nada, ahora ella no podia frotarle los morros ni con su indiferencia ni con su superioridad. Ella no podia saber lo que sentia el, por lo tanto, el era un ser libre. Libre, Christine, a ver si te enteras, libre contra ti, si hace falta.

Lo que hizo Christine, en realidad, fue coger la trenka con los libros debajo y dirigirse a su sitio del fondo, junto a Jacobo. Jacobo la vio venir sometido a tal confusion de sentimientos que dudo entre darle una patada o besarla brutalmente alli mismo. Como los dos extremos eran igual de violentos y de impracticables, a no ser que el sujeto estuviera un poco descentrado, el del pelo cortado a tazon se quedo mas quieto y mas mudo que nunca.

La unica diferencia en las horas que siguieron, la unica diferencia con los otros dias, fue que el muchacho sintio que le habian encendido un fuego por dentro y que ese fuego le estaba quemando. Que de la llama se habia pasado a la hoguera, en resumidas cuentas. Durante los dias de hospital habia echado de menos a Christine, esa falta se fue convirtiendo en ausencia y la ausencia en una evidencia de perdida. Christine ya no estaba. Ya no estaria nunca. Quiza llego a esa conclusion inesperada mezclando el amor que nacia con el que se extinguia, es decir, con la enfermedad de su padre, con sentir que habia un camino que llegaba hasta las puertas de la muerte y que esas puertas se abrian con mas facilidad que las del Instituto. O que era igual de facil llegar ante ellas. Todo podia perderse y, cuando las cosas se perdian, parecia que nunca se habia tenido nada. Jacobo se estaba quemando y lo sabia.

Durante el recreo siguio a Christine y a su grupo para ver donde se metian. Era un sencillo sistema de seguridad empleado desde el dia en que ardio la sarten y cuyo principal proposito era evitar sorpresas, al menos las de cierta clase. Entraron en la cafeteria del callejon, en un chaflan de la calle del Coliseum, que se habia convertido en los ultimos tiempos en el lugar de reunion de un grupo mas numeroso y del mismo estilo. Jacobo salio disparado hacia el Mercado Central y hacia el hornillo de Matilde.

Pero apaciguar el hambre, no le sirvio para apaciguar lo demas. Cuando volvio a clase estaba peor que antes y se dedico a esperar la hora de salida en medio de una nueva inquietud: estaba seguro de que no le bastaba con seguirla. Ya, no. ?Que haria? Mientras trataba impotentemente de imaginarse algo que el fuera capaz de hacer, fue espiando por el rabillo el jersey de lana azul, el vello de lana suave que lo cubria como una piel, los cuellos redondos de una camisa de flores palidas que rodeaban el otro cuello, blanco, limpio y de carne, las orejas pequenas y descubiertas con la perla sobre la hoja dorada en el lobulo, la boca fresa entre la palidez, y los ojos, los ojos, los ojos, que no le miraban, no le miraban, no le miraban.

Conto todos los minutos de la ultima clase. Un tipo inexistente hablaba de etica. Hasta que los minutos se acabaron. Pero cuando los minutos se acabaron, el no pudo salir corriendo, porque el tenia que dar tiempo a que ella llegara a la esquina del Coliseum. Sin darse cuenta, salto sobre el asiento y volvio a caer. ?Ella le habia mirado? Espero a que salieran todos, cogio los libros y camino todo lo despacio que pudo. Trato de no ir demasiado deprisa, en cualquier caso. Estaba convencido de que haria algo, el, que se habia jurado a si mismo que nunca haria nada. Fue este pensamiento lo que le permitio controlar la prisa, gracias a que producia suficiente panico como para tomarse el asunto con calma. Veia y se representaba con claridad las atrocidades producidas por un fracaso. Mas bien las veia que se las representaba.

Cuando llego a la verja, Christine ya habia desaparecido. Nada en los alrededores. Volo.

Volo y se asomo a la esquina. Alargo la vista hasta la bajada de la Plaza Porticada. Habia demasiada gente en las aceras, pero el siempre conseguia distinguirla entre mucha gente. Empezo a caminar con precaucion por el lado contrario al de la Plaza, mirando a todas partes y temiendo el recoveco de una tienda o un autobus que la hubiese ocultado. No la encontro. ?Habria perdido demasiado tiempo? ?O ella habria ido demasiado deprisa?

Volo. Se salto la escalinata a tramos y sintio la quemadura del suelo en los pies. Nadie estaba atravesando la Plaza Porticada y Christine siempre la cruzaba en la diagonal hacia el Paseo Pereda, para desviarse unos metros antes por la calle General Mola, la mas estrecha. No podia haber corrido tanto. ?De veras el habia perdido esa cantidad de tiempo?

Volo. Y al llegar al arco de General Mola, se paro en seco. Al fondo, se veia la Plaza de Pombo, con la boca del aparcamiento en primer termino y el templete en el centro de la tarima del parque. Pero en la calle no estaba Christine. Se le ocurrio que habria ido por otro camino. Se le ocurrio que se habia quedado detras. Todo coincidia en lo mismo, en que la habia perdido. El dia en que habia decidido hacer algo, aunque no supiera el que, precisamente ese dia. Se sintio como en esos suenos en que todo esta a punto de ocurrir, un beso, un trago para la sed, y de pronto te despiertas extranado no porque no haya nada, sino porque has estado queriendo una cosa hasta hace un momento y ahora no sabes que hacer con eso que querias, excepto llevarlo contigo todo el dia como si fuera de otro.

Con la pesadez de un despertar en vacio, Jacobo dejo que sus pies le empujaran hasta la Plaza. No se atrevia a volver a ninguna parte, ni siquiera al barrio. Su estado de animo, penso, era un poco estupido, porque de todas formas habria tenido que volver en cuanto Christine se metiera en casa. Y se habria metido en casa aunque el hubiera hecho algo.

Miro al portal de Christine desde la boca del aparcamiento. Y luego vio como se levantaba media docena de veces el liston rojo y blanco para que pasaran los coches.

Volvio sobre sus pasos intentando concentrarse en su padre y decidiendo que no debia dejarle mucho tiempo solo. Al fin y al cabo, no confiaba en lo que pudiera pasar si el viejo tenia que enfrentarse solo a si mismo. La noche anterior se quedo modorro delante del televisor, convencido de que Jacobo le habia chafado la celebracion o lo que pudiera significar esa palabra en su cabeza.

Seguramente, habia ido mirandose los pies o no viendo nada, ya que cuando sus ojos enfocaron algo de la calle, se encontraron a Christine caminando por la misma acera y aproximandose. Durante esa rafaga, penso que Christine le habia visto, pero, pensandolo mejor, eso era tan probable como lo contrario. Las impresiones de su corazon no debian confundirle.

Dio vuelta nuevamente y enfilo hacia la Plaza, calculando que su meta estaria en el portal de Christine. Alli acabaria la escena del perseguidor al que estaban persiguiendo. Ni siquiera eso. Quiza ella no le habia visto o le habia visto estando ya de espaldas. ?Que distancia les separaba? No fue capaz de hacer ese calculo. Recordaba solo su cara, no el tamano proporcional de su cuerpo y en absoluto lo que mediaba entre ellos. Para colmo, aquella cara, aquel momento de cara, la veia cerca y lejos a la vez, la veia acercandose y alejandose en su pensamiento, pero no en un espacio real, no en ninguna parte, ni ahora, sino como era en la imagen de su cabeza, una imagen tan hecha y tan dura como un deseo.

Anduvo deprisa sin volver la cabeza. Choco un par de veces con hombros en los que no se habia fijado. Al final, cruzo desde el aparcamiento subterraneo a la acera del portal y, al pasar por delante, tuvo mucho cuidado en no hacer ningun gesto delator. Un portal como otro cualquiera, el pasaba por alli por casualidad, era evidente. Inevitablemente, y una vez cruzada la frontera del desasosiego, aminoro el paso y empezo a hacer calculos mentales de lo que tardaria Christine en llegar a su portal, sacar las llaves, meterlas en la cerradura, empujar la puerta y desaparecer. Siguio caminando sin atreverse a volver la cabeza y, a la altura del cruce de Lope de Vega, con Puerto Chico a la vista, varios cientos de metros despues del angustioso portal, decidio que podia mirar y mover los musculos de un cuello que se iba quedando rigido como un palo.

Pero Christine estaba alli, a unos cuantos pasos, mirandole y acercandose, y cuanto mas se acercaba, mas trabajo tenia que hacer Jacobo para reconocer que aquellos ojos como los de Christine, aquel cuerpo como el de Christine, aquel movimiento como el de Christine, aquella trenka como la de Christine, aquella coleta como la de Christine, eran Christine misma, sin ninguna duda y a pesar de todo su esfuerzo en descomponerla en pedazos y juntarlos de mil maneras posibles y negadoras. Era Christine y no habia nada que hacer. Precisamente el dia en que el habia decidido hacer algo.

– Hoy me tocaba seguirte a mi. Creo que es divertido. ?Pensabas que no me habia dado cuenta? -dijo, llegando a su altura.

Jacobo estaba pegado al suelo. Los nervios escapaban por la planta de los pies, atravesaban las losetas, el cemento, y alli abajo se convertian en raices que, buscando alguna escapatoria, solo conseguian clavar mas el cuerpo de arriba.

– Sigue andando. Me gusta seguirte. De verdad, me gusta mucho.

Pero no podia moverse. Estudiaba la cara de Christine y trataba de averiguar si estaba enfadada. Le resultaba muy dificil saberlo, le resultaba muy dificil saber por que estaba alli.

Ella inicio el gesto de empujarle y Jacobo entonces se movio, asustado de pronto por aquel contacto que no llego a producirse, pero que podia significar cualquier cosa, desde un puro y simple castigo, ?por que le parecia en aquel momento que Christine podia castigarle?, hasta un buen motivo de rechifla al dia siguiente, cuando se lo

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