armado que a su vez nos atacara. Y asi era como actuaba, por lo que en el asalto al monasterio ni siquiera se mancho de sangre la hoja de mi espada.
Durante el transcurso del verano fuimos arrasando las margenes del rio, y nos adentrabamos en los territorios circundantes cuando se presentaba ocasion favorable. Incendiamos y matamos a cuanta gente tuvo la desgracia de encontrarse a nuestro paso. Tampoco asesine a ninguno de aquellos campesinos, mujeres, ninos, animales. Despues de llevarnos los viveres -especialmente buscabamos carne-, todo cuanto habia sobre el terreno era destruido.
Al no vislumbrar, conforme pasaba el tiempo, posibilidad de reunir un rico botin por aquellas tierras, expuse a Mintaka mis dudas sobre la efectividad de nuestras acciones. Con una sonrisa comento que en breve tendriamos dos ejercitos enemigos a la vista, uno a cada margen del rio, con pretensiones de cerrarnos el paso. Nosotros montariamos nuestro campamento en una isla cercana mas arriba, cuya posicion resultaria infranqueable para el adversario. Y como arguyera contra el plan, pues tampoco comprendia cual pudiera ser nuestro beneficio, anadio que el rey pretendia fueramos tan gravosos que se vieran obligados a ofrecernos tributo. Como sucedio finalmente. Despues de mucha discusion aceptaron pagarnos 14.000 libras de plata por abandonar el territorio.
Entre tanto nadie pudo salvar a los trescientos soldados que habiamos hecho prisioneros, a los que degollaron cuando se encontraban maniatados, hazana que resulto decisiva para que nos fueran entregadas.
Con todo, la presa resulto mas cuantiosa de lo que cabia esperar, y regresamos a Corona cuando el mar comenzaba sus barruntos de invierno, pues el enemigo demoro el pago con la esperanza de que abandonaramos voluntariamente. Ilusion que frustro el rey al realizar aparentes preparativos para invernar la isla, pues su astucia no tenia parangon.
La unica sombra en aquella expedicion, calificada por todos de gloriosa, se encontraba en el principe Haziel, al que todos contemplaban con el enojo que produce la presencia de un cobarde. Pues ni a los ojos de los guerreros ni a los de mi padre habia demostrado interes en secundar las acciones de guerra, donde demostre tan escaso arrojo que, si no con las palabras, si me escupian por los ojos su desden. Pues es el mayor baldon que puede caer sobre un vikingo. Todavia mas grave en mi caso, obligado a dar ejemplo, en especial a aquellos jovenes que habian derrochado desprecio hacia su propia vida, cuyo orgullo hubiera sido verse aventajados por su principe.
El enojo debio de sellar los labios de mi padre. Ni una palabra me dirigio, de tal modo se sentia humillado y herido. Solo permanecia a mi lado Mintaka, que procuraba consolarme con su presencia, mitigar mi sufrimiento. Pasaban largos ratos juntos el bardo y el rey, apartados de los demas guerreros, en una conversacion que nadie escuchaba. Yo me refugie en la cofa; apenas bajaba a comer. Alla arriba, aislado del
En Corona se extendio la noticia con rapidez. Hasta los esclavos comentaban la incalificable conducta del principe. Los mismos que al regresar del viaje de las ballenas me rodearon con preguntas y curiosidad por conocer detalles de mi experiencia, alabada y agigantada por los viejos guerreros que me acompanaron entonces, corrian ahora en otra direccion. Los mayores ni me saludaban. En el salon comunal blasonaban los jovenes de su gloria, banados en hidromiel, y escupian todo su desprecio hacia el principe, al que algun dia habrian de confirmar o rechazar como rey en la Asamblea. Se sentian avergonzados. ?Como iban, pues, a confirmarme? Ante tal deshonor se rumoreaba que la estirpe pudiera rechazarme de su seno, lo que me convertiria en un hombre profugo, despreciable, al nivel de un esclavo, al que cualquiera podria matar sin que nadie le exigiese el tributo de sangre, antes bien seria proclamado como un vengador de la verguenza caida sobre el pueblo.
Ante el desconsuelo que me embargaba, acabe visitando a mi madre:
«Si estos salvajes llegaran a realizarlo, todavia perteneces a otra estirpe real mas gloriosa, que te acogera con jubilo.»
«No puedo vivir de vuestra nostalgia, madre, y la estirpe que me recordais es como si no existiera. Pensar ahora en ella representaria volver atras en el tiempo. Entended que me importa el presente, pues que influye directamente sobre mi vida, aqui y ahora. Y, ademas, sobre el futuro.»
Despues comente a Mintaka que consideraba cruel la respuesta dada a mi madre:
«No os avergonceis de ese sentimiento, aun cuando entre vikingos no pueda proclamarse con orgullo, sino mas bien bochornoso. Pero no desespereis: analizaos, fortaleceos en vuestros convencimientos y caminad por ellos con decision. Sabed que el rey y yo nos hemos reunido con los jefes de la estirpe, a los que hemos convencido de que resulta todavia prematuro adoptar medidas graves. Se os concede, pues, un ano mas. Ningun hombre sensato cree que el hijo de Thumber pueda resultar un cobarde.»
Me causo gran alegria la noticia y me conforto. Las palabras de Mintaka siempre obraban como balsamo. Ningun otro hombre, de cuantos me eran conocidos, podia igualarsele en sabiduria.
Tambien me comunico que el rey habia marchado a diversos puntos del reino para entrevistarse con los personajes influyentes, antes de la Asamblea, a proposito de ciertos dificiles asuntos de Estado que ya dieran origen a disensiones y peleas durante nuestra ausencia. Aunque la reina interviniera con prudencia y acierto, como le era propio, para evitar que el dano fuera mayor. Y mientras Mintaka ensalzaba las habilidades de Thumber para componer amistades destruidas y reconstruir el concierto entre los contendientes, le imaginaba cabalgando sobre su gigantesco corcel zaino, que precisaba ser muy resistente para soportarle con su descomunal estatura, ostentosa con aquel su atuendo del que mi madre se reia, y que el gustaba llevar pues que le destacaba entre todos, armado de escudo, espada ricamente taraceada en la ancha hoja franca de dos filos y rematada con empunadura vikinga, la larguisima lanza cuya hoja mostraba igualmente taracea de filigrana de plata y cobre, y la doble hacha, en cuyo manejo era tan diestro que la fama proclamaba usarla con la misma sabiduria que el dios Thor su martillo, pues cuando la lanzaba, despues de degollar al enemigo, regresaba a su mano. Nunca pregunte a Mintaka si era invencion suya o de las gentes, que suelen anadir detalles a las leyendas para identificarlas con su sentir. No de menor merito eran el arco y hasta las flechas, de tal modo que todas sus armas se distinguian de las de cualquier otro. Por ello no tenia dificultades en recuperarlas despues de la batalla, pues siempre le eran devueltas. Y ocasion hubo en que, encaprichado el enemigo por su magnificencia, las recibia de mi padre como regalo, pues tambien le gustaba ostentar su riqueza, y mandaba forjar otras nuevas.
Al regreso encontre su rostro iluminado con una mueca burlona y divertida. Me sorprendio gratamente, despues de haber soportado el fruncido ceno anterior.
«He decidido que dejes de vivir bajo el techo de tu madre. Mira aquella casa: desde hoy es tuya. Te pertenece, con todo lo que hallaras dentro.»
Una espaciosa vivienda de troncos de abedul, con hogar de piedra en el centro, largo salon y numerosas habitaciones.
En cuyo interior, al encuentro de mis pisadas, aparecio una hermosa muchacha de quedos pasos, los ojos glaucos sorprendidos, larguisima y abundante cabellera como nunca antes contemplara en ninguna mujer, corta la camisa, desnudo el hombro, altas botas de cuero, adornada la cabeza con una cinta por la frente, radiante en su belleza, gacela en la timidez.
«?Como te llamas?»
«Aludra, Cabellera de Fuego.»
Observe que habia bajado los ojos y los mantenia fijos en el suelo, quieta, esperando.
«?Quien te ha traido aqui?»
«Vuestro padre pago por mi cuatro onzas de oro. Me trajo para ser vuestra concubina. Ahora estaba disponiendo la alcoba. Soy vuestra esclava: podeis tomarme cuando gusteis.»
Sonaba vacilante su voz. Le notaba un gran esfuerzo en pronunciar aquellas palabras. Sin duda sentiria gran temor, aunque trataba de disimularlo. Debia de ser natural en una doncella criada con mimo por su madre, al resguardo del hogar, enfrentada inesperadamente con una entrega material, sin amor. Aunque apareciese resignada por lo inevitable de su destino.
A los ojos de mi padre, Aludra era carne de placer, una esclava sin alma. Para las creencias de mi madre, un ser semejante a nosotros, con alma y espiritu. ?Que era, pues, realmente Aludra? ?Que era, en definitiva, yo mismo?
Tan delicada, su esplendida belleza me resultaba excitante, de seguir mis impulsos, pues la sangre se me habia concentrado en el corazon, la hubiera arrastrado al lecho, despojado de su liviana ropa y poseido. Su condicion de esclava le impedia oponerse y, de ser cierta la creencia de mi padre, hasta se hubiera sentido