Se conducia entonces como si en su interior existieran dos mujeres distintas. Y cada dia me cautivaba la expectativa de reunimos por la noche, al amparo de los mapas que portaba para justificar la visita.
Con tan habil y discreta disposicion transcurria el tiempo, en que nos ocupabamos a la vez y de manera preferente de los asuntos de Estado. Teobaldo llevaba sobre si gran tarea, y al ser tan inflexible cumplidor lograba maravillas en su empeno de perfeccion. Me dolia no confesarle que todo el esfuerzo serviria para recuperar nuestro amado pais, el Reino del Norte, lo que le hubiera llenado de alegria, como a los demas tanes, pero en callarlo estaba empenada mi palabra y la de mi senora Ethelvina, la fervorosa amante de fuego que yo mismo habia de moderar algunas noches con mi ausencia, pues no seria natural despachar nuestros asuntos de continuo. Logico era suponer que si al principio los problemas se acumulaban, debian espaciarse conforme transcurria el tiempo, a lo que precisaba ajustarse nuestra conducta, aunque con disgusto, pues tanta era su pasion que parecia una venganza. Aceptaba, sin embargo, no pasar a las manifestaciones personales antes de concluir los asuntos de gobierno.
Que cada vez se presentaban mas favorables. Incluso los espias que cuidamos introducir en la escolta de los bastardos y nobles nos mantenian informados de cuanto averiguaban sobre tan preocupantes caballeros. Y coincidian con las noticias que nos llegaban de los nobles adictos y los clerigos. Tan moderadamente se conducian que nadie les suponia el menor animo de conjuras ni traiciones. Esto nos tranquilizaba en parte. Pues cuando regresaron a Ivristone mostraron clara admiracion por los destacados progresos experimentados en los asuntos de guerra durante aquella ausencia. Grandes alabanzas hicieron de mis trabajos y desinteres al dedicarme a una tarea que me era extrana. A la par ensalzaban las dotes de mi senora como Regidora del Estado, y le reconocian unas virtudes sin par; encomiaban que estuviera el Estado mejor regido que lo fuera jamas por hombre alguno.
La sinceridad quedaba manifiesta al solicitar ellos mismos del obispo la ceremonia religiosa para rendir pleitesia a la Senora de Ivristone y jurarle fidelidad, pues omitieron el compromiso cuando las exequias del rey, por lo que deseaban ahora enmendar el olvido. Que sabiamos no lo fuera, aunque pareciera sincero su arrepentimiento. Y aun cuando guardasemos nuestras reservas sobre tan destacado cambio, que mas parecia milagroso que natural, el obispo innominado insistio en que llegada era la hora de la reconciliacion, y pues se sometian y juraban obediencia a la senora motu proprio, justo era acogerlos con calor y reconocimiento. Luego comentaria el caso con mi senora y convinimos en asignarles destinos que los mantuvieran muy ocupados, hasta asegurarnos de la rectitud de su proceder. Sin olvidar con ellos una secreta vigilancia.
El regreso de los caballeros transformo el aire de la corte. Las bellas esposas competian en renovar sus ropas para ganar en atractivo, con lo que Monsieur Rhosse suspiraba por un instante libre, requerido de continuo por sus dientas. Debia disponer, ademas, cenas y veladas, animadas ahora por mayor concurrencia, y como el alivio del luto ya lo permitia, acudian musicos y juglares.
Los caballeros suspiraban cada dia por concluir sus tareas para regresar al castillo, si bien algunas veces la obligacion les retenia fuera por mas tiempo.
Sucedia mas de una vez, cuando me encontraba en los campamentos, que al salir de mi pabellon durante la noche atraia mi atencion un brillantisimo lucero que se destacaba entre la multitud de bellas luminarias que poblaban el cielo, a las que empalidecia. Asi quedaron mis ojos prendidos aquella noche, cautiva mi atencion, mi animo suspenso, al contemplar la bellisima, delicada, gracil y eterea joven que era Elvira, la hija de mi senora Ethelvina, que en contadas ocasiones viera antes y me pareciera solo una nina. Lucia ahora en la constelacion que componian todas las damas de la corte, con ser todas muy agraciadas, como senora del firmamento de la hermosura, ante cuyo resplandor quedaba cegado, doncella celestial cuyos movimientos, acompasados a la musica, la revelaban como una diosa de la armonia. Pues le habian insistido para danzar al son de los acordes que tania Monsieur Rhosse, con lo que cobro vida esta sin par criatura que imagine recien creada, que por maravilla fijo en los mios sus ojos, y se fundieron nuestras miradas. Al acabar, que lo hizo ante mi, tuve por gentileza y rendicion besarle la mano, y si me dejara llevar por el impulso de mi corazon la estrechara entre mis brazos y le prometiera amor eterno, pues el alma se me suspendia al contemplarla, anudada a la suya por el hilo sutil de los ojos. Al fin hubo de separarse para acudir a los requerimientos de otras damas, otros caballeros, a recibir un efusivo y carinoso beso de su madre, alla en el otro extremo donde se hallaba reunida y rodeada por sus ancianos consejeros, entre los que se destacaba el obispo. No era frecuente que asistieran a una cena, mas aquella noche lo hicieron a requerimiento de la senora.
Fuera casualidad o predestinacion, no lo sabia: la estancia de Elvira se encontraba situada en la torre oeste, por encima de mi propia camara, al nivel de la muralla, zona controlada por mis sesenta guerreros, los cuales hacian la centinela de noche. Esto me permitio discretamente, retirados que fueron todos los moradores a sus habitaciones, salir al adarve y pulsar la vihuela en una calida serenata de amor, encaminada a las ventanas que celaban la vision de tan divina doncella, descubierta para balsamo y deleite de mi alma regocijada en su contemplacion. Y asi me reclamaba imperiosa su vision nuevamente, que desde separarnos todo me parecia oscuro, salvo el recuerdo. Y eran estos sentimientos los que vibraban en las cuerdas y en el tono de mi voz.
Cuando desde aquella gloriosa ventana descendio una escala, que se deslizo blandamente junto al muro de piedra, me parecio que no manos y pies me impulsaban, sino alas, hacia el encuentro del angel que me habia cautivado.
V
Apenas si el acontecer de cada dia lograba la atencion de mi mente desde que descubriera el amor de Elvira, que solo alentaba en espera del momento nocturno de reunimos en su alcoba. Nunca otro ser ha bebido felicidad mayor en los labios de su amada. Juntos eramos una llamarada, que nos incendiaba el espiritu y nos transformaba, pues entre los besos se nos trasvasaron las almas. De nuevo me sentia nino pues surgian en mi, incontenibles, los pueriles, primeros sentimientos de la infancia.
Tres noches iban de comunion amorosa en que cada detalle de nuestras vidas cobraba valor nuevo, una nueva significacion, y los primeros recuerdos adquirian relevancia inusitada. Olvidado de la severa responsabilidad, redescubriendome, me producian estos sentimientos un sincero y puro placer, despojados de cuanto pudiera enturbiarlos, convertidos en cristal. Tal era, tambien, el animo de mi dulce, amada Elvira.
Imposible nos resultaba reconciliarnos con el sueno, pues el regocijo de hallarnos juntos lo ahuyentaba. Tan jubilosa era nuestra felicidad que contemplarnos, sonreimos y mostrarnos uno a otro los pensamientos que nos afloraban, nos producian una permanente fiesta. Desmenuzabamos los mas remotos recuerdos, que adquirian un semblante diferente; hallabamos escondidos matices que yacian olvidados, como si cobraran vida para convertirse en lazos que anudaban nuestra union. Todos surgian ahora como hitos que senalaban nuestro encuentro, y convertian el fu turo en presente, no menos feliz por esperado, que el logro nos acrecentaba la dicha.
Infantil candor el de Elvira que desgranaba la espiga de su alma, los sobresaltos y presentimientos, intuiciones y sospechas, dulces agobios y repentinas congojas, con los que me mostraba la intimidad de sus sentimientos, que habian encontrado plenitud. Y tan puros deseaba entregarle los mios que quise hasta despojarme de aquella pequena sombra, leve infidelidad que suponia la aventura con Ethelvina, que juzgaba conveniencia diplomatica ante todo, pues la vida y la sociedad nos impone sus reglas en algun momento, sin que nuestra alma se entregue. Forma parte, mas bien, de la mascara con que el tiempo nos disfraza, sin que el yo intimo participe. Le referi como durante aquellos tres dias no consiguiera verla, lo que habia intentado para comunicarle el amor que rendia a los pies de Elvira, unico y primer amor. Mas fuera inutil; Ethelvina se encontraba enferma. La anciana camarista solo permitia el paso al fisico, al astrologo y a los augures, que al parecer eran consultados por la senora, sin que nadie averiguase la naturaleza de su indisposicion. Ni siquiera al obispo le fue permitido visitarla. Y como estaba seguro de que carecia de mayor importancia, que de otra forma se supiera, me congratulaba de aquella feliz circunstancia, pues la reclusion de Ethelvina nos permitia a Elvira y a mi concentrarnos en nuestro goce.
Tampoco en aquellos tres dias abandonara Elvira sus habitaciones, pensando seria mas intensa su dicha si la mantenia secreta. Mas su rostro fue acusando creciente tristeza conforme escuchaba mis palabras. Se afecto tan intensamente que comenzo a conturbarse, para seguir con profundos y sordos gemidos, hasta romper en aguda congoja. Acabo sacudida en irreprimible llanto; mostraba una desesperacion tan honda que la paralizaba. Y concluyo, pese a mis esfuerzos por consolarla con dulces mimos y palabras, caricias y abrazos que la confortasen, con la voz quebrada en murmullos, humeda en sollozos que aumentaban las lagrimas, manifestandose invadida