no se veria obligado a dirigirse en abstracto al grupo que formaban los empleados.
– Si. ?Por que no? -anadio.
Ignacio respetaba al subdirector. Sin embargo, insistio:
– Pero… ?no sabe usted que Julio no puede ver a los anarquistas ni en pintura?
– Claro que lo se.
Padrosa intervino, masticando:
– ?Y pues…?
El subdirector ocultaba algo.
– Lo sabemos todos -repetia-. Pero…
– ?Pero que?
Por fin levanto los hombros.
– Es muy sencillo -dijo-. Julio Garcia es mason, y los masones ahora protegen a los anarquistas.
Todos los empleados, excepto Ignacio, pasado el primer estupor, soltaron una carcajada.
– ?Eh, chicos! ?Ya tenemos a los masones aqui!
– Si, si. ?Reios! Es el acuerdo que han tomado. Lo que les interesa es que haya malestar, para desprestigiar al Gobierno.
Todos hacian gran juerga. La Torre de Babel se habia colocado un panuelo en el pecho a modo de mandil. Otros se hacian misteriosos signos:
– ?Rito gerundense! -grito Cosme Vila. Y ensanchando increiblemente su cara, obtuvo una expresion horrible.
– ?Rito escoces! -rubrico La Torre de Babel. Y encorvandose sobre sus gafas ahumadas recorrio los escritorios haciendo: ?Uh, uh…!
Cuando el sainete acabo, porque se oyeron los pasos del director, Ignacio, que habia permanecido frente al subdirector, simulando que escribia le pregunto:
– Oiga una cosa. No les haga caso a esos palurdos. ?Usted… como sabe que Julio Garcia es mason?
El subdirector le miro con fijeza. Y viendo que la pregunta iba en serio le contesto:
– Si no lo supiera yo, ?quien lo sabria?
– ?Por que lo dice?
– ?Por que? ?Llevo veinte anos estudiando ese asunto de la masoneria!
Era cierto. El subdirector era un erudito en la materia y estaba desesperado porque contadas personas le hacian caso, a pesar de que el estaba convencido de que era la masoneria la que dirigia completamente la politica universal. Opinaba que la propia caida de la Monarquia espanola se fraguo en las logias de Paris. En Gerona tenia un competidor: el portero de la Inspeccion de Trabajo, si bien este era un simple aficionado, no habia leido a Benoit ni a Ragon, ni sabia nada de simbolos, ni de carbonarismo, y se limitaba a culpar tambien de todo a los masones.
– Pero… ?exactamente la masoneria…?
– ?Que crees? ?Que es una institucion benefica?
– En Inglaterra…
– ?Dejate de pamplinas! Hay algunos afiliados de buena fe, ya lo se. ?Por el Norte, no aqui! Pero son los iniciados los que cuentan, y la finalidad de estos es el exterminio del cristianismo.
Ignacio puso cara de decepcionado.
– Todo esto huele a leyenda, ?no le parece?
– ?Bueno! Ya hablaremos del asunto, si te interesa.
– ?Claro que me interesa!
A la salida del Banco, los empleados todavia hacian: ?Uh, uh…!
CAPITULO XVII
Siempre que don Pedro Oriol oia hablar de un accidente preguntaba. «?Ha habido desgracias personales?» Si le decian que no, consideraba que la importancia de lo ocurrido era escasa.
Fue exactamente esta actitud la que adopto ante la destruccion de la maquinaria de la imprenta. No penso sino en la manera de adquirir otra nueva, mas moderna, y de instalarse en otro local mas conveniente.
«La Voz de Alerta» era otro cantar. No pensaba sino en los agresores. Pedia para el Responsable y los demas culpables el maximo rigor de la Ley, sin descuidar por ello el aspecto practico de la reinstalacion. Pero por de prisa que esta se llevara a cabo siempre se tardaria un mes en volver a imprimir el periodico. Gerona viviria, pues, un mes lo menos sin
Y, sin embargo, parecia algo dificil contentar a «La Voz de Alerta» con su peticion del «maximo rigor de la Ley». La Ley exigia, antes que nada, pruebas. Y en realidad no las habia. Julio no contaba sino con la declaracion de un nino del Hospicio, que habiendo salido de madrugada a buscar pan de hostia a las Monjas Adoratrices, se cruzo en la calle con un grupo anarquista, armado este de martillos; y luego la confesion del Rubio. El Rubio, en efecto, en cuanto entro en el despacho de Julio, dijo, no se sabia si por miedo o chuleria: «Si, fuimos nosotros».
Pero el Responsable y los demas lo negaban rotundamente y aseguraban que el Rubio estaba loco. Sus coartadas tenian visos de verosimilitud, segun los vecinos. Y el propio Rubio ahora habia adoptado un aire malicioso, de persona que ha mentido.
Sin pruebas no se podria mantener indefinidamente a los detenidos. «La Voz de Alerta» estaba furioso. «?Pero no me va usted a decir que no hay huellas digitales en el taller!» Julio abria los brazos. «Sea usted inteligente, se lo ruego. En el taller de
«La Voz de Alerta» sugeria simplemente una banera. Una banera de agua helada e introducir dentro, desnudo, al Responsable. Y atarle con cuerdas a los grifos. Luego sentarse alli y esperar. El mismo se ofrecia para cumplir esta mision.
El jefe de policia y Julio rechazaron tal procedimiento con una mirada muy expresiva.
El dentista no era el unico en estar furioso. Tambien lo estaba Victor. Lo de la imprenta le tenia sin cuidado; pero el taller de encuadernacion… Se pasaba el dia en la barberia, manejando aparatos fotograficos y diciendo: «Algun dia habra que arreglarles las cuentas a esos hijos de Bakunin».
En todo caso, el Responsable habia conseguido romper el hielo y la indiferencia. Para bien o para mal, era preciso contar con ellos. Y si algunos consideraban su acto tan estupido como el de interrumpir las sardanas cuando la huelga, muchos se reian viendo los traqueteos de «La Voz de Alerta» y otros iban teniendo la sensacion de que en el fondo los anarquistas constituian la unica fuerza predispuesta al combate. ?Como se las arreglaran los curas sin
El motivo por el que Victor le tenia la guerra declarada al Responsable era la envidia. Le molestaba que la CNT-FAI diera que hablar, mientras la celula comunista, a pesar de haberse ensanchado considerablemente, fuera aun embrionaria.
Algunos camaradas le decian: «Anda, anda, no te quejes, que estas ganando mucho terreno».
Y era verdad. La barberia donde se reunian iba pareciendo un hormiguero. Hasta tal punto que el patron, un buen dia, habia dicho: «Vamos a hacer una cosa. Convirtamos todo el piso en local. Entrad, entrad». Y habia abierto la puerta que comunicaba con el pasillo, el comedor, la cocina. «Total, mientras me quede un rincon para dormir…»
Abierta aquella puerta todos se sintieron mas importantes. En un santiamen la vivienda quedo convertida en laboratorio ideologico. Retratos de Marx, Lenin y Stalin brotaron en las paredes. En la cocina, diminuta, se instalo un mueble que hizo las veces de biblioteca.