– Yo no creo en estas cosas, ?me entiendes? El hombre ha de ser «libre». ?Satanas, uh, uh…! ?Quienes son para dictar leyes? Le hacen a uno morder el suelo y con los cirios le van haciendo cosquillas en los pies.

Ignacio se sintio algo decepcionado. Morder el suelo… No era cierto. El conocia eso…; y en cuanto a la esclavitud… Cesar era tan libre que cuando obedecia pesaba menos. Le vinieron a la mente frases de pulpito: «Ser esclavo es precisamente ceder a las pasiones». Ahi estaba su primo. Llegaba a Gerona hablando de libertad y en vez de tener el espiritu libre para contemplar la ciudad, se interesaba por «el ganado». Esclavo. Por otra parte, ?quien no lo era? El patron del Cocodrilo, esclavo de su vientre. El sargento chusquero, esclavo de su vanidad. Aquellos soldados, esclavos de la vida en Carabanchel Bajo. Los gitanos, esclavos de los caminos. Las viejas que habian hallado por la Barca, esclavas de su columna vertebral. ?Y su padre, Matias Alvear, esclavo de Telegrafos, confiando en la loteria para poder ir a Mallorca!

Regresaron a casa. Fue una cena animada. Matias Alvear no podia ocultar que sentia por Jose el afecto que da la misma sangre. El primo de Ignacio conto anecdotas muy graciosas de su viaje de Madrid a Barcelona. Al parecer, a un artillero le cayo encima un paquete de harina que le blanqueo el uniforme, y entonces un marino se levanto muy serio y cuadrandose le dijo: «?A sus ordenes, mi capitan!» Ignacio temia que en cualquier momento Jose olvidaria que Pilar estaba delante y soltaria alguna inconveniencia; pero no fue asi. Se contuvo y a su manera se comporto con correccion. A Pilar, Jose le parecio tambien un hombre guapo y desde el balcon le habia gritado a Nuri:

– ?Nuriiiii…! ?Tengo algo que decirteeee…!

A las diez y media, Carmen Elgazu dijo:

– Jose, espero que no te importara que sigamos nuestra costumbre le rezar el rosario.

– ?Como! -corto Matias-. No hay ninguna necesidad. Cada uno puede rezarlo luego en la cama.

– ?Por favor! -intervino Jose-. No hay por que alterar la costumbre. Yo me ire a acostar.

– ?No te importa?

– ?Por que? Hasta manana a todos.

– ?Hasta manana!

Se despidio. A Pilar le dio un tiron en la mejilla. Y en cuanto hubo traspuesto el umbral de la habitacion, quedaron en el comedor, solos, los Alvear. Cerraron el balcon y Carmen Elgazu inicio el Rosario.

El forastero, desde la cama, oyo las voces monotonas atravesar la puerta e incrustarse en su cerebro. ?Cuantos anos hacia que no oia rezar! La voz de Carmen Elgazu se le hacia antipatica, le parecia demasiado rotunda; pero cuando los restantes de la familia contestaban a coro, Jose sentia que se le colaba por entre las sabanas como un levisimo escalofrio, algo apenas perceptible, pero que sin duda existia, aunque fuera por sugestion. Procuraba superar cada una de las voces, distinguirlas, y al final lo consiguio. Su tio Matias era el que rezaba con mas lentitud. Con una voz grave, algo cansada. Se parecia mucho a la voz de Santiago, su padre. ?Que curioso! Jose oyo algo sobre Salve Regina y sin saber por que recordo su entrada violentisima en la Iglesia de la Flor, poco despues de instaurada la Republica. Llevaba una pistola y disparo contra un santo, no sabia cual, apuntandole al corazon. Acaso disparase contra la «Salve Regina». Su padre rociaba los altares, y un companero suyo, Martinez Guerra, iba echando por todos lados pedazos de algodon encendidos. Y de pronto los altares empezaron a ser pasto de las llamas. Aquello olia a azufre, a humo, a sacristia y a caciquismo. ?No decian que el fuego era purificacion?

Fue durmiendose arrullado por los Ora pro nobis de su familia.

CAPITULO IX

Al dia siguiente Jose dijo que podria quedarse ocho dias, si no les importaba. Estaba encantado con toda la familia y ademas tenia algo que hacer.

Por su parte, Ignacio, despues de consultar con sus padres, se fue al Banco con la idea de pedir al director que aquellos ocho dias se los diera de vacaciones, a deducir de los quince anuales que le correspondian. De este modo podria acompanar a Jose.

El director no tuvo inconveniente. Siempre se mostraba amable con el.

– En realidad -dijo-, menos competencia para los turnos de verano. ?Anda! Divertios mucho.

– ?Quien es ese primo tuyo? -le preguntaron los empleados-. ?Tambien seminarista?

– No por cierto -contesto Ignacio.

Matias, en Telegrafos, comento: «Tengo uno de mis sobrinos aqui. Un chico estupendo».

De regreso a casa, Ignacio iba pensando en el programa que podia ofrecer a su primo. Desde luego, una cosa se imponia: presentarle a Julio Garcia. ?Canela fina una discusion entre ambos! Luego al campo de futbol, la piscina que se habia empezado a construir al norte de la Dehesa, la plaza de toros. Tal vez quisiera banarse en el Ter, aunque el agua estaria aun muy fria. Los tres cines, el teatro. ?El baile de las modistillas! Jose se haria el amo. Ni choferes ni panaderos ni nadie. Tal vez jugara bien al billar.

Tocante a las instituciones de postin -Casino, etc…- era de suponer que no le interesarian. Y las bibliotecas tampoco. Y en cuanto al Museo Diocesano… Jose fue escuchandole mientras se desayunaba:

– ?No te preocupes! Habra tiempo para todo. Si, si, desde luego al policia ese me lo traes. O vamos alla, lo mismo da. ?Casino…? ?Ni hablar! ?Ves? Eso de los Museos me gusta, aunque no lo parezca.

?Mosen que…? ?Roberto, Alberto…? ?Es catalanista? ?Vaya, no faltaba mas! ?Y dos para cuidarle? ?Ejem, ejem! ?Piscina…? ?Si hay sirenas, cuenta conmigo! ?Plaza de toros! ?Que…? ?Bien, bien, lo que tu digas, lo que tu digas!

– De todos modos -anadio, en cuanto se hubo tomado el cafe, levantandose-, esta manana, nada. Esta manana he de entrevistarme con unos camaradas.

Ignacio se quedo perplejo.

– ?Como?

– Nada. Es un encargo del Partido. «Ya que vas para alla, pues aprovecha.»

– Pero… ?que camaradas? ?Conoces gente de la FAI aqui?

– Nadie. Pero los conocere. Traigo una direccion. -Saco un papel.

– A ver.

– Rutila, ochenta. ?Que es eso? ?El local?

– ?Local…? ?Rutila? No creo. Eso esta pasados los cuarteles de Artilleria, un barrio extremo.

– Me extrana. Porque aqui lo primero que se hace es esto, tener un local.

– Pues no. De todos modos -anadio Ignacio-, ?iras ahora?

– ?Toma! Primero el deber. Hecho, hecho esta.

– Bien, bien.

– Tu esperas aqui. Y ahora me indicas esa calle.

– Desde luego. Ven. Desde el rio la veras.

De buena gana, Ignacio le hubiera acompanado. «?Ya que vas para alla, pues aprovecha!» ?Que diablos se le habria perdido a su primito en Gerona?

En cuanto Jose hubo salido, Carmen Elgazu aparecio en el marco de la puerta de la cocina.

– Esto no me gusta.

– ?Bah! ?Por que? Cada uno tiene sus ideas.

– Si, ya. Tu no los conoces. ?Si conocieras a tu tio! Simpatico, no se puede negar. Como Jose. Pero por la politica pierde la cabeza. Son capaces de cualquier cosa. Celebra que Cesar no este aqui; ya ves lo que te digo.

Ignacio se puso repentinamente serio, pues recordo que su madre le habia hablado precisamente del hambre que habian pasado los Alvear. Pero no dijo nada.

Carmen Elgazu se quedo pensativa. ?Le temia a la posible influencia de Jose sobre Ignacio! Habia llegado en un mal momento. Ademas, le faltaban dos meses para los examenes y lo que Ignacio tenia que hacer era estudiar.

Este se canso de estar en su cuarto y salio al balcon. Lucia un sol esplendido. La Rambla estaba desierta a media manana. Los limpias se paseaban aburridos. Algun viajante, con los brazos tocando el suelo bajo el peso de los muestrarios. En el club de los oficiales se veia a un capitan joven coqueteando con una cana de bambu.

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