Tan inusitado como todo cuanto acontecia se elevo la voz de la princesa, que parecio erguirse de repente, agigantarse dentro de su fragil figura de doncella, que le proporciono un relieve que hasta entonces nunca tuviera su figura. Pues son las ocasiones quienes descubren al otro ser que todos llevamos dentro.

«?Yo puedo darte esa razon que demandas!», dijo.

El rey vikingo quedo en suspenso. Todos los circunstantes se movieron para observar aquella silueta adornada con los candidos velos de novia que de repente se habia transformado, situandose junto a su esposo, como si le estuviera protegiendo.

«Sube, princesa, y habla.»

Aunque Avengeray parecio intentar retenerla con un gesto, no pudo impedir que atravesara el circulo de guerreros, que abrieron paso, y se dirigiese hacia las escaleras, hasta alcanzar a Thumber, quien se adelanto para encontrarla.

El caballero quedo inmovil, petrificado, empunada inutilmente la espada pendiente junto a su cuerpo, cenida por la red y los cabos que lo envolvian, que nunca soltaron los guerreros. Y asi permanecio todo el tiempo que la princesa se mantuvo en conversacion con Thumber, de lo que nadie escuchamos una sola palabra. El tiempo se nos hacia eterno, las miradas todas en la desigual pareja que formaban el corpulento y descomunal rey vikingo, y la fragil figura de la princesa, toda ella fuego en su actitud, en la vehemencia de su expresion y de sus gestos y movimientos, indiferente y burlon Oso Pagano, esceptico, provocador y ofensivo.

Hasta que a una orden de Thumber se movieron los guerreros, para cumplir los deseos de su rey expresados en las palabras que dirigio a sus prisioneros, todos cuantos quedabamos con vida dentro del recinto sagrado. «?Tambien yo soy gentil con las mujeres, Avengeray! -exclamo riendo; y sus risotadas sonaron mas horribles que antes-: Conservareis todos la vida, pero encerrados en las mazmorras para que no estorbeis, que asi lo he prometido a vuestra princesa.»

Al tirar de los cabos para arrastrarle grito Avengeray con la mas profunda ira en su voz: «?Matame, bribon! ?No causes este ultraje a mi honor!». Tengo para mi que de encontrarse suelto se hubiera causado el mismo la muerte, si no la recibiera de manos de sus enemigos.

«No moriras, Avengeray, que el destino te reserva para mayores empresas», le replico Thumber.

Mientras los piratas arrastraban fuera de la capilla a todos los prisioneros -la senora escoltada por cuatro guerreros, sus damas en un grupo que la seguia, los viejos companeros del Consejo de Estado detras de ellas, caminando con dificultad por el peso de los anos, afrentados por el deshonor que en su vejez recibian-, dos guerreros vinieron cerca de mi y me ordenaron permanecer quieto, por lo que vi desfilar a todos los asistentes que hacia un rato gozaban con la ceremonia que enlazaria a la gentil princesa y a nuestro caballero.

Contemplaba todos aquellos cuerpos derribados sobre el pavimento en tragicos escorzos, ensangrentados, que Thumber habia calificado de traidores contra Avengeray, quienes tramaran su destruccion y su muerte, concertando con el vikingo el golpe que puso en sus manos el castillo. Y quien sabe cuantas maquinaciones fueron llevadas a cabo hasta neutralizar el ejercito y la misma guarnicion, que les permitiera irrumpir con tanta facilidad, que demostraba como todos los caminos les habian sido allanados. Rapidamente recorde los comentarios que mi senor hacia siempre del rey vikingo. Y no debia de andar errado, pues que me parecia que Thumber, siempre desconcertante e imprevisible, pactara con los traidores, pero sin embargo les habia castigado preservando la vida de Avengeray, a quien tambien pudo dar muerte sin fatiga. Y en cambio no existia duda de que no era tal su deseo. Al menos en aquel momento.

No tuve mas tiempo para reflexionar, pues desalojada la capilla, donde solo quedaban piratas, venia hacia mi Oso Pagano, armado de todas armas, el paso decidido pero pausado; a su lado la palida Elvira, que no obstante pareciome resuelta, seguido por un cortejo de guerreros.

«Casadnos, senor obispo», dijo el vikingo, y mi sobresalto por lo inesperado de sus palabras le hizo sonreir con mayor fuerza.

Tarde en recuperarme de la sorpresa. Examinaba los rostros burlones y sanguinarios de aquella horda pirata de salvajes bandidos paganos, y me parecio ser la princesa Elvira la unica, entre todos, que permanecia serena y resuelta, iluminada por una trascendente decision. A mi interrogante mirada replico con voz firme: «Pues que aqui nos reunimos para celebrar una boda, casadnos. Lo unico que cambia es el novio».

Se me escapa del recuerdo aquella extrana ceremonia que forzosamente hubo de resultar breve pues ya no quedaba en mi entusiasmo ni contemplacion de la felicidad de dos contrayentes. Pensaba en mi senor, el infortunado caballero encerrado en una mazmorra, remordido por la rabia de la burla, vencido y deshonrado, sufriendo la terrible incertidumbre del riesgo que pudiera soportar su amada esposa, que lo seguiria siendo espiritual, pues que materialmente habia sido imposible.

Y ahora, preguntaba a la princesa con intencionada demora si era libre en tomar su decision, si deseaba realmente contraer matrimonio con aquel rey extrano, bandido y pagano, cuya personalidad no podia entonces definir, tan contradictoria, capaz de las mayores villanias, de ultrajar todos los sentimientos mas santificantes de un cristiano, y de perdonar a un enemigo que deseaba darle la muerte, un enemigo irreconciliable al que deberia distinguir con su odio mortal, pues que dia habria de llegar en que se enfrentarian y no podrian eludir darse muerte uno a otro, o sabe Dios si perderse ambos en la contienda, tan enconada y sin remedio parecia. Pues, lo juro, dispuesto me encontraba a no seguir si la princesa lo negase, aunque en ello me fuere la vida. Mas Elvira insistio, tambien demoradamente y con aquella fria serenidad que en ella me resultaba desconocida, antes timida y vacilante, animandome ahora a proseguir, pues, lo repetia, era su decision libre y voluntaria.

Lo que siguio puedo apenas recordarlo como un mal sueno, ideas difuminadas por la bruma que creaba mi confusion. Salimos de la capilla. El salon, donde fui conducido tras los contrayentes, que ahora eran esposos -y esta era la idea que me obsesionaba, pues se celebro el enlace como un robo y una ofensa hecha a mi senor Avengeray-, estaba poblado por los bandidos, que aparecian ahora como divididos en dos. Los unos en plan de guerra, vigilantes y disciplinados, los otros merodeando de un lado para otro, en busca de botin y mujeres: criadas, doncellas de camara y de servicio, duenas, amas y mozas, que entre todas levantaban un griterio de histericos chillidos que contristaban mi alma. Y en el centro del salon estaban arrojando cantidad de pieles que traian del exterior, y sobre ellas levantaron una tienda, tambien de pieles, que pude comprender era la tienda real de Thumber, que al parecer instalaban el campamento dentro de la estancia.

En derredor iba creciendo el desenfreno de una orgia salvaje: los bandidos bebiendo groseramente en los cuencos y cuernos, constantes sus risotadas, y constantes los gritos de las mujeres ultrajadas que pretendian inutilmente zafarse de las garras de sus martirizadores, sin que hubiera fuerza capaz de librarlas. Que cuanto mas se resistian ellas, mayor era el empeno y las risas. Salvaje y terrorifica la bacanal, violenta como de tigres disfrutando de sus presas: una ola de paganismo extendida sobre la cristiandad.

Thumber levanto la piel que cerraba la tienda y con un gesto invito a la princesa, quien penetro en su interior. Se volvio ella para decirme con frialdad: «Creo que estareis mejor en la mazmorra, senor obispo, este espectaculo no es bueno para vos. ?Llevadle!». Por primera vez la veia conducirse como reina pagana, lo que mucho gozaria Thumber.

Me senti arrastrado, aunque sin violencia, por los hombres que permanecian junto a mi. La luz de los hachones ilumino nuestro descenso, aclarando las tinieblas de aquellos sotanos en lo mas profundo del castillo, y finalmente abrieron una puerta y me impulsaron a su interior.

Cuando pude orientarme hacia las voces y gemidos que escuchaba al fondo de la habitacion encontre a mi senor Avengeray tendido sobre la paja, sacudido por violentas convulsiones. Se hallaba banado en sudores y gemia profundamente, enfebrecido y delirante, que solo le oia palabras ininteligibles, privado de razon y conocimiento.

Y en viendo la infinita miseria que se abatiera sobre nosotros tan inesperada, tuve que hincar la rodilla y elevar mis preces, humillado, rogando con fervor el perdon por todos mis pecados, que nunca antes me dolieron tan hondos, como si fueran llagas malignas que me horadasen las carnes. Pues ninguna otra razon podia ser origen del castigo que sobre todos nosotros habia desplomado Dios Nuestro Senor.

Segunda parte. Aventuras de un caballero desventurado

Вы читаете Regocijo en el hombre
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату