el.

Mas espectacular fue su entrada en la calle de la Barca. El patron del Cocodrilo le recibio de tal suerte que queria meterle en el cuerpo un cuarto de litro de anis. Cesar le decia: «?No, no! En todo caso, si se empena, deme una gaseosa». El patron insistia en que ningun barbero que se apreciara tomaba gaseosa.

Al subir a casa del viejo Fermin se encontro con que este habia muerto. Su hija le hallo un dia sentado en la cama y sonriente, pero muerto. Ahora la mujer andaba liada con un limpiabotas, lo cual sumio a Cesar en gran perplejidad.

En otras casas fue bien recibido. Y se veia que el verle tan crecido y tan hombre les inspiraba mayor confianza aun que en el ano anterior. De modo que le mandaron sentar y charlaron con el. Y se lamentaban de la miseria y de las dificultades que pasaban. Varias mujeres parecieron olvidar que lo unico que podia ofrecerles era una navaja y una maquinilla. Al verle tan fino suponian que tenia influencia. «A ver si consigue un empleo para el chico.» Le ensenaban avisos de multas que les habian impuesto, por no llevar placa en la bicicleta, por haber tirado basura al rio. «?No podria hacernos perdonar eso en el Ayuntamiento?» Cesar se rascaba la cabeza. «Pues no se, no se… Hablare con mi padre…» «?Dios mio! -pensaba-. Si Julio quisiera, todo esto se lo arreglaba yo a esta gente.»

Sin embargo, en la mayoria de las visitas que hizo sintio que le recibieron con hostilidad. Algo habia ocurrido que a la gente afeitarse o no afeitarse le importaba menos que antes. Debia de ser lo que decia Ignacio: el malestar politico. Encontraba a los hombres sentados en el balcon en actitudes rumiantes. Algunos parecian exaltarse al ver un forastero en casa.

– Ah… ?Viene para el viejo…? -le miraban de arriba abajo-. Oye, fijate como estamos. -Le ensenaban la casa desmantelada-. A ver si hablas con tu organizacion, y nos echan una mano.

Cesar no sabia que decir, pues su organizacion era el solo.

Una de las dos mujeres que le regalaron la bufanda parecia otro ser. Habia envejecido increiblemente. En la casa habia un hombre que en el ano anterior no estaba. Ella le recibio cordialmente, pero el pregunto:

– ?Quien es ese crio?

– Pues… un chico. Un seminarista que da clases en el barrio. -La mujer anadio-: Haz el favor de respetarle.

– ?Seminarista…?

El hombre le miro escrutadoramente.

– Oye una cosa -hablo por fin, en tono de quien propone un negocio-. Esta y yo no estamos casados. -Marco una pausa-. Pero si el obispo quiere pagarnos un traje a cada uno y el viaje de novios, legalizaremos la situacion.

Se veia que hablaba en serio. Cesar parpadeo.

– Pues… no se -dijo-. Yo con el senor obispo no he hablado nunca.

– ?Como que no has hablado nunca con el obispo?

La mujer intervino.

– Anda. Dejale en paz. Ya le hablare yo luego.

Todo aquello tomaba derroteros inesperados. Porque en algun lugar casi le insultaron. El patron del Cocodrilo le aconsejo que tuviera paciencia. «Estan excitados, ya lo ves. Las cosas andan mal. Se prepara una revolucion.»

Revolucion… Ya Ignacio se lo habia advertido. ?Ah, el Apocalipsis de San Juan! Todo el mundo hablaba de revolucion. Nadie concretaba quienes la harian ni contra quien, pero todo el mundo empleaba esta palabra, mirando con fijeza el muro de enfrente.

Se refugio en los pequenos, en las clases. Esto fue mas facil. Pronto pudo reunir de nuevo a un grupo de dos docenas, y el zaguan fresco y de ladrillos rojos estaba aun alli. Algunos chicos del ano anterior habian desaparecido del barrio. Andaban de aprendices o de Dios sabe que. Otros le reconocieron en seguida. «?Tu, tu, dame caramelos!» Uno grito al verle: «?Tio Cesar!» El apodo hizo fortuna. Le rodearon, se unieron otros ninos que no sabian quien era. «?Tio Cesar!»

Se reanudaron las clases. ?Lo habian olvidado todo! Excepto el nieto de Fermin, que dio pruebas de una memoria prodigiosa. Habia continuado estudiando todo el invierno. Luego habia dos hermanos que el ano anterior no daban una y ahora se hubiese dicho que les habian inyectado entendederas. Entre unos y otros, el zaguan volvio a ser una alegre colmena todas las tardes.

Y sin embargo, tambien en las miradas infantiles se notaba cierto desequilibrio. A Cesar aquellos chicos, ahora que volvia a mirarlos con atencion, le daban miedo. Irian creciendo y absorberian todo el veneno que flotaba a ras del barrio. A los dos hermanos, que ahora leian con facilidad, los encontro en una escalera hojeando un folleto que escondieron en la pechera cuando el se les acerco. ?Y era el quien les habia ensenado a leer! Irian creciendo y se pondrian brillantina en el pelo, y aquellas mujeres que rondaban sin pudor por la acera los tentarian. ?Que hacer? ?Como cenir todo el barrio de un golpe, en alguna ilusion que elevara sus vidas, que les diera resignacion, que uniera cada persona a su familia, a las paredes de su casa aunque fueran pobres? «A ver si hablas con tu Organizacion, que nos eche una mano.» ?Que hacer?

A veces le daban ganas de abandonar la clase, trepar a un balcon como si fuera un pulpito, reunir abajo a todo el mundo -chicos, enfermos, patronos de bar, ferroviarios, gitanos- y hablarles del Evangelio, de las palabras insertas en el: «Bienaventurados los que…»

Pero no se atrevia. Porque, la vida era alli como un liquido comprimido, que de repente podia estallar. Los pequenos crecian en insolencia, los mayores pedian justicia y trajes nuevos, los viejos se iban marchando para la eternidad, como Fermin, que murio solo mientras su hija trabajaba en una fabrica de lejia, nuevo empleo que el limpiabotas le procuro.

Nadie del barrio habia salido de veraneo, como no fuera para la eternidad. Los demas alli estaban, aplastados por el sol, mirando con ironia los pedazos de cielo que se dignaban asomar por entre los tejados.

Cesar hubiera querido hacer algo. ?Pero era tan poca cosa! ?Y se sentia tan inhabil! ?Que tonteria pensar en trepar a un balcon! En cuanto viera los ferroviarios y los gitanos abajo, quedaria sin palabra. Y en el caso de que consiguiera hablar, le tomarian por loco.

Obtuvo, si, algunos exitos. Gracias a su padre y a Julio Garcia. Quedaron sin efecto varias multas por tirar basura, en las de las bicicletas no se pudo hacer nada. Consiguio algun traje gracias a su madre, aunque no enteramente nuevo. ?Consiguio trabajo para tres parados! Fue Julio Garcia quien se encargo de ello. Ellos habian dicho: «De cualquier cosa…» El dia en que Cesar los vio medio disfrazados, cada uno metido dentro de un artefacto del que arrancaba un cartel que anunciaba el establecimiento en la ciudad de una nueva tienda de optica quedo estupefacto. Eran tres carteles iguales y los tres hombres iban en fila, encorvados bajo el peso, con la colilla en los labios. Probablemente no tenian idea de lo que decian los carteles. Les habian dado instrucciones. Pasearse por los sitios centricos. El sitio mas centrico en aquellas semanas era la calle de la Barca.

A veces, le bastaba descubrir el brillo de la curiosidad en la mirada de un nino para pensar de nuevo: «?Y si pudiera ilusionar a esa gente en algo que no fuera lo cotidiano… que los distrajera?» Un dia penso que acaso la palabra catacumbas surtiera efecto… El patron del Cocodrilo le contesto: «Si les aseguras que hay algun tesoro escondido, no digo que no; pero si solo les hablas de San Narciso…» Cesar se preguntaba: «?Seria falta de caridad decirles que hay un tesoro escondido?»

Les regalaba tabaco, mucho tabaco, como si hubiera oido la advertencia de Ignacio a mosen Alberto. Lo sacaba de todas partes, de su padre, de Julio, de los empleados de Telegrafos y, sobre todo, de don Emilio Santos. El dia que conseguia arrancar del Director de la Tabacalera un gran cigarro habano, entraba en el barrio como un rey. Su intencion era siempre regalarlo al mas humilde, al mas enfermo. Y asi lo hacia. Pero siempre ocurria lo mismo. Al poco rato llegaba el fuerte de la casa, el cabeza de familia, y decia: «?No comprendes que un puro asi a los enfermos los marea?» Y lo sacaba de debajo de la almohada y lo encendia en el acto.

Cesar habia observado que un simple puro transformaba a las personas. Un cigarro habano y se sentian optimistas, durante un par de horas dejaban de hablar de revolucion. Hacia el final lo masticaban, lo trituraban entre los dientes como comiendose la ficcion que aquello representaba.

La practica adquirida en la enfermeria del Collell en aquel invierno le era util ahora, para curas de menor importancia. ?Pero Dios mio, le tomaban por medico! Le consultaban casos dificilisimos; ulceras, paludismo y, sobre todo, mal de ojo. Muchos ninos tenian tracoma. Con los ninos se iba arreglando. Pero cuando de repente una mujer se levantaba la falda sin pudor ninguno y le decia: «Oye, tio Cesar. A ver si me traes algo para esta urticaria…» O, estando en la cama, daba un tiron a la sabana y quedaba al descubierto… ?De

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