente cuando eran casi las cinco de la tarde. Solo entonces, y dando manotazos a su conciencia reciente, dando manotazos al recuerdo tan cercano, tan vivo, de Christine, dando autenticos manotazos, pudo hacerse con claridad una pregunta importante: ?donde estaba el padre?

Bajo al bar de Fitu con la pregunta botandole en la cabeza, pero sin sentir de verdad lo que significaba la pregunta. Tenia a Christine en el corazon (y en la nariz) y a su padre en la cabeza.

Fitu, con los grandes mostachos y los ojos chicos por encima de los mostachos, le dijo que su padre no habia pasado. El hombre gordo le hizo aterrizar un poco. Jacobo nunca comprendio del todo aquella mirada fria, siempre fria con el, y su actitud protectora cuando le pasaba algo. Un dia de hacia dos o tres anos, le saco de una pelea agarrandole del cuello del chaqueton. Dejo que los otros, que tambien eran del barrio y conocidos suyos, continuaran la gresca, pero a el le saco y le coloco a su lado en la puerta del bar hasta que el asunto quedo resuelto. Mientras tanto, no le dijo nada, ni una sola palabra, y Jacobo tampoco se atrevio a preguntar.

Tiro hacia el puerto. Al cabo de un rato pregunto en la Simoneta y despues se presento en el Ciaboga. Fermin estaba en la puerta fumando un pitillo, sin mandil y sin gorro, y le vio llegar desde el lado de la darsena. El vikingo no hizo ningun gesto, ni parecio especialmente contento de verle. A medida que Jacobo se iba acercando, al cocinero le costaba mas aguantar la mirada. El muchacho se imagino algo en ese momento, pero tuvo que esperar hasta que Fermin le dijo:

– Tu padre esta ahi dentro. Se ha arrimado a una mesa de caralavadas.

Las palabras se le quedaron tan grabadas como el gesto de esquiva de Fermin intentando no mirarle y no

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