a nuestro reino, junto con el gran dragon que ostentaba la capitana, e majestuoso Dragon Flamigero, terror de nuestros enemigos.

En las herrerias se forjaban nuevas armas. Mientras, los guerreros cicatrizaban sus heridas, al abrigo del hogar, junto al fuego, con el balsamo de las amorosas manos de las esposas y las hijas.

El invierno era para nuestros hombres la epoca de reforzar sus cuerpos y reparar sus naves, que debian encontrarse dispuestas para la primavera, cuando se iniciaria otra nueva aventura.

Antes de que llegase el hielo se celebraba la gran Asamblea en la que participaba todo el pueblo. Acudian a la Corona los terratenientes mas importantes, y cuantos deseaban asistir. Era el lugar, en la colina, donde se proclamaban todas las leyes, se ventilaban las disputas y conflictos, y donde los oficios de Mintaka resultaban de mayor importancia, pues que en ultima instancia igual el rey que los jueces acataban la definitiva palabra del bardo, que superaba a todos en sabiduria. Aceptaban sin discusion sus sentencias, que en ocasiones tardaba horas en pronunciar cuando se ventilaban conflictos de sangre.

Los jovenes que ya participaran en su primera aventura no desaprovechaban el uso de su recien adquirido derecho, para proclamar sus opiniones ante la Asamblea. Los mayores solian acogerlos con sonrisas de comprension y tolerancia, y los distinguian con muy respetuosas respuestas, aunque no parecian tomarlos muy en consideracion. Cierto que los jovenes podian en ocasiones mostrarse impertinentes, aun no siendo tal su intencion, pues nunca olvidaban el deber sagrado de respetar a sus mayores.

A mis preguntas, Mintaka acabo dandome esta respuesta:

«La inexperiencia de los jovenes les hace ser imprecisos en sus juicios y criticos en exceso. Quizas impida esto que desde el fondo de sus ideas se trasluzca el latido de la renovacion que contienen. Seriamos mas sabios si perfumaramos con su espiritu nuestros actos y nuestra coexistencia, al darnos cuenta que el presente no es otra cosa que un transito desde el pasado hacia el futuro.»

Como todavia no llegaba a comprender el total significado de sus palabras, su sabiduria crecia ante mis ojos.

III

Sorprendente me resulto que mi madre no protestara con viveza, como solia, cuando el rey dispuso que al siguiente verano, acompanado de Mintaka, emprendiera una expedicion hacia el norte, a lo largo del sendero de las ballenas. Era necesario, despues del entrenamiento, que me curtiese en el mar, aprendiera a convivir en las naves, a conducir a los hombres. Quizas considero muy firme su decision y ya no juzgo conveniente oponerse. Tambien era posible que la compania del bardo la tranquilizase.

Desde aquel momento me complacia visitar el astillero donde se preparaban dos ventrudas konoras, con dos filas de bancos cada una, lo que sumaba un total de ochenta remeros.

Mintaka me pregunto un dia cuales hombres preferia en la expedicion. Despues de meditarlo le confese que mi preferencia estaba por los viejos guerreros que siempre acompanaron a mi padre, que rememoraban ahora en tierra sus anoranzas y aventuras en la sala comunal, banados en vino y cerveza. Pues aquellos hombres que adoraban a mi padre me mostraban su carino y se gozaban al pensar que un dia podria emular las famosas hazanas del rey, en las que ellos tomaran parte.

Aceptaron, encantados de que les hubiera tenido en cuenta, y prometieron hacer la expedicion tan famosa que fuera envidiada por los jovenes, aunque se tratase de una partida de paz, comercial. Mas todo viaje entrana una aventura, y ese riesgo representaba para ellos un licor mas embriagador que el hidromiel elaborado con vino. Borrachos concluyeron todos aquella noche.

Como era costumbre, antes de la partida se celebro la Asamblea de Primavera. Los terratenientes entregaban en tal ocasion los barcos, segun cuotas fijadas en la Asamblea de Otono, donde se delimitaban los porcentajes del botin que corresponderia a cada uno. Tambien se ventilaba la cosa publica, agravios, rivalidades, competencias e injurias, derechos y deberes, compromisos, incumplimientos y pactos, la amplia legislacion que regula un reino. Que siempre obliga menos a los potentados que a los menesterosos, segun me hacia distinguir Mintaka, aunque en definitiva clamaran mas ruidosamente aquellos por su dinero que estos por su pan.

Reconozco haber tardado bastantes anos en asimilar las palabras del bardo, que en su momento me resultaban indescifrables y esto motivaba que le considerase mas sabio cada dia.

Llego el momento en que se alinearon las dragoneras dispuestas para la partida, y se cargaron los viveres y pertrechos. Finalmente subieron los hombres, ocuparon sus asientos e impulsaron los barcos con sus remos, al sonar de las trompas y las cuernas, sonidos profundos, roncos, envolventes. No les segui, como otros anos por los caminos que flanqueaban el fiordo, pero conocia que continuarian remando hasta llegar al mar, donde se descubririan los dragones del codaste, para causar panico a los enemigos que pudieran encontrarse, levantarian las velas y colgarian los escudos en el costado. Orgullosamente izaria tambien el Dragon Flamigero su gran vela, cuya horrible efigie habria de causar panico a los mismos dioses extranjeros. Aun desde lejos, al descubrirle exclamarian los otros marinos: «?Ahi va la escuadra de Thumber!», mientras cambiaban el rumbo para escapar. Una vez idos y de regreso las gentes que se llegaron hasta la bocana para despedirles, quedabamos los que habiamos de partir en las dos konoras, y apenas si los familiares acudieron para decirnos adios. Mintaka habia cuidado de que las bodegas quedaran repletas de cuanto era necesario para el comercio y la caza, ademas de agua y viveres. Mi madre no aparecio en la playa, aunque la esperaba. Finalmente subi al bote y llegue a la konora.

Todavia me entretuve contemplando Corona. Era la primera vez que emprendia un viaje, lo que hacia forzoso cortar muchos lazos que me sujetaban. Despues observe los rostros de aquellos queridos guerreros de mi padre, ahora postergados por la edad, todavia bravos y animosos, que gustosamente se sometieran a un duro entrenamiento para responder a la confianza que en ellos habia depositado. Mintaka me dijo que todos ellos sacrificarian su vida por defenderme, llegado el caso, con la misma devocion que antes lo hicieran por mi padre. Que en vez de como pescadores pensaban como guerreros. Esperaban que no les defraudase, pues nada habria de resultarles mas humillante que regresar a la Corona del que prometia ser su ultimo viaje, con el sentimiento de no haber sido correspondidos en su entrega.

Pense despues que Mintaka utilizo todas aquellas palabras para significarme que debia comportarme como un valiente, segun se esperaba del hijo del rey, que hasta aquel instante era una incognita del que solo se sabia que acometiera su preparacion con mucho retraso, cuando los mozos vikingos acostumbraban iniciarla desde la ninez, y muy pronto alternaban como hombres para la paz, en la Asamblea, y para la guerra en las dragoneras. Mientras yo sobrepasaba a todos ellos en algunos anos. Se encontraban dispuestos a morir por mi si me comportaba como un valiente, o a matarse antes que soportar la verguenza de haber servido a un cobarde. Jamas podria entenderlo mi madre, pues que sus lecciones fueron siempre contrarias, pero era aquella una realidad que tenia ante mi.

Antes de doblar el recodo, ajeno a la gente que nos despedia desde la playa, y al sonido de las trompas y caracolas que anunciaban nuestra partida, dirigi una nueva mirada a Corona, asentada en el fondo de la ensenada, donde se reflejaba la mole gigantesca de negro basalto que presidia el poblado y le daba su nombre, morada de nuestros dioses. En derredor habia multitud de monticulos terrosos tapizados de hierba, con una suave y olorosa exuberancia, redondos y macizos, que mi padre gustaba comparar con los pechos de nuestras aguerridas aldeanas. Y sobre la pendiente que concluia al acabar la marina, el poblado, que desde la distancia parecia apacible, espejeaba en el agua orlado por los pinos y abedules de la orilla, y las nubes que pasaban como mariposas.

El fiordo se iniciaba en el mar horadando una garganta cortada a pico, por la que apenas cabian dos barcos al remo, si bogaban a la par. Como si el mismo dios Thor guardara la entrada. Despues se suavizaban las pendientes en algunos tramos y los arboles descendian por las laderas hasta el mismo borde del agua.

En otros lugares aparecian remansos donde la tierra era tan baja que se formaban praderas casi al nivel del agua, muy frecuentadas por nuestras gentes. En aquel momento un numeroso grupo de jovenzuelos se mostraban empenados en competir en el salto, la carrera, la honda, la lanza, el galope de los caballos, con la espada y el escudo de madera, poseidos, desde su nacimiento, por el deseo de mostrar su fuerza, el desprecio de la vida, imbuidos del imperioso deseo de matar, lo que tanto odiaba mi madre.

Nunca me permitiera la compania de los otros chicos de mi edad. Aunque soportara las protestas de mi

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