«Estoy cansada». Una criada dijo, mirando a sus amigas: «?Jolin, bastantes senoritos tengo en casa!»
El 15 de abril, Matias registro con su aparato un telegrama que le iba dirigido: «Llego manana tren tarde, Jose».
Toda la casa se altero. Carmen Elgazu, cuando tenia que recibir a alguien, aunque le tuviera en el concepto en que tenia a su sobrino, no vivia hasta que no quedaba una mota de polvo en el piso. «?Pilar, los cristales de tu cuarto, que estan hechos una porqueria!»
La entrada de Jose en Gerona fue triunfal. Acudieron a la estacion Matias e Ignacio; y este, con solo verle saltar del coche al anden, le admiro. Le admiro por una especie de espontaneidad que se desprendio de su salto, y luego porque le estrecho la mano con camaraderia, sin besarle en la mejilla; y porque de ningun modo permitio que ni el ni Matias le llevaran la maleta, maleta extrana, de madera, atada por el centro con un cinturon.
Carmen Elgazu, al ver aquella maleta, penso: «?Dios mio, tiene pinta de esconder un par de bombas!»; y no era verdad. A menos que se consideraran bombas unas hojas de propaganda de la FAI y una cajita de preservativos.
Jose era mas alto que Ignacio, y tenia dos anos mas que el, o sea diecinueve. Corpulento, pletorico de sangre joven, pelo negro y alborotado como el de la familia Pilon. Voz bien timbrada, gestos poco refinados pero de impresionante eficacia expresiva. Acostumbrado a hablar de mujeres, siempre silueteaba curvas en el aire.
– ?Que tal, tia Carmen? -le dijo a Carmen Elgazu, abrazandola con familiaridad-. ?Esta usted mas guapa que en las fotos! -La mujer sonrio lo mejor que pudo.
Matias se rio de buena gana. Aquello era un huracan. Al entrar en el comedor y ver la imagen del Sagrado Corazon presidiendo, parecio hallar precisamente lo que buscaba.
– ?Ya esta armada! -exclamo, frotandose las manos-. ?Aqui va a haber mas lio que en Waterloo!
Ignacio intervino:
– Si quieres lavarte, ahi tienes.
– No, no. No vale la pena.
El problema del alojamiento fue resuelto. Dormiria en la cama de Cesar, en la habitacion de Ignacio. Carmen Elgazu habia dicho: «O si prefiere estar solo, le daremos la habitacion de Pilar y que la nina duerma en el comedor». Pero Jose se nego rotundamente a aquella combinacion. «?Por que? Nada, nada. Encantado de compartir el cuarto con Ignacio. Asi podremos charlar.»
Le abrieron la puerta para que lo viera. Jose echo una ojeada rapida y dejo la maleta sobre la cama.
Luego Matias le enseno el piso, empezando por la ventana que daba al rio.
– ?Caray, cualquiera se suicida ahi! A lo mejor tocas fondo y te matas.
Al cruzar el pasillo y ver que Carmen Elgazu se disponia a abrir una puerta pequena, corto:
– Si, ya se. Lo de siempre.
Vio la alcoba, con una alfombra coquetona y una mesilla de noche a ambos lados de la cama. Y luego salieron al balcon que daba a la Rambla.
?Eso! Eso fue lo que mas le gusto. El forastero encontro aquello muy alegre, un palco ideal.
– Aqui viene todo el mundo a presumir, ?no es eso?
– Exacto.
Jose respiro hondo y miro a uno y otro lado de la Rambla. De repente, al ver que Carmen Elgazu y Pilar se habian rezagado y que solo quedaban hombres en el balcon, pregunto, en tono malicioso:
– ?Hay buen ganado en este pueblo?
Ignacio quedo perplejo.
– ?Ganado…?
– Si. -Jose le miro, sacando su pitillera-. ?No sabes lo que es el ganado?
Ignacio enrojecio.
– No se. Las chicas, ?quiza…?
– ?Pues claro!
Ignacio se rio.
– No creo que estemos del todo mal, la verdad -informo. Se volvio y senalo la Rambla, que empezaba a llenarse.
Matias intervino, con sorna:
– Por regla general, la gente que llega a Gerona pregunta por los monumentos.
– Lo mismo da -objeto Jose-. Tambien se las puede llamar monumentos.
La franqueza de su primo continuaba gustando a Ignacio.
– Si quieres -propuso este-, creo que podemos dar una vuelta antes de cenar.
Jose le miro.
– Chico, por mi encantado.
Matias consulto su reloj.
– Es verdad. Teneis un par de horas.
– Pues andando -dijo Ignacio-. Vamos a estirar las piernas.
A Carmen Elgazu le parecio de muy mala educacion que se marcharan en seguida. Apenas hacia media hora que habian llegado de la estacion.
Jose levanto el brazo como dispuesto a darle unos golpes de desagravio en la espalda, pero no se atrevio.
– ?Ya charlaremos tia, ya charlaremos!
Se peinaron en el cuarto de Ignacio. Jose usaba brillantina. Matias los iba siguiendo, reclinandose en las paredes. Cada ademan de Jose le recordaba a su hermano Santiago y su propia juventud.
– ?Hasta luego!
– ?Hasta luego!
Apenas abierta la puerta, Ignacio se sintio contagiado de la vitalidad de Jose. Fue el primero en bajar los peldanos de cuatro en cuatro, e irrumpir en la Rambla, al aire libre, como una rafaga de optimismo.
La Rambla estaba ya abarrotada. Y apenas hubieron dado cincuenta pasos, siguiendo la corriente de los grupos y las parejas, Jose se sintio a sus anchas. Empezo a hacer gala de sus procedimientos habituales, exagerando por hallarse en terreno forastero.
Cuando pasaba «algo bueno» se quedaba plantado e iba virando en redondo, y luego silbaba o decia: «?Nina…! ?Que estoy cansado de pagar recargo de solteria!» A una le susurro, inclinandose hacia su oido:
– ?Te vienes conmigo, chachi?
Ignacio le advirtio:
– ?Vete con cuidado, que esto no es Madrid!
– ?Bah! Todas las mujeres son lo mismo, aqui y en Pekin.
Ignacio observo muy pronto que los gustos de su primo diferian mucho de los suyos. Jose elegia mas bien mujeres rellenitas, de alto peinado, gruesos pendientes y risita de conejo.
– Ya veo el genero que te gusta -le dijo, intentando adaptarse a su lexico-. Sera mejor que vayamos por otro barrio. Sigueme.
Tomaron la direccion de la calle de la Barca. Al final de la Rambla paso una mujer rubia, esqueletica.
– ?Como estamos de calderilla? -pregunto Jose, de sopeton.
Ignacio volvio a quedar sin respiracion. En realidad desconocia la metafora, pero supuso a lo que se referia. Y recordando que la Torre de Babel decia siempre que «no habia por donde agarrarse», comento, con naturalidad:
– Mal; no hay donde agarrarse.
Jose se detuvo un momento y se rasco la nariz.
Continuaron andando, cruzandose con mucha gente que salia de las fabricas. Pero no hubo suerte. En el barrio de la Barca no habia mas que chiquillos canturreando y viejas que regresaban a sus casas llevando una col en la mano.
– Habria que revolucionar esto -dijo Jose, que se estaba impacientando-. ?Este pueblo huele!
Ignacio contesto:
– Pues a mi me gusta.
– ?De veras? ?Por que?
– No se. Porque si.