Fue un acto decisivo, llevado a cabo por pocos hombres, con eficacia absoluta. El taller daba la impresion de que habia pasado por el un huracan.
La conmocion fue considerable en la ciudad. Cuando el botones llevo la noticia al Banco Arus, a media manana, todos los empleados dejaron la pluma sobre la mesa y se interrogaron entre si. Aquel era el primer incidente serio en Gerona, la primera protesta activa.
Ignacio se puso en pie. El Director palidecio, porque pocos dias antes habia llevado al taller de encuadernacion las Obras Completas de Perez Galdos, para que Victor las encuadernara en pasta espanola.
Ignacio hasta la hora de la salida se mordio las unas. ?De modo que el Responsable se habia decidido, a pesar de todo! Le parecio grotesco. Aquello no iba a beneficiar a nadie, y en cambio perjudicaria a muchos.
Todos en comitiva se dirigieron hacia el Hospicio en cuanto terminaron el trabajo. Era dificil acercarse a la puerta, pues, a pesar de los guardias de asalto, la aglomeracion era enorme. Sin embargo, se veian dentro hilos electricos cortados, astillas. La calle estaba llena de letras de plomo de todos los tamanos. Varios pequenuelos jugaban con ellas a formar su nombre. Uno buscaba la G por entre los zapatos de los curiosos.
Lo comentarios eran de todas clases. Ignacio queria entrar. ?Como lograrlo? El Jefe de Policia en persona andaba por alli. De repente, salio del local «La Voz de Alerta». Se le veia furioso, desencajado. Sus finos labios le temblaban y su raya a la derecha prolongaba su craneo. Llevaba entre las manos algo que brillaba: era la cajita de los panes de oro que se empleaban para el dorado en la encuadernacion.
– ?Paso, paso!
En medio de la confusion, Ignacio vio que por la calle del Pavo se acercaba Julio Garcia. Adopto aire decidido y puesto a su lado, y ante la estupefaccion de Padrosa y el resto de los empleados, pudo entrar en el taller con pasmosa inmunidad. El cajero comento: «Ya lo veis, chicos. Tiene cinco anos de bachillerato».
Dentro no se podia dar un paso. Pero Ignacio dejo inmediatamente de ver policias, periodistas, astillas. No tuvo ojos sino para el grupo que formaban diez o doce ninos del Hospicio, con blusa uniforme, como de presidiario, pelados al rape como el en el Seminario, en un rincon, junto a las balas de papel inservibles.
En seguida comprendio que eran los aprendices de la imprenta y del taller de encuadernacion. Aquellos de los que el habia dicho en casa del Responsable: «Por lo menos, que aprendan un oficio». Uno de ellos, alto, espigado, tenia la cara completamente tiznada.
No pudo menos de acercarseles, aunque de momento no se atrevio a decirles nada. Los miro a los rostros. Penso: desnutricion.
Muy cerca de ellos estaba Julio Garcia. ?Que aire de competencia y sentido de la responsabilidad el suyo! Sombrero ladeado, frente combada, escuchaba a unos y otros moviendo la cabeza. En la manera de jugar con la boquilla, Ignacio comprendio que le habian encargado de la investigacion.
De pronto el muchacho se decidio a hablar con los aprendices. Se dirigio a todos, en conjunto.
– Es una lastima, ?verdad? -dijo, senalando el aspecto desolado del taller.
Todos le miraron, sin contestar.
Ante aquel silencio absurdo, Ignacio se dirigio al de la cara tiznada.
– Tu…?eres encuadernador? -le pregunto.
– Si.
Ignacio anadio:
– Bueno… ?y que hareis ahora…?
Uno de los chicos, bajito, contesto:
– ?Que haremos…? ?Fiesta! -Y el tiznado se rio. Los demas permanecian impasibles, mirandole con hueca curiosidad.
El muchacho quedo perplejo. No supo por que penso en la vieja mujer del manicomio que preguntaba: «?Que, todavia no?» Dio media vuelta. Avanzo hacia el centro del local pisando un clise de Alfonso XIII. ?Donde estaban los veinticuatro tomos de Perez Galdos propiedad del Director?
No tenia nada que hacer alli. Don Pedro Oriol habia llegado y se habia reclinado en el armazon de la linotipia, con aspecto apesadumbrado.
– ?Que le vamos a hacer!
Ignacio salio. Sin querer adopto un aire de enterado ante la gente que esperaba fuera. Los empleados ya no estaban. Alguien le pidio detalles. El no contesto.
Fue a su casa a comer. Carmen Elgazu estaba desconcertada y
Ignacio permanecia callado en la mesa. Reflexionaba, menos concretamente de lo que hubiera deseado. Le parecio un misterio que las cosas fueran como eran, que cinco o seis hombres pudieran reunirse al lado de una estufa y al cabo de unos dias destruir una imprenta. ?Y si se les ocurria hacer lo propio con algo mas importante? Pilar s
Comio de prisa. Su intencion era ir al Cataluna para saber noticias. Bajo la escalera saltando, como cuando salia a pasear con su primes Jose.
Cruzo la Rambla. Y nada mas entrar en el Cataluna oyo la voz de un limpiabotas que decia:
– Desenganarse. La policia tiene ya sus listas. Lo mismo que en Barcelona. Cuando yo vivia alli, una vez me robaron la cartera. «?Donde?», me preguntaron en Comisaria. «En el Metro», conteste. «?Que trayecto?» «De Aragon a Urquinaona.» «Entonces ha sido la banda de Fulano de Tal», dijo el policia. ?Y caray si fue verdad! ?A las dos horas me devolvieron la pasta!
Era raro que aquel limpiabotas hablara asi, pues era tan anarquista como Blasco.
Ignacio se dirigio a uno de los camareros:
– ?Que ha pasado? ?Hay alguien detenido?
– Todos. El Responsable. Blasco. Todos.
Era lo normal. Julio Garcia -lo habia dicho cien veces, a pesar de simular perfecto afecto por el Responsable- tenia a los anarquistas atragantados. Aquello le daria ocasion de pasarles la factura.
Ignacio miro el reloj. Se habia entretenido antes de comer y era tarde. Se dirigio al Banco. La Torre de Babel explicaba que la policia habia mandado llamar al mas joven de todos, al Rubio, y que empleando alguno de los argumentos persuasivos de que disponian le habian hecho cantar en seguida.
Padrosa opinaba que la pandilla lo iba a pasar mal.
Todos… excepto el subdirector. El subdirector llevaba mucho rato sin decir nada, pero negando con la cabeza. Por fin levanto la calva y dijo:
– Nada. No les haran nada.
– ?Como que no?
Todos se dirigieron a el. Su comentario era absurdo. Le gustaba llevar la contraria, como siempre, o tal vez la indignacion por haberse quedado sin periodico le hubiera sacado de sus casillas.
Viendo la mirada de todos, repitio:
– No les haran nada, no temais. -Pronuncio el «temais» con visible ironia-. Julio los protegera.
– ?Julio…?
Cada vez comprendian menos. No acertaban ni siquiera a reirse. Ignacio se estaba preguntando si el subdirector se habria vuelto loco.
– ?Que Julio los protegera…? -exclamo, por fin, sentandose en el sillon frente al subdirector.
El subdirector le agradecio que hubiera cambiado de lugar. Ahora podia mirarle mientras exponia su teoria,