satisfecha. Pero si era mi madre quien tenia razon, y contaba con nuestros mismos privilegios, debia ser tan duena de su destino como nosotros mismos. Con derecho a entregarse por amor cuando lo deseara. Tampoco, dominado mi primer impulso, podia aspirar a nada que no fuera su voluntad y carino. De otro modo ella hubiera acabado odiandome. Aunque mayor todavia, mi propio desprecio.
«?Que edad tienes?»
«Diecisiete anos, principe. Mi madre me ha vendido virgen.»
La aceleracion de mi sangre, y la avalancha de confusas ideas que me embargaba, se confundia en mi mente con el eco de la risa sardonica de mi padre, que se estaria imaginando el desenfreno de mi pasion, la debilidad de mi voluntad para resistirme a los encantos que habia colocado en mi mano.
«?No os satisface encontraros aqui?»
La muchacha era sincera; podia leerse en sus palabras tan claro como en su mirada.
«Me invade una gran verguenza. Pero el hado manda en todos nosotros. No hagais caso: tomadme cuando os parezca bien.»
Me senti incapaz de aumentar su afliccion. Mi padre hubiera gritado insultos de conocer mi debilidad.
«No temas, Aludra -dije mientras acariciaba su larguisimo cabello de fuego, que al moverse despedia los destellos de una llamarada-: Te prometo no violentarte: te tomare cuando tu lo desees.»
Me sentia generoso y cortes en su presencia delicada y bella. Mi padre lo hubiera llamado cobardia. Mas no lo sentia yo asi: era ternura, que debia esconder por impropia de un vikingo. Quizas la unica persona que pudiera comprenderme fuera mi madre, pero no cabia desobedecer a mi padre visitandola. Me encontraba realmente solo. Pues sentia un indescifrable sentimiento de pudor ante la idea de expresar a nadie mis intimas sensaciones por primera vez atisbadas, que ni yo mismo llegaba a comprender.
Espere muchos dias. Y noches, en que se aceleraba mi pulso, enfebrecido por la esperanza de ser llamado, lo que llegaba a angustiarme, hasta sentir el impulso de quebrantar mi promesa y penetrar en la alcoba, a cuya puerta llegaba vacilante, y de donde me hacia volver la verguenza. Lo que mas me importaba entonces era mi propio respeto.
Aludra parecia haber renunciado a si misma, transformada en una perfecta esclava. Me servia como la mas dulce de las doncellas, cuidadosa del menor detalle, y me rodeaba de toda la atencion que pudiera exigirse, y aun mas alla. Sus ojos glaucos penetraban en lo mas recondito de mi pensamiento. Pero yo desconocia su decision. Y aunque llevaba semanas en la casa, sin pisar el exterior, mi situacion era la del primer dia. Hasta que con una sonrisa triste hablo y parecia lamentar sus palabras:
«Si os pesa vuestra promesa, principe, rompedla. Pero no me pidais satisfaccion. Me siento humillada ante las demas mujeres, cuando en la fuente recojo agua, dondequiera las encuentre. No se recatan en su desprecio. Os llaman cobarde. Indigno de permanecer en vuestra estirpe. Y se mofan de mi.»
Lo imaginaba. No constituia sorpresa alguna: solo la confirmacion de lo que sospechaba. El desprecio de mi padre, la burla de los que fueron amigos y companeros, todos los cuales habian matado su oso y exhibido la piel y sus heridas en la sala comunal, ante todos los guerreros, banadas sus heridas con el rocio del hidromiel generoso, nectar de los dioses. Los razonamientos y consuelos de mi madre, a pesar de todo, me dejaban inerme y desconsolado.
A pesar de haber sido vendida, mantenia Aludra el espiritu de mujer libre. Era este convencimiento el que me atenazaba y angustiaba, mas que mi propia condicion. Porque en ella contemplaba el reflejo de un alma gemela. De otro modo, ?como hubiera sido sensible al amor reflejado en la serenidad de sus ojos, en el espejo de sus dulces palabras, de sus ademanes, en sus pupilas rebosantes de carino? Aludra era semejante a mi. Como debian de serlo todos los esclavos. Si mi padre era realmente un barbaro, resultaba comprensible, pero, ?y mi madre, que se servia de los esclavos para aumentar su patrimonio, y todavia los despreciaba?
Trataba de razonar. Nada me importaba tanto, en aquellos momentos, como Aludra, atormentada en su intimidad. Humillada y ofendida por las demas esclavas de Corona, por ninguna de las cuales habrian pagado mas de dos monedas de plata, pero orgullosas de las hazanas de sus senores. Al pagarse por ella cuatro onzas de oro, solo faltaba a Aludra superarlas tambien con el mejor de los senores. Porque su orgullo, como el de las demas esclavas, se media en forma semejante al de las mujeres libres, que reflejaban la fortuna de sus maridos con el numero de collares.
No recuerdo cuanto tiempo mas transcurrio. No habia bebido, mas mis pasos eran vacilantes cuando finalmente me marche, revueltas las ideas, sin pronunciar palabra, mudo ante aquella muchacha que se habia postrado ante mi, de rodillas, sollozante, inundados de lagrimas los ojos. Actitud tan natural en una esclava como humillante para una mujer con alma como lo era Aludra, que sin duda hubiera preferido morir para no soportarlo, si no entranara perderme. Muy grande debia de ser su amor para continuar viviendo.
Era la verguenza de mi padre y de mi estirpe, el dolor de mi madre, la preocupacion de Mintaka, el desprecio de todos los habitantes del reino. Y sin embargo comenzaba a sentir mi propio respeto. Solamente me turbaba el dolorido amor de aquella muchacha que deseaba entregarse con honor, pues tambien ella debia de sentir su propio respeto.
V
Pienso que, de no ser mi padre tan ostentoso, o la fantasia del bardo menos exuberante en inventarle tan larga genealogia, segun era opinion de mi madre, me hubiera resultado mas sencilla la tarea. Pues la rabia que me poseyo se habria satisfecho con menos esfuerzo y tiempo.
Mientras los guerreros de Corona se consideraban obligados a matar un oso para lograr el bautismo de bravura, un segundo antecesor de mi padre quiso superar a su precedente y mato dos. Derivo en el establecimiento de la rivalidad en cada uno, por lo que el siguiente acabo con tres, y fue en aumento la tasa hasta que mi padre, segun era fama proclamada por Mintaka, hubo de rematar diez. Tan soberano esfuerzo vino a ser, con certeza, el basamento de su leyenda, uniendole en principio a la figuracion del dios Thor, con el que le emparentaban.
El furor por todas las humillaciones sufridas se incrementaba con las ultimas de la dulce y dolorida Aludra, que me empujaban con tal impetu que ya no aspiraba a igualar a mi padre, ni siquiera a superarle segun la tradicion con un oso, sino que era preciso establecer una diferencia que me colocara fuera de toda posible duda: estaba dispuesto a matar doce osos. Me lo jure a mi mismo. No me conformaria con menos, aunque en el intento me fuera la vida. Porque era llegado el momento de caminar con la frente erguida y los ojos retadores, o humillarse, si seguia viviendo. Y la vida se me estaba tornando tan cruel que me resultaba insoportable.
Un geniecillo prudente, que todavia sembraba dudas en mi interior, me proporciono vacilaciones algun instante, y me obligo a reflexionar que la tarea parecia superior a mis fuerzas. Mas esta consideracion acabo por servirme de acicate, pues si en fortaleza fisica habia de reconocer la superioridad de otros guerreros, no admitia que nadie poseyera un espiritu superior. Me empenaria en una proeza tan digna que todos sin excepcion, incluso Aludra, sintieran admiracion sin necesidad de recurrir a las palabras, y a la vez me llenase de orgullo.
Bien meditado el proposito en el transcurso de los dias y las noches, busque a Mintaka:
«Me guardas el secreto: nadie mas lo sabe. Si no he vuelto en un ano ejecuta este documento que te entrego. Pero ningun otro debe saber adonde he ido. Solo tu: voy a matar mi oso.»
Sonrio el bardo mientras trataba de contener un primer impulso, y al fin se decidio, estrechandome fuerte contra su poderoso pecho:
«Los dioses te protegeran, principe.»
Mucho tiempo es un ano para matar un oso, debia de pensar, mas no exteriorizo su sospecha, si la tenia.
Tome las riendas de mi corcel y las del caballo de carga, este ultimo con una trailla de catorce perros atados al borren de la silla, y emprendimos la marcha hacia el fabuloso Congosto del Principe, lugar de caza secreto y reservado, donde la estirpe real penetraba para matar su oso, desconocido el lugar por cualquier otra persona del reino, segun cantaba la fama hecha verso por la inspiracion de Mintaka, el de la Palabra Magica.
Cuantos me vieron partir comprendieron que me impulsaba una determinacion, aunque la desconocieran. Resultaba evidente por las armas, colocadas por mis esclavos sobre el corcel, el hacha, el arco, la lanza, el escudo, y el cargamento sobre el lomo del caballo auxiliar, mas los perros ladradores cuya excitacion pregonaba