– ?Yo…? Pues como todos los anos. Me llevare a Ignacio y Pilar a la Catedral, y empezaremos el ano oyendo misa.
Matias intervino.
– Anda, mujer, cuentalo todo. Hareis algo mas, supongo.
– ?Que quieres decir?
– No se. -Matias sonrio-. ?No haces nada al oir las doce campanadas?
Carmen Elgazu se arreglo el mono que se le estaba cayendo.
– ?Ah, si, claro! Besaremos el suelo doce veces.
Julio empequenecio los ojos. Don Emilio Santos miro a la mujer de Matias con admiracion.
– ?Besar el suelo…?
– Claro. En senal de humildad.
Ignacio corrigio:
– No es exactamente eso. Es recordar que el tiempo pasa y que volveremos a ser polvo.
A Ignacio le gustaba demostrar a Julio que el continuaba estando al otro lado.
– ?Tu tambien lo haras…? -le pregunto el policia.
– Naturalmente -dijo Ignacio.
Carmen Elgazu rubrico:
– En mi casa, en Bilbao, la familia lleva mas de trescientos anos besando el suelo a fin de ano, cuando dan las campanadas.
Asi se hizo. Julio comio las uvas en Izquierda Republicana -su mujer hubiera preferido otro lugar de mas postin-; mosen Alberto se paseo solo por las inmensas salas del Museo catalogando objetos y mirando de vez en cuando las estrellas; Carmen Elgazu e Ignacio se fueron a la Catedral.
Ceremonia de fin de ano. ?Ignacio cumplia los diecisiete! Madre e hijo arrodillados; sono el reloj; ?ambos se doblaron y pegaron su frente y sus labios a las losas del templo! La sangre le subio a Ignacio a la cabeza. De reojo miraba a su madre y pensaba: «Hace diecisiete anos, esta mujer en vez de estar boca abajo, como en este instante, estaba tendida panza arriba, las manos en los barrotes de la cama, abierto el vientre para darme la vida». Cuando las doce campanadas se extinguieron, Ignacio asio del brazo a su madre, ayudandola a reincorporarse. Sintio el tibio contacto de su antebrazo. El perfil de Carmen Elgazu era duro y noble, destacaba sobre los sillares de la Catedral, era un perfil que debia de tener tambien trescientos anos… «?Yo perfecta…? - protestaba a veces Carmen Elgazu-. Si, si. Tambien siento mis antipatias, tambien. Y mis celos y mi amor propio. Es imposible que una mujer casada sea perfecta.»
Ano Nuevo. Ignacio oyo resonar con magnificencia el organo del templo. Un coro cantaba, que parecia de angeles. «?Por que al senor obispo le rodeaban con tantos almohadones?»
– Senor… que en este ano de 1933 apruebe el quinto de Bachillerato, que en casa tengamos salud y continuemos todos tan unidos como ahora. Que Pilar, dentro de un ano, pueda construir de nuevo el belen, con un rio de papel de plata.
El dia 2 de enero, en el Banco, quiso enterarse de lo que habian hecho los empleados en la noche de San Silvestre. Resulto que varios de ellos tambien habian besado el suelo: el de Impagados y Padrosa.
Se emborracharon de tal forma en el Cataluna, que al salir se cayeron a la acera. «Porque Blasco nos empujo», se disculparon. El subdirector fue al cine con su mujer; la Torre de Babel, a ver un
En realidad, a Ignacio le interesaba la actuacion de uno de los empleados, de Cosme Vila. Cosme Vila, con su cabeza mongolica y la nuez del cuello inmovil, escondio algo bajo la maquina de escribir.
– Yo hice como todos los dias: me quede en casa a leer.
Ignacio le pregunto:
– ?Se puede saber que es lo que lees? ?O si es que estudias algo?
Cosme Vila contesto:
– Leo… libros sociales. Me interesa lo social.
Ignacio pregunto:
– ?Zola, Tolstoi…?
Cosme Vila se paso la mano por su prematura calvicie.
– No, no. Prefiero textos precisos.
– ?Sorel…?
– Si. ?Por que no? Y Marx.
Ignacio se mordio los labios.
– ?Tu… tienes familia? -le pregunto.
– No. Ahora vivo solo. Pero la tendre. -Luego anadio-: Quiero tener un hijo.
Cosme Vila trataba a Ignacio como a los demas. Siempre guardaba cierta distancia. Ignacio habia pensado a veces que estudiar quinto curso y haber redactado aquella protesta contra las horas extraordinarias le granjearian la consideracion de Cosme Vila. Pero no era asi. El empleado de Correspondencia los miraba a todos un poco como casos perdidos, como si se movieran en una orbita o en un mundo destinado a perecer.
Aquel dia le dijo:
– ?Y tu que hiciste en la noche de San Silvestre?
Ignacio se rasco con rapidez el negro y encrespado pelo.
– ?Bah! -sonrio-. Lo mio no te interesa.
Luego, el nuevo ano empezo bajo el signo de los mitines. Todos los Partidos organizaron mitines. Preparacion de la campana electoral.
A Matias le gustaban mucho los mitines. Todos, del color que fueran. No se perdia uno. Ignacio, en esta ocasion habia de acompanarle, aun a riesgo de faltar a la Academia nocturna, y el espectaculo iba a ser para el un gran descubrimiento.
En los mitines le parecio que empezaba a conocer lo que cada Partido pretendia y en ellos oyo hablar y conocio a los diputados, que tantas veces citaban, para bien o para mal,
Ignacio se dio cuenta de que era muy sensible a aquel sistema de propaganda. La idea de unas personas elegidas por voto popular, recorriendo los escenarios de la capital y los pueblos, agradeciendo a los ciudadanos la confianza que habian depositado en ellas, rogandoles que expusieran sus necesidades, para tratar de ellas en el seno del Gobierno, le parecio un sistema perfecto de enlace, algo asi como una gran conquista de la organizacion humana. Recordaba lo que a veces habia oido sobre la Dictadura; que un hombre solo decidia a rajatabla, sin contacto directo con la gente, con zonas de la nacion por las que ni siquiera habia pasado nunca, y le parecia algo muy inferior.
Por su parte, salia de los mitines convencido. De tener voto, casi siempre hubiera votado por los ultimos que acababa de oir.
Le gustaban las banderas cruzandose con hermandad, las ovaciones. Y sobre todo, la gravedad de los diputados, el calor y la sinceridad con que hablaban.
Y, sin embargo, no todo el mundo estaba de acuerdo con el. El subdirector del Banco, pulso un poco de rape como era su costumbre y le dijo:
– ?Uf, chico! Yo soy de la CEDA, ya lo sabes. Pues mira. En todo eso hay mucho teatro, la verdad. ?Que quieres!
Ignacio supuso que el subdirector hablaba en tal forma porque su partido era de derechas.
Pero recogio otra opinion. La del cajero, hombre ya maduro, cunado del diputado don Joaquin Santalo, de Izquierda Republicana.
Al oir la pregunta de Ignacio, se rasco la cabeza.
– Pues si… hay mucho camelo… Claro que hay algun diputado que habla de buena fe, pero la mayoria… - Atrajo a Ignacio hacia si, cerca de la caja de caudales-. Te puedo dar un detalle. En casa hay la gran juerga cuando llega mi cunado. Mi mujer, que no tiene pelos en la lengua, le pregunta: «Esta vez, ?que prometiste?» Mi cunado le contesta: «Ale, no seas idiota». Pero cuando quedamos solos me dice: «No se. Depende de lo que prometan los demas. Quiza los muros de contencion del Ter, contra las inundaciones».