facilidad en permitirme cruzar se deberia a que no pensaron que un solo hombre pudiera causarles dano, aun cuando no fuera lo declarado, pues ademas no portaba armas. Grande era la desconfianza, segun observaba al adentrarme por las calles, que asustadas parecianme las gentes, temerosas de ser vistas, pues se ocultaban en la oscuridad de puertas y ventanas, sin dejar de contemplarme a hurtadillas, con cautela. Y aunque yo aparentaba desenfado y campechania, avivando a la mula para que golpease el suelo mas alegre, no encontraba correspondencia en mis expresiones; permanecian cautamente recelosos y contristados.

Causabame alegria y esperanza no descubrir rastro alguno de destruccion ni incendios. Pues quizas fuera caso unico, aunque anteriormente todo lo contemplara sumido en la niebla, que hasta la catedral donde sepultaron al rey fuera milagroso se conservara intacta, cuando la ciudad habia sido convertida en antorcha y solo cenizas quedaron sobre el solar. Mas aquello pregonaba los ocultos designios de Dios.

Encaminaba la burdegana hacia la catedral, sobresaliente su fabrica sobre todas las construcciones, y no se me ocultaba que el corazon repicaba acelerado. Pues que la meta perseguida se mostraba ante mis ojos. Y a ella me acerque, despues de arrendar la cabalgadura para penetrar en el templo y preguntar por el arzobispo, que tanto tiempo ha no veia, desde los anos mozos en que por toda dignidad lucia el desenfado de un tolondron. ?Y nuestro padre le hiciera cardenal, que tanto puede la cuna!

Desde que pise la ciudad, aparte los contados soldados que me dieran paso, era yo quien atisbaba gentes, pues ocultos se mantenian. Y solitaria aparecia la sede, como desierta la plaza y despobladas las calles. Indague por el crucero, ojeaba los altares y capillas, miraba los rincones, separaba las cortinillas de los confesonarios, sin hallar rastro. Hasta que descubri una figura arrebujada en el coro. Subi hasta el, que no parecio enterarse, sumido en su profundidad.

Me impresiono su vista. Pues acudieron a mi mente, en galope, los recuerdos. Muchos anos iban pasados; cierto que nadie, viendome de peregrino, adivinar podria que fuera yo mismo aquel mozo jaranero y faraute, escandalizador de tabernas y posadas. Pero no ocurria igual con aquel pensador o caviloso refugiado en el coro, como el que huye o busca algo que pudiera habersele perdido. Que nada mas verle de cerca le reconoci; escasa imaginacion era precisa ya que, poco avejentado pese al tiempo, se conservaba tan pulido, encintado y relamido como lo fuera de mozo. Personaje imposible de olvidar. Tanto, que no existiera, sin duda, de no existir mi hermano. Completaronse uno con el otro, viviendo como la encina y el muerdago.

Apenas si correspondio a mi alegria ante el encuentro, tal era su tristeza, me fue contando. De jovenzuelo fuera alzado por mi hermano a categoria de paje y alcanzara despues a bufon que a nadie divertia; solo mi hermano lo evaluaba por encima del de Carlomagno, que en humor era reconocido como emperador, aunque mi hermano lo tachara de aprendiz al lado del suyo, que a creer en sus palabras era un genio. O todavia mas: el cenit de la genialidad.

Insultabalo mi padre con su tosco y brutal sarcasmo y no podia acercarsele sin peligro de recibir algun golpe, por lo que se apegaba mas todavia a su amo, a cuya sombra se libraba de los castigos y maltratos, medraba, y sucesivamente se elevara a escudero, valet de chambre, escribano y secretario, y hasta le llego a nombrar pomposamente chambelan. Con lo que nadie alcanzaba a ver a mi hermano si no mediaba Talcualillo, nombre que le venia de utilizar el termino como definitorio de cuanto le atania o rodeaba, que su salud andaba tal cual, su economia y contentamiento lo mismo, y la vida, que a todos nos merece reproches, le era a el indefinida como la misma palabreja en que encerraba su existencia, pues que a nada, salvo su amo, al que juzgaba excelso, lo consideraba bien o mal, sino… tal cual.

Despotricaba mi padre por las preferencias de su hijo hacia el personajillo, al que propinaba patadas cada vez que se colocaba a su alcance, que no eran muchas pues se guardaba con exito. Las mofas no son para referidas; quede aqui la cosa. Solo anadire que le envio garridas mozas a su recamara, escogidas con muy buen ojo y hasta las probara primero para asegurarse de que cumplirian, y le regresaron con tal desencanto y fracasado animo que alguna llego a perder la alegria para siempre. Aunque de nada sirviera, pues que no alteraba las virtudes del servidor ante su amo, quien le cuidaba como preciada joya.

Por entre la congoja, suspiros y lagrimas que le resbalaban por el rostro, refirio que, tras lo sucedido, solo el deseo de morir le mantenia vivo. Encontre natural su expresion, que fuera siempre de razones contrarias, y perifrastico. Ni arreandole adelantaba el final de sus relatos; era precisa una gran paciencia para que llegase el desenlace. Que ademas aparecia enmaranado entre florida y blanda palabreria, interrumpida con pausas y un latiguillo que usaba de ay no quiera vuestra merced saber», lo que me aumentaba la curiosidad de averiguar si acabaria refiriendo el caso o quedaria interrumpido o silenciado. Que asi era de caprichoso.

Con el tiempo su voz atiplada lo elevo a chantre solista, encargado de poner en el coro la voz a los angeles, y si gano la admiracion y el aprecio de cuantos rodeaban al arzobispo, para adularle, tambien consiguio del pueblo el remoquete de Gargolito, que la gente es cruel y no perdona.

No obstaba para que fuera requerido de bufon en cuantas fiestas organizaba el arzobispo, encareciendo ante los invitados su sabiduria y genialidad, y tengo para mi que todos disimularian y hasta le alabarian por unas habilidades que solo su amo le reconocia. Pues que sus invitados nunca estuvieron en condiciones de contradecirle; reian con el, alababan si el lo hacia. Con lo que el personajillo vivia empingorotado en categoria de genio, cuando nunca pasara de Talcualillo, y para los maliciosos de Gargolito.

Entre sus palabras, pues, fui desentranando la historia.

«Mando el rey saliera el conde del lugar a campana con el proposito de combatir las hordas de hombres del mar que asolaban el territorio, y partio llevando la mitad de la guarnicion, amen de otro numeroso ejercito reunido en distintas guarniciones mas o menos distantes, situadas en las fortalezas. Mas tuvo resultados adversos en diversas batallas y demando angustiosamente al arzobispo le enviase cuantos hombres pudiera reunir. Organizo levas y reclutamientos, que a la postre era todo nominal pues en la realidad obligo a cuantos hombres podian llevar sobre su cuerpo la loriga o cota de mallas, embrazar un escudo y empunar lanza o manejar ballesta. Y como se renovaban las peticiones y el tono de angustia crecia, le envio hasta a los obispos y acolitos, con sus tropas y estandartes, canonigos, chantres y sochantres, sacristanes y monaguillos, a todos los clerigos de las distintas parroquias, y solo quedamos en la ciudad el arzobispo y yo. Puesto que tambien envio la escasa tropa que se habia reservado hasta entonces en ella salvo dos centenares de soldados para guarnecer las puertas. Mi senor nunca fuera aficionado a las armas, gustando mas de los desfiles, justas y torneos, que le ofrecian espectaculo y diversion, que de llevarlas sobre si, que es dura carrera la guerra, llena de penalidades y sufrimientos. Aunque algunos se la siguen como si les proporcionase placer, y es que a los humanos no llegaremos jamas a entenderlos realmente. Pues nunca comprendi la necesidad de las guerras. Si vuesa merced tiene razon, ?por que se la niegan? Y si no la tiene, ?por que reclama?»

Hube de confesarle que yo tampoco lo habia entendido nunca, pero que, pues sucedia asi desde siempre, los locos debiamos de ser nosotros, que pensabamos distinto.

«En medio de tanta urgencia y tribulacion como producen las derrotas, nadie tuvo en cuenta a Thumber, que siempre merodeaba por los territorios en guerra sin participar en ella, pues que preferia operar por libre; siempre le habia importado mas un buen botin que despanzurrar cristianos y destruir o incendiar poblaciones. Decia que el tiempo que luego se ocupa en reconstruirlas se roba a la creacion de riqueza, y asi tardaban mucho mas en acumular lo suficiente para que de nuevo pudiera asaltarles.

«Astutamente logro introducir buen numero de sus hombres en la ciudad disimulados como verduleros, panaderos, pastores que traian su ganado para el aprovisionamiento de la carne, otros con frutas, harinas y viveres. Y sin que los centinelas llegaran a entrar en la menor sospecha, pues que no se oteaba en el horizonte la presencia de un solo enemigo armado, ni en solitario ni en hordas o ejercitos, a pie ni a caballo, fueron sorprendidos una noche y muertos en su mayoria, los demas reducidos, quedando los guerreros de Thumber por duenos de la ciudad, inerme en sus manos.

»Inmediatamente acudio el grueso de las fuerzas, que habia permanecido acampado en la montana fuera de la vista, encontrando las puertas francas. Apenas si hubo lucha y no se ocasionaron danos.

«Encerrados en la ciudad los hombres del rey Thumber procedieron a desvalijar los templos del oro y la plata, anunciando el rey que si querian salvar sus propias vidas y a la ciudad de su destruccion e incendio habrian de comprar la paz en 10.000 libras de plata, y para mayor facilidad senalo a cada gremio -panaderos, joyeros, toneleros, curtidores, fundidores, tejedores, sastres, almonedas y boticas, herbolarios y encantadores-, su cuota. A los paisanos senalo la obligacion de procurar comida al ejercito. Y asi sus hombres dedicaron el dia a reunir cuanto alcanzaban, -que se les notaba la experiencia en el saqueo-, cobrar alcabalas y reunir tesoros. Anuncio que por el arzobispo tambien pedia rescate, y los gremiales, que siempre fueron muy devotos, anunciaron que igualmente ellos lo pagarian. Con lo que despertaron la risa de Thumber, quien sentencio que, pues poseian tan

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