afrontarse al menos con una fuerza similar a la de vuestro adversario. Ejercitaos. Luchad. No cejeis nunca. Llegara el momento, cuando os encontreis preparado, y el ejercito os respondera con fidelidad. Ved, mi senor, que cuantos os rodeamos seremos siempre imagen vuestra, como reflejados en vuestro espejo. Cuando seais el mejor guerrero entre los cristianos habra llegado el momento».

Recuerdo aquellos anos como los mas felices, a pesar del desasosiego que los fantasmas levantaban en mi interior. Me rebullia en suenos el espiritu de mi padre, el rey, clamando por su venganza, que habria de permitirle descansar en la otra vida, pues hasta entonces le estaria vedado. Mas, en opinion de Cenryc, se imponia la espera.

Ocurria entre tanto que nuestra fama era propagada por los juglares, que cantaban en los mercados y en las cortes como el pueblo se sentia amparado por nosotros contra las hordas invasoras, por lo que nos pagaban voluntariamente tributo y nos proveian de viveres, pues acudiamos con la mesnada para defender a los campesinos contra los piratas. Tambien cuando algun senor nos solicitaba como aliado para proteger sus dominios de aquellos salvajes que todo lo asolaban, matando, robando, incendiando. Nos importaba mantener buena armonia con los reinos vecinos, pues que nos permitian transitar por sus territorios sin considerarnos enemigos, antes bien como amigos y defensores de su pueblo. Procuraba Cenryc y los otros tanes ensalzarme como caudillo, crecia mi fama y poco a poco construyeron una leyenda en torno a mi juventud. Y aunque era consciente de que los juglares y los poetas inventan las virtudes que ellos y el pueblo desean encontrar en los heroes, me obligaban a convertirlo en realidad. Con lo que no sabia si la fama iba creciendo con mis hazanas o estas se realizaban al impulso de mi fama.

Proseguia Cenryc moderando mi impetu, y Aedan en propinarme duro castigo con las armas para recordarme la prudencia en el juicio durante la lucha. Aleccionado por estos maestros acudia a los torneos en busca de ocasion de lucimiento: me presentaba con armadura y escudo blanco, sin distintivo alguno, como cumplia a un caballero novel. Solo en la cimera del casco lucia un airon de plumas de garza, fulgiendo en tornasoles de turquesa y rubi, y pronto me conocieron por ella, pues resultaba como si anduviese coronado por una llama, que representaba en mi juventud el ardor de los suenos. Acudia a las asambleas requerido por damas que sufrian injusticias o deshonor, por doncellas ultrajadas, viudas indefensas, ancianos ofendidos que carecian de fuerza para valerse. Y en tales contiendas el caballero del airon encendido fue cosechando triunfos que resonaban en boca de las gentes, acrecentandose su fama. No existia ya torneo lucido si no me presentaba.

Cenryc atemperaba mi entusiasmo. Empleaba la gracia y la humildad para no molestarme. Pero compartia con el mis ilusiones, mi sueno de enfrentarme a Thumber, que recorria las costas persiguiendo botin. Era fama que, en obteniendolo, procuraba no causar mas dano. Pero todo lo destruia implacable si no lo encontraba. Con lo que el pueblo, espantado, conocio que, cuando se presentaba, la mejor solucion era pagarle el tributo de guerra sin esperar. De lo que Thumber recibia un singular beneficio, sin lucha.

Ordene entonces organizar una vigilancia para conocer los pasos del bandido. El pueblo nos ayudaba con noticias de sus movimientos.

Hasta que un buen dia tuve colocado el ejercito en orden de combate, asistido de mis fieles y queridos tanes, frente a la horda vikinga.

Cumple confesar ahora que en ninguna batalla anterior me impresiono tanto la contemplacion del enemigo. Otras veces, aunque valientes, fueron desorganizados y revueltos frente a nuestras filas cerradas, protegido cada hombre por los que tenia a su lado, cubiertos por solida muralla de escudos embrazados con fuerza, bien colocada la caballeria en segunda fila para lanzarse en el momento oportuno, dispuesto por Teobaldo, gran maestro tactico. Mas ahora el adversario presentaba una formacion tan segura y organizada como la nuestra. Con lo que se cumplian las advertencias de Cenryc, a mi lado provisto de todas las armas, presto siempre a luchar en obediencia, fuera la gloria o la muerte la que le esperase: no debia fiar solamente de la fama que senalaba a Thumber como fiera cruel y sin discernimiento, sino que atendiese al resultado de sus hazanas, pues la leyenda y la realidad siempre han caminado disparejas.

Bien lo conoci cuando logre situarme ante el, en medio del estruendo de los fieros golpes sobre los escudos y las corazas, el piafar y relinchar de las bestias excitadas por el violento ejercicio que se les pedia.

Furiosamente le impreque: «?Oso Pagano! ?Lucha contra mi, cobarde asesino, sanguinario! ?Soy hijo del rey Ingewold y debo vengar su muerte con tu sangre!».

Le embesti con denuedo, ciego de furor, incontrolado por la ira. Pues era la primera vez que le contemplara frente a frente, y al alcance de mi espada, desde aquellos aciagos dias que le viera cabalgar cerca de los muros del castillo. Habia olvidado de repente cuanto me ensenaron mis tanes. Thumber era harto veterano y experto para impresionarse con mi presencia, ni mostrarse afectado por los insultos. Antes bien paro con destreza mis fieros golpes, conteniendome sin gran esfuerzo aparente, lo que acrecento mi vehemencia: «?Luchad, cobarde, luchad!».

«Acostumbraos a acompasar las palabras a la fuerza de vuestro brazo», contesto sin enfado, haciendo evidente que no tomaba en serio mi empuje: «?Bravo cachorro sois ya, principe! ?Os aseguro que llegareis lejos!».

Me ataco de subito con una fuerza incontenible, lo que me obligo a protegerme para esquivar sus mandobles, capaces de derribar a un oso. En la refriega cruzaronse otros combatientes. Y cuando quise devolverle los golpes se habia escurrido y entre ambos quedaban otros muchos guerreros. Ya no tuve ocasion de enfrentarle.

Como resultado obligamos a la horda a refugiarse en otros territorios. El pueblo nos aclamaba como sus defensores, pues se libraron del saqueo, de pagar tributo, de cuantas tropelias cometian aquellos en los territorios que asaltaban. Sobre perder cosechas, riquezas y hogares, soportaban ademas el ultraje de sus mujeres, la muerte de cuantos infortunados quedaban al alcance de los forajidos, el incendio y la ruina. Los hombres llanos, con carretas de viveres, visitaban el campamento, sin faltar los senores principales para mostrarnos gratitud y declararse servidores nuestros; nos entregaban el tributo que les hubiera exigido Thumber, con el juramento de su amistad. Los campesinos se ofrecian para enrolarse en la tropa, pues en la recluta nunca tuvimos dificultad, antes bien era honor para ellos verse aceptados.

Frente al clamor del pueblo, que me proclamaba heroe por enfrentarme a Oso Pagano y sobrevivir en la lucha sin apenas rasgunos, con lo que la singularidad del combate era salpicada de aditamentos fantasticos que engrosaban la leyenda, se hallaba la realidad: pesar profundo por la humillacion recibida. Cenryc procuro alejar de mi tal sentimiento. Aedan, cuya opinion sobre las armas resultaba mas valiosa que ninguna otra, pondero las cualidades y saco ensenanzas de las torpezas. Todos los tanes se mostraban orgullosos de mi proeza a la vez que me alentaban a no desmayar, sacando provecho de la experiencia, yunque de los guerreros. Preciso era persistir en el empeno de una intensa preparacion. Pues con ser tantos y tan gloriosos los triunfos acumulados en mi corta vida, solo la edad me proporcionaria la serenidad que, unida a la fuerza, podia darme la victoria en el combate. Junto con la experiencia, que jamas se improvisa.

Pasaron anos empenados en el duro ejercicio de las armas, a la par que volaba mi fama. Todos reconocian que me aguardaban empresas de mayor empeno; quizas por ello el clamor de las gentes cuando acudia a los torneos, al divisar el airon encendido que flameaba sobre mi cimera, pretendia alentarme, y me proclamaba paladin. Esta dedicacion a mi destino me obligaba a excusar la vida cortesana, y rehuir fiestas y saraos para volver a la mesnada, siempre alojada en un campamento del bosque situado junto a un calvero suficiente para permitir el juego de las armas, que a todos nos era constante.

Las noticias del avistamiento de las velas de Thumber, disponiendose a desembarcar, culmino una paciente espera. Rastreamos cuidadosamente el camino para eliminar los posibles espias que pudieran avisarle de nuestra proximidad, y movimos cautelosamente la tropa hasta situarnos en una espesura proxima a la costa, desde donde divisabamos las rojas velas que distinguian al vikingo. Llegaron a la playa extendidas para facilitar el desembarco con rapidez; causaba maravilla la destreza de aquellos piratas.

Al localizar el navio del rey, que se distinguia por sus aparejos y pinturas, lance contra el mi corcel que en rapidez competia con el rayo. Thumber habia pisado la arena embrazado el escudo y con todas las armas, de las que nunca se separaba. Se apercibio rapido del ataque y revolviendose empuno la espada y se desvio de mi trayectoria; ya no me fue posible corregirla, tan exacto fue el quiebro cuando ya me tenia encima. Encabritose el caballo al fustigarle para una repentina revuelta, lo que aproveche para descabalgar y ponerme frente al enemigo que me aguardaba, bien sujeto el escudo y pronta la espada. Pense si habia notado que al desmontar renuncie a la ventaja que me daba la cabalgadura, para enfrentarme en iguales condiciones. Necesariamente debia percatarse.

A solo dos pasos para alcanzarle, la espada en alto, grite: «?Oso Pagano, lucha ahora contra mi!», y sin otra

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