Ignacio se indigno. «?Como podian ser unos farsantes si exponian el pellejo por su idea? Porque el habia presenciado muchos incidentes: interrupciones, insultos, piedras a la salida.»

– Ya, ya -admitio el cajero-. Eso es verdad. Pero forma parte del caldo.

A Ignacio le preocupaba precisamente lo contrario: creer que todos tenian razon. Porque apenas si veia diferencia entre un programa y otro, excepcion hecha del aspecto religioso. Todos demostraban preocuparse del bienestar de la gente. Los Costa, los industriales jefes de Izquierda Republicana, daban el ejemplo tratando a sus obreros con verdadera esplendidez. La UGT si no hacia mas, era porque no podia. Y las derechas lo mismo, a pesar de lo que le confeso el subdirector.

El cajero le dijo:

– Bien, ?y no te amosca un poco que, siendo adversarios, todos empleen el mismo lenguaje?

Un hecho inquietaba a Ignacio, le sumia en la mayor confusion: que toda la gente que le rodeaba, perteneciendo a una misma clase social y teniendo, por lo tanto, identicas o muy parecidas necesidades, militara con tanto fanatismo en partidos distintos, que se hacian la guerra entre si. Padrosa y la Torre de Babel eran socialistas. Para ellos la UGT acabaria arreglandolo todo. «El dia en que cuente con dirigentes jovenes y preparados.» El de Cupones y el de Impagados, cuando veian entrar en el Banco a los Costa, si no gritaban «?Viva Izquierda Republicana!» era porque estaban en casa ajena. Adoraban a los dos industriales, muy campechanos desde luego y muy sencillos. El director hablaba siempre de los radicales, el subdirector, de la CEDA. En pro de don Santiago Estrada, y no digamos por Gil Robles, se habria dejado matar. Cosme Vila… no decia nada, pero el nombre de Marx era harto elocuente. Su propio padre, Matias Alvear, creia en Izquierda Republicana, pero no en la de los Costa. «La Izquierda de aqui -decia- solo piensa en Cataluna.» Don Emilio Santos era mas bien monarquico. Julio, no se sabia.

Ignacio estaba sumido en la mayor confusion.

El cajero le dijo que no debia darle demasiada importancia a aquel aspecto de la cuestion, como tampoco a la de los mitines. Que todos los sistemas politicos tenian sus puntos debiles. El democratico fallaba por ahi: no toda la gente era lo bastante responsable para votar, y los diputados, hombres como los demas, a veces prometian muros de contencion de un rio, sin tener la menor intencion de transportar una piedra para ello. Ahora bien, el sistema tenia muchas ventajas. La posibilidad de derribar del poder a los vividores -en cambio a un dictador o a un rey habia que aguantarle-, la prensa, la libertad…

– La libertad… recuerda esta palabra -concluyo-. En fin, ya te iras convenciendo. El sistema democratico es el unico en que una persona puede considerarse verdaderamente una persona.

CAPITULO VIII

Hubo noticias frescas de ambas familia (Alvear-Elgazu), empezando por los hermanos de Matias. El de Burgos, que tenia una hija de la edad de Ignacio y un hijo algo mas joven que Pilar, fue nombrado jefe de la UGT. El hombre no hubiera querido aceptar, pero por fin se sacrifico porque entendio que seria util. Santiago, el de Madrid, hacia vida marital con una joven, mecanografa del Parlamento. Matias se rio mucho con aquella noticia y a partir de aquel dia las discusiones de los diputados tuvieron doble significado para el. En la carta en que Santiago les anunciaba su nuevo «enlace» habia una posdata que ponia: «Mi hijo Jose, dentro de unas semanas, hara un viaje a Barcelona por motivos politicos. Supongo que no os importara que vaya a Gerona a veros».

Aquello fue un toque de clarin. A Carmen Elgazu la anunciada visita no le hacia ninguna gracia; pero sabia que para Matias su familia era cosa sagrada y no se atrevio a rechistar. ?Ignacio mas que intrigado!; para el su primo era un ser fabuloso, que en Madrid se jugaba la vida cinco veces al dia. Ademas, estaba cansado de no tener un amigo de su edad.

De Vasconia las noticias eran varias. La vida separaba a la madre y los ocho hermanos de Carmen Elgazu. El mayor se iba a Asturias, de encargado en una de las fabricas de armas de Trubia. Luego venian dos hermanas, casadas mas bien que mal, en Santander y Elbar. Luego el que fue croupier en San Sebastian. ?Eligio mejor numero de loteria que la tertulia del Neutral! Le habian caido veinte mil duros. El siguiente vivia en America desde hacia tiempo y no escribia. Las tres pequenas eran solteras y las unicas que permanecian en Bilbao, cuidando de la madre; aunque la ultima, Teresa, que habia sido siempre la preferida de Carmen Elgazu, en mayo entraria de novicia en el convento de las Salesas, de Pamplona.

Aquel despliegue de personajes por caminos tan diversos era muy impresionante y a Ignacio, en un momento en que se quedo solo en la Dehesa, contemplando el Ter, que bajaba crecido, le parecio que tenia mucho paralelismo con el de la Naturaleza. El croupier avanzaba como el Ter ahora, turbulento; las hermanas casadas eran valles tranquilos. Y si la madre, con sus ochenta y siete anos representaba el tronco inmovil, el hermano de America sugeria esa nube que de pronto se despega, sola.

Las cartas de la madre decian: «Teresa rezara por tus hijos, empezando por Ignacio, que al parecer te inspira temores. No tengas miedo. He estado leyendo y releyendo su felicitacion de Navidad y revela un corazon bueno. Hijo tuyo y de Matias, no podia ser de otra manera».

En cambio, Ignacio creia que todo el mundo -excepcion hecha, al parecer, de la abuela de Bilbao- podia ser de otra manera. Mil sentimientos le embargaban a diario. Febrero y marzo fueron meses extranos en los que ni siquiera las luces eran precisas. Ignacio se daba cuenta de una cosa: le faltaba un amigo de su edad. Los del Banco eran mayores que el, y moralmente estaban muy distanciados; los de la Academia, demasiado estudiosos. Si se les hacia una broma parecian medir su area o la posibilidad de adaptarle corriente alterna. Y, peor aun… le faltaba tambien una chica en quien sonar. Julio se lo habia advertido varias veces, con razon. Tambien habia conocido varias muchachas en la propia Academia y otras en la Rambla, por azar. Y le gustaban mucho, enormemente. La verdad es que se las comia con los ojos, hasta asustarlas; sin embargo, parecia que le gustaban en bloque, porque eran muchachas y el estaba en la edad; pero sin hallar ninguna especial cuya imagen ocultara a todas las demas.

A veces recibia un impacto, inesperadamente, que le hurgaba por dentro durante unos dias; pero nunca prosperaba. Tal vez el mas durable fuera la imagen de una chica de unos quince anos, a la que un dia, en que ayudo misa en la parroquia, sirvio la Comunion. Era una chica de cabellos larguisimos y cuello de cisne. Al administrarle el sacerdote la Sagrada Forma cerro los parpados con tan maravillosa dulzura, que Ignacio quedo sin respiracion. Desde entonces, cada vez que la veia sentia un extrano cosquilleo. Tenia ganas de decirle: «A ver, cierra los parpados». Pregunto por ella en la Academia. Le dijeron que era hija de un abogado, que pertenecia a una gran familia. Ignacio penso, en voz alta: «?Por que solo tendran cuello de cisne las hijas de buena familia?»

En otro aspecto habia una gitana que le sorbia el seso. Era de las tribus establecidas en las orillas del Ter, que formaban parte de la ciudad como el verde de la primavera. Debia de tener unos catorce anos, pero ya era una mujer. Mujer joven, que danzaba al andar, cuyos pies eran como sandalias. Ignacio aseguraba que nunca habia visto una joven tan hermosa, de ojos tan misteriosos; de un color de piel tan aristocratico. Iba con un gitano mucho mayor que ella, que no se sabia si era su hombre o no. El director del Banco, que los conocia, dijo que dicho tipo era a la vez su hombre y su padre. Ignacio se impresiono mucho al saberlo. «No hay nada que hacer, no hay nada que hacer -comento la Torre de Babel-. Las gitanas no van nunca con un blanco. Su raza se lo prohibe.»

La Torre de Babel le decia siempre que un gran medio para alternar eran los bailes. «Si quieres echarte una novia, vete a los bailes.» Pero en Gerona habia pocos, como no fuera en fiestas excepcionales. O mejor dicho, ninguno a su medida. Habia uno cerca de la Dehesa, llamada El Globo, que se llenaba de jovenes mujeres de la vida. Otro cerca del Teatro Municipal, que se componia de muchachas de la fabrica y modistillas. En cuanto al Casino…

Ignacio habia ido, por curiosidad, un par de veces al de las modistillas. Pero se aburrio. En primer lugar no se podia dar un paso. Aquello no era bailar. Y luego, las chicas no ofrecian ningun interes. Despeinadas, con una excitacion especial y extraordinariamente distraidas. Se veia que bailaban con este, que querian hacerle caso, pero que al mismo tiempo pensaban en aquel. Continuamente consultaban el carnet. «El proximo es con Ramon.» Veian pasar a alguien. «?Perdona un momento!», decian. E iban a murmurarle algo al oido. Vivian una serie ininterrumpida de momentos provisionales.

Por lo demas, tuvo muy poco exito. Le miraban de arriba abajo y se excusaban: «Lo siento, no se bailar», o

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