– ?Quieres que avise a tu casa?

– ?No, no! No diga nada.

No hablo con nadie, solo con La Torre de Babel mientras se cambiaba el chaleco. La Torre de Babel le animo, diciendole en voz baja:

– No tengas miedo. Veras que es una sensacion… dulce.

En efecto, lo fue. Todo con sencillez. Tendido en una cama, con un hombre cadaverico -un tal Dimas, del vecino pueblo de Salten- en otra cama contigua. Pusieron sus venas en comunicacion. Sintio que perdia peso, que su fuerza disminuia. Era el lento fluir de lo que a el le sobraba, de lo heredado de Carmen Elgazu, de su salud de hierro, de Matias Alvear. Iba pensando: «Sangre de primera calidad…» Y rezaba.

No sabia si rezaba por el, o por su vecino, por Dimas. ?Que tendria el de comun, a partir de aquel momento, con aquel hombre? ?Quien era?

Los asistia el doctor Rossello. ?Valgame Dios! El doctor Rossello. El subdirector le habia dicho: «Si, es un mason de marca mayor». «?Por que, si era mason y la masoneria era una institucion benefica, no mejoraban las instalaciones del Hospital?» Su cama crujia. El no se movia en absoluto y, a pesar de ello, crujia. El subdirector repetia siempre: «Lo que quieren es que todo funcione mal para desprestigiar al Gobierno».

De repente cortaron la comunicacion entre su cuerpo y el de Dimas. Volvia a ser el, solo e independiente. Penso: «Yo, Ignacio Alvear, abogado, consultas de 3 a 7». Se levanto, le ayudaron. Se lavo las manos. Se miro al espejo. Sentia vertigo. Oia murmullos a su lado, como si un enjambre de monjas hablara de el.

Al llegar a su casa, Carmen Elgazu le pregunto:

– ?Que tienes, hijo mio? ?Te sientes mal?

– Nada, nada.

Matias dijo:

– Una indigestion de bachiller.

Pilar intervino:

– Mama, mama, hazle un plato de crema. -Luego anadio-: Y pon un poco para mi. Yo tambien he tenido buenas notas.

En el plato de crema se encendieron seis velas, los seis cursos de Bachillerato. Ignacio sentia vertigo. Las miro y le parecio que volvia a hallarse en la procesion. Le parecio que oia campanas y que llevaba capucha. Le parecio que su padre, al servirle, le miraba y levantaba el indice de la mano izquierda. Entonces el contesto, con naturalidad:

– «Neumaticos Michelin.»

Luego llego el telegrama de Cesar. Y al dia siguiente del telegrama, Cesar en persona.

?Santo Dios! No parecia el mismo. ?Cuanto tiempo sin verle! Su presencia espiritual, flotando durante todo el invierno por el piso, era mas real que la de ahora, que su presencia fisica, que a todos les habia desconcertado.

?Era Cesar, el hijo, el hermano? Alto, increiblemente alto, mas que Matias, mas que Ignacio, ojos profundos, mas alegres que antes, mas reposado en sus movimientos. Tenia mejor aspecto, parecia mas fuerte. Ya a nadie se le ocurriria llamarle pajaro.

La familia le rodeo, como siempre. ?Hijo! Tuvo que contar, que contar. Tambien habia obtenido buenas notas. La familia se sentia completa con el. Presidio la mesa. Se hablo, largo rato, mientras afuera, en el rio, el dia iba cayendo. Llego un momento en que casi estaban a oscuras en el comedor y no se habian dado cuenta. La montura de plata de los lentes de Cesar iluminaba la estancia. Y sus ojos. Y los ojos de Carmen Elgazu, y las manos de esta asiendo de vez en cuando las de Cesar, por encima de la mesa. Y las sienes y el bigote de Matias Alvear.

– ?Ya vuelvo a estar aqui! Gerona… Y ya tengo cuatro cursos… Ahora, todo el verano…

– ?Que tal el viaje? ?En un camion de alfalfa?

– No, este ano no.

Era eso. Se hablaba por anos.

– ?Y que tal la navaja…?

– ?La navaja…? ?Uy! Un exito. La gente que he afeitado…

– No me iras a decir que has afeitado a las monjas -dijo Matias.

– ?Jesus! -exclamo Pilar.

Cesar los miraba a todos. Si, en ese ano estaba mas presente. Los reconocia con mayor precision. A sus padres los encontraba un poco envejecidos. A Ignacio, no. Era el mismo, un poco mas palido. En cambio, Pilar… El cambio de Pilar le impresiono mucho. «?Pero si estas hecha una mujer!»

– Fue en San Feliu, gracias a aquellos banos…

– ?Anda, dejad los banos! -corto Carmen Elgazu, riendo-. Que volveriais a hablarme de las calabazas.

Cesar recorrio el piso. Miro afuera, al rio. Entro en el cuarto de Pilar.

– ?Ahi fue donde pusiste el belen…?

– Si. Ahi.

– Y esa revista, ?que es…?

– Nada. Me la dio Nuri. Es de cine.

– ?De cine…?

– Si. «Rey de Reyes».

Cesar abrio la puerta de la alcoba de sus padres, sin entrar. Luego entro en su habitacion, en la de Ignacio. El armario, con dos anaqueles preparados para su ropa interior. Su silla. Su cama intacta. ?Con algo reclinado en la almohada! Una pluma estilografica, identica a la de Ignacio.

Pilar le dijo:

– Ya se donde te la pondras cuando lleves sotana. -Y se senalo el centro del pecho, entre boton y boton de vestido-. Como mosen Alberto, sujeta con el clip.

La llegada de Cesar no altero el ritmo de la ciudad; porque el verano estaba ahi, y con el la tregua. La gente se dispersaba en playas y montanas. Julio, en el Neutral, le decia a Ramon, el camarero:

– ?Y tu donde te vas? ?A Estambul, a Vladivostok…?

Pero en cambio altero el ritmo de la casa. Pilar le decia: «?Sabes…? Ya me he despedido de las monjas. El mes proximo empiezo el corte». Carmen Elgazu la interrumpia: «Bien, Pilar. Pero no grites tanto, que Cesar no es sordo».

Matias se sentia feliz. Presentia grandes caminatas, junto con Cesar, al rio, a pescar como en el verano anterior. Ahora ya le reconocia de nuevo. Cesar ya volvia a formar parte de el. En Telegrafos habia dicho: «Tengo al obispo aqui». Matias no decia de alguien o de algo «que lo tenia aqui» hasta que lo sentia moverse en el centro exacto de su pecho.

Queria saber si llevaba cilicio… Varias veces, al pasar le habia puesto como por casualidad la mano en la cintura. Pero no lo sabia seguro. Cesar no habia expresado dolor ninguno. Sin embargo, era capaz de disimular hasta tal extremo.

Mosen Alberto, que desde la discusion con Ignacio habia espaciado las visitas a la familia, volvio. Y le tiro de las orejas a Cesar diciendole: «Bien, chico. Encontraras novedades en el Museo».

Cesar le pregunto:

– ?Podre ir al cementerio?

Mosen Alberto le contesto:

– Mientras no exageres, podras ir a todas partes.

Julio tambien subio al piso a saludarle.

– ?Caramba, chico! Has crecido, te estas elevando. ?Que, que tal las pelotas de tenis? -Le dijo que habia comprado varios discos de musica religiosa, que le invitaba a oirlos.

Cesar quedo asombrado. No sabia por que, pero suponia que solo era registrada en discos la musica profana.

– Un dia iremos todos a oir eso -intervino Matias, acudiendo en su ayuda.

Julio, partidario de la Ley de Contratos de Cultivo de la Generalidad, admirador de los articulos de Casal en El Democrata, experto en suicidios y hombre convencido de que el fascismo era uno de los mayores peligros de la era moderna, sentia en presencia de Cesar «algo» especial. Le consideraba demasiado

Вы читаете Los Cipreses Creen En Dios
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату