Pasan dos negros por cada diez automoviles. He llegado a contar, no ahora, pues no puedo perder el tiempo en estas divagaciones estadisticas, once negros cada cuarto de hora en los Campos Eliseos; quince en la Plaza de la opera; veinte en la Plaza de Saint-Michel; veinticinco en Saint-Germain des Pres; sesenta en la Place Blanche a las once de la noche… Una plaza blanca, llena de negros, que en realidad es gris. No hay que olvidar que el negro es el color local de la Plaza Blanca de Paris… Sin que yo tenga exactamente la mentalidad de un racista y de un peaton, los negros y los automoviles. me producen mareo.

– ?Otro croissant y otra cerveza, por favor!

Para hacer lo mismo que los ganadores de premios literarios de Paris, me he puesto a escribir sobre la mesa del bistrot, ante un vaso de cerveza que huele a agrio y pierde la espuma rapidamente. La buena cerveza y los rinones buenos, me decia el pobre Miguel, se conocen en que hacen espuma. A Dios gracias yo produzco una espuma que ya la quisiera la mejor cerveza alemana.

Comence a escribir con una letra redonda y clara que se va deformando y embrollando a medida que se apresura.

Pasa una pareja de novios, feos los dos, que se besan entre esta multitud de estudiantes que estudian poco, pintores que nunca pintan y novelistas que aun no han escrito su primer libro.

Nota importante: Paris es un baile de disfraz con musica de motores al fondo. Venteros disfrazados de artistas, prostitutas disfrazadas de senoras, duquesas disfrazadas de prostitutas, turistas disfrazados de boy-scouts, jovenes disfrazados de actores de cine, actores disfrazados de millonarios, millonarios disfrazados de vaqueros del oeste, etcetera. Con un abrigo raido, una bufanda de lana gris, unos zapatos sin lustrar hace anos, el pelo sin cortar hace meses, el cuerpo sin lavar hace dias, mi disfraz es de estudiante. Naturalmente hace dias, y meses, y anos que deje de estudiar.

En la mesa de al lado se halla una turista inglesa o americana de melena dorada, ojos redondos y azules, una pelusa tenue en las mejillas; pecosa, alta, de piernas largas y fuertes, senos duros y erguidos, pantalones untados a las nalgas, los muslos y las pantorrillas, etc.

Nota: Millares de muchachas como esta se asoman al segundo piso de buses flamantes que tienen placas de paises exoticos. Son millares de muchachas que suenan con perderse en Paris. La mia paladea una copa de conac, aunque preferiria una botella de Coca-Cola. Tomar Coca-Cola en un cafe de Paris me parece tan absurdo como beber champana en un drugstore de Nueva York. Se me va el santo al cielo…

Tengo que hacer un violento esfuerzo sobre mi mismo para concentrarme en la hoja de papel que tengo delante de los ojos. Ha ido creciendo a medida que el reloj de la torre romanica de Saint-Germain des Pres deja caer sobre la plaza, pesadas y solemnes, las medias horas. Pero no me impide escribir esta pobre anciana que pasa tirada por un perrito que husmea las manchas de humedad que salpican la acera a todo lo largo de la calle. Ni las cocineras que vienen del mercado con su bolsa de verduras, ni las muchachas que viven solas en alguna mansarda sin calefaccion y ahora cargan su barra de pan debajo del brazo. Casto olor de las barras de pan que acaban de salir del horno o de la axila de una muchacha que vive en un cuarto de criadas, sin calefaccion y sin bano. Olor puro, tibio, infantil, de primera comunion en un asilo de ninos a donde las damas piadosas han invitado a desayunar al senor obispo. Yo adoro el olor y el sabor del pan…

– ?Otro vaso de cerveza, por favor!

No me impiden comenzar a escribir mi novela los artistas que pasan delante de mi con infulas de genios incomprendidos, ni los escritores que no han visto su nombre en la caratula de los libros que desbordan de los escaparates sobre la calle. Todos estos artistas y escritores, fracasados en agraz, cuya apariencia no es el reflejo de una realidad interior, sino un mero disfraz para satisfacer la vanidad externa, me producen asco. Seria capaz de cortarme el pelo, peinarme con gomina, hacerme brillar las unas y los zapatos para no parecerme a ellos, si no fuera por la razon de que todo eso cuesta demasiado dinero. Con cien francos para pasar diez dias no puedo darme esos lujos. En cambio escribire mi novela para restregarsela algun dia en el hocico a esos genios desconocidos. Aun en medio del vertiginoso desfile de automoviles, camiones, motocicletas, buses que dejan un reguero de humo negro apestoso, seria capaz de escribir. No son los ojos, sino los oidos, no las imagenes visuales, sino las impresiones auditivas, las que me paralizan la mano. Ruido atronador de una motocicleta que espera la luz verde del semaforo para dar el salto. Estruendo de buses que trepidan pidiendo paso. Martilleo angustioso de una perforadora que esta desempedrando el atrio de Saint-Germain des Pres.

Una ambulancia aulla en la esquina de la rue de Rennes, con algun moribundo adentro que estara a punto de entregarle el alma al ruido para pasar a una vida mas silenciosa. Parado en la encrucijada de la plaza, el agente de transito no logra dominar el discordante coro y agita los brazos entre un frenetico clamor de pistones en marcha.

Escucho simultaneamente las conversaciones del bistrot: cuatro viejos que protestan del ruido infernal de la calle, tres artistas que denigran la ultima exposicion de pintura, dos ninas-aranas a quienes la mosca de un turista gordo y tornasolado aun no les ha caido entre las redes de las medias de encaje. Con los ojos mas azules y brillantes, la pelusa de las mejillas mas tersa y dorada, los senos mas erguidos, las piernas mas largas, la turista americana pide otro conac.

Aunque quisiera no podria aislarme dentro de esta atmosfera vibrante que me aturde el espiritu. Para dejar de ver me bastaria cerrar los ojos, pero no puedo sustraerme de oir y estamos viviendo en el tiempo del ruido. Frente a la iglesia de Saint-Germain des Pres, en el barrio latino que es el mas literario de Paris, pero rodeado de ruidos discordantes por todas partes, no logro concentrar mi atencion en esta hoja de papel y como lo hacen los otros, como los otros escritores dicen que lo hacen, yo no puedo escribir.

?Tonterias! ?Palabrerias! ?Literatura! 'Como lo hacen los otros, como los otros escritores dicen que lo hacen, yo no puedo escribir', es una mentira convencional. Entre ruido y ruido escribi ayer de un tiron quince paginas en este cuaderno. Ademas, si no escribiera en la mesa de un cafe, ?donde podria escribir? ?En la Biblioteca Nacional, con los pies helados mas que por frio por ganas de comer? Vidrios polvorientos, insidioso olor a moho y cera de los pisos, luz macilenta, jovenes marchitos con barros en la frente y caspa en las solapas, que hojean viejos librotes. Y eruditos vestidos de negro, con bufanda de lana, y pesadas botas sin lustrar. Una muchacha se inclina sobre las laminas repugnantes de una anatomia comparada. Debe ser enfermera o medica y estara preparando su tesis. Los crujidos de las paginas y el golpe seco de los libros cuando llega la hora de partir, me deprimen y me secan la imaginacion. Yo escribo mas con la imaginacion que con la memoria, pues por no tenerla vivaz si solo me fiara en lecturas y recuerdos de libros, sentado en la Biblioteca Nacional, pero con los pies y la imaginacion ateridos de frio, no podria escribir.

A proposito, tengo que pensar seriamente en los zapatos. El izquierdo ya no tiene tacon. El derecho presenta un hueco en la suela, protegido por una lamina de cuero transparente que deja filtrar el agua y la luz. Hoy el viento del norte tumbo las primeras hojas de los arboles en el Parque de Luxemburgo, y desterro a centenares de turistas de las terrazas de los cafes, las escalinatas del Panteon y las ruinas de Cluny. A mi me dolian los pies, sobre todo el derecho en el hueco de la suela del zapato.

Otono: primeros frios, cielo desvaido, arboles rojos y marrones y sepias y amarillos y verdinegros y gualdas, etc. Utilizar estos adjetivos en una descripcion al comienzo o al final de un capitulo de mi novela. Y estas ideas: exaltacion, profundidad, intensidad, melancolia. No esta mal. Retener estas dos series paralelas de palabras.

?Podria escribir en el parque? Cuando era estudiante, o por lo menos pensaba honradamente que lo era, alguna vez trate de leer sentado en un banco en el jardin del Vert Galant, a la orilla del rio. Me sacaron de alli las parejas de enamorados cuya ternura pegajosa, onanista u onanica, me repugna tanto como los perros que copulan en mitad de la calle. Cuando era nino los perseguia a pedradas. En todo nino hay un policia de costumbres y un puritano cinico e hipocrita.

Hui del Vert Galant sin abrir el libro.

Tampoco podria leer y mucho menos escribir en el Bosque de Bolona, cuyas avenidas son pistas de carreras de los automovilistas. Ni en el Parc Monceau, atestado de ninos y sirvientas. Ni en los Jardines de las Tullerias, poblados de turistas. Ni en el zoologico de Vincennes, que apesta a jaula de fieras y a sudor concentrado de una

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