Tal jolgorio se armo que Matias, aun sin comprender los verdaderos motivos, entendio que no podia defraudar a aquel pequeno mundo y, levantando los hombros, exclamo:

– ?Un momento! Me dejare afeitar con una condicion.

– ?Cual?

– Que por la tarde salgamos todos juntos a dar un paseo por la Dehesa.

– ?Hurra…!

Se sento. Cesar le lleno de jabon la boca, las orejas, los ojos. De vez en cuando Matias estallaba en una carcajada y entonces salpicaba a todo el mundo. Sin embargo, la navaja empezo a deslizarse por la mejilla derecha con sorprendente facilidad. Luego la izquierda, luego el cuello. Nadie osaba respirar.

– ?Te hago dano?

– ?Adelante!

– ?Espera! ?Ponle un poco de jabon ahi!

?Una maravilla! Solo hacia al final, entre el labio inferior y el menton, el barbero parecio tropezar, a juzgar por las muecas que hizo, con un pequeno bache que se las traia.

– ?Servidor!

– ?Hurra!

Cesar ni siquiera se dio cuenta de que todos le felicitaban, de que todo el mundo se reia y de que Carmen Elgazu exclamaba: «?Y pensar que el siempre se corta un par de veces!» El seminarista no cesaba de contemplar la navaja y luego su mano.

– ?Que te ocurre?

Le ocurria algo extrano, que no se atrevio a contar. En el momento de empezar, le habia parecido que alguien, invisible, que estaba a su lado, le guiaba la mano.

CAPITULO VII

Todos se dieron cuenta de que, practicamente, Cesar habia dejado de pertenecerles. Apenas llevaba dos meses en su compania y ya el autobus destartalado volvia a esperarle para conducirle al Collell. Apenas la maleta habia sido colocada encima del armario, tenian que bajarla de nuevo. Otra vez los calcetines, las camisas, la pasta dentifrica, el Misal Romano entre dos pijamas, misal que Ignacio le habia comprado con aquellas once pesetas.

Carmen Elgazu hubiera preferido no leer las historietas del calendario con tal que los dias se hubieran detenido. Cesar se llevaba consigo el afecto de todos, una docena de panuelos con iniciales bordadas por Pilar, la advertencia del medico: «En cuanto notes cansancio, te sientas», y la orden de mosen Alberto: «Si el director del Collell me dice que has terminado con tus escrupulos, el verano proximo te daremos menos chocolate».

Matias le habia acompanado al doctor, un amigo del director de la Tabacalera, para que diagnosticara sobre las ojeras del chico. «No se, no se, no le noto nada. Es su complexion. Que coma mucho.» Carmen Elgazu le recomendo: «Ya lo oyes. Diles a las monjas que te den racion doble». Era deseo de Matias que antes de marcharse fuera a despedirse de Julio Garcia y dona Amparo Campo. Cesar le dio satisfaccion. Julio, al verle, le puso la mano en la rapada cabeza y le pregunto: «?Que, te ha dado buena propina mosen Alberto por tanto recado?» Dona Amparo Campo le contemplaba como si fuera un bicho raro.

Cuando el seminarista subio al autobus y este arranco, dirigio una ultima mirada a los suyos y luego a los dos campanarios de San Felix y la Catedral. Y fue pensando que en el Collell no encontraria otros padres de su sangre, como Matias Alvear y Carmen Elgazu, otros hermanos de su sangre, como Ignacio y Pilar; en cambio, encontraria una capilla hermana de aquella que se cobijaba debajo de los campanarios. Y el mismo Dios.

Partio el 10 de septiembre. El 15, Ignacio se examino del cuarto curso de Bachillerato. En los ultimos dias habia hecho un notable esfuerzo, y aprobo. Matias le regalo una corbata, Carmen Elgazu puso en la mesa cuatro velas… El 20 se recibio la noticia de que la Central del Banco Arus habia aprobado la propuesta del director, en virtud de la cual Ignacio pasaba a meritorio, con un sueldo de cien pesetas mensuales. El dia 1 de octubre otro botones le sustituia, y el quedaba adscrito a la seccion de Impagados, frente por frente del empleado que no se decidia a llevar su novia al altar.

Luego, el otono llego a la ciudad, montado en la tramontana. Y con el la lluvia. Desde el Banco se oia llover fuera, monotonamente. Las murallas, la ermita del Calvario, sin el sol… y sin Cesar, debian de estar desiertas.

El otono parecio reagrupar las fuerzas que con el verano se habian dispersado en playas y montanas. Los obreros en paro del bar Cataluna buscaron en el interior un sitio donde molestaran lo menos posible. En la barberia de Raimundo el agua era puesta a calentar antes de remojar con ella a los clientes.

Entonces los partidos politicos se alinearon. Izquierda Republicana, el mejor local de la ciudad, preparo su colosal estufa y celebro Asamblea General: presidentes, los hermanos Costa, industriales importantes, gemelos e inseparables. La Liga Catalana adquirio unos cuantos volumenes para la biblioteca y renovo la Junta: presidente honorario, don Jorge de Batlle; vicepresidente, el notario Noguer. En el salon del fondo, la juventud del Partido fue autorizada para organizar bailes los domingos y fiestas de guardar. La CEDA adquirio dos pings- pongs, y don Santiago Estrada, reelegido, propuso que las senoras tuvieran voz y voto en las decisiones internas. El partido socialista quedo practicamente unificado con la UGT; en el Banco Arus se dijo: «Eso esta bien, pero harian falta dirigentes jovenes. En Barcelona, el Sindicato pita mucho, pero aqui somos unos borregos». La CNT cobraba auge, y los limpiabotas se habian afiliado a ella en bloque. Se reunian en el mayor de los tres gimnasios de la localidad. La FAI estaba compuesta de menores de edad, que no sabian si eran de la FAI o de las Juventudes Libertarias, pero que obedecian ciegamente al jefe de la CNT. El partido comunista era embrionario como agrupacion. Un tal Victor, encuadernador en los talleres del Hospicio, hombre ya mayor, canoso y aficionado a la fotografia, era el jefe, y habia conseguido reunir en una barberia unos cuantos admiradores de Rusia. Victor tenia una cabeza venerable y era muy respetado. Se le escuchaba con fervor. Siempre decia: «Es lastima que seamos tan individualistas. Si todos los comunistas de corazon y de instinto vinieran… La labor en este invierno tiene que consistir en eso: en agruparnos y encontrar un local». Los monarquicos se reunian en la redaccion de El Tradicionalista, donde los partidarios de Alfonso XIII hacian buenas migas con los que todavia guardaban la boina roja… Estat Catala abrio un local coqueton, con chimenea de ladrillos rojos y arcos decorativos. El arquitecto Ribas era el jefe. Los militares se reunian en un cafe de la Rambla, muy cerca del Neutral, y quien llevaba la batuta era el comandante Martinez de Soria.

Los partidos politicos se alinearon porque se esperaban acontecimientos. Y, en efecto, llegaron: en Madrid se promulgaron simultaneamente el Estatuto Catalan y la Ley de Reforma Agraria.

La Ley Agraria fue muy bien recibida. Todo el mundo estaba de acuerdo: el problema del campo en Espana era pavoroso. La Torre de Babel decia: «Todavia se trabaja como en tiempo de los romanos».

Don Agustin Santillana, descendiente de grandes propietarios, discutio acaloradamente los terminos de la Ley. «Expropiar es muy bonito, repartir la tierra, etcetera… Pero luego hay que conceder creditos, conseguir maquinaria, abonos. Sera un fracaso espantoso. ?Con las pocas ganas que hay de trabajar…!» Matias Alvear casi se indigno. «Es el primer esfuerzo serio que se hace desde muchos anos. Usted, como empleado de Hacienda, tendria que saberlo. No me va usted a decir que sea justo que Romanones posea casi toda la provincia de Guadalajara.»

– Yo no digo eso, Matias. Pero lo que pueda hacer este Gobierno… ?No se da cuenta de que se dedican a la demagogia? Prometer, prometer… A mi me gusta estar en la mesa con mi mujer, ?comprende? A la sirvienta, pagarla bien y hasta buscarle un novio soldado, con bigote; pero en la cocina, ?comprende?

Matias Alvear se encogio de hombros. «?Tres doble! ?Paso!» Se encogio de hombros porque sabia que nunca convenceria a don Agustin.

Tocante al Estatuto Catalan… la cosa le parecio menos clara. La explosion de entusiasmo fue tal en la region, que Matias le dijo a don Emilio Santos: «?Que cree usted que va a pasar?» En Gerona se hubiera dicho que lo que estaba pasando era un huracan. Banderas por todas partes, sardanas lanzando al viento las notas de sus tenoras, Estat Catala emitiendo por la radio local parabienes a Barcelona, Lerida y Tarragona; insignias en las solapas, ?cinturones y calcetines con las cuatro barras de sangre! El notario Noguer hizo un discurso desde el balcon de la Liga Catalana, el propio mosen Alberto dio orden a la imprenta de catecismo de que retiraran los textos

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