espada, al tiempo que decia: «Se siempre digno de esta espada, forjada en las fraguas del Rhin, de donde procede nuestra estirpe: nunca estuvo al servicio de ninguna deshonra». Parecia haber concluido, mas todavia anadio: «Nadie podra impedir que seas combatiente en la proxima batalla. Recuerda que te entrego cinco servidores fieles y valientes: se que los amas y los convertiras tambien en amigos», y estrechandome fuertemente, concluyo: «Es hora de partir».

Alumbrandonos con antorchas recorrimos el tunel secreto; salimos por la noche a una torrentera que nos ocultaba, que nos permitio alejarnos sin ser descubiertos. Mas alla, al amparo de un bosquecillo, nos aguardaban con caballos. Cenryc me ayudo a montar, reverente y silencioso. Cabalgamos raudos, seguidos por los escuderos.

Gran alborozo levanto en el campamento nuestra llegada. Entonces supe que los correos circularon con el castillo sirviendose del tunel secreto. Y aunque rogaron por volver, el rey no consintio. Me dieron la bienvenida y se condolieron de nuestras noticias. El dolor de lo inevitable nos agobiaba.

El tane Harold, que permaneciera al mando de la mesnada, acudio a despedirse: «Quedaos conmigo. Estoy seguro de que el rey, mi padre, asi lo desea». «No me insistais, principe. El juramento me exige estar junto a mi senor. Regreso al castillo, a morir.»

No halle respuesta. Momentos supremos en que no se utilizan palabras. Resuelto y sereno nos abrazo a todos y cabalgo en la oscuridad. Mire a Cenryc, quien me explico: «Es su deber, principe: es mas doloroso vivir deshonrado que morir gloriosamente».

Sentia inmensa pena en el corazon. Agradecia a la reina que no hubiera llorado al despedirme. Sus sentimientos de madre quedaron ocultos. Aparentemente la razon de Estado imperaba sobre todo. La recordare con inmenso carino. Supo vencerse a si misma, Dios sabe con cuanta angustia, dejandome el ejemplo de su temple ante la adversidad. Acudieron a mi mente todos los recuerdos que me ligaban a mis padres, mientras se acrecia el resplandor que en la lejania horadaba la noche, triste anuncio del incendio que devoraba el castillo. Evocaba a mi padre valientemente luchando contra aquel demonio llamado Thumber. Me consolaba hallarme rodeado de mis cinco tanes, tan cercanos que percibia el contacto de sus personas, como si me protegieran contra las espadas enemigas, ya que no podian salvaguardar a mi padre. Sentia la impresion de que relevando los muros de piedra que se derrumbaban alla en la lejania, acometido por los piratas, levantaban un castillo humano a mi alrededor con sus cuerpos amigos, fieles companeros y servidores. Me daba cuenta de que tenia junto a mi sus cuerpos, mas sus espiritus ardian entre las llamas, al otro lado del horizonte. ?Cuan inmenso les resultaba el sacrificio que se les habia exigido!

Pasados los dias, cuando hallamos a los pocos supervivientes que escaparon con vida, tras pelear bravamente, supe que mi padre lucho contra Thumber por horas, con fiereza sin par. Hasta que desangrado por las mil heridas le abandono la fuerza y cayo. Le separo la cabeza del tronco con un solo golpe. Luego, en los aposentos, mato a la reina y a sus damas.

El saqueo devasto las estancias que no fueron pasto del fuego. El botin, distribuido entre la tropa. No parecio retener nada para si. Se le notaba ahito, despues de un esfuerzo en que vacio toda su fortaleza, rodeado de muertos, de fuego, de ruinas, de nada, de todo.

?Que ideas cruzarian su mente aquella jornada? Trataba de analizarlo obsesivamente. Me preguntaba si, debajo de las pieles con que se cubria, existiria realmente un hombre.

II

Puede el hombre orgulloso vanagloriarse de no precisar de los demas, de deberlo todo a su propio esfuerzo e iniciativa. Puede, situado en la cuspide, juzgar con desprecio e indiferencia a los que quedaron atras, consumidos por el esfuerzo de encumbrarle. Puede, finalmente, pensar que si viven, a el lo deben. Libreme Dios Nuestro Senor de albergar tales sentimientos: cuanto alcance, al esfuerzo y sacrificio de mis amigos lo debo. Pues ningun hombre se levanta solo, sino apoyado en quienes le rodean. Nadie, aun cuando el hombre lo niegue en su soberbia, es tan independiente de los demas.

Dios me deparo el regalo de mi buen Cenryc, generoso, prudente, amante padre, humilde y sencillo en su grandeza. De no haber dispuesto Dios mi presencia como principe, fuera Cenryc el mas digno senor de tan excelentes servidores.

Hizome olvidar mi desgracia, agradeciendo al cielo la ventura presente. Que era maravilla contemplarnos vivos cada amanecer, dispuestos a una nueva hazana, un nuevo empeno, concediendonos fuerza para soportar las contrariedades, amar a nuestros amigos, considerar humanos a nuestros enemigos pensando que, Dios lo sabe, tambien sentirian amor por sus hijos y sus esposas, se esforzarian por su reino, se sacrificarian en pro de sus vasallos.

Nunca podre agradecerle suficiente haberme colocado al lado de mi buen Cenryc, dispensador de conocimientos, disculpador de flaquezas e ignorancias, que las tuve y supo disimularlas. Sin un solo gesto displicente, ensenandome sin que los demas notaran mis errores. Que si mi padre me armo caballero, el me transformo en adalid, y si aquel fue mi padre material, este lo fue espiritual; me moldeo como hubiera hecho con un hijo propio. Al no cegarle la pasion de la sangre, el amor le nacia en el manso regazo de su corazon.

Vuela en mi mente la imagen de mi padre como gigante enfrentandose a los dragones que acabaron arrebatandole el reino y la vida. Cenryc anida en mi corazon como suave balsamo obligandome a caminar sin amargura, aunque nadie pueda impedirme la tristeza.

A todos mis tanes guardo el amor con que me criaron. Recuerdo con emocion la virtud de Penda, profundamente religioso. Hijo de un rico vasallo, Intendente de la Corte, quien procuro una sede arzobispal para otro hijo, quedando el para servir al rey, aunque mas merecia el nombramiento. Pensaba reparar la injusticia y concederle el baculo y la mitra en cuanto alcanzara el trono y tuviera prerrogativas, pues otro mejor dotado no conocia.

Ensalzar tambien debo la virtud de Alberto, buen conductor de hombres. Sabia hallar la formula oportuna para contentar, interesandoles en la misma idea. Todos confiaban en su buen juicio. Componedor de entuertos y consumado avenidor, en lo que era maestro. No vacilaba en inventar lo necesario si el bien comun lo justificaba. Al final todos quedaban reconocidos. A el debo el dificil aprendizaje en el arte de la diplomacia, con el desarrollo de una infinita paciencia.

No menos aprendi de Teobaldo, cumplidor inflexible en quien podia confiarse. Me enseno la importancia de la planificacion y el valor de los detalles. Le satisfacia la tarea meticulosa y la prevision. Sufrimientos y desesperanzas nunca se reflejaron en su rostro. Se mantenia equilibrado de caracter. Arguia que el destino era mudable; otros tiempos vendrian y entre tanto no merecia trastocar el animo.

Cenryc insistia siempre en que un guerrero debe mantener caliente el corazon y fria la cabeza. Identica maxima me exponia Aedan, guerrero improvisador, fuerte y temerario a veces, impetuoso y genial, capaz de alzarse con el triunfo donde otros desconfiaban. Poseedor de intuicion y astucia. Me entrenaba con espada y hacha, tambien con la maza y la lanza. Me reprochaba los arrebatos cuando solo usaba la fuerza, olvidando que el ataque y la defensa deben controlarse con el juicio. Y en prueba me infligia tan severos castigos que bien pudieran costarme la vida en lucha real. Imprevisible en el combate, mucho aprendi de sus argucias y tretas. Le debo no haber desfallecido nunca, pues afrontaba cualquier momento dificil con inspiracion. Y si para ello se separaba alguna vez de las instrucciones recibidas, justo es reconocerle que entonces los resultados superaban lo previsto.

Luchaba tambien con los otros tanes y hasta con destacados soldados de la mesnada. Deseaba aprender todos los estilos y maneras, que cada cual usa sus astucias. Y aun cuando no siga las mismas el villano que el caballero, ambos pretenden conservar su vida y arrebatar la del contrario. Todos se esforzaban en transmitirme su experiencia y habilidad preparandome para el momento de mi venganza. Que ya no era solamente mia, sino que tal honor comprendia a todos.

Debo mi gratitud hasta al ultimo soldado. Estoy seguro de no enganarme pensando que jamas hubo ejercito mas disciplinado y encarinado con una ilusion comun, espiritu de sacrificio y lucha. Conscientes de que el enemigo era fuerte y dificil de vencer.

Siempre bondadoso, Cenryc trataba de frenarme: «Encomiable es vuestra impaciencia, mi senor, por enfrentaros a vuestro enemigo. Si no fuera asi os reconvendria por ello. Mas pensad que el peligro debe

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