Tan corpulento como mi padre, el bardo jamas se jactara de su poderoso brazo. Estimaba mas la inteligencia que la espada, y en ello se resumia la diferencia con el. Pero el rey Thumber amaba a Mintaka, quien nunca acepto parte alguna de la presa, y hasta rechazaba las esclavas que queria entregarle para su regalo, pues alegaba que su deseo era sentirse libre. Tampoco acepto nunca una casa. En cambio, como era un espiritu entregado, le acogian en cualquier hogar sin reservas y con amor, como si todos los hombres fueran sus hermanos y las mujeres sus esposas. De todos recibia estima y respeto, y a todos respetaba y amaba. Nunca ambicionara riquezas ni las tuvo. Decia ser el mas libre entre todos los hombres. Y como unas veces lo explicaba y otras no, aumentaba su sabiduria ante los ojos de la gente.

Durante muchos anos fuera companero del rey, al que sus consejos sirvieron de guia. Decia mi madre, la reina, que habia creado una leyenda de lo que solo era un pirata, inventandole una conducta y hasta una filosofia; habia extendido su fama con la magia de su palabra, repetida por los poetas en las cortes de todos los paises, hasta los mas lejanos.

Aseguraba que las gentes no conocian al verdadero Thumber, sino al que cantaba Mintaka, capaz de glorificar hasta sus vulgaridades. Cierto que las opiniones de mi madre eran siempre poco favorables. Pues el rey Thumber, segun ella, solo era una creacion del bardo, en lo que no estabamos de acuerdo. Permanecia silencioso, pero me obligaba a desconfiar de su juicio. Me hacia crecer receloso y desconfiado, lo que me acostumbraba a decidir entre lo que debia aceptar y creer o rechazar.

Observaba a los hombres, con su torrente de palabras acompanando sus acciones o justificando sus actos. Me daba cuenta que casi nunca marchaban de acuerdo ambas manifestaciones. Esto contrastaba con la parvedad de Mintaka, quien preferia el silencio, palco de palabra, de hechos, de consejos, sobrio de ordinario en el comer y mas en el beber. Aunque tuviera sus excepciones. Mas nunca venian a sus labios frases que describieran nada personal. Su verbo caliente servia, cuando se excitaba, para cantar las glorias de otros hombres, especialmente de mi padre, las aventuras, los paises ignotos, las tierras y los mares. Contaba que siempre existia una maravilla agazapada en el futuro, esperandonos, y que lo importante era descubrir y gozar la que correspondia a cada uno de los dias de nuestra existencia. Cuando los demas hombres glorificaban el morir por el hierro, aseguraba el que no le importaba morir sobre la paja si lo que dejaba atras valia lo suficiente.

Y como nada en el era del modo que otros lo hacian, alguna vez se encerraba por dias en la casa comunal, sumergido en un bano de hidromiel y de vino, rodeado por las mujeres que alli servian a todos, y muchos acudiamos para contemplarle en su embriaguez, que era como una llama espiritual, cantando gestas lejanas y proximas, enigmas que nadie entendia, profecias y sermones. Todo el pueblo andaba de fiesta escuchandole, bebiendo la sabiduria de sus palabras con amor, y su ebriedad, a juicio del pueblo, le convertia en oraculo y profeta de los dioses. Por lo que en tales ocasiones se le consideraba un sacerdote. Y como unas veces explicaba sus palabras y otras no, aumentaba su sabiduria en opinion de las gentes.

Incluso mi padre mostraba su satisfaccion, al saberse su mejor amigo, su amado companero. E iba al salon para escucharle y contemplarle. Solo mi madre le criticaba, calificandolo de simple borracho escandaloso. Y no es que mi madre demostrase odio; no era asi: sus palabras resultaban serenas; diriase que ninguna idea que tomaba forma en sus labios alteraba la placidez espiritual que parecia acompanarla siempre. Lo hiriente era la mordacidad de su acento, la reprobacion contenida en sus frases, aunque estuvieran revestidas de amabilidad. Una sutileza que mi padre no podia, o no queria contrarrestar. Pues era mi madre mujer refinada y culta, y mi padre inteligente y bravo, tenaz, decidido, pragmatico; blasonaba de no causar mas danos que los necesarios, pues lo que importaba era conseguir un rico botin. Y dejaba a los demas el derecho a opinar como les gustase.

Pienso que mi madre no encontraba repugnante a Mintaka, como decia. Solo que le conociera en ocasion poco favorable y ya no pudo perdonarle. Quizas porque nunca llego a entenderle.

Sucedio en el momento en que la boda entre mi madre y aquel caballero Avengeray fuera interrumpida, y subiera a darle a mi padre la poderosa razon que demandara para perdonarle la vida, impresionandolo con su porte de reina y la belleza luminosa que poseia.

He escuchado repetidas veces la narracion a mi padre y a Mintaka:

«Si os place, ofrezco ser vuestra esposa a cambio de la vida de Avengeray, vuestro enemigo.»

Sorprendido en principio, mi padre se sintio halagado por la belleza que se le ofrecia, joven pero fuerte ante el sacrificio, serena y decidida, como una paloma inmolandose ante el altar, y penso que los dioses le brindaban una esposa digna de un rey.

Sonriendo dijo:

«?No pedireis tambien la vida de vuestra madre, mi senora Ethelvina?»

Mi madre no se inmuto un apice:

«Si deseais o no matar a vuestros aliados, es cosa vuestra», y no temblaba su voz, banada por un tinte de ironia y dolor.

Dirigio mi padre su mirada al bardo, a su lado como siempre:

«?Que pensais, Mintaka?»

Movio este la cabeza. Al cabo manifesto:

«Es una decision importante. Volvere a daros la respuesta.»

Salio del templo y anduvo deambulando por las murallas, mientras observaba que toda la guardia habia abandonado; los unicos soldados visibles eran vikingos. Se entretuvo contemplando el cielo, cruzado por algunas nubes impulsadas por una ligera brisa que apenas resultaba perceptible alli abajo.

Cuando regreso a la iglesia, la ceremonia del matrimonio entre mis padres habia concluido. Ninguna sorpresa exteriorizo, pues sin duda pensaba que mi padre estaba en su derecho. Producto de sus impulsos, improvisador, arriesgado, aventurero. El espiritu que apenas lograba sujetar gracias a los consejos de Mintaka, que ahora no tuviera en cuenta.

Penso silenciar la respuesta. Mas mi padre, que cogia del brazo a mi madre, se la requirio. Cualquiera otro habria cuidado de halagarle, mas aun en presencia de su reciente esposa, dentro del templo todavia. Pero no era hombre que pudiera ser frenado por consideraciones ajenas a su criterio. Existia algo superior que le impulsaba. Y para manifestarse como era su deseo perseguia siempre la libertad. Que la sentia en lo mas profundo de su espiritu, que es donde anida, y no en las simples palabras o en las definiciones.

«Aguardo vuestra respuesta», insistio, amplia la sonrisa, mientras contemplaba a su esposa con no disimulado orgullo y satisfaccion.

«Oidla: mi senora reina, vuestra esposa -y aqui hizo una graciosa reverencia con ademanes andalusies-, es mujer de tan caliente corazon como cerebro. Debe de amar muy profundamente a vuestro enemigo para comprar su vida a tan alto precio. Pienso que es mucho riesgo convivir con ella cuando sienta el corazon frio.»

Mi madre lo escucho sin mostrarse ofendida, pero estoy seguro de que nunca lo ha perdonado. Tampoco podia rebajarse, siendo ella la reina y el bardo su subdito.

Jamas se disgusto mi padre por cuanto hiciese o dijese, aunque fueran contrarias sus ideas. Le toleraba con una sonrisa lo que a otros hubiera ocasionado la muerte. Se limitaba a obedecerle cuando lo consideraba conveniente, y a dejarse conducir por sus impulsos cuando estos resultaban mas fuertes que su raciocinio. Sucedia, pues, que al debatirse entre la sabiduria del bardo y sus arrebatos, el estro poetico de Mintaka le habia forjado una personalidad legendaria, que si no respondia a una rigurosa realidad, si le estaba cercana. Dijerase una realidad realzada por la fantasia.

Y era aquella fantasia, que no la realidad, la que amaba nuestro pueblo. Mientras la flota se encontraba fuera, «de vikingos», la imaginacion de nuestras gentes la acompanaba en sus expediciones y participaba en sus aventuras. Cuando las hojas de los arboles se tenian de oro y cobre, pregoneras del otono, los oidos se agudizaban para adivinar el largo sonido, ronco y cavernoso, de las trompas, repetido por el eco de las montanas que flanqueaban el fiordo, y se prolongaban por el canon como una cinta sonora avanzando sobre el espejo de la encalmada superficie, que descansaba como si fuera un lago, donde se reflejaban las nubes y las laderas boscosas que la estrechaban amorosamente. Eran de ver el temor y la ilusion contenidos de aquellas gentes que aparecian expresados en la mirada: la esperanza del botin en unos, el miedo de haber perdido a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos, en otros; siendo la ansiedad la que a todos gobernaba, aunque el dolor les quedase mitigado al conocer que tuvieran una muerte gloriosa y sus almas reposaban con honor.

Siempre el primer sonido de las cuernas y trompas despertaba ansiedad por distinguir si resultaba largo y prolongado, que anunciaba el regreso, o corto y repetido, que significaba emergencia, un ataque de otros enemigos. Llegaba la flota. Corrian los ninos, detras seguian las mujeres, y pasaban los hombres en sus caballos

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