para tomar el camino que recorria la orilla por entre el bosque, en busca de los barcos.
Tome mi caballo para incorporarme a aquella riada cuando me llamo el bardo, que expresaba su jubilo como los demas, pues se desbordaba entonces la ansiedad de una angustiosa espera de muchos meses, aunque disimularan el miedo cantando la gloria de sus hazanas guerreras, el destino de los valientes, que serian conducidos al Walhalla para reposar junto a los heroes, donde beberian el hidromiel de los dioses.
Espoleamos furiosamente nuestras cabalgaduras, compitiendo en la carrera. Nuestros animales se distinguian por su vigor, no existian otros mas ricos ni de mayor prestigio en todo el reino, excepto el de mi padre; habia cuidado de regalarnos los mejores ejemplares.
Alcanzamos la punta cuando las primeras dragoneras enfilaron el cabo del fiordo, para adentrarse en las aguas serenas y protegidas de aquella lengua de mar donde se contemplaban las flores y los abedules, difuminandose la luz con blanda luminosidad. Prorrumpimos en jubilosa exclamacion por ser la primera
Detras del Dragon Flamigero fueron apareciendo, conforme doblaban el cabo y quedaban visibles, hasta treinta y siete dragoneras. Era de ver la ansiedad de nuestras gentes, desde la orilla, vitoreando cada embarcacion que asomaba, pues les traia a sus familiares, a la vez que se ensombrecian los rostros, inundandose los ojos de las mujeres, cuando aparecio la que marcaba el final de la flota, pues fueron cincuenta y dos las que marcharon en la primavera. Quince barcos perdidos. Setecientos cincuenta tripulantes.
?Cuantos de ellos se habrian salvado, recogidos en las otras naves? ?Habrian muerto gloriosamente en combate, o perecido en la lucha contra el mar, oscura, sordida muerte? ?No importaba!, cantaba el bardo poseido por la furia de su magica palabra. Lo importante era morir con honor, exhibir ante el enemigo la fuerza, y ante los dioses el coraje de soltar la vida con desprecio, sin titubeo, sin una duda, mirando frente a frente al opuesto luchador, fuera hombre o dios; lo que importaba era superarle entregandole nuestra vida como un regalo, pues el que moria ya la habia usado gloriosamente.
El canto exaltado del bardo se constituia en protagonista del regreso, al compas de los remeros que impulsaban las naves sobre la expectante calma del fiordo, en progresion hacia la profunda ensenada donde se hallaba enclavado el poblado, extendido amorosamente sobre el regazo del agua de cristal. Muchas de las viviendas estaban levantadas sobre palafitos que constituian un refugio para la embarcacion, resguardadas al otro lado por la mole de basalto negro que emergia del conjunto terroso, las paredes en vertical, y la cumbre circular que simulaba una corona real rematada por altas torres como agujas que peinaran las nubes. Por ello tenia el lugar el nombre de Corona, al igual que la montana, morada de nuestros dioses familiares, llegados los favorables desde el cielo, los contrarios emergidos con la misma montana cuando broto de las profundidades entre rugidos del cielo y temblores de la tierra, que jamas tuviera un parto mas doloroso, y alla en la cumbre, que rasgaba el mismo cielo, entablaban sus luchas los dioses de las familias de los Vanes y los Ases, que proporcionaban a nuestro pueblo, con sus contiendas, etapas de felicidad y de desdicha.
Por ello elevamos nuestros ruegos a los todopoderosos cuando se irritan haciendo temblar la tierra y estremecerse al cielo con sus combates, cuando parten de la cima del Corona rayos y truenos que anuncian el furibundo duelo que libran las divinidades por la supremacia en regir nuestros destinos.
Preguntan las mujeres por entre los guerreros que desembarcan, investigan, buscan a los que faltan, y cuando les saben muertos o desaparecidos, lloran. Desborda el jubilo entre los que reciben a sus padres, hermanos, jovenes hijos -muchos fueron en la primera aventura de su vida-, que luego narraran sus fantasticos hechos de armas al abrigo del fuego encendido en la gran sala, durante las noches invernales.
Apenas si el rey nos concedio un ruidoso abrazo a ambos en llegando a su lado, mientras se ocupaba del
No era obstaculo para que el rey transportase a la larga casa donde moraba mi madre, acompanada de las doncellas que fueron traidas de la propia corte cuando se caso con mi padre, el tesoro que para si habia reservado, que extendia con orgullo sobre el pavimento: las sedas y brocados, los tejidos de rico color, con hiladuras de oro, collares de plata y de oro, anillos, cadenas, vasos, alfileres y broches, perlas, arquitas labradas con pedreria y, sobre todo, montones de libras de plata. Todo lo cual ofrecia a mi madre, rebosante la sonrisa y escandaloso el orgullo que proclamaba sus triunfos, mientras la reina se mostraba encalmada y fria, pero deferente, rodeada de sus doncellas.
No veia en mis padres la explosion de amorosa satisfaccion que se manifestaba en las otras parejas al reencontrarse, abrazados fuertemente, vertiendo lagrimas de alegria y de temor por tantos meses de congoja, que les hacia reir y llorar al propio tiempo. Mis padres desarrollaban una ceremonia, sujeta siempre a los mismos puntos, que me era bien conocida. Mi madre, despues de asistir a la exposicion de cuanto el rey le ofrecia, acababa dirigiendose a el: «Os devuelvo, senor y rey, el reino que me entregasteis al marcharos: salvo y bien administrado».
Mi padre lo conocia. Y en todas las ocasiones lo manifestaba: era consolador saber que quedaba en casa una reina que sabia gobernar un pueblo. Aunque jamas lo reconociera delante de ella: como era su obligacion traerle abundante botin, la reina debia gobernar durante su ausencia, y bien. Y a fe que ambos se esforzaban en cumplirlo esplendidamente, que en ello parecia irles la propia estimacion. Como si nada desearan agradecerse.
Mi madre hablaba siempre en tono bajo, la voz moderada. El rey era ruidoso y explosivo en su alegria, y todavia mas temido en su enojo, ante el que todos temblaban, excepto la reina.
«Mas contento me encontrariais si hubieseis cuidado de la educacion de mi hijo, que lo encuentro afeminado, de vivir entre mujeres.»
Ninguna alteracion manifestaba ella. Antes bien elevaba sus ojos hasta los de su esposo, y le contemplaba unos instantes. Despues replicaba:
«Quedaos vos en casa alguna vez y educadle, en vez de marcharos de vikingos todas las primaveras.»
Habia escuchado el este reproche muchas veces, pues identica escena se repetia cada ano. Pero siempre expresaba la misma rabia:
«?Como os preciariais de ser la mas rica entre todas las reinas del norte, si me quedase en Corona cuando se marchan mis hombres? ?Como alimentariamos nuestro reino, que es pobre, sin hierba para el ganado, sin tierras para cultivar grano? Razones de mujeres que no deberiais exponer vos, que sois reina. ?Pero no gastare mas palabras! Me encargare, puesto que ya ha crecido, de convertirle en un guerrero.»
Tras estas batallas verbales acostumbraba el rey salir de la larga casa, con manifiesto disgusto en su continente. Mi madre quedaba con sus doncellas clasificando el tesoro para distribuirlo en sus arcas, destinando una parte a sus labores, pues que con las doncellas consumia las horas en el taller de bordado, famoso por sus primores y la riqueza de sus trabajos, y cumplia con ello tambien una ceremonia que todos los anos repetia.
Aunque en esta ocasion guardase en su pecho el temor, que yo adivinaba en sus caricias, pues se me habia